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de escuela y en todas esas rancias puerilida- | entre este y la naturaleza, podeis decir que des, averiguemos lo que en la vida real es una dicha acción, en algunas de sus partes, no accion sin motivos. tiene motivos.

Y fácilmente veremos que una accion sin motivos, es una accion sin objeto, quiero decir, desprovista de intencionalidad, y que una accion semejante no puede ser libre, puesto que ni es inteligente.

Volvamos a nuestro ejemplo.

Para ser fiel á la amistad y al honor, guardo el secreto que se me ha confiado.

Esta acción tiene un objeto, un fin, que consiste en hacer mi deber.

Pero ¿bajo qué condiciones me he determinado á tender hácia dicho fin? Bajo la condicion de que á ello me solicitasen ciertos motivos, ¿y qué motivos?

Son evidentes: por una parte la conciencia de la obligacion que tengo de cumplir mi promesa; por otra la necesidad de estar en paz con el recuerdo de mi amigo ausente y con el sentimiento de mi propia dignidad.

Quitad estos motivos á mi accion; carecerá de fin, pues no tiene ya verdadera intenciona lidad, y por lo tanto no es posible.

Porque, suponed que dicha accion me pareciese buena en sí, sin parecerme obligatoria, de ningun modo me sentiria inclinado á darla cumplimiento.

Y suponed que nada en mi corazon me solicitase a guardar el secreto que me suplican revele, mis labios se desplegarian para comunicarlo, ó cuando menos el azar únicamente decidiria de mi discrecion.

Queda, pues, claramente demostrado que todo fin supone un motivo, asi como todo motivo supone un fin; por lo que una accion desprovista de uno u otro de dichos elementos no es una accion intencional.

En este caso se encuentran aquellas acciones insignificantes de que habla Reid, y que, causanos sorpresa, vemos tambien citadas por Bossuet.

No tiene motivos y por eso no tiene fin, no es intencional, no es inteligente, no tiene ninguno de los caractéres de la libertad.

Por consiguiente andará muy engañado quien piense ver la esencia de la libertad en la indiferencia: envilécela quién la encierra en el miserable círculo de las acciones mas insignificantes; prepara la humillacion de la libertad divina quien la imagina ciega ó caprichosa, con pretesto de hacerla independiente.

Trátase entretanto saber cual es la influencia que los motivos ejercen en la voluntad.

Todavía tenemos aqui que dirigiruos á la conciencia y no á los sentidos ó al raciocinio abstracto.

Si nos representamos la voluntad humana como una balanza en la que los motivos hacen las veces de pesos; si nos persuadimos que la accion querida es un producto cuyos factores son los motivos, ó una resultante cuya direccion es determinada por la accion combinada de varias fuerzas ó distintas ó contrarias; si examinamos de este modo las cosas colocándonos fuera de la conciencia, fácilmente asentiremos á los discursos de los fatalistas, y diremos con ellos:

«O solo hay un motivo que obre en la voluntad, y entonces la arrastra inevitablemente, ó hay varios motivos, y entonces el mas fuerte la domina.»

Desde luego notaremos que el primer caso es quimérico, pues en todas las circunstancias algo importantes de la vida somos solicitados por varios motivos: lo que es evidente, por ejemplo, en el caso que hemos propuesto.

Por un lado, los cálculos del interés, las inspiraciones del odio, el deseo de la venganza; por otro, la amistad, el deber, la paz de mi conciencia, el lustre de mi dignidad.

Esta diversidad de motivos ha sido reconocida por el sentido comun antes de haberlo sido por los moralistas, y todo el mundo sabe que tres grandes resortes gobiernan los negocios humanos: el placer, el interés, el deber.

Luego siendo estos motivos de naturaleza y origen diversos, es imposible aplicarles una medida comun y calcular de antemano cual será el mas fuerte.

Escoger una guinea entre varias, llevar la mano á derecha ó á izquierda, seguramente son acciones sin motivos, pero tambien lo son sin intencion y sin fin, acciones debidas al instinto ó al hábito, y no á la libre voluntad. Cuando un soldado marcha contra el enemigo, lo que quiere es obedecer á su gefe, defender su vida, servir à su pais, y tiene motivos para todo eso, mas mover los músculos del cuerpo en un sentido mas bien que en otro, no es cosa que intencionalmente quiere, eso pertenece al instinto, al hábito, à la naturaleza. No hay duda, por lo demas, que la accion de la naturaleza tenga siempre su fin, su ra-llante testimonio. zon, su motivo, hasta en el último pormenor de las cosas mas pequeñas.

