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a saber: D. José, D. Ignacio, D. Joaquín, D. Alejandro y Da Ana María Rodríguez Varela y Memije. Don José, el mayor de todos, nació en Manila en 1747; cursó con aprovechamiento la carrera eclesiástica : fué doctoral de la catedral manilense; doctoróse después en leyes, y, por oposición ante la Real Audiencia, ganó la cátedra de instituta de la Universidad de Santo Tomás, que desempeñó desde 1778 hasta su muerte. Su hermano Alejandro fué teniente de los Reales Ejércitos, y en 1780 solicitó, como premio a los servicios de su difunto padre, la futura de la castellanía de San Fernando de Dilao. Era soltero, y, como ya se ha indicado, sirvió accidentalmente, por enfermedad de su padre, la tesorería de la Aduana. Los informes que acerca de su pretensión se dieron a Madrid fueron de todo punto favorables. De los otros tres hermanos no he logrado ninguna noticia digna de ser consignada 1.

Muerta Da María Teresa de Memije, su viudo tornó a España, adonde debió de llegar poco antes del 25 de junio de 1766, día en que, en el lugar de su nacimiento, contrajo nuevas nupcias con Da Bernarda Sancena y Arellano, hija de D. Domingo Sancena y García y Da María Arellano y de las Casas, naturales todos ellos de la citada feligresía de San Juan de Santa Comba. Luego de casados, los consortes emprendieron el viaje a Filipinas, y en Manila, el 13 de febrero de 1768, nació el único fruto de esta union, del que la partida de bautismo dice así:

En veinte de Febrero de mil setecientos sesenta y ocho años, bauticé solemnemente y puse los Santos Oleos en el Sagrario de esta Cathedral á Luis Manuel Valentin, niño de siete dias, hijo lexitimo de D. Alexandro VARELA y de Da Bernarda SANCENA; fué su padrino

1. Los datos que anteceden están en su mayor parte tomados de varios documentos oficiales existentes en el Archivo de Indias : 108-3-4.

el Br. D. Josef Varela, Colegial del Real Colegio de San Josef. — BACHILLER MAXIMINO IGNACIO.

Todo induce a creer que así que murió el padre

vez antes

o tal

las relaciones entre los hijos del primer matrimonio y el del segundo quedaron rotas. Cuando el teniente D. Alejandro, de quien ya se ha hablado, solicitó la futura de la castellanía mencionada, envió a Madrid (en enero de 1870) varios documentos de carácter familiar, y en ninguno de ellos se alude para nada al segundo matrimonio, ni al hijo de éste, D. Luis. Sin duda contribuyó a la ruptura de relaciones el testamento de D. Alejandro y su segunda esposa, en el cual se lee:

... nombramos por nuestro universal heredero á D. Luis Rodriguez Sancena, nuestro hijo unico lexitimo habido en muestro dicho matrimonio, y queremos disfrute todos nuestros bienes, hacienda y efectos y qualesquiera otros que nos puedan corresponder en España y en el pueblo de San Juan de Santa Comba, nuestra patria.

Del testamento fueron testigos D. Nicolás Sánchez Tagle, D. Ignacio Orbesana, D. Aquilino Orbaeta, D. Juan Linares de la Plaza y D. Pedro Palomares, todos ellos vecinos de Manila (españoles, parece ocioso apuntarlo), y ofrece de particular que está fechado en dicha ciudad el 20 de febrero de 1780, seis meses después del fallecimiento de D. Alejandro: de lo que debe inferirse que él y su cónyuge se habían otorgado recíprocamente poder para testar, y Da Bernarda no procedió a efectuarlo hasta el día de la fecha consignada, en que, por cierto, se cumplía el duodécimo aniversario del bautismo del heredero universal de ambos esposos. Qué se hizo Da Bernarda al quedarse viuda, no lo sé; como no sé tampoco cuándo y en qué circunstancias se trasladó a Europa su hijo, el cual, en alguno de sus escritos, no sólo alude

a su permanencia en esta parte del mundo, sino que declara haber estudiado en la Universidad de Reims, y aun menciona a uno de sus profesores, el ilustre Goudin 1; pero qué plan de estudios siguió es otra de las cosas que no he logrado saber. De sus escritos se deduce que estudió con cierto empeño el latín y la preceptiva literaria; que sabía historia universal, historia de España y de Filipinas y mitología; que era versado en leyes, señaladamente las de Indias, y tenía nociones de las ciencias filosóficas para el tiempo en que vivió, y sobre todo para el medio social de Filipinas, no puede negarse que alcanzó un grado de cultura poco común en el Archipiélago, tanto más estimable, cuanto que fué casi un autodidacto, ya que buena parte de lo que llegó a saber se la debió a sí mismo.

