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Compañía á fundar dos ciudades y edificar tres fortalezas en el distrito de la gobernación que se les concedió, que fué desde el Cabo de la Vela, corriendo al Este, hasta Maracapana, que son más de trescientas leguas de longitud, con el fondo que les pareciese conveniente para el Sur, en que, por entonces no se les señalaron límites; para lo cual había de armar la Compañía cuatro navíos y conducir en ellos trescientos hombres españoles y cincuenta alemanes, maestros de mineraje, que á su costa habían de repartirse por todas las Indias para el mejor conocimiento y beneficio de los metales, y en recompensa les hizo merced el Emperador del titulo de Adelantado para la persona que nominasen los Belzares, y les concedió el cuatro por ciento de todos los productos que en la conquista tocasen de sus quintos á la Real Corona, y doce leguas en cuadro en la parte que escogiesen de las tierras que conquistasen, para disponer de ellas á su arbitrio, con facultad para poder hacer esclavos los indios que rehusasen rendir la cerviz al yugo de la obediencia, guardando en esto la limitación prevenida en las instruccio. nes dispuestas sobre materia tan grave, y con intervención del P. Fr. Antonio Montesinos, religioso del Orden de Santo Domingo, á quien nombró el Emperador para que, con el título de protector de los indios, pasase á esta provincia, adjudicándole los frutos decimales para que á su voluntad los distribuyese en usos píos, en el ínterin que se daba otra disposición más conveniente.

Al tiempo que se ajustaron estas capitulaciones, que fué el año de 528, había el Emperador hecho merced del gobierno de Santa Marta (que estaba vacante por muerte de Rodrigo de las Bastidas) á García de Lerma, su gentilhombre de boca, caballero muy ilustre, natural de la ciudad de Burgos; y hallándose éste en la corte, tuvieron ocasión los Belzares de convenirse con él, para que, como confinantes en sus conquistas, se auxiliasen unos á otros siempre que la necesidad lo pidiese, en cuya conformidad fuese por capitán de sus tres navíos alemanes, y hallando pacífica la ciudad de Santa Marta de las alteraciones que se habían originado por

las alevosas heridas que dió á su antecesor Bastidas su Teniente general Villafuerte, pasase en persona (si fuese necesario) á socorrerlos á Coro.

Confirmados estos capítulos por el César, nombraron los Belzares por gobernador de sus conquistas á Ambrosio de Alfinger, y por su Teniente General á Bartolomé Sailler, ambos alemanes de nación, y dispuestas todas las cosas necesarias, el mismo año de 28 se dieron á la vela, bien proveídos de caballos, armas y municiones, trayendo consigo cuatrocientos españoles, y entre ellos muchos hidalgos y hombres nobles, como fueron Juan de Villegas, natural de Segovia, progenitor ilustre de los Villegas de Caracas, varón á todas luces grande, á quien debe esta provincia su conservación y aumento, y quien nos dará bastante materia para la narración de nuestra historia; el capitán Sancho Briceño, de quien descienden los caballeros Briceños, Bastidas, Verdugos y Rosales de la ciudad de Trujillo; Juan Cuaresma de Melo, que habiendo sido muchos años mayordomo de los Duques de Medina-Sidonia, pasó en esta ocasión á esta provincia, casado con Francisca de Samaniego, á quien hizo el Emperador merced de un regimiento perpetuo en la primera ciudad que se poblase; son herederos de los méritos y servicios de este caballero los Guevaras de esta ciudad de Santiago, por haber casado con D.a Luisa de Samaniego, su nieta, el capitán Juan de Guevara, sobrino del Licenciado Iñigo de Guevara, del hábito de Santiago, oidor de Santo Domingo, en cuya compañía pasó de España á estas partes; el contador Diego Ruiz Vellejo, Gonzalo de los Ríos, Martín de Arteaga, Juan de Frías, Luis de León, Joaquín Ruiz, Antonio Col, Francisco Ortiz, Juan VillaReal, Jerónimo de la Peña, Bartolomé García, Pedro de San Martín, factor de la Real Hacienda, el Licenciado Hernán Pérez de la Muela, Alonso de Campo y otros.

Con próspero viaje llegó Ambrosio de Alfinger á Coro, y presentando los despachos que traía, vistos por Juan de Ampués, obedeció lo que el Emperador mandaba, y en cumplimiento de las reales provisiones le entregó luégo el

gobierno, aunque con el sinsabor y disgusto de ver convertirse en ajenas conveniencias el fruto que esperaba gozar de sus propias fatigas; desconsuelo con que vivió toda su vida retirado en la isla de Santo Domingo, sin que fuese bastante á templar su sentimiento el señorío de la isla de Curazao (6), de que le hizo merced el Emperador, procurando aplacar con esta honra los escozores que le causó su queja.

CAPITULO V.

Perfecciona Alfinger la fundación de Coro, y sale con su gente al descubrimiento de la laguna de Maracaibo.

Tomada por Alfinger la posesión de su gobierno, aunque su ánimo y el de los demás alemanes que le sucedieron nunca fué de atender al aumento ni conservación de la provincia, sino disfrutarla, logrando el tiempo de aprovecharse mientras durase la ocasión (como lo manifestaron sus obras), sin embargo, hallando fundada la ciudad de Coro por Juan de Ampués, quiso darle la perfección que le faltaba instituyendo en ella aquellos oficios de que necesita una república, así para su lustre, como para la ordinaria administración de su justicia; y como el Emperador había hecho merced á Juan Cuaresma de Melo de un regimiento perpetuo en la primera ciudad que se poblase, habiendo llegado el caso, le dió posesión del ejercicio y nombró por compañeros á Gonzalo de los Ríos, Martín de Arteaga y Virgilio García, que juntos en cabildo eligieron por primeros alcaldes á Sancho Briceño, y Esteban Mateos, natural de Moguer; en cuyas disposiciones, y otras que le parecieron convenientes para dar forma á la manutención de aquella nueva planta, gastó el tiempo que restaba del año de 28, y entrado el de 29, como se hallase con aquellos ardientes deseos á que le incitaba la codicia de procurar cuanto antes adquirir rique

zas, sin reparar en que fuesen ó no justos los medios para poder conseguirlas, consultó con las personas que tenían más experiencia la parte que le podría ser más provechosa para encaminar á ella sus conquistas, y habiéndole informado ser la laguna de Maracaibo la que por entonces se reconocia más pingüe, pues cuando no hallase otro pillaje, siendo la más poblada, podría conseguir mucho interés. haciendo esclavos los indios que cogiese, se determinó á ejecutarlo, sin advertir en las malas consecuencias de tan inicuo consejo ni en las resultas de tan injusto arbitrio; á este fin mandó poner por obra la fábrica de algunos bergantines para poder navegar por la laguna, y fenecidos con brevedad (dejando en Coro á su teniente Bartolomé Sailler), despachó en ellos por mar alguna de su gente para que, entrando por la barra, le esperasen en la laguna, mientras él, con el resto que le seguía, se encaminaba por tierra, atravesando las cuarenta leguas que hay de distancia hasta llegar á sus orillas.

Al Poniente de la ciudad de Coro, y cuarenta leguas de ella, formó la naturaleza un hermoso golfo de agua dulce, llamado comúnmente laguna de Maracaibo (7), por el nombre de un cacique que hallaron en ella los primeros españoles que la descubrieron; tiene su longitud de Sur á Norte, corriendo cincuenta leguas desde el río de Pamplona hasta la barra, por donde desagua al mar; de latitud, por la parte que más ensancha sus aguas, tiene treinta, y en su circunferencia más de ochenta; fórmase la monstruosa corpulencia de este lago del caudal de muchos ríos, que para enriquecerla con sus aguas, consumen en ella sus corrientes; los principales son: el de Pamplona, por otro nombre el Zulia; el Chama, cuyo origen es de las nieves derretidas en las sierras de Mérida; el San Pedro; el caudaloso Motatán, que forma sus principios en el páramo de Serrada: por la banda de Poniente le tributan sus corrientes un poderoso río, que baja de las sierras de Ocaña; el Catatumbo, que le entra por tres bocas; el de Arinas, célebre por sus ocultas riquezas; el Torondoy, por la excelencia saludable de sus aguas; el Su

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