El principio de la razon suficiente, que tan sin razon desprecia Reid, no sufre escepcion alguna.

Solamente está claro que si referís la accion total al individuo, en vez de dividirla 4697 BIBLIOTECA POPULAR.

Mas no está aqui la cuestion verdadera: no consiste ella en saber si varios motivos ó uno solo obran en la voluntad, sino si la accion que ejercen es una accion necesitante.

Aqui la conciencia da á la libertad un bri

Mi razon me dice que guardar un secreto es un deber imperioso.

Y esta idea de deber ¿es acaso un peso que pesa sobre mi espíritu, una fuerza que lo atrae y que lo arrastra?

Si obedezco á la ley del deber ¿no soy por ventura libre para violarla? T. XXVI. 2

Puede ser que se diga que el deber obra en mi uo solo como una ley, sino como un objeto deseable, no solo hablando á mi razon sino escitando mi sensibilidad.

Lo concedo: pero el atractivo que para mi tienen el deber o el placer ¿puede estrictamente asimilarse á una fuerza que obra sobre un objeto material?

¿Soy yo, pues, un ser inerte, una veleta animada que los vientos contrarios hacen voltear á su gusto?

¿No tengo en mi el sentimiento invencible de la potencia propia que me caracteriza, y en cuya virtud puedo ceder ó resistir, seguir tal motivo con preferencia á otro, hacer esto ó aquello, ó no hacer nada?

Leibnitz sostiene que la voluntad sigue siempre la última determinacion del entendimiento: siempre hacemos ciertamente, segun este filósofo, aunque no de un modo necesario, lo que en definitiva nos parece mejor.

Y dice esto Leibnitz, porque no interroga la conciencia, y no la interroga, porque tiene un sistema.

Es menester, en el mundo fantástico, obra de este filósofo, que el estado presente de cada monada tenga su razon en el estado anterior; es menester que toda accion sea el resultado de todas las disposiciones antecedentes, y la libertad que concede al hombre en el seno de un universo en que todo está arreglado de antemano, no es la que cada cual siente en si

mismo.

Otro gran metafísico, Espinosa, á la vez que reconocia que la conciencia atestigua al hombre su libertad, ha pietendido conciliar este hecho irrefragable con un sistema en el que el principio de la fatalidad es llevado á sus últimas consecuencias.

Si le hemos de dar crédito, cada una de las modificaciones del alma humana tiene su causa en una modificacion anterior, que tiene tambien su causa en otra modificación, y asi sucesivamente hasta lo infinito.

Un acto produce otro acto, un movimiento produce otro movimiento, asi como una ola empujaria otra en un Oceáno sin riberas.

Pero las modificaciones del alma humana son de una complejidad estrema, y entre ellas las unas aparecen claramente, la otras están mas o menos envueltas en oscuridad.

Luego, ¿qué sucede, cuando tomo tal ó cual partido, cuando me levanto, por ejemplo, para ir á paseo?

Causas diversas concurren para conducirme á este efecto: la disposicion de mis órganos, el estado de mi imaginacion, el calor ó el frio, la serenidad del cielo, lo agradable de la temperatura, etc.

Algunas de estas causas son conocidas por mi, mas o menos, y esto es lo que yo llamo los motivos de mi accion; otras obran sordamente sin que por esto dejen de ejercer una accion menos decisiva.

Ignorando la influencia de estas últimas causas, no hallando en las que conozco la esplicación suficiente de mi determinacion, dispuesto por otra parte á exagerarme mi propia potencia, arrobado por el sentimiento de mi independencia y de mi grandeza, figúrome que soy yo quien por mi propia virtud me determino, independientemente de los motivos, y esta virtud imaginaria, esa quimera de mi flaqueza y de mi orgullo, salúdola con el título pomposo de libre albedrio.

