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ENCICLOPEDIA MODERNA:

DICCIONARIO UNIVERSAL

DE LITERATURA, CIENCIAS, ARTES, INDUSTRIA Y COMERCIO,

L

da por supuesto la ley, de lo que resulta que el derecho no las considera como instrumentos de crédito.

LIBRANZA. (Derecho mercantil.) La libran- | ordinario sobre fondos preexistentes; y asi lo za es un instrumento de cambio. Como la letra, es una escritura en la que un sugeto manda á otro que pague cierta cantidad a la órden de un tercero en determinado lugar, distinto Respecto á la forma, la libranza se distinde aquel en que la misma escritura se espide. gue de la letra: 1. en que ha de contener la No cabe encerrar dentro de los estrechos lími- espresion de ser libranza: 2.0 en que no es tes de una definicion, las diferencias esencia-menester que esprese la época del pago, no soles entre la libranza y la letra de cambio, de que nos hemos ocupado estensamente en el artículo de este nombre: indispensable es apelar á la descripcion y al analisis, considerando á la libranza en su objeto, en su forma, en su trasmision y en sus efectos.

lo porque se entiende pagadera á su presentacion, sino por que, como acabamos de indicar, la ley supone que la libranza se da sobre fondos preexistentes, y por lo mismo que se responde de su pago a la presentacion.

En órden à la trasmision no hay la menor diferencia. La de las libranzas se efectúa tambien por medio de endoso, y este ha de entenderse en igual forma que el de las letras de cambio.

En cuanto á su uso hay entre ambas diferencia esencial. Sin embargo, si atendemos á lo que muchas veces acontece, y en particular á las prácticas del comercio en los siglos XVII y XVIII, encontramos que el contrato de cam- Considerando las libranzas en sus efectos, bio es la base y la causa de las letras, al paso hallamos que por regla general los producen que las libranzas son de ordinario conse- iguales á las letras, tanto si se atiende á los decuencia de otro contrato, y por lo mismo es rechos que competen al portador y á las obliotro el principal objeto. En efecto, el que habia gaciones que se le imponen, como á la responcomprado ciertos géneros en una capital y te- sabilidad del librancista y endosantes y å las nia fondos en otra, donde cabalmente le con- obligaciones recíprocas entre el mismo libranvenia al vendedor recibir el precio, daba á este cista y el pagador. Esta regla admite dos esuna librarza contra su comisionista ó corres- cepciones, que son consecuencia de lo que ponsal del último punto. Ademas, atendidas las va indicado sobre el objeto de la libranza. En mismas prácticas de las cuales, segun veremos primer lugar, el portador de ella no tiene obliha partido la ley, la letra se emplea, no solo gacion de presentarla á la aceptacion ni decomo instrumento de cambio, sino tambien co-recho para exigirla del pagador; puede únicamo recurso de crédito; asi es que en ella no se mente protestarse por falta de pago, y sosupone hecha la provision en el acto del libra-lo en este caso cabe el recurso contra el miento, sino que se contrae la obligacion de librancista y endosantes. Esta escepcion nos hacerla, mientras que las libranzas se dan de confirma que la ley ve en la libranza, no un

instrumento de crédito destinado para la cir- | culacion, sino un medio de hacer pagos en este ó en el otro punto, y de ello se infiere otra especialidad de la libranza que recae sobre su forma, á saber, que si se diese á plazo, este ha de ser necesariamente fijo, y no contade desde la vista.

En segundo lugar, el tenedor de la libranza ha de ejercer sus acciones dentro de plazos mas cortos que los prefijados al portador de una letra de cambio; esto consiste en que se presume dada la libranza sobre fondos preexistentes en poder del pagador, cuyos fondos podria perder su dueño, si el portador retardaba por algun tiempo el uso de su accion, asi contra el mismo como contra los endosantes. No creemos necesario estendernos mas en esta materia, de suyo tan sencilla, máxime despues de lo que hemos espuesto con tanta estension sobre las letras de cambio.

LIBRE-ALBEDRIO. (Filosofia.) El libre albedrio ó la libertad moral (psicologia) pertenece al número de aquellos puntos de las ciencias filosóficas, acerca de los cuales reina gran desacuerdo entre los psicologistas.

Sin hablar de los sistemas de la antigüedad, fácil es convencerse de que los filósofos mas eminentes de los últimos siglos, Descartes, Espinosa, Leibnitz y Kant, han definido la libertad moral cada cual á su modo.

Los enemigos de la filosofía sacan á plaza semejante desacuerdo para celebrar su triunfo. ¡Cómo! ¿siempre sistemas, dicen, sin que jamás se alcance á formular una doctrina definitiva?