Su permanencia en Europa no se prolongó demasiado: desde luego en 1788 (si no antes) emprendió el viaje de tornavuelta, cuando sólo contaba veinte años de su edad. Es firme el dato de que en 1789 fué nombrado regidor perpetuo del Ayuntamiento de Manila. Pronto se le ofreció ocasión de adquirir notoriedad. Al celebrarse allí en 1790 la proclamación y jura de Carlos IV y María Luisa, costeó de su bolsillo festejos y agasajos, y mostróse al propio tiempo devoto fervoroso de los reyes, a los cuales exaltó en prosa y verso. Como muestra de su estilo y de su numen entonces, véanse las siguientes quintillas, que figuraron en los bastidores con que adornó la fachada de su casa 2:

De Carlos Rey sin igual el merito y la grandeza

1. En su Apología Chanchurriana, se lee: « apenas puedo dar razon de lo que Goudin me enseñó en la Aula ».

2. Insertas en la Descripcion de la proclamacion y jura de nuestros Soberanos y Señores Don Carlos IV y Doña Luisa de Borbon en la Ciudad de Manila... por el P. Fr. Manuel Barrios (Manila, 1791).

proclama el Alferez Real ";
y de Luisa liberal

la incomparable belleza.

De Carlos IV el Reynado y de Luiza la grandesa, desde el Macasar tostado hasta el Occeano elado publicara mi fineza.

A partir de entonces, creyéndose a sí mismo el más inspirado de los vates, se dió resueltamente a las musas, lo que fué su perdición; porque al caer, como cayó, en el ridículo, vino a convertirse en el blanco de las burlas de los españoles peninsulares e insulares, particularmente de los versados en el arte de componer poesía. Durante algun tiempo no hizo caso, o hizo muy poco, de la vaya que inspiraba su literatura debió de atribuirla al despecho de sus émulos. Entonces, lo que más le apasionaba era acreditar su calidad personal, a cuyo efecto solicitó, y obtuvo en 1792, cruzarse en la orden de Carlos III, como caballero supernumerario, mediante las pruebas de nobleza que a la sazón se exigían; y pocos años después la merced de Conde Filipino, según consta en la Gazeta de Madrid del 10 de febrero de 1795. Esta merced, sin embargo, no tuvo efectividad definitiva, porque no llegó a expedírsele la Real cédula de confirmación en el título. Acaso enterados en Madrid de sus chifladuras (por llamar de algún modo a sus ridiculeces), pero sobre todo de los abortos de su ingenio, los miembros de la Nobleza que en estos asuntos asesoraban al Rey debieron de oponer dificultades a la concesión de la corona de conde a quien no era del todo digno de ostentarla, no por falta de decoro individual ni de limpieza de sangre, sino por escasez de

1. Cargo que a la sazón desempeñaba en el Ayuntamiento de Manila - y continuó desempeñando durante no pocos años. — D. Luis Rodríguez Varela.

esas prendas de respetabilidad que constituyen los rasgos característicos de los verdaderos nobles. Él, sin embargo, a todas horas se llamaba conde (indebidamente, como queda dicho), y en las portadas de sus risibles folletos, después de los cuatro o seis apellidos que se solía poner, resalta siempre la línea CONDE FILIPINO.

Aunque sus escritos fueron muchos, sólo una parte de los mismos llegó a ver la luz pública, pero en número muy reducido de ejemplares, que daba de balde, « segun costumbre». Los que quedaron inéditos no todos son conocidos, a lo menos del autor de estos renglones. Pero impresos o no, los frutos de la pluma de D. Luis Rodríguez Varela son verdaderamente raros. Echemos sobre ellos una rápida ojeada; casi todos tienen marcado sabor autobiográfico, pues que, además de hallarse asociados a las principales vicisitudes de su vida, reflejan las alternativas de su mente y de su espíritu.

La agonía del siglo XVIII le inspiró tres artículos, que quedaron inéditos, titulados Año dorado, Siglo ilustrado y Fin de la centuria XVIII, los tres fechados de 1799 2. Educado durante algún tiempo en Francia e influído por el espíritu enciclopédico de la época, sin dejar de ser católico militante, algo debió de escribir que no fuera del agrado de los mantenedores de la más pura ortodoxia, porque a partir de entonces éstos le miraron de soslayo y la emprendieron con él, mayormente después de haber circulado copias de su Apología Chanchurriana, carta extensísima, que, aunque dirigida a Fr. Tomás Cañón, agustino, dedicó (en latín) « al Templo

1. Al final de su Parnaso Filipino, de 1814, va la siguiente Nota: «Este papel lo da de valde su Autor despues de lo mucho que le cuesta la Imprenta por que su patriotismo no se halla jamas satisfecho. >>

2. Citados en la Defensa moderada que más detalladamente se registra en otra de las notas que a ésta siguen.

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