Tal es la idea que Espinosa se forma de la libertad humana; tál es la esplicacion, ciertamente muy original y muy ingeniosa, por cuyo medio pretende dar cuenta del sentimiento del libre albedrío, en nombre mismo de los principios del fatalismo mas absoluto que jamás hubo, Pero todo este edificio, se desmorona con una observacion muy simple, suministrada por la conciencia.

Segun Espinosa el libre albedrio es una ilusion, hija de la ignorancia en que estamos acerca de las causas que influyen sobre nuestras determinaciones.

Por consiguiente, tanto mas ignoramos nuestras disposiciones interiores, tanto mas obramos de una manera irreflexiva, tanto mas debe exaltarse en nosotros el sentimiento de nuestra libertad.

Asi es, que el niño y el hombre ébrio. como Espinosa se complace en decirlo, están convencidos que de ellos únicamente depende dar cumplimiento á los actos determinados invenciblemente por causas ignoradas.

Segun esto, á medida que descendiéramos á los abismos de nuestro yo, progresivamente nos daríamos cuenta de los motivos de nuestra conducta, en nuestras deliberaciones habria mas seriedad y madurez, y veriamos caer muchas mas piezas del fantasma de nuestra libertad.

Empero la esperiencia da aqui un solemne mentís á Espinosa, pues basta haber consultado una sola vez cuán firme y luminoso es, despues de una deliberacion séria y pausada, el sentimiento de nuestra libertad, para poner á descubierto el artificio de su sistema.

Hemos hecho constar la libertad humana y hemos reducido á su justo valor la influencia, sin duda incontestable, pero nunca necesitanté de los motivos: examinemos entretanto de una manera mas precisa en qué consiste esta libertad: describamos las formas bajo las que se presenta en la conciencia, despejemos de estas formas cambiantes su esencia invariable, y de la libertad humana purificada elévemonos por grados hasta la libertad divina.

Encuéntranse en la observacion de la vida humana tres formas bien distintas de la libertad.

Ora indeciso entre el bien y el mal, acabo por sucumbir, y como dijo un poeta:

video meliora, provoque Deteriora sequor.

Ora, por el contrario, triunfo de mis malas inclinaciones, y despues de una lucha mas o menos larga, mas o menos dolorosa, hago mi deber.

Por otra parte no me hago ilusion acerca de la naturaleza de mi conducta: no creo que la mentira sea buena; en vano trataria persuadirmelo: conozco y siento que vale mas el ser sincero.

Entre estas dos alternativas flota la especie humana, y cuando un alma ha llegado á ese estado moral en el que las caidas son la escepcion y la virtud la regla, puede parecer que la naturaleza humana ha adquirido toda la per-mi feccion de que es susceptible.

Pero por encima de la práctica ordinaria del deber, por encima del triunfo laborioso de la virtud contra el vicio, hay una forma de la actividad mas pura y mas perfecta, á saber: el hábito de practicar el bien, llevado hasta el punto de hacer cesar la lucha y de hacer fácil el sacrificio de sí mismo.

Asi la caida, la virtud, la santidad sintetizan en tres palabras la historia de la moralidad humana.

Tomemos dichos tres estados, y apliquémosnos á distinguirlos severamente unos de otros.

Es incontestable que en ciertas circunstancias, muy frecuentes, el hombre ve claramente el bien y el mal, y escoge á sabiendas y libremente el mal, con esclusion del bien.

En una palabra, desecho el bien, sabiendo que es el bien, y hago el mal, sabiendo que es el mal, aunque el mal mismo no sea el fin de accion.

De otro modo cesaria de ser responsable; seria preciso declarar inocentes á los malvados mas perversos: el hombre no seria libre si no siendo virtuoso, ó mas bien no habria ya ni vicio, ni virtud, ni responsabilidad, y la máxima socrática, tomada en rigor, conduce rectamente á la negacion del libre albedrio.

La segunda forma, la forma regular y normal de la libertad, es la virtud.

Llamamos aqui propiamente la virtud la eleccion ordinaria, la eleccion reflexiva del bien con esclusion del mal.

La virtud supone la lucha, el esfuerzo, el sufrimiento.

