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PERIODO SEGUNDO.

CONTRABANDEO.

CAPITULO IV.

Seria impropio de la obra que escribimos un exámen de las consecuencias que el fatal sistema prohibitivo ha producido al comercio. La ciencia administrativa ha generalizado suficientemente las causas de la ruina de muchos estados que la naturaleza habia favorecido con un clima templado y un suelo feraz, y que sin embargo veia perecer en la miseria las clases laboriosas. Gracias al benéfico influjo de sus máximas humanitarias, todos los gobiernos, con mas ó menos acierto y prudencia, han ido reformando las bases de su administracion, montándola sobre el eje del interés géneral, y condenando el de los privilegios y restricciones.

En los gobiernos absolutos sobre todo, este principio era la gran máxima, y tan fatal sistema estendia su línea desde los primeros á los últimos artículos de la escala productiva. Bajo el reinado de Fernando VII las buenas doctrinas se fueron introduciendo á su pesar en el plan de sus economistas: la reforma, empero, puede decirse que no se

emprendió, ya fuese que no la aconsejase una conviccion profunda, ya que el carácter timorato de esa clase de gobiernos la condujese lentamente á su realizacion. Artículos de primera necesidad, porque el grado de la necesidad no se determina abstractamente, sino por el estado relativo de cada nacion, ó estaban absolutamente prohibidos ú oprimidos bajo el peso de un enorme impuesto que impedia todo desarrollo y hasta su menor movimiento.

El efecto de tan absurdo sistema era naturalmente el contrabando, porque cuando un interés particular muy estendido se ve apoyado por la razon, no hay fuerza bastante en la autoridad para que sus prohibiciones se escuchen, ni hay peligro que no se arrriesgue, si despues de salvado se encuentra el aliciente de un premio proporcionado, ó una grande ganancia. La multitud de brazos robustos, que bajo un gobierno protector se dedicarian á la industria, se ven impelidos, y van todavía á ganar su sustento llevando su vida cercada siempre de mortales azares.

El contrabando, no considerado por los criminalistas sino como un efecto deplorable de una organizacion viciosa en la administracion del estado, como un defecto de la legislacion, está reclamando una reparacion pronta; porque esa ocupacion penosa, llena de azares y peligros, es el precipicio de millares de familias honradas á quienes la miseria coloca en su borde y arroja por su pendiente. Dígase cuanto se quiera en favor del comercio de buena fé, declámese hasta el cielo condenando al contrabandista; pero confiésese que ni es el medio de proteger á aquel levantar la muralla de las prohibiciones, ni el de destruir á este, perseguirlo y castigarlo, dejando intacto el origen de esta clase de delitos, que no estan grabados en la conciencia, ni deben existir en los códigos de una nacion bien constituida. Declamar contra los efectos de una causa que se abandona á sí misma, que no se estirpa, es en verdad injusto y ridículo: todavía mas contra esos infelices á quienes el hambre arroja frente á los peligros cubriendo con su espalda al especulador avaro, que llena sus arcas con el sudor metálico de sus fatigados miembros. Las cárceles, los presidios, algunas veces la horca, son el fin que corona una larga série de penalidades y privaciones horribles: i y todavía se insulta á la víctima de la miseria! ¡ todavía hay palabras de escarnio y befa para esos huérfanos de las leyes!

Es tiempo de cicatrizar esas llagas abiertas en las últimas clases del pueblo por medio de una organizacion armónica, sábia, y de una legislacion justa y equitativa; es tiempo de suavizar esas leyes bárbaras que deshonran á España y la envilecen. Piensese que semejante estado no puede, no debe prolongarse.

En la época á que nos referimos, las fronteras mercantiles del norte de España no estaban en los Pirineos, sino á las orillas del Ebro, porque las provincias Vascongadas gozaban en virtud de sus fueros del beneficio de la libre introduccion. El Ebro por lo tanto era la línea de mas rigorosa vigilancia para los carabineros, y la que los contrabandistas naturalmente acechaban con mas ahinco. La sedería, los paños, las telas blancas y la quincalla, eran los artículos mas comunes de importacion, consistiendo la esportacion en ganado lanar, etc.

Cuando la negligencia ó el descuido del resguardo dejaba á descubierto algun punto vadeable, se apresuraban los contrabandistas á hacer sus trasportes, llevando los fardos al hombro; pero como generalmente esto no acontecia, se veian precisados á hacerlos por los parajes de lecho mas profundo ó de mas rápida corriente, que los guardas por esta misma razon observaban con menos frecuencia y mas descuido. En estos sitios era imposible emplear el mismo medio de trasporte, y los generalmente puestos en práctica diaria, eran los barcos de aneas ó de odres, cuya descripcion y uso haremos.