La libertad es un hecho de conciencia: si la psicologia no logra desentrañarlo cumplidamente ¿dónde, pues, su certeza? ¿dónde, pues, su autoridad?

Si al lograr su objeto, los psicólogos lo desfiguran ó lo niegan, ¿dónde, pues, su buena fé?

En ambos casos, ¿qué es del honor de la filosofia ante la conviccion de no poder ilustrar al hombre acerca de una cuestion esencialmente humana, en la que están empeñadas nuestras mas imperiosas necesidades y nuestros mas caros intereses?

Los que asi razonan olvidan un hecho que á lo que nos parece, reduce á la nada tan altaneras declamaciones, á saber:

«Que acerca de la cuestion de la libertad, los teólogos no han conseguido tampoco ponerse de acuerdo.»>

Desde los primeros tiempos de la Iglesia. vemos estallar la querella de la gracia y del libre albedrio.

Pelagio y Celestius prociaman que el hombre es dueño y señor de su destino; mas, arrastrados por su fervoroso culto hacia la verdad, desconocen ú olvidan mas de una condicion fundamental, y provocan enérgicas reacciones.

Los maniqueos, confesando de palabra ell

libre albedrio, lo suprimen en efecto, asi co-
mo los pelagianos quitaban la gracia bajo el
pretesto de limitarla.

En medio de estas contiendas resuena la
voz imponente de San Agustin, quien procura
fijar con seguridad el equilibrio misterioso del
libre albedrio y de la gracia.

Y preguntaremos:

¿El santo doctor ha mantenido la balanza en buen equilibrio? ¿Ha resuelto la dificultad de un modo definitivo?

Mucho lo dudamos, tanto mas cuanto que vemos renacer entre Santo Tomás y Duns Scot, entre Lutero y Erasmo, entre Arminius, y Gomar, entre Port Royal y Molina, la antigua querella, y que oimos invocar por Lutero y por Calvino, como por Jansenio y San Ciran, el nombre venerando del adversario de Pelagio. ¿Y qué hace la Iglesia en medio de estas tempestuosas contiendas?

Compórtase como el sentido comun: defiende los derechos de la accion divina contra los partidarios esclusivos de la libertad, á la vez que mantiene la independencia y la responsabilidad contra los celosos adeptos de la gracia.

Conducta seguramente muy sabia.

Mas ¿esa doble afirmacion desarma acaso á los adversarios? ¿da por ventura algun desenlace á ese drama cuyos actores se llaman sucesivamente pelagianos y predestinatistas, escotistas y tomistas, calvinistas y armenios, jansenistas y molinistas?

Ciertamente que no, y esta impotencia depende de la misma causa que nos va á suministrar la esplicacion de las contradicciones reinantes en los sistemas filosóficos; pues et problema de la libertad moral, lejos de ser simple, es complicadísimo entre los mas complicados que vivamente ocupan el ánimo de los teólogos y de los filósofos.

Si solo se tratara de constatar la existencia de la libertad, el testimonio enérgico de nuestra conciencia, y la historia del género humano, la ponen tan de manifiesto, que ningun filósofo hubiera osado ponerla en duda.

Mas no porque el hombre obre libremente se sigue de aqui el que obre con absoluta independencia.

No, porque sus determinaciones se apoyan en motivos.

¿Cuáles son estos?

¿Reconocen una misma naturaleza? ¿Un mismo origen?

¿O son por ventura de naturaleza y orí-
gen difereutes?

¿Cuál es el límite preciso de su accion?
¿Cuál es el modo, el como de su influencia?
Y esto no es todo lo que necesitamos sa-
ber, pues suponiendo resueltas estas cuestio-
nes, aun nos queda por poner en acuerdo ar-
monioso el libre albedrío con un otro órden
de verdades igualmente ciertas.

¿Cómo la parte de independencia humana

se armoniza con la economía general del mundo, con esta especie de geometría inflexible que al parecer preside á todos los movimientos del universo?

¿Cómo creer en la presciencia divina y en la libertad humana, en la omnipotencia de Dios, y en la responsabilidad de la criatura? Y Dios mismo ¿es por ventura libre? Si es libre ¿cómo es impecable?

Y si no lo es ¿cómo ha podido deparar al hombre la libertad?

La libertad divina ¿es independiente de toda razon de obrar?

Si lo afirmais, solo tendrá de comun el nombre con la humana.

Si lo negais, sometereis entonces á una condicion el ser absoluto é incondicional haciéndole descender á la esfera de las vacilaciones miserables de nuestra actividad fecta.

Segun nosotros, el método psicológico nunca ha sido aplicado en todo su rigor y con toda sinceridad á la materia de que nos estamos ocupando.