Por mas hermosa, por mas santa que pueda ser, lleva todavía el carácter de un ser imperfecto, sujeto al desfallecimiento y al mal, obligado á luchar contra las inclinaciones desVarios filósofos no han podido creer que la ordenadas, á veces sucumbiendo á su influennaturaleza humana fuese capaz de semejante cia, volviéndose á levantar con energía y vamaldad: han pensado que si el hombre hace lor, pero aun para caer otra vez, no mantenienel mal, débese atribuir al oscurecimiento de do en fin la fuerza y la dignidad de su ser si no su razon: el crimen les ha parecido un des-á precio de los combates mas dolorosos: y por carrío y una locura. eso la virtud no es todavía la forma mas elevada de la libertad.

La virtud, segun Platon, es cosa sobrado hermosa, sobrado santa, para que se la pueda ver sin que sintamos por ella un impulso irresistible.

Heaqui aquella máxima célebre en la escuela socrática: Nadie es malo por su gusto. Nada mas noble en el fondo que està doctrina; pero nada á primera vista menos conforme con la observacion y la verdadera nocion de la libertad.

Sin duda que el hombre no hace el mal por el mal mismo, y los mayores culpables no podrian descender hasta este abismo de perversidad.

Concedo este punto á Socrates y á Platon; pero si el hombre no halla nunca atractivo en el mal, como mal, es incontestable que el curso de la vida procura á cada instante situaciones en las que tenemos que escoger entre nuestro interés y nuestro deber, y en las que inmolamos éste á aquel.

Para llegar hasta ese estado sublime que es la santidad, ó al menos para acercarse algunos grados, menester es que el elemento de la reflexion desaparezca y con él toda lucha, todo esfuerzo, toda deliberacion.

El hábito lleva á cabo esa depuracion maravillosa: la santidad es su obra.

Hay algunas almas tan felizmente dotadas por la Providencia, que la virtud les es como natural.

Sus inclinaciones son tan puras, tan nobles, tan rectas, que casi sin esfuerzo ninguno se encaminan por el bien. Un arranque natural, innato, las lleva hácia todo cuanto es bello, puro, armonioso. Esas almas viven eu una perpétua inocencia, ni siquiera conocen el mal.

Empero no se compone el género humano de semejantes criaturas.

Por lo ordinario, la vida es una lucha, un Tengo, por ejemplo, interés en ocultar o desgarramiento perpétuo; es preciso, por deen disfrazar la verdad, resuelvome á mentir. cirlo asi, disputar al mal el terreno á palmos, La mentira seguramente no tiene en si na-estar en continua desconfianza, siempre alerta, da de atrayente ni de amable: lo que en ella desalentado y en agitacion. me seduce no es ella, sino la ventaja que creo me reporta.

Asi pues, si miento no es por amor á la mentira, sino sobreponiéndome, por el contrario, á la impresion de disgusto que naturalmente me inspira.

Pero si el alma es fuerte, si es sufrida, Ilega un dia en el que la lucha es menos viva y la victoria menos laboriosa; parece que entonces los resortes rebeldes de una actividad imperfecta están domeñados por una aplicacion obstinada: bien pronto una paz deliciosa reem

plaza las agitaciones de la lucha: hácese el bien sin esfuerzo, sin combate.

En fin, puede suceder que se haga el bien sin reflexion y sin eleccion.

El alma no se encuentra agitada entre el bien y el mal: ya no se escoge: no ve ya el mal: ve solo el bien: para ella ver el bien y practicarlo, es todo uno.

Mas nos engañamos; semejante estado no existe en la humanidad; es puramente ideal: el hombre tiende hácia él incesantemente y puede a veces acercársele; empero no podria alcanzarlo.

Estudiando las formas sucesivas de la libertad, elevándonos de grado en grado, de progreso en progreso, hemos salvado el límite de la perfeccion humana; hemos alzado nuestros ojos bácia una region superior; hemos entrevisto y esbozado la libertad divina.

La forma de la libertad divina es en efecto la santidad, y cualquier otra le es infinitamente inferior.

Desde luego está claro que no se puede sin blasfemar atribuir á Dios aquella primera forma de libertad que hemos encontrado en la naturaleza humana.

Dios no puede hacer el mal.

