La gloria de Don Ramiro: una vida en tiempos de Felipe SegundoSuárez, 1908 - 446 páginas |
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Página 10
... morir el crepúsculo . En el fondo de las calle- jas ya era de noche . Un reflejo purpúreo bañaba en lo alto la muralla y sus almenas , prestando un rubor de coral al tronco de uno que otro pino en los huertos . La ventana de una casa ...
... morir el crepúsculo . En el fondo de las calle- jas ya era de noche . Un reflejo purpúreo bañaba en lo alto la muralla y sus almenas , prestando un rubor de coral al tronco de uno que otro pino en los huertos . La ventana de una casa ...
Página 12
... morir en la hor- ca. El año 1560 cayó prisionero del turco , en los Gelves . Llevado á Constantinopla , y puesto al remo de una galera que cargaba materiales para el Palacio del Sultán , fué uno de los que mataron á los guardas á ...
... morir en la hor- ca. El año 1560 cayó prisionero del turco , en los Gelves . Llevado á Constantinopla , y puesto al remo de una galera que cargaba materiales para el Palacio del Sultán , fué uno de los que mataron á los guardas á ...
Página 83
... morir de envidia á mu- chos obispos . -¿Eso dijo ? -- Cabal . Paciencia , Martín . Ramiro meneó la cabeza con un gesto de enfado . Pasó un monje francisco montado en un bo- rrico ceniciento . Una santa leticia brillaba en su ros- tro ...
... morir de envidia á mu- chos obispos . -¿Eso dijo ? -- Cabal . Paciencia , Martín . Ramiro meneó la cabeza con un gesto de enfado . Pasó un monje francisco montado en un bo- rrico ceniciento . Una santa leticia brillaba en su ros- tro ...
Página 117
... Las damas gemían al ver morir , uno á uno , á los hermosos lebreles amarillos y blancos . De pronto un caballero , venido quién sabe de dónde , pasó hacia la derecha de la comitiva sobre lustroso corcel y , La gloria de don Ramiro 117.
... Las damas gemían al ver morir , uno á uno , á los hermosos lebreles amarillos y blancos . De pronto un caballero , venido quién sabe de dónde , pasó hacia la derecha de la comitiva sobre lustroso corcel y , La gloria de don Ramiro 117.
Página 125
... morir de esta guisa , todos los ardides serán vanos . Si , por el contrario , éste ha de ser mi acabar , ¿ á qué resistirme ? Bajaron algunos peldaños y la anciana silbó junto á él . Oyóse entonces un cerrojo que caía y el rechi- nar de ...
... morir de esta guisa , todos los ardides serán vanos . Si , por el contrario , éste ha de ser mi acabar , ¿ á qué resistirme ? Bajaron algunos peldaños y la anciana silbó junto á él . Oyóse entonces un cerrojo que caía y el rechi- nar de ...
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La gloria de Don Ramiro: (una vida en tiempos de Felipe II). Enrique Larreta Vista de fragmentos - 1946 |
Términos y frases comunes
acababa Adaja agora ahora Aixa alma Alonso amor anciano antiguo arrabal asomar Avila avileses Beatriz Blázquez boca Bracamonte brasero brazos caballero cabeza calle camino canónigo Cantan de Roldán Casilda Cebreros cielo ciudad comenzó criada cruz cuadra daga dejaba Demonio Diego doncella doña Alvarez doña Guiomar entonces eran escuchaba escudero espada estaba estancia exclamó Flandes gesto Gonzalo gregüescos hablar harto hidalgo hijo honra hora hubiera Iglesia instante Iñigo jubón labios lacayo largo lectoral levantaba libros de caballerías llegar llevaba Luego madre mancebo mano mañana Medrano mente mirada misteriosa morir moriscos muerte mujer mundo muralla muro Navamorcuende negro niño noche obscuridad ojos olor Pablillos paje palabras parecía parecíale pasar pecho penitencia pensar perfume pronto puerta pupilas Ramiro religioso rostro rumor sangre Santa Santo Oficio sarracena Segovia semblante sentido silla sintió sombra soñar tarde terciopelo Valle de Amblés veces ventana vestido Vicente volver vuesamerced
Pasajes populares
Página 16 - El sol acababa de ocultarse, y blanda, lentamente, las parroquias tocaban las oraciones. Era un coro, un llanto continuo de campanas cantantes, de campanas gemebundas en el tranquilo crepúsculo. Hubiérase dicho que la ciudad se hacía toda armoniosa, metálica, vibrante, y resonaba, como un solo bronce, en el transporte de su plegaria.
