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CAPITULO V.

La presencia de ZURBANO no revelaba la humildad de su cuna. Su cuerpo, de una estatura mediana, tomaba siempre una actitud gallarda: generalmente un brazo descansaba en la botonadura de la chaqueta ó del chaleco, y el otro caia con soltura sobre el perfil de sus arqueadas caderas. Marchaba derecho, con la cabeza erguida, sin aire de altanería, y por lo comun su paso era entonces acelerado y firme. Sus movimientos eran vivos, casi bruscos, y la agitacion de sus miembros incesante.

Jamás una fisonomía se ha revelado con mas facilidad á las concepciones menos perspicaces. La mirada de sus ojos, azul-ceniza claro, algo prominentes, no era móvil, sino fija y penetrante: estaban protejidos por una espesa, ceja en cuyos movimientos contínuos y estremados se dibujaban, por decirlo así, todas las sensaciones de su alma. Alguna ligera línea trasversal oscilaba en su frente de regular espansion: una cútis suavemente morena y tersa cubria su rostro mas bien largo que redondo: sus lábios delgados, cerrados por lo comun en línea recta, indicaban perfectamente, con una mandíbula inferior ancha, la enerjía de su carácter. Rodeaba esta cara una barba espesa, de pelo algo indócil; y cubria su cabeza de curvas pronunciadas una cabellera color castaño bastante sedosa y abundante. Jamás el corazon ha estado tanto en la cara : en ella estaban todas sus pasiones representadas con un rasgo fnerte que nadie podia desconocer.

Su conversacion era animada; el lenguaje cortado, sembrado de comparaciones exactas y picantes, cuando referia alguna anécdota propia ó agena, que era su gusto dominante.

Vestia con tanta sencillez como gusto segun las costumbres de su cla

se. Un calzon de pana azul ó morada, algo ajustado, descubría las formas de su robusta pierna: caian sobre la alpargata valenciana que resguardaba su pié, unas polainas de vaqueta caprichosamente bordadas, y desabotonadas con negligencia hácia su parte media, dejando ver su llena pantorrilla, abrigada con fina media de estambre azul. Sostenia el calzon una faja encarnada ceñida estrechamente, formando un vivo contraste con la blancura de su camisa de fino hilo de Holanda, y su cuello encubria un pequeño pañuelo de colores, cuyas puntas colgaban sobre la pechera. Terciada comunmente sobre el hombro, llevaba una chaqueta oscura igualmente de pana; y completaba su traje el sombrero calañés ligeramente inclinado á la derecha, dejando algo descubierto en la parte posterior el pañuelo, que es costumbre entre aqueHos habitantes del campo llevar ceñido alrededor de la cabeza.

De este manera se le veia montado por lo comun en alguna jaca elegante y briosa, en medio de la carga que conducia, y de la cual pendia una lujosa boca-marta, especie de trabuco que gastan las gentes dedicadas al oficio del contrabando. Viéndose con frecuencia, y como ningun otro perseguido, su cabalgadura era siempre la mejor del pais: su empleo exigia que fuese robusta y ligera; el gusto de ZURBANO exigia ademas que fuese bien formada. Rara vez se le vió mal montado, porque se deshacía pronto del animal que no llenaba sus deseos. Era su gusto atravesar al trote por cerca de algun grupo de guardas, cuando acacaba de hacer alguna conduccion ó iba á una espedicion nueva.

Como el general, que desde su tienda de campaña forma el plan de la que va á emprender, calculando sobre el porvenir, asi ZURBANO, al entregarse á la vida azarosa del contrabandista, meditó sobre los peligros que podia correr, y sobre los medios de salvarlos. Sus medidas preventivas demuestran la índole de aquel genio, que sin cultura y sin mas que sus propios ausilios, se valia de recursos fáciles, que llenaban cumplidamente su objeto. Su casa, que aparecia descubierta por la parte de Navarra, era un telégrafo fiel que le anunciaba á grande distancia la seguridad ó el peligro: la colocacion de un pañuelo mojado, blanco ó negro, en un punto ú otro de la casa, que cualquiera creeria espuesto al aire para secarse, indicaba la situacion de los carabineros á la derecha ó á la izquierda del camino que traia, y su distancia aproximadamente: de noche, una ó dos luces á la ventana suplian á los pañuelos. Por este medio, sencillo é ingenioso, huia todos los encuentros, salvando sus cargas. Aseguraban tambien el buen éxito de las espediciones de ZURBANO, la proteccion que le dispensaban los pueblos inmediatos, especialmente sus convecinos de Varea: su carácter

alegre y atractivo, su honradez, su reputacion de valiente y mas que todo su generosidad, obligaban á la mujer y al hombre, al viejo y al muchacho, á pagarle su gratitud en confidencias y ocultaciones.

Su generosidad no conccia límites: sus amigos, pobres y ricos, simples conocidos, desconocidos, hasta sus mismos enemigos, debieron á su desprendimiento y á su corazon compasivo, ausilios considerables, que acaso restituyeron á la vida muchos infelices, porque su casa era la despensa y la enfermería de los vecinos pobres postrados por algun mal. Si alguien veia guardas, se dirigia inmediatamente á su casa para comunicarlo á su familia, la que sin pérdida de momento trasladaba el parte al improvisado telégrafo. Asi sus bellas prendas morales le servian tanto como su valor y su astucia.

Con estas precauciones, con el temor que llegó á inspirar á los perseguidores del contrabando, y con su intachable probidad, ZURBANO hubiera podido llegar á adquirir una fortuna regular, grande para el pais que habitaba; pero su corazon no habia nacido para esclavo de su cuerpo. Jamás un pobre salió de su puerta sin alimento, sin ropa ó sin dinero; rara vez volvia con el dinero del bolsillo á su casa: en los obsequios amistosos pareceria á cualquiera vanidad, pero era una cualidad de su carácter, próximo á la prodigalidad; no consentia, sino á disgusto, que bolsillo ageno sufragase los gastos.