Si el mal no es en el hombre pura ignorancia, depende, sin embargo, de la ignorancia y de la imperfeccion natural de la humanidad. El hombre hace el mal, lo hemos visto, no por el mal mismo, sino para ir en busca de la felicidad.

Mas ilustrado, comprenderia que la verdadera felicidad es inseparable de la virtud, y no agotaria en una lucha insensata la mejor mitad de su vida.

En Dios, en el ser soberanamente inteligente, esta lucha, esa ignorancia no pueden suponerse sin incurrir en contradicción gro

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¿Diráse que no es libre para hacer el bien, si tampoco lo es para hacer el mal, y que la reflexion y la eleccion son una condicion esencial de la libertad?

Eso seria olvidar que en el hombre mismo, el analisis psicológico nos ha revelado un estado moral en el que el hábito suprime yapaga por grados la reflexion, la eleccion, la idea del mal.

Lo que el hombre viene á ser, lo que al menos aspira á ser por el hábito, Dios lo es por naturaleza.

La santidad no es en cierta manera para el hombre virtuoso mas que un accidente fugitivo, para Dios es su propia esencia.

en

El hombre se eleva penosamente de grado
grado basta el ideal de la santidad.
Este ideal es Dios mismo.

Del hombre á Dios, la esencia de la libertad no ha cambiado; solamente se ha purificado.

La actividad, la inteligencia, la intencionalidad, todo cuanto hay de efectivo y de positivo en la libertad humana, se halla de nuevo en la libertad divina.

Las caidas, las miserias, las alternativas, el esfuerzo, la reflexion, la eleccion misma, han desaparecido solamente, y muy lejos de que el tipo divino de la libertad haya sufrido por esto alguna alteracion, parece que lo percibimos sin velos, en su plenitud y en su pureza infinitas.

LIBRE ALBEDRIO. (Psicologia fisiológica.) ¿La libertad humana es absoluta? ¿no conoce límites nuestro libre albedrío? en una palabra ¿es libre el hombre?

Estas preguntas nos revelan lo trascendental del punto filosófico objeto de este artículo.

Trátase nada menos averiguar, en último resultado, si el hombre es responsable de sus acciones ante Dios y ante sus semejantes. Se ha dicho:

El hombre es libre: tiene libertad para obrar segun le acomode.

El hombre es libre; pero no obra con independencia absoluta, porque sus determinaciones son motivadas.

El hombre es libre hasta el punto de obrar sin motivos.

El hombre no quiere por necesidad todo cuanto quiere, luego es libre.

Se ha replicado:

El hombre no es libre; su voluntad es movida inmediatamente por Dios.

Todos los actos humanos están subordinados á la necesidad, luego el hombre no es libre.

En fin, los filósofos y los teólogos mismos no están acordes en cuestion tan interesante y de consecuencias tan trascendentales.

Nosotros creemos que semejante desacuerdo continuará reinando en las escuelas hasta que la psicologia no reclame los auxilios de las ciencias médicas, únicas competentes para resolver cumplidamente el problema antropológico del libre albedrio.

El hombre es una inteligencia servida por órganos, ha dicho Bonald, perifraseando á San Agustin: si las capacidades orgánicas son imperfectas, si su vitalidad está desquilibrada, si faltan algunas, el yo carecerá de medios materiales, adecuados, para revelar sus facultades.

Aun hay mas.

La mayor parte de nuestras facultades frénicas nos son comunes con los animales; y cabalmente son estas las que ordinariamente se ladean de los altos fines para que el Criador las destinara, hundiendo en su perversion á los miseros mortales en el albañal inmundo de asquerosas pasiones.

Para esclarecer la cuestion se hace preciso: Trazar una línea de demarcacion entre el hombre y el bruto.

Deslindar cuales sean las facultades del resorte de la vida de las del dominio esclusivo del alma.

Fijar reglas evidentes para distinguir la perversidad moral de la perversion orgánica. Asi y solo asi se logrará alcanzar la solucion de problema tan intrincado.