Si comprendemos bien este método, creemos que impone al filósofo dos condiciones esenciales:

1.

Buscar en el hombre, y no en otra parte, á la luz de la conciencia, el tipo primitivo de la libertad.

En efecto, la libertad puede hallarse en los seres mas diferentes, bajo las mas opuestas formas; existe en una esfera superior al hombre, y puede existir en otra que sea inferior á la suya.

Mas en vez de formarse de ella una idea abstracta ó un ideal arbitrario, en vez de buscar su modelo al azar en la naturaleza, ¿no es imper-evidentemente necesario que la observemos junto á nosotros, en nuestro interior, alli donde se nos aparece frente á frente sin intermediario y sin velos?

¡Qué abismo de dificultades! ¡Cuántas fuentes de disidencias y contradicciones!

Y ved, pues, lo que es preciso tener presente para absolver á los teólogos y á los filósofos.

Tal es la primera condicion de una teoría verdadera acerca de la libertad.

2. Despues de haber percibido en la conciencia el tipo de la actividad libre, ocuparse de su esencia, procurando despejarla de todo cuanto encierra de variable y de particular, y de no trasportarla á Dios, sino despues de haberla separado severamente de todo elemento de imperfeccion y de negacion.

En efecto, cuando se procura hacer constar la libertad humana, la Iglesia y la razon marchan cordes: el desacuerdo solo reina, cuando se esfuerzan en definir cientificamente la libertad; en profundizar sus condiciones; en concordarla, ora con otros hechos de la natu- Efectivamente es muy cierto que todo cuanraleza humana, ora con verdades de un órden to es político y sustancial en el hombre, como superior; cuando se esfuerzan en penetrar por tambien en los demas seres, procede de Dios y último su esencia general y su modo de accion: debe en él volverse á hallar de una manera entonces, pues, surgen las dificultades y se en-eminente; empero no es menos cierto que entrechocan las opiniones contrarias.

Por nuestra parte creemos que nunca llegarán á desvanecerse completamente esas oposiciones, ni menos el que las dificultades que las suscitan puedan alcanzar una esplicacion completa y definitiva.

Empero no se sigue de aqui el que pensemos que la filosofía esté condenada, en un artículo tan esencial, á la inmovilidad y á la impotencia; pues es innegable que la ciencia ha trabajado mucho para esclarecer las tan temibles oscuridades del problema en cuestion, y que todos los dias adquieren nuevos datos que la iluminan en sus investigaciones.

En sus manos tiene un medio seguro para acrecer rápidamente su tesoro; este medio es el analisis psicológico.

A medida que el método de observacion interior se establece de mas en mas en la filosofía, á medida que uno se acostumbra á buscar, no en las imágenes de los sentidos ó en las abstracciones del entendimiento, sino en una psicologia atenta y severa, el secreto de todos los grandes enigmas metafisicos, es indudable que está muy cercano el momento en que el problema de la libertad, sin alcanzar un completo esclarecimiento, pueda resolverse de un modo regular y científico.

tre la libertad del hombre y la de Dios débese hallar aquella misma diferencia que separa en todo al Ser de los seres de sus criaturas.

Las dos coudiciones de una teoría sólida acerca de la libertad se resumen asi: 4.a Buscar el tipo verdadero en la conciencia.

2. Distinguir la esencia pura de la libertad de las limitaciones y de las imperfecciones que la impone la naturaleza humana.

Todos los errores en que han caido los filósofos acerca de este punto, provienen del olvido de una de dichas condiciones.

Por haber desatendido la primera, se han lanzado en los dos sistemas del determinismo y de la libertad de indiferencia, sistemas contradictorios, de los cuales el último supone que el hombre puede determinarse sin motivos, al paso que el otro sienta que los motivos determinan invenciblemente la voluntad: ambos escesos son igualmente contrarios à la razon, y están igualmente desmeutidos por un analisis exento de la conciencia.

Por no haber tomado en cuenta la segunda condicion, otros filósofos han caido en dos errores no menos peligrosos que los precedentes.

Los unos, trasportando al seno de la na

turaleza divina el hecho humano de la libertad, han cargado á Dios con las vacilaciones y flaquezas de nuestra imperfecta humanidad.

Los otros, penetrados de la profunda separacion que existe entre Dios y el hombre, han supuesto en Dios una libertad de tal modo absoluta, de tal modo incondicional, que ya no tiene ninguna relacion con la libertad humana y se confunde con la necesidad.

Vamos á procurar evitar esos escollos y á hacer ver, por una parte, que los motivos obran sobre la voluntad sin determinarla; por otra, que la libertad de Dios, por mas superior que sea á la libertad humana, tiene en el fondo la misma esencia.

