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de artilleria desfilaba por delante de las tropas constitucionales que habia en Vergara á las órdenes del brigadier Labastida, segundo gefe del estado niayor general del duque de la Victoria. Ambos ejércitos se hicieron los honores de ordenanza, y era una escena magnifica la que ofrecian aquellos valientes, los unos con boinas, los otros con morriones, veteranos todos, todos curtidos en las batallas, mirándose mútuamente con inesplicable asombro. Los de las boinas al desfilar se preguntaban unos á otros por Espartero, todos buscaban con avidez al varon ilustre, al esclarecido guerrero, en cuya espada tantas veces se habian estrellado sus impetus belicosos.

«Espartero llegó; todas las miradas se concertaron en él, todos los ojos al parecer se disputaban sus facciones. Seguiale una comitiva brillante, y llevaba á su izquierda al general Maroto, con el cual recorrió, montados ambos en arrogantes caballos, la interminable linea que formaban ambos egércitos, saludándolos á todos con aquella sonrisa y afabilidad caracteristica que endulzaban su espresiva y pronunciada fisonomia; sin usurpar jamas su marcialidad. Dió su frente à la division castellana, á cuyo general previno que mandara echar armas al hombro. Su ejército hizo lo mismo, y entonces el ilustre caudillo de la libertad improvisó una tierna arenga que conmovió todos los corazones, y cuando su palabra hubo ejercido en todos una impresion má gica, se arrojó en brazos de Maroto, y con voz, patética y los ojos arrasados de lágrimas: abrazaos todos; hijos mios, esclamó, como yo abrazo al general de los contrarios nuestros.

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Los soldados tambien lloraron. Es preciso renunciar á los deseos de describir aquella escena tan bella como grande, tan tierna como magnilica, digna de que la trasladen á la mas remota posteridad los bandos de la patria. Nosotros, nuestros hijos, los nietos de nuestros hijos, no recorrerán jamás los campos de Vergara sin esperimentar un dulce sentimiento que les arrancará una lágrima. Los campos de Vergara son desde aquel dia santos; y no hay quien no envidie la suerte del mas infeliz soldado que tomó parte en el grandioso drama de que ellos fueron teatro. Abrazaos todos, hijos mios. Apenas pronunció Espartero estas inmortales palabras, los dos ejércitos se lanzaron á la vez el uno contra el otro, y todo desde luego fué una confusion, una mezcla de boinas y de morriones. Se salieron al encuentro para abrazarse los que tantas veces se habian salido al encuentro para destruirse. Pecho contra pecho se estrechaban los unos á los otros, y se besaban y enredaban las cruces polvorosas y gloriosas cintas que los veteranos habian adquirido combatiéndose, Muchos de ellos se reconocieron que habian

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militado juntos bajo una misma bandera en tiempo de Fernando VII, y entre ellos los habia gloriosos restos de aquella insurreccion nacional que abatió las águilas del imperio: mas de un amigo encontró á su amigo, mas de un hermano á su hermano, mas de un padre à su hijo. ¡Viva la constitucion, viva la paz, viva la reina, vivan los fueros, viva el duque de la Victoria! estas aclamaciones salian indistinta mente de la boca de unos y de otros, en tanto que las músicas de los regimientos poblaban los aires de armonia, y sus apacibles notas llevadas á lo lejos anunciaban la paz y se trasladaban al horizonte como un testimonio de aquel acto magestnoso.