En nuestro articulo PSICOLOGIA FISIOLOGICA estudiaremos el libre albedrío, segun las reglas que acabamos de mencionar: en dicho artículo espondremos los principios filósoficos que profesamos, y los hechos que les sirven de fundamento. El lector podrá entonces apre ciar mucho mejor las consecuencias que deduzcamos y sus aplicaciones à la ciencia del hombre moral é intelectual.

este nombre á cualquier escrito breve, aunque no fuese mas que un catálogo ó lista de personas ó cosas. La palabra libro en castellano se contrae à un escrito de mas estension y se deriva de liber, nombre que daban los latinos á la segunda corteza de los árboles, de la cual usaban para escribir, formando con ella sus libros.

Puede decirse que los primeros objetos á que se dió el carácter de libros fueron las piedras, sobre las cuales á fuerza de tiempo y con mucho trabajo se grababan las leyes y las inscripciones. Asi se escribieron las tablas de la ley, el libro mas antiguo de que se hace mención en la historia. Mas adelante llegaron á trazarse los caractéres sobre hojas y cortezas de árboles y principalmente sobre el papiro, del cual tomó el nombre el papel. Despues se escribió en tablitas de madera delgada cubiertas de cera, y tambien de pieles ó pergaminos.

Por mucho tiempo se hicieron los libros como antes indicamos, con ciertas partes de los vegetales: de estas tuvieron origen los varios nombres que se les dieron, como los de folium, tabula, liber, y de ellas hemos formado tambien nosotros los de hoja, tablilla y libro.

En el tomo único que se publicó de las Memorias de la Academia de Barcelona, se encuentran noticias preciosas acerca de esta y otras materias; y tenemos una satisfaccion particular en trasladar lo que se lee acerca de la que tratamos. «La palabra libro, dice, se deriva de liber en latin y de biblos en griego, LIBREA (Historia natural.) Con este nom- nombre específico de todas aquellas sustancias bre se designa regularmente el pelage del ó telillas que se ballan entre la corteza esteprimer año de algunos rumiantes, el de los leo- | rior de los árboles y su tronco, de las cuales nes jóvenes y otros; la librea en los rumiantes se sirvieron los antiguos para escribir, llamaconsiste en lunares ó fajas dispuestas irre- das philyras, tilias, libros y corteza. La philyra gularmente de un color diverso del fondo, y y tilia son una misma cosa, la primera en por lo comun mas claro; en los leoncillos, por griego y la segunda en latin, que corresponde el contrario, son bandas trasversales y ne- en español á tejo, árbol generalmente conocigruzcas colocadas en los costados y que nacen do. De esta membrana se servian los antiguos de una línea dorsal del mismo color. Los colo- para formar una especie de papel para sus lires de un animalillo de librea recuerdan los bros, y de la misma se hacian cuerdas y maroque de un modo permanente se hallan en otras mas por su fibrosidad. Mas adelante se sirvieespecies del mismo género, de los que en vez ron tambien de las que produce el fresno, olde decir que no tienen libreas cuando peque-mo, álamo y plátano. Este papel se trabajaba ños, deberia decirse que la conservan toda su vida, y en apoyo de esta opinion pudiera citarse el ejemplo del axis que tiene siempre manchas blancas semejantes á las que se ven en la mayor parte de los cervatillos que son del mismo órden, y entre los gatos la pantera recuerda la librea de los leoncillos.

Tambien suele darse el nombre de librea por estension á la disposicion de los colores en los animales adultos; pero los franceses prefieren para este caso la palabra ropage.

Con el mismo nombre designaban los antiguos conquiliologistas dos especies muy comunes del género helix, que eran la helix arvensis y la nenuralis de Lineo.

LIBROS. (Historia.) Dábase en lo antiguo

jun'ando algunas telillas que se pegaban con una especie de cola y se apretaban sobre una mesa á manera de papel egipcio. Se asegura que los tártaros calmucos se sirven aun de un papel semejante, y cuyo uso hace muchos siglos se halla desterrado.»>

Al estremo de las tiras de pergamino ó papiro, que no estaban escritas sino por un lado, se solia poner un cilindro ó baston llamado umbilicus, en derredor del cual se rollaba ó envolvia el escrito, como lo denota la palabra biblos en griego y volúmen en latin; y al otro estremo estaba ordinariamente el titulo del libro llamado frons, el cual se escribió en letras de oro cuando la civilizacion fué progresando. Ademas, para que no pudiese leerse su

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