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La ciencia médica, bien lo sabéis, es la más elevada de cuantas cultiva la inteligencia humana. ¡Qué valen los principios matemáticos, las leyes físicas y químicas, los preceptos de las ciencias naturales, y las teorías sociológicas, ante el complicado engranage de un sér viviente, en el cual se resumen, se ordenan y se condensan todos esos materiales dispersos! Tal parece, en efecto, que no tienen relación alguna todas esas verdades, que, poco á росо, ha ido descubriendo y acumulando la intelectual labor de tantos siglos y de tantas generaciones, y que así permanecerán esparcidas al acaso, como las hojas dispersas de un libro, que una mano profana ha roto y entregado á los caprichos del viento; pero allí, en las complicadas investigaciones biológicas, es en donde, como por arte mágico, se enlazan como los eslabones de una cadena de hierro, y la una no puede existir sin el apoyo de la otra. Y luego, si al estudio de las leyes que presiden los fenómenos vitales de organismo fisiológico, se añade el conocimiento de la vida de este mismo sér, pero ya trastornado ó enfermo, y si agregamos, por último, las árduas y fatigosas investigaciones terapéuticas para tratar de volverlo á su estado normal, confesad conmigo, que el hombre que intente adquirir conocimientos tan vastos, tan profundos y tan diversos, si no posée una inteligencia superior, tiene que llevar un gran corazón y una alma bien templada para poder pasar por esa serie de penalidades, de mortificaciones y de sacrificios que exige el santo sacerdocio de la Medicina.

Por eso respeto tanto á mis maestros, cuya vida entera se ha consumido frente al libro siempre abierto y siempre lleno de enseñanza, ó á la cabecera del enfermo que, como náufrago desesperado, le extiende los brazos y con elocuente ademán le pide el precioso tesoro de su salud perdida, ó algo más conmovedor y más grandioso, como retener en su cárcel corpórea el invisible y misterioso fluído de una vida que se escapa. Por eso tengo en tanta estimación á mis compañeros de estudio, á esta juventud entre la cual tengo el honor de contarme, que con heroica abnegación gasta los mejores días de su vida en el anfiteatro anatómico, siguiendo pacientemente el tortuoso trayecto de un nervio ó de una arteria, en el laboratorio bacteriológico, con la pupila fija é inmóvil

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come la fama le que el estudiante de melisina Mig ́n yan Diss, algo etno uLa ellarde la y le se debe Iain, y enys esttacto Lay staty to lo porque, depam to en el erisol de, hufran pento, y en perpetua lu ma con la miseria Lumana, beer, Terladung £13-oto de nuestro vizio, que se burla de las 116 unos de los hombres, y estalla en azula y ruidosa calma, a da ante esas penas banales de que se quejan los afortunados de la terra, Yo aprove Lo esta oportunidad solemLe pa a remazar, con toda la energía de que soy capaz, setnejar tes aseveraciones. Que vengan los que tal cosa dicen y vean la intima unión y la amistal profunda que existe entre Lolotrost que presencien todas las muestras de consideración y de respeto con que vemos á nuestros superiores: que Los acompañen alguna vez, si tiene valor para ello, en el dario cumplimiento de nuestros deberes, y que escuchen, en medio de aquela frivolidad aparente, la conmovedora frase de consejo que brota furtiva y sin ningin alarde, junto al lecho de la miseria y del infortunio: que abandonen, en fin, un rato de nocturno placer, que lleguen á la desmantelada estancia del estudiante, y digan entonces, sino son meritorias esas largas vigilias en donde no se qué cosa se gasta más, si la miserable lámpara que arde sobre la mesa desvencijada, ó el cerebro que, en plena actividad funcional, allí se está horas y horas, en angustiosa lucha con el libro.

Ah!, señores, perdonad estas digresiones impertinentes tal vez, pero dejad que lamente la eterna desgracia que persigue á los apóstoles de esta religión nobilísima que hemos abrazado. Al pobre estudiante se le llena de diatribas, y si queréis saber cuál es la cosecha que el médico recoge en el ejercicio de su profesión, preguntádselo á los maestros que en este instante nos honran y nos protejen, y todos os dirán

que su pan de cada día es el duro y amargo de la ingratitud y el menosprecio! Por eso he aplaudido con entusiasmo esta agrupación naciente: aquí les demostraremos á los que en tan poco nos tienen, que valemos algo, aquí haremos más indisolubles esos lazos que afortunadamente nos ligan, aquí nos daremos mútuamente ese apoyo que se nos niega, y aquí recuperaremos el buen nombre á que tenemos derecho; y, como los tiranos que se imponen, haremos que se nos respete y se nos acate; sólo que nosotros no nos valdremos de la razón de la fuerza, sino de la fuerza de la razón.

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Se ha dicho también que es imposible que existan entre nosotros sociedades de la índole de la que intentamos formar, que somos apáticos por excelencia, que cualquiera idea nueva la acogemos con inusitado entusiasmo, pero que luego viene la reacción, siempre triste y desconsoladora, y que, á manera de un ejército que se disgrega, poco a poco, vamos desertando de las filas, hasta que al fin y á la postre sólo queda el nombre de la sociedad que pasa á inscribirse en el fúnebre y ya largo registro de los muertos por inanición. Seré optimista ó lo que vosotros queráis, pero no participo de semejante creencia. ¿Por qué ha de desaparecer una agrupación como la nuestra, compuesta únicamente de jóvenes deseosos de trabajar y de perfeccionarse? Ya véis con cuanta simpatía hemos sido acogidos, ya véis con cuánta solicitud y con cuánta bondad han obsequiado nuestra invitación todas estas personas, por mil títulos respetables, que han venido á darle más solemnidad y mayor brillantez á nuestra fiesta inaugural; ya habéis escuchado, en la primera sesión preparatoria que tuvimos, los generosos ofrecimientos del señor Decano de esta Escuela, que tanto se interesa por el adelanto de la juventud. Si con tan buenos auspicios fracasan nuestros propósitos, entonces, señores, tendremos que convenir en que la fatalidad nos persigue, y en que hay un espíritu del mal que cierne sus negras alas sobre nosotros.

Voy á concluír, señores, pero antes, quiero dar cumplimiento con un sagrado deber, para mí sacratísimo; quiero hacer una promesa que nadie me la ha exigido, pero que tengo la honrada y sana intención de llevarla á cabo, para así ser digno, en la medida de mis fuerzas, de la confianza que en mí

habéis depositado al poner en mis manos la difícil tarea de dirigiros en vuestros trabajos. Mientras vosotros me ayudéis, mientras cuente con el decidido apoyo de esta agrupación científica, aquí me tendréis, siempre firme en mi puesto. Seré el trabajador más humilde y más obscuro, pero en horas de tribulación y de peligro, en momentos supremos en que nos amenacen los horrores de una catástrofe, yo seré el primero en lanzar el grito de alerta! y entonces veréis lo que puede y lo que vale un corazón entusiasta.

(De "La Escuela de Medicina.')

HE DICHO."

Pero su vida fué efímira, vivió lo que vive una ilusión que al nacer se desvanece.

"Pasó el tiempo; olvidáronse los esfuerzos de aquellos jóvenes; creció el desaliento, y la Juventud Médica siguió la corriente abrumadora que arrastra á nuestra masa social hacia la inacción y el indiferentismo más estúpido. Espantosa enfermedad es ésta que nos agobia, imposibilitándonos para las nobles luchas y las empresas dignas; cáncer maldito que corroe nuestro organismo social, desde el hombre que siente y piensa á la altura de los modernos principios de la moral y del saber humano, hasta el ignaro campesino que nace y muere en el terruño que baña con el sudor del rudo trabajo corporal. País privilegiado el nuestro por la madre naturaleza, el destino lo ha azotado, sin embargo, cruel é injustamente. Tempestades desatadas arriba, abismos abiertos abajo, oscuro el horizonte, triste y doloroso el pasado, difícil el presente, y así y todo, he ahí al guatemalteco cruzado de brazos, sordo á las voces del Progreso, en cuyo carro ha recorrido la humanidad el mundo entero de Oriente á Ocaso, quedando aplastados bajo las ruedas, los pueblos inválidos é indigentes.

En agricultura, nuestra única fuente de riqueza, la ignorancia y el fiasco; en industrias, muerta toda iniciativa; en instrucción, á menor altura que pasados años; en política, el indiferentísimo en unos, el servilismo en otros; en fin, la decepción en todos las ánimos, la decepción que mata toda esperanza é inutiliza todo esfuerzo.

Y la juventud? Si no muerta, dormida al parecer. Sintiendo correr el desaliento por sus venas, ajada cuántas veces, descreída 'ya, no hace temblar al mundo como quería el inmortal Montalvo para que un pueblo no fuese desgraciado.

Bien lo recordáis: ha poco fueron cerradas las puertas de todas las escuelas, y nadie habló, nadie pensó en la juventud guatemalteca que á su vez conformóse con la gran desgracia.

Dada, pues, nuestra educación social y esta apatía que nos enerva, es en verdad suceso de trascedencia el llevado á efecto por el laudable empeño de los jóvenes estudiantes de Medicina, que resucitaron de su muerte precoz á la Agrupación Científica "La Juventud Médica." Fué el año pasado cuando volvió de nuevo á la vida.

De entonces acá hemos trabajado con tesón y vehemencia por realizar nuestras caras y legítimas aspiraciones.

Cierto que hemos tropezado con dificultades, cierto que con pretensiones ridículas, que no es del caso referir, se trató de entorpecer nuestra empresa; pero es igualmente cierto que, aguijoneados por el ardor de la juventud é impulsados por las voces de aliento y el apoyo de nuestros respetables maestros, hemos luchado y vencido á despecho del medio en que nos movemos. Y así, ha llegado al fin la hora que nos estaba reservada. Publicamos hoy este periódico que patentiza nuestros propósitos y deseos, y recompensa á la vez nuestros desvelos y sinsabores.

La sociedad guatemalteca, hablando en general, aprecia poco ó nada las revelaciones de vida y de entusiasmo de los jóvenes que estudian; quizás porque no los comprende, quizás porque no sabe juzgarlos. Sea lo que fuere, día llegará en que el estudiante ocupe el puesto que merece y al que tiene muy justo derecho; y quién sabe si no consigamos algo en este sentido, manifestando al público nuestro modo de ser y de sentir, nuestro empeño por el adelanto patrio, nuestro amor al estudio y nuestros sacrificios incalculables por alcanzar un título que para nosotros no es otra cosa, más que la santa obligación de consagrar la vida entera á aliviar el ajeno sufrimiento.

El nombre de nuestra Sociedad y su periódico basta para sintetizar el objeto que nos proponemos llevar á término.

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