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SABIOS INMORTALES!

Al honrar mi tesis con ruestras biografias, no intento mas que remover el polvo depositado sobre las coronas que cubren vuestras tumbas.

José Felipe Flores

José Felipe Flores, nació en Ciudad Real de Chiapas: según el Doctor don Mariano Padilla, en el año de 1758, según García Peláez el 19 de mayo de 1751. Se educó en el colegio de Jesuitas de la Antigua Guatemala; concluídos sus estudios primarios se dedicó al de la Medicina, en lo que se graduó de Bachiller en el año de 1775.

No puede seguirse de un modo preciso ni regular, por falta de datos, la historia biográfica del Doctor Flores. Aparece, sin embargo, que el Doctor Flores fué un hombre muy estudioso, y que hizo progresos notables en la ciencia médica, en muy corto tiempo. Como debe hacerlo todo profesor, llevaba un diario de las observaciones que recogía á la cabecera de los enfermos, ya en los hospitales, ya en la práctica civil, y no desperdiciaba ningún conocimiento relativo á su

carrera.

Por este tiempo no había en Guatemala un solo Doctor, esto lo digo, para poner de relieve y demostrar que el Doctor Flores, por si sólo y sin maestros, se formó á sí mismo y preparó los elementos que desde entonces sirvieron á la Escuela de Medicina.

Sigamos, pues, de un modo más detenido, ya en sus estudios, ya como Doctor y Proto-médico.

"El señor Flores recibió el grado de Licenciado en esta nueva Guatemala de la Asunción, el día 6 de diciembre del año de 1780, que cayó en lunes, día en que á las 6 de la tarde se presentó en la sacristía de la Metropolitana Iglesia, que lo era entonces el modesto templo de Santa Rosa, por estar aún en cimientos el suntuoso templo de la Catedral, que hoy es uno de los edificios más monumentales de esta ciudad. La Real Universidad estaba desierta de médicos para el examen, á falta de ellos hicieron las veces de réplicas los más célebres filósofos de la época colonial. Era Rector, don Juan de Dios Juarros, y entre los seis examinadores exigidos por los Estatutos, se distinguían el Reverendo padre fray Miguel Franchés,

y

el no menos Reverendo fray Juan Terraza, dos foribundos escotistas, autores de obras y profesores de filosofía, y el Doctor y maestro don fray José Antonio Goicoechea, aquel ilustre novador de nuestros estudios filosóficos, hermano en el espíritu y amigo de Flores, y tan benemérito como él en nuestra historia literaria.. El día anterior, un niño de menos. de doce años había picado puntos, es decir, que con un cuchillo en la mano, lo metió tres veces entres partes distintas en el libro de Hipócrates, sacando otras tantas proposiciones para la primera lección que el candidato debía sustentar; en seguida hizo igual cosa con el libro de Avicenna; y ese fué el asunto de la segunda lección.

El examen se hizo aún por el método escolástico, poniéndole los réplicas medios contra sus conclusiones, con bastantes argucias y algunas veces con un tantito de mala fé, las cuales desvaneció el sustentante; arguyéronle y redarguyéronle de nuevo, y él sostuvo con brío sus tesis durante dos horas, medidas con ampolleta, hasta quedar satisfechos aquellos infatigables argumentadores, que lo aprobaron nemine discrepante.

En la tarde del tres de abril de 1780 acaecía en esta ciudad un acontecimiento que no se olvidó durante algunas generaciones. A las cuatro de esa tarde memorable, se reunieron en casa del Licenciado Flores, el señor Rector, los doctores, maestros y ministros de la real Universidad de San Carlos, revestidos los primeros con sus insignias doctorales, todos en briosos caballos y precedidos de diversos atabales, clarines, trompas y otros instrumentos, pendones y varias invenciones exquisitas de máscaras; agregóseles el Licenciado y se dirigió la espléndida comitiva á casa del Doctor don Miguel Jerónimo de Aragón, Maestrescuela y Chancelario de la Pontificia Universidad, quien en su puerta los aguardaba montado también, y con sus insignias doctorales. Puesto este ilustre señor en el lugar que le correspondía, siguió el paseo, al que se habían agregado dos carros bien adornados y una sonora orquesta, y así pasó la comitiva por las principales calles de la ciudad, deteniéndose en el atrio de los conventos, en donde se la saludaba por los frailes correspondientes, hasta que cayendo el sol volvieron á casa del Maestrescuela

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