Pero si no acaudalaba riquezas, atesoraba el bien inmenso de una probidad popular. Muchos de los desgraciados que se arrojan á este tráfico, desgarrada su conciencia por la miseria, y cediendo á la influencia embriagadora que causa la vista y el tacto de un tesoro, llegan á cometer el feo delito del robo: suponer aprehensiones de conducciones cuantiosas, contra cuyo fraude criminal no podian los dueños reclamar ante un tribunal, asegurando de esta suerte el ladron la impunidad y su fortuna. Jamás se ha dicho de ZURBANO semejante infamia; rara vez los guardas han burlado su astucia; y cuando lo lograron, las heridas ó la persecucion judicial ha testimoniado á los dueños la honradez del conductor.

Nosotros hemos oido á ancianos y respetables comerciantes recordar con ese acento respetuoso que se tributa á la honradez difunta, los trances personales que arrostraba por salvar su reputacion basta de la mas leve sospecha. «Nunca, nos dijeron, nos faltó una hilacha: la factura y la entrega estuvieron siempre conformes. >>

¡Dichoso el hombre que deja una voz honrada sobre la tierra, que proclame y trasmita sus virtudes!

CAPITULO VI.

Se concibe que el hombre de las cualidades de ZURBANO, lanzado por una pasion poderosa á esa vida de azares y transiciones frecuentes, haya de ofrecer en bello panorama cuadros sorprendentes, que cautiven la atencion y la embelesen. Si hubiésemos de referir el sinnúmero de anécdotas que sus condiscípulos y compatriotas traen con frecuencia á la memoria, quebrantariamos los límites de nuestro plan, y nos internariamos demasiado en el dominio de la vida privada. Trasmitiremos á nuestros lectores aquellos sucesos que recordemos con la exactitud á que hemos obligado nuestra memoria al escucharlos.

En la noche del 18 de noviembre de 1815, entró ZURBANO por una de las puertas de Logroño, llamada de S. Francisco, montado en una mula conduciendo una churra de canela, creyendo poder hurlar la vigilancia de los dependientes del resguardo; pero, habiendo sido por el contrario conocido y seguido de cerca, tuvo al llegar á la iglesia de Sta. Maria de Palacio, que abandonar caballería y carga á la codicia de los perseguidores para evitar asi la aprehension de su persona. Efectivamente consiguió su objeto, siendo el género depositado en la administracion, y llevada la mula á la cuadra de la casa del comandante de carabineros, porque lo avanzado de la hora no permitia hacerlo á una de las posadas públicas, como era de costumbre. A la mañana siguiente corria por Logroño la noticia de este suceso con una anécdota que escitaba el interés de los numerosos amigos de ZURBANO. Este, despues de la aprehension, no perdió los pasos de los dependientes; vió á donde conducian su canela y su caballeria, y en la misma noche, mientras aquellos celebraban en una taberna la presa hecha al mas as

tuto y sereno de los contrabandistas, recuperaba con el auxilio de dos amigos su mula, estrayéndola de la cuadra en que habia sido depositada. Como no hubo aprehension real ni resultase legalmente ser ZURBANO el conductor del fraude, no se dirigió contra él procedimiento alguno, viéndosele en los siguientes dias atravesar por en medio de los guardas montado en la mula que ellos habian reconocido perfectamente la noche de la aprehension.

Su genio festivo convertia en juguetes cómicos los actos mas sérios y las posiciones mas graves. Hácia los años de 1818 debió al afecto que sus convecinos le profesaban y á la confianza que su aptitud y su honradez les inspiraba, la honrosa y patriarcal majistratura de alcalde de su pueblo. Si la gravedad de la historia nos permitiese referir muchos de sus juicios y fallos, nuestros lectores admirarian en aquel talento inculto agudezas del género de Quevedo derramadas con lastimosa profusion.

Era entonces correjidor de Logroño D. José Perez de Rozas, con cuya firma recibió un dia un oficio, ordenándole se presentase con los mozos de su alcaldía que debiesen entrar en quintas. Las familias de los jóvenes corrieron llorosas á casa del alcalde con sus inútiles é impertinentes ruegos, esperando las salvase de la pérdida de sus hijos: cansado ZURBANO de demostrarlas su imposibilidad absoluta, se fué solo á Logroño á manifestar á Rozas que ningun mozo de su alcaldía llegaba á la marca; esperando acaso que el correjidor pasase por su palabra: no fué así á su pesar, y recibió nueva órden de llevar los mozos á la medicion. Rozas dispensaba al carácter jovial y ameno de ZURBANO las franquezas de un trato llano á la vez que respetuoso.

-Tráeme, le dijo, tu cosecha para el rey.

Señor, seria vergonzoso llevar pimientos al rey.

¿Con que no son mayores tus mozos? Miserable tierra!!!

-No importa ; quiero mejor mis pimientos que vuestras patatasle contestó despidiéndose, haciendo alusion al pais de donde era natural Rozas.

Al dia siguiente se vió este sorprendido por una confusa gritería que se aumentaba por instantes; se asoma al balcon, y percibe á alguna distancia un hombre que lleva de la mano el ronzal de una caballería cargada, y que camina rodeado de una multitud de muchachos y mujeres que rien y gritan locamente. El hombre se acerca en direccion á la casa del correjidor; y á distancia que este pudiese percibirle, le dice: «Señor Rozas; aquí está mi carga de pimientos.» ZURBANO habia colocado en un seron de carga los seis mozos de Varea. La ocurrencia hizo gracia

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