Página 7 - ¡Qué holganza para el niño hallarse lejos de la facha torva del abuelo, y encima de aquellas cuadras silenciosas del caserón, donde se acostumbraba encender velones y candelabros durante el día! Cuadras sólo animadas por las figuras de los tapices; fúnebre estrado, brumoso de sahumerio, que su madre, vestida siempre de monjil, cruzaba como una sombra. Las criadas le querían de veras. Todas miraban con respetuosa ternura al párvulo triste y hermoso, que no había cumplido aún doce años...
Página 442 - ... la contemplación y la penitencia, sin abandonar a sus padres ya sus hermanos. No ha escogido esa vida guiada por el remordimiento o los pesares. Ha nacido santa. Es milagrosa desde la cuna. Su primer aliento difundió en su morada un hálito del paraíso. Es la azucena conventual, bendecida por Dios en la tierra y en la simiente. Diríase que los ángeles mueven y aderezan todo lo que ella pone bajo su intento.
Página 160 - ... fin, todos los incidentes de su regreso despertaron la sobreexcitación y la calentura. Los médicos, después de sangrarle copiosamente ordenaron que le dejasen dormir. Se hallaba, al fin, completamente solo y en su propio lecho. La habitación estaba a obscuras. Sólo un polvoroso haz de sol entraba por alguna rendija, estampando en el tapiz un óvalo ardiente que parecía chamuscar el tejido.
Página 10 - Ramiro, asomado a una de las ventanas, miraba morir el crepúsculo. En el fondo de las callejas ya era de noche. Purpúreo reflejo bañaba en lo alto las almenas de la muralla, prestando un rubor de coral al tronco de uno que otro pino en los huertos.
Página 211 - Ese acrecienta como ninguno las potencias del alma, y, en un mismo día, asedia o se defiende, toma castillos o levanta cestones y palizadas, libra grandiosos combates, pone en fuga legiones inmensas, conquista mundos ignorados y maravillosos. Sólo aquél tiende su vuelo por los espacios de la eternidad, logra sus simientes, conoce la verdadera gloria y vence la vanidad, la brevedad y el terreno dolor. Sí, sería religioso y quizás ermitaño. Estaba resuelto. Bajando los párpados, soñó, entre...
Página 382 - Hoy día, ¡voto a Cristo!, no hay escudo que defienda como el que suena en la bolsa, atambor que haga marchar mejor que los doblones, reales más lucidos que los de plata. Antaño se arriesgaba la vida por la gloria del Rey, hogaño por su rostro acuñado en Segovia. Gánanse los ducados con ducados, las plazas de Francia con sus propias pistolas, ¡y juro por San Andrés !, que antes que hacer cuartos a los herejes holgárame hacer cuartos de mis ochavos.
Página 300 - Ramiro cercó con su brazo el cuello de la niña, oprimiéndola con dulzura. Sintió entonces el impulso frenético de poner sus labios sobre los labios de la doncella, de beber y morder en ellos el amor, la lujuria, el delirio, ¡locamente!, y la atrajo por fin hacia él con rabiosa vehemencia.
Página 377 - El hisopo purificó las mezquitas exorcisando los mihrabs y las albercas de las abluciones. Muchas capas de cal habían ocultado y carcomido los arabescos. Las voces frenéticas de los monjes, en los coros obscuros, ahogaban en la memoria hasta el último eco del canto de los almuédanos. La cera y el aceite ardían de continuo.
Página 235 - Una cascada de sol, traspasando los vidrios, entraba de sesgo en la estancia. El don rutilante y divino chispeaba en los objetos de plata, en el nácar y el metal de las incrustaciones, en el galón de las colgaduras, cayendo sobre el tapiz como una lluvia de oro de la mitología.