Observémonos atentamente en alguna de esas circunstancias de la vida en las que mil veces el hombre se encuentra.

Un amigo, por ejemplo, ha confiado un secreto á mi honor: puedo, revelando el secreto, hacer mi fortuna y al mismo tiempo perder al hombre que mas aborrezco en el mundo. Vedme, pues, agitado entre dos alternativas contrarias, de las cuales, una me hace ver la satisfaccion de mi ambicion y de mi venganza, comprada al precio del honor, y la otra el respeto de la palabra empeñada y mi conciencia pura y satisfecha.

¿Qué hombre de buena fé se atreverá á decir que este ejemplo es quimérico?

¿Quién, una vez siquiera en la vida, no ha estado sometido á pruebas análogas?

Analicemos el hecho, profundicémoslo y saquemos de él todas las consecuencias que

encierra.

en efecto, la razon me dice claramente que un secreto de honor es inviolable; y por la otra mi corazon lleno de recuerdos del amigo ausente me anima interiormente á guardar la fé prometida.

Generalizando este hecho, quiero sacar de el dos consecuencias, á saber:

1.a Que toda determinacion libre supone motivos,

2.a Que estos motivos influyen sobre la voluntad sin determinarla necesariamente. Se ha sostenido que el hombre es capaz de determinarse sin motivos.

Esta opinion, muy general en la edad media, ha sido aceptada en los tiempos modernos y en grados diversos por hombres de gran talento, tales son Clarke y Reid, y hasta por inteligencias superiores como Bossuet y Fenelon.

Se ha dado el nombre de libertad de indiferencia á esta libertad sin motivos, absoluta, incondicional, y atribuida sucesivamente al hombre y á Dios.

Y no se han contentado con sostener que el hombre y Dios tambien podian obrar sin motivos, sino que de esta independencia absoluta han hecho la esencia de la libertad.

En cuanto á nosotros, fieles al método que nos hemos trazado, no disertaremos acerca de la libertad en general, acerca de una libertad ideal y abstracta; antes que osemos decir lo que puede ser la libertad de Dios, preguntaremos á la conciencia lo que en efecto es nuestra propia libertad, y bajo qué condiciones se ejerce en la vida real.

Y desde luego, claro está que no consideY desde luego, si hay una cosa cierta, evi-rando sino las ocasiones algo importantes de dente, incontestable, es que, entre aquellas la vida, nuestras determinaciones libres están dos alternativas, guardar el secreto ó traicio- fundadas en motivos: la ambicion, el ódio, la narlo, soy perfectamente libre. venganza, el deber, el honor, el interés; ved ahi los resortes de la conducta humana.

Quiero decir, que conozco invenciblemente que dichos dos actos son igualmente posibles, que están igualmente encerrados en mi fuerza activa, y que para que uno de ellos se realice mas bien que el otro, es menester y basta que yo quiera.

Soy, pues, libre; pero ¿con qué coudiciones?
Eso es lo que vamos á averiguar.

He traicionado el secreto del honor, lo he traicionado á sabiendas y voluntariamente, en la plenitud de mi libertad.

Mas, ¿semejante determinacion ha sido tomada sin motivos?

Evidentemente que no: he cedido al atractivo de la ambicion, he querido satisfacer mi ódio: tales son los motivos que me han hecho sucumbir.

Suponed que no hubiese en mi ni cálculo, ni codicia, ni cólera, ni pasion de ningun género, mi acto seria inesplicable, no lo habria realizado.

Cualquiera accion material cuya relacion con alguno de estos móviles interiores no se percibe, es considerada como oscura é inesplicada; ó si no se busca el motivo que la determina, es por que parece enteramente insignificante.

Asi ¿que hacen los partidarios mas o menos decididos de la libertad de la indiferencia?

Van á buscar en la vida humana esas acciones sin nombre y sin importancia, que se escapan por su pequeñez ó por su prontitud á toda apreciacion.

El doctor Reid nos preguntará, por ejemplo, si cuando uno escoge en su bolsillo una guinea entre otras varias, para dar limosna ó pagar una deuda, tiene uno algun motivo para hacer esa eleccion.

Y sin embargo, dice, somos perfectamente libres de tomar una guinea con preferencia á las demas.

Pero supougamos, por el contrario, que soy Tambien pregunta con cierta ironía, si el fiel al juramento, ¿dicha fidelidad no está igual-asno de Budiran moria de hambre mas bien mente motivada? que derogar el principio de la razon suficiente. En lugar de insistir en estos argumentos

Lo está incontestablemente; por una parte,

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