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publica donde está. Así la virtud y santidad de nuestro ermitaño, aunque él

Sus virtudes. la ocultaba, llegó por sí misma á mani· festarse de tal modo, que en toda aquella comarca se hizo pública y muy conocida de todos; por donde cobró tanta fama y opinión de Santo, que para consuelo de sus almas venían muchos á buscarlo, no sólo de los pueblos vecinos, sino también de las poblaciones más distantes. Ya dijo San Agustín que la buena fama era como olor bueno que conforta; y por ser como olor bueno la fama de nuestro ermitaño, todos lo buscaban para oir sus consejos. Fragancia de virtudes soberanas exhalaba nuestro Fray Martín desde lo retirado y escondido de su ermita, percibían esta fragancia los vecinos de la comarca, y ansiosos de confortarse con ella, acudían presurosos á la soledad, donde daba el solitario penitente á cada uno consuelo para sus penas, alivio para sus fatigas y remedio para sus males interiores. A todos instruía, á todos enseñaba y exhortándolos al aborrecimiento de los vicios y al amor de las virtudes, los despedía muy gustosos y consolados.

Su fama de santidad.

CAPITULO XV

Entra Fray Martín en la Religión y ocúpase en el ejercicio de muchas virtudes

M

ORABA nuestro devoto ermitaño
en la referida ermita de S. Cristo-

puchinos & la

bal, siendo ejemplo de santidad, austeri- Van los capudad y penitencia, cuando el año de 1691 öllería. determinaron los PP. de la Provincia de Valencia fundar convento en la Ollería, por ser esta villa muy á propósito para nuestro seráfico instituto. Tomose la posesión, y la villa les prestó la dicha ermita de S. Cristobal, para que en ella morasen mientras se labraba el convento no muy lejos de ella, en otra ermita de los Santos mártires Abdón y Senen. Hospedó nuestro ermitaño á los Capuchinos en su ermita; y como era tan aficionado á las obras de virtud, asistía con ellos á todas sus austeridades, penitencias, mortificaciones y demás penosos actos de Comunidad, admitiéndolo á ellos los religiosos, por las noticias que tenían de su virtud y santidad. Contentísimo estaba nuestro en S. Cristoermitaño con la compañía de los Reli- bal. giosos; porque si cada cual ama á su semejante y con su semejante se alegra,

Se hospedan

nuestro ermitaño.

siendo tan semejantes en las costumbres y en la vida los Capuchinos y nuestro Los trata ermitaño, claro está que había de hallarse muy contento con ellos, y por que lo estaba quiso quedarse con los Capuchinos. Miraba en ellos un desasimiento de todas las cosas temporales, y al mismo tiempo un anhelo grande por las divinas, una prontísima obediencia, una pobreza suma, una castidad limpísima y por último un conjunto de las virtudes todas, con un evangélico modo de vida, que los constituía en hijos verdaderos de nuestro S. P. S. Francisco.

De aquí sacó una certísima consecuencia, y fué, que la vida del religioso es más perfecta que la del solitario y como anhelaba por conseguir el ápice sumo de la perfección, creyó juiciosamente que más bien lo alcanzaría entre los Capuchinos, viviendo en obediencia, que en la soledad de su ermita con propia voluntad. Con este dictámen y alumbrado de la luz divina, se determinó á pedir nuestro santo hábito, como de hecho lo pidió. Y los religiosos, pareciéndoles que era muy á propósito para nuestra reforma, así por la común fama de santo que tenía, como por las sólidas virtudes que habían experimentado en él, lo remitieron á Valencia, y de allí al Convento de la Magdalena, que es casa de noviciado; y en ella el día primero de Septiembre Se hace Ca del año 1601, recibió con mucha devopuchino. ción el hábito de mano del P. Fr. Serafín de Policio, poniéndole por nombre Fray

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Martín de Sevilla, y quedando así agregado al número de los novicios.

y profesión.

Conmutado ya el sayal de ermitaño Su noviciado por el de religioso, empezó Fr. Martín (como si de nuevo empezara) á ejercitarse en todo género de virtudes con mucho contento suyo y alegría de los religiosos; corriendo de este modo el año del noviciado, hasta que cumplido le dieron la profesión el día dos de Septiembre de 1602, con especialísimo júbilo de su alma, y también de la Comunidad, que admiraban en él preludios de la santidad de vida, que después se experimentó. Como Fr. Martín en la vida eremítica estaba habituado á la oración, al silencio, á la mortificación y penitencia, ni la mortificación, ni el silencio, ni la oración, ni otra austeridad alguna le costaba trabajo: lo único que le dió mucha guerra fué el no hacer esto cuando él quería, sino cuando las leyes de la Religión se lo mandaban; lo cual era como resabios de aquella libre voluntad, que en todas sus penitencias y mortificaciones había tenido. Y así, aunque las penitencias y mortificaciones de la Religión son bastantes, á él le parecían muy pocas, y anhelaba á ejecutar más; pero conociendo prudente que la negación de la propia voluntad es el más sólido y firme fundamento de la virtud, venció generosamente este disimulado enemigo de la vida monástica, que es la voluntad propia, sujetándose ritu. en todo al dictámen de su Prelado y ganando con esto más merecimientos que

Su buen espí

ganaría con extraordinarias penitencias hechas por la propia voluntad.

Conociendo los Prelados estos fervoSu penitencia res de Fray Martín, le daban licencia para hacer penitencias más frecuentes que las ordinarias de la Comunidad; y así, lo continuado de las vigilias, lo austero de los ayunos, lo frecuente de las disciplinas, lo humilde y pobre del hábito, y el ejercicio de todas las demás virtudes era en él singular entre todos, pues á todas se aventajaba; y aunque nuevo en la Religión, como era antiguo en la virtud, á muchos los excedía. Contínuamente andaba cargado de cilicios; y con más continuación, (pues era siempre,) tenía ceñida á raiz de las carnes una cadena de hierro, que aunque bastantemente lo mortificaba, servíale de consuelo considerar que ataba con sus enlazados eslabones al más doméstico enemigo, que era su propia carne. En la boca, á imitación de S. Pedro de Alcántara, tenía una pedrezuela para que, embarazándole el uso de la lengua, callase con evangélico silencio, y así refrenase aquel monstruo horrible que siendo en la cuantidad pequeño, apenas hay quien lo pueda refrenar, como escribe el Apóstol Santiago; de donde adquirió un singular hábito de callar, y asi se hizo varón silencioso, retirado y apartado de todo comercio y Su silencio. comunicación; pero no por eso ocioso, antes sí, tan amigo de trabajar, que siempre había de estar ó en la oración recogido ó ocupado en el trabajo.

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