«Ya no son mas que uno solo los dos ejércitos. Los de Maroto se pasean del brazo con los de Espartero, y se preguntan y se cuentan la historia de su vida, y los pormenores y batallas á que unos y otros han asistido. Se esfuerzan mútuamente en agradarse, y ni media una provocación, ni una sola palabra que pueda ser siniestramente interpretada. Son tan amigos, que no saben esplicarse como alguna vez pudieran dejar de serlo. Se enseñan sin rencor las cicatrices de las heridas que reciprocamente se abrieron, y hablan sin escitarse envidia ni desenterrar ningun ódio de sus victorias y derrotas. Imposible parece que tantos años de encarnizada guerra, en que todos al parecer se esforzaban en ahogar todos los sentimientos de humanidad, hubiesen dejado en su corazon tan bellos instintos. Aquellos hombres que se abrazaban y lloraban, mil veces habian pisado cadáveres, sin estremecerse, y entrado á saqueo poblaciones de hermanos, y sembrado en muchos puntos el luto y la desolacion llevándolo todo á sangre y fuego. Dos veces se reprodujo la interesante escena que acabamos de bosquejar, El duque de la Victoria estaba almorzando con los principales gefes de uno y otro ejército, cuando recibió la plausible noticia de que' se acercaba Iturbe con los guipuzcoanos para seguir el ejemplo de la division castellana. Un grito de alegria que resonó en todo el campamento acogió los bravos de Guipúzcoa. Tambien estos y los constitu cionales se abrazaron con inefables muestras de placer. Espartero, estrechó en sus brazos á Iturbe, quien contó al esclarecido caudillo las muchas dificultades que en Ormaiztegui habia tenido que vencer con objeto de esterilizar los trabajos de los emisarios apostólicos destacados del cuartel real para disuadir á un batallon de sus planes de convenio. A los guipuzcoanos siguieron los vizcainos, únicos que faltaban en los campos de Vergara para verse reunidas las fuerzas comprendidas en el tratado. Hemos visto en busca de ellos salir á su general Latorre del cuartel general de Espartero. El gefe de los, vizcainos en la maña

na del 31 llegó à Elgoivar, en cuya casa consistorial reunió toda la plana mayor y oficialidad de los cuerpos, y leyendo el convenio, hizo formar las tropas en seguida para conducirlas à Vergara, El cura de Ibarzabal intentó sublevar un batallon, de que era comandante; pero sus conatos se estrellaron en la indiferencia de sus soldados, y por úl timo, à la rapidez de su fuga debió la conservacion de vida. Las tropas rompieron la marcha hácia Vergara, y habian llegado ya á la altura de Plasencia, cuando corriendo à todo escape y jadeando, su caballo se presentó un tal Iturriza, brigadier, que vénia de parte de Don Carlos para impedir que Latorre siguiese adelante su camino, Cali+ ficó Latorre de temeraria esta exigencia, y se enfureció de tal modo. que su espada se hubiera manchado en la sangre del emisario, si este no hubiese huido por el puente con tanta precipitacion como habia venido. La division vizcaina entró en Vergara sin ningun otro inciden+ te à las dos de la tarde, y se reprodujo el mismo interesante espectá culo que se debió a la presentacion de los guipuzcoanos y castellanos, »

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He aquí como se verificó ese grande acontecimiento de la union de dos ejércitos, tanto tiempo enemigos: la estipulacion que la produjo completará nuestra reseña.

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Convenio celebrado entre el capitan general de los ejércitos nacionales D. BALDOMERO ESPANTERO y el teniente general D. Rafael Maroto,

Articulo 1. El capitan general D. Baldomero Espartero recomendará con interés al gobierno el cumplimiento de su oferta; de comprometerse formalmente á proponer à las cortes la concesion ó modi ficación de los fueros.

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Art. 2. Serán reconocidos los empleos, grados y condecoraciones de los genérales, gefes, oficiales y demas, individuos dependientes del ejército del mando del teniente general D. Rafael Marotó, quien presentará las relaciones, con espresion de las armas á que pertenecen quen. dando en libertad de continuar sirviendo en defensa de la Constitucion de 1837, el trono de Isabel II y la regencia de su angusta Madré, ú bien de retirarse á sus hogares los que no quieran continuar con las armas en la mano.

Ariz. 3o Los que adopten el primer caso. de continuar sirviendo, tendrán colocacion en los cuerpos del ejército, ya de efectivos, ya de supernumerarios segun el órden que ocupen en la escala de las ins pecciones á cuya arma correspondan. 97

Art. 4. Los que prefieran retirarse a sus casas, siendo generales

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