Cuando se valen de los juncos ó aneas, cortan en las mismas orillas del Ebro, donde nacen con abundancia, la cantidad suficiente, y forman ocho ó diez gavillas, que atan despues una á otra de manera que formen una superficie plana de dos ó tres varas cuadradas, capaz de resistir por su menor densidad el peso que debe trasportar. Este barco es conducido ó hecho en un paraje aislado, y allí lo dejan oculto entre la maleza hasta el momento oportuno del paso, que por lo comun es de noche. El contrabandista baja con sus cargas del pueblo inmediato, donde ha concertado con sus cómplices el sitio, la hora y las demas circunstancias; y en cuanto oye la contraseña convenida en la orilla opuesta, arroja el barco al agua y coloca en él los fardos. No tarda en llegar á nado un perro, por lo comun de lanas, que obedeciendo á la señal de su compañero, viene á ponerse á su disposicion; lo ata al barco por medio de un atalage como el de los coches, y á una mera señal, repasa el rio conduciendo el barco cargado, en cuyo centro va el contrabandista con una lata en la mano para ayudar el traspaso apoyándola en el fondo, ó para desviar el barco de algun obstáculo. Apenas llega á la orilla, descargan, trasladan aceleradamente el género á un punto mas seguro, y deshacen ó esconden el barco, para que pueda servirles en otra ocasion á ellos ó á sus compañeros de oficio.

Cuando emplean los odres, la operacion es mas breve. El contrabandista los lleva consigo, y al llegar á la orilla, los llena de aire y ata igualmente á la par con objeto de presentar una grande superficie á la

masa de agua; volviéndolos á desinflar y guardar hasta nueva ocasion. Si los géneros son de pequeño volúmen ó de cierta calidad, los introducen en un odre, atan á él una cuerda que traspasa el adiestrado perro, los compañeros la reciben y tiran por ella, hasta que, arrastrando por el lecho del rio, llega á la orilla.

Estos son los ingeniosos medios que la necesidad ha sugerido á los contrabandistas, con los cuales, á través de mil peligros, ganan verdaderamente su vida y la de su querida familia. Cúlpese, repetimos, á la legislacion que en sus errores quiere que exista esta clase de delitos y delincuentes, que sin faltar á las leyes divinas, por el olvido, la ignorancia, ó la forzosa necesidad de desobedecer leyes injustas, hijas de un sistema absurdo, han recibido castigos atroces, que no podrá justificar jamás ninguna consideracion. Hasta se ha visto fusilar algunos de esos infelices animales, leales servidores de su amo, por haberlos sorprendido atados al barco en el acto del trasporte. ¡Escenas cómicotrájicas de una legislacion bárbara, cuyo oprobio no cae sobre el delincuente sino sobre el juez!

No obstante la vida del contrabandista, amenazada siempre, cercada de peligros, se presentaba á los ojos de ZURBANO, de impresiones vivas, fogoso, dotado de una constitucion enérgicamente desarrollada, llena de atractivos y de seduccion. Formar el plan de la espedicion, caminar de noche, vadear los rios, huir de las poblaciones, dormir en los bosques, ocultarse en los matorrales ó en las cuevas ; y cuando una sorpresa ha burlado todos los cálculos, emprender la fuga ó una obstinada resistencia á mano armada, caer prisionero ó conducir lentamente á la vista de los vencidos que huyen, el objeto de su codicia; todas estas escenas diarias se ofrecen á la vista de una imaginacion naturalmente guerrera con una májia que seduce y vence. ZURBANO desde niño amaba los riesgos personales, las empresas peligrosas, y se entregaba á ellas con toda la vehemencia de las pasiones vírgenes y ardorosas no podia vivir en la clásica monotonia del cultivador de los campos, porque era contraria al instinto poderoso que llenaba su corazon; necesitaba un teatro mas espacioso, escenas mas variadas, peripecias mas frecuentes. Si la guerra iluminase todavía nuestros pueblos cuando ese instinto se rebeló contra la voluntad y la sometió, ZURBANO no hubiera sido, sin duda alguna, contrabandista: hubiera vuelto à cojer un fusil, que habria llegado á dejar por una espada, si la fortuna velase sobre su vida, y el baston que mas tarde, cuando la nieve de la vejez cubria su cabeza, empuñaron sus manos, habria tal vez contrabalanceado la triste suerte de España. Si se piensa que la fortuna de

ZURBANO, aunque módica, cubria con esceso las cortas necesidades de una vida aústera y reglada; si se piensa que la prodigalidad era el único defecto de su carácter; si se piensa, en fin, en esa afinidad intima de sus inclinaciones y la vida aventurera y arriesgada del contrabandista, se dirá que ZURBANO no pudo emprender ese oficio, nî oprimido por la miseria, ni devorado por la avaricia, sino arrastrado por una pasion fuerte. Los rígidos moralistas que encierran los estados se sublevan cuando hay quien holla, sin percibirlas, esas máximas arbitrarias é injustas que no estan en el corazon, y á las que, en su ostentosa humildad, pretenden encadenar á la misma naturaleza. Pero el filósofo nada exije contra la naturaleza de las cosas, y al hacer su juicio severo é imparcial de los individuos y de los sucesos, nunca olvida esa cantidad indestructible que Dios escribe con su puño en el corazon humano.

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