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Mariano Fernández Padilla

Discurso pronunciado por