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Doctor Don Leonardo Pérez

Uno de los emigrados de España, por constitucionalistas, fué el doctor don Leonardo Pérez. Había recorrido el Viejo Mundo, México y los Estados Unidos de América. Pérez conocía profundamente las ciencias médicas, y era un cirujano de primer orden. Hablaba diversas lenguas y poseía vastos conocimientos en muchos ramos del saber humano.

Pérez llegó á Guatemala cuando dominaba el espíritu de reforma, y había un verdadero anhelo por el progreso intelectual.

El doctor Pérez se distinguía especialmente como oculista. El volvió la vista á muchos ciegos. Esto le dió una gran fama, no sólo en Guatemala, sino en toda la América Central. De todas partes de Centro-América venían enfermos de la vista, buscando su protección. Pérez tenía especial talento para la enseñanza: daba lecciones de anatomía, de botánica, de lengua francesa é inglesa, y se preparaba para abrir cátedras de otros diversos ramos.

Trabajaba en la formación de un museo, disecando animales y analizando plantas, y el descubrimiento de muchas propiedades y virtudes desconocidas de las producciones del país, que debían servir á nuestra peculiar historia natural.

El doctor Pérez había inspirado á la juventud, no sólo respeto y estimación, sino un verdadero entusiasmo. La conversación predilecta de los jóvenes ilustrados de entonces, era Pérez. Por todas partes se le hacían obsequios y se le tributaban muestras de elevada consideración. Pérez rápidamente hizo adelantar á Guatemala muchos años. Pero una fatalidad privó á los centro-americanos de este hombre ilustre.

En los Estados Unidos, el doctor Pérez había conocido á don Juan José Aycinena, quien le dió recomendaciones para varias personas de la aristocracia de Guatemala, con las cuales se puso en contacto al llegar á esta ciudad.

El doctor Pérez, con este motivo, se relacionó con una familia de las que han querido llamarse nobles, é inclinóse á una joven, quien lo recibía muy bien, y se asegura que se comprometió formalmente á casar con él.

Pérez era pobre: los productos de sus conocimientos no le servían para atesorar; los empleaba inmediatamente en objetos científicos, para desarrollar la enseñanza y favorecer á los jóvenes inteligentes y sin recursos. El no contaba con la oposición que le haría la nobleza. Los nobles querían que aquel distinguido profesor curara sus enfermedades; pero no lo admitían como individuo de sus familias. Ellos ven la medicina como una profesión deshonrosa. Existe un folleto impreso antes de la Independencia, y firmado por un noble muy rico. En ese folleto se habla de don Pedro Molina, con desprecio y con desdén, porque era médico, y se le pregunta: ¿cómo tenía valor un hombre sin nacimiento y sin caudal, para combatir al signatario de aquel papel? En el catálogo de las familias que se llaman nobles, no se encontraba un sólo médico. La aristocracia crée que mancha sus escudos de armas, dando visita á los ciegos, y disputando á la cabecera de los enfermos, víctimas á la muerte.

Los obstáculos avivaron en Pérez, el deseo de vencerlos; pero era imposible. Un hermano de la pretendida, se consideraba como el oráculo de su familia, y llegó á serlo de toda la aristocracia del país. Aquel señor dijo que no hubiera boda, y no la hubo.

Pérez se afectó profundamente, no sólo porque se combatía su inclinación, sino porque se creía vilipendiado ante la sociedad, con una pública repulsa á que no se creía acreedor, después de habérsele manifestado repetidas veces que se le amaba, y de haberse dispuesto el depósito de la pretendida con plena aprobación de ésta. El doctor Pérez se ausentó de la capital, abandonando á sus enfermos. Uno de éstos era el doctor en medicina don Vicente Carranza, á quien Pérez había hecho una operación en los ojos. Faltó el médico cuando más lo necesitaba el enfermo, y éste quedó ciego. Carranza tenía un genio festivo, y sin embargo de su misérrima situación, amenizaba las conversaciones con algunas chanzas. El dijo muchas veces: "La pasión de Pérez me cegó

á mí."

Pérez murió en aquellos inismos días, (21 de enero de 834.) Se dijo que su muerte había sido efecto de insolación, ó de una fiebre miasmática. No faltaron descripciones orales. de sus últimos momentos que á tales asertos se opusieran; y generalmente se atribuyó su muerte, mediata ó inmediatamente, al profundo pesar que la agobiaba.

Los funerales de Pérez fueron suntuosos. El Boletín Oficial dice: "El público todo, y en particular la juventud estudiosa, han testificado con un pesar no común, el mérito del doctor Pérez, y el gran vacío que él ha dejado en las esperanzas de la instrucción y de los descubrimientos que necesita un país no visitado por el sabio naturalista. Sus funerales. han presentado la concurrencia de una gran función nacional. Las autoridades de primer rango, comerciantes y todo género de personas, hicieron pequeña la capacidad del templo. Los ojos de aquellos que habían recibido la vista de sus manos, mezclaron sus lágrimas con las de la juventud, que veía cerrados los labios que le habían abierto una serie de conocimientos. La imprenta, un mausoleo destinado á sepultarlo, los vestidos de luto y la conversación triste por todas partes, son documentos del amor á las ciencias á la probidad, y del aprecio al trabajo activo é incesante. La opinión ha decretado en Guatemala á un sabio extranjero los honores fúnebres, que las más estrictas órdenes de la autoridad no habrían podido obtener. Los jóvenes estudiantes, tirando del carro sobre que fué conducido el cadáver, son un manifiesto elocuente que atraerá á nuestro suelo á los extranjeros ilustrados como el doctor Pérez, á cuya memoria consagramos este artículo."

Estas últimas palabras demuestran que todavía el año 34, no se daba á la presencia en Guatemala del doctor Pérez, toda su importancia. Se creía que los honores tributados á su cadáver, bastarían para atraer á nuestro suelo extranjeros tan ilustres como él. La venida al Centro de América de hombres semejantes, no se repite con frecuencia: el trascurso de cuarenta y cuatro años lo demuestra.— (MONTÚFAR.- Capítulo XV, Tomo 2.)

CON MOTIVO DE LA MUERTE DEL DOCTOR LEONARDO PÉREZ, EL CATEDRÁTICO DE HISTORIA, C. ALEJANDRO MARURE, CONCLUÍDA LA ORA DE CLASE, DIRIGIÓ Á SUS DISCÍPULOS

LAS SIGUIENTES PALABRAS:

Ustedes están ya impuestos de la muerte del doctor Pérez. Esta triste incidencia me ha llenado de consternación, y el día de hoy ha sido para mí, un día de luto y de sentimiento. Estoy seguro de que todos los que amen sinceramente á Guatemala están penetrados del mismo sentimiento que yo, y no dudo que los amigos de las ciencias llorarán, largo tiempo, la falta de éste hombre ilustrado. Sí, yo he leído en el semblante de los sensibles guatemaltecos la expresión del más vivo dolor: todos anuncian la muerte de Pérez, como pudieran anunciar la de un hermano ó un amigo; el mismo Jefe del Estado me dijo hoy, hablando de este infausto acontecimiento, yo veo la pérdida del doctor Pérez como una calamidad pública.

Ciertamente, él había inspirado á la juventud el más noble ardor por el estudio de las lenguas útiles, por el cultivo de algunos de los ramos más interesantes de la Física: él había entablado nuevos y más fáciles métodos de enseñanza: él procuró de todas maneras difundir en nuestro suelo los grandes conocimientos que había adquirido en sus viajes, y que eran fruto de una aplicación admirable y profunda. Enriquecernos con los descubrimientos más modernos de la ciencia médica, enseñar las operaciones más complicadas de la Cirugía, perfeccionar el estudio de la Química y de la Botánica: tales eran las ocupaciones de este acreditado profesor. ¡Ah! ¿por qué la muerte sorprende en medio de sus benéficas tareas al sabio que trabaja en favor de su especie, mientras que deja lleno de vida al malo que labra la ruina de sus semejantes?

Mas alejemos de nosotros tan dolorosa consideración: y pensemos que las bellas prendas que distinguían al doctor Pérez, que su noble carácter, sus virtudes y la asombrosa actividad con que ha trabajado entre nosotros, ya haciendo observaciones prolijas sobre las producciones del país, ya

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