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Por último la Academia de Estudios, fundada el año de 1832, que tanto contribuyó al progreso literario de la juventud de esa época, concedió al señor Padilla el título de Doctor en Medicina, después de haber sufrido, por suficiencia, un lucido y concienzudo examen, el día 23 de octubre de 1836. Este acto solemne fué memorable, tanto por la novedad que produjo, pues hacía tiempo que no se efectuaba ninguno de ese género, como porque las pruebas científicas que se exigían eran muy severas. Por eso fué, sin duda, que en ese tiempo, el más brillante de la Academia, no hubo más que dicho grado de Doctor, á pesar del grande impulso que los estudios tomaron entonces, dando por resultado el mayor número de las notabilidades actuales de todo Centro-América.

III.

Se ha visto ligeramente la manera tan hourosa como el señor don J. Mariano Padilla llegó al fin de su carrera. Dedicó toda su juventud al estudio; no dejó pasar en vano ni un momento de los más preciosos años de la vida, y por eso se le verá en adelante recoger los más abundantes y preciosos frutos en recompensa de sus constantes afanes, siendo para él, acaso la mejor de todas, la de haber podido gozar de la dulce satisfacción que experimenta el que ha difundido la instrucción entre sus compatriotas, procurando el progreso de su patria y servídola siempre con desinterés y con lealtad.

El Doctor Padilla no era de aquellos hombres que hacen un misterio de ciencia y tratan de que todos permanezcan envueltos en las sombras de la ignorancia para brillar ellos solos. Durante su vida se mostró siempre juez imparcial y benéfico de los trabajos de sus émulos, aplaudiendo el éxito que alcanzaban los demás con una satisfacción sincera y pura. La Universidad de San Carlos le recordará siempre con la mayor gratitud, como uno de los que han servido de la manera más digna. Puede decirse que desde el momento que concluyó su carrera, hasta que desgraciadamente se vió atacado de la enfermedad que le llevó al sepulcro, casi siempre desempeñó alguna de las cátedras de ese establecimiento nacional.

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Eve devinterés tan noble, nail, al deseo tan ardiente de difundir la ciencia, se tuvieron en enenta para adjudicar en propiedad al señor Padilla la eftedra de Cirugía, el 14 de noviembre de 1-4- La sirvió desde entonces con un celo y dedicación nada comunes. formándose bajo su ilustrada dirección, en ese ramo, la mayor parte de los médicos que hoy existen en Guatemala y en otras Repúblicas de la América Central.

Ellos no me desmentirán seguramente si recuerdo que aquel hombre distinguido no solo tenía un gran caudal de ciencia, una filosofía siempre clara y sorprendente facilidad para expresarse, sino que á todo eso iba unida la exquisita cortesanía de sus maneras que lo hicieron ser apreciado de quantos lo trataban.

Como sabio, conocía muy bien que la ciencia se hace debidamente difícil cuando no encuentra una mano cariñosa que la proteja. Como hombre dotado de sentimientos nobles y generosos, se mostró siempre afable hasta con los infelices que diariamente acudían á su casa para encontrar alivio á sus dolencias,

Más sus eminentes cualidades morales, que nunca podrá olvidar nadie que de cerca le haya conocido, me iban apartando insensiblemente de la narración de los servicios que á la instrucción pública prestara.

Jamás hubo una empresa en Guatemala que tendiera á la propagación de las luces, en donde no estuviera el Doctor Padilla prestando, de algún modo, su inteligente y eficaz cooperación.

Muy joven era todavía cuando, en unión de otras personas ilustradas, promovió con el mayor interés el establecimiento de la Sociedad de Medicina, creyendo, con acierto "que el primero de los médios para difundir la ilustración en un país, es crear Academias ó Sociedades donde se reunan los sabios para propagar con esmero todos los conocimientos útiles á la vida social.”

Más, por desgracia, en todas partes se presentan obstáculos á los que procuran hacer algo de utilidad general; nunca faltan estropiezos á los que pretenden agregar siquiera una piedra al edificio político, que en todo el mundo solo ha podido sostenerse por la civilización, que es el elemento primordial del orden y de la paz pública. (1)

Así es que para llegar á formar, el Doctor Padilla y sus comprofesores, una asociación análoga siquiera á las que abundan en países extranjeros, tuvieron que vencer no pocos inconvenientes; pero al fin vieron realizados sus deseos el día 1 de agosto de 1847, que se inauguró la Sociedad de Medicina.

Era también muy decidida la afición de don J. Mariano Padilla por las Bellas Artes, á las cuales tuvo ocasión de dar grande protección é impulso, como miembro que fué varias veces de la Sociedad Económica de amigos del país.

Para esa asociación, que tanto ha contribuído al progreso industrial y artístico de Guatemala, era aquel Doctor uno de sus mejores blasones. Comenzó sirviéndola como Secretario el 6 de diciembre de 1850, habiendo llegado, tres años después, á ser su primer Conciliario.

Desempeñando este cargo estaba cuando el señor don José Antonio Larrave, que á la sazón era Doctor de la Sociedad, concibió el proyecto, para muchos temerario, de transformar la antigua y arruinada casa en que tenían lugar las sesiones, en uno de los mejores edificios de la República. No habían rentas: pero hubo hombres que, como el señor Padilla, con plena confianza en el porvenir y animados del deseo vehemente de proporcionar á la Sociedad á que pertenecían un local decente y elegante, no vacilaron en hacer los mayores

(1) Palabras del discurso que en la inauguración de la Sociedad de Medicina pronunció el señor Padilla.

esfuerzos para llegar á ver realizadas sus nobles esperanzas. Mandaron acabar de demoler los antiguos escombros; pidieron hospedaje á la Universidad, y trasladaron á ella, con sus propias manos, muchos de los objetos del miserable archivo y de la modesta escuela de dibujo, que debía verse después tan rica y bien organizada.

El Doctor Padilla, que llevaba en el fondo de su alma el amor que inspira lo bueno y lo bello, la protegió con entusiasmo. No descansó hasta que logró ver al frente de ella, como Director, al acreditado artista italiano, don Angel Moschini, á quien deben en gran parte su adelanto los jóvenes que hoy sobresalen en el sublime arte de la pintura y del dibujo.

En medio de las muchísimas atenciones graves y variadas que ocupaban al señor don Mariano Padilla, cuidó siempre del orden y progreso de la mencionada Academia; la visitaba casi todos los días y escribió para su régimen un minucioso reglamento, que, aprobado por la Junta de Gobierno, subsiste hasta el día.

Fuera necesario, en fin, escribir una memoria separada de todos los importantes servicios que le mereció la Sociedad Económica, para hacer ver cuán incansable y solícito se mostró por su mejora y engrandecimiento. Baste, por hoy, decir que tiene sobrados títulos á su gratitud eterna.

IV.

El Doctor don José Mariano Padilla prestó también á su patria servicios más directos en diferentes ocasiones y en distintos ramos. Jamás se le vió retroceder ante ninguna consideración cuando en algo fuera útil el auxilio de sus luces, porque lo que más anhelaba era ver su país próspero y grande.

Cuando en julio de 1837 apareció por la primera vez, entre nosotros, la terrible epidemia del cólera mórbus, haciendo espantosos estragos, no había un médico que, abandonando sus comodidades y exponiendo su vida, quisiera marchar al pueblo de San Luis Jilotepeque, en donde á la sazón atacaba la peste con más fuerza; el Doctor Padilla se

presentó al Gobierno solicitando ir allí, y el Jefe del Estado agradeció su generosidad, nombrando forzosamente quien fuera en su lugar, (1).

El 21 de abril de ese año infortunado se nombraron profesores de Medicina para que sirviesen en los diferentes cantones en que la ciudad fué dividida. Al Doctor Padilla le tocó la Parroquia de San Sebastián, donde se formó un hospital bajo su inmediata dirección y cuidado. Permaneció en él hasta que habiéndose verificado una azonada en la Antigua Guatemala fué sorprendido el Doctor don Francisco Abella, á quien, en la obscuridad de la noche, se tiró un pistoletazo que milagrosamente le dejó con vida.

En esas críticas circunstancias, y cuando en la preocupación funesta del veneno, tenía al pueblo conmovido, se propuso al Doctor Padilla que fuese al lugar de aquel atentado; no vaciló un momento en aceptar dicho encargo, y marchó en agosto de 1837, habiéndose captado muy pronto el aprecio de las personas notables de la Antigua, y recibido de todos sus habitantes significativas demostraciones de adhesión y respeto.

Entre otras obtuvo la de haber sido nombrado, por el Departamento de Sacatepéquez, Representante á la Asamblea Legislativa, del que entonces se llamaba Estado de Guatemala.

Ese cuerpo deliberante se instaló el 15 de agosto de 1838, y en medio de la mayor efervescencia de los partidos, el Doctor Padilla se hizo cargo de la defensa del caído en 1829, logrando por medio de un dictamen enérgico, y lleno de una lógica inflexible, que se emitiera el famoso decreto de amnistía.

En septiembre de 1845 fué nombrado Ministro del Gobierno, cargo que desempeñó solamente por algunos meses, habiéndole merecido la instrucción pública una atención particular.

También estuvo de representante en la Asamblea Constituyente, y su firma aparece entre las que autorizan el Acta Constitutiva de la República de Guatemala, así como en el decreto que la crió, separándola de la antigua Confe

(1) Así consta en las certificación que el Secretario de la Junta de Sanidad dió al Doctor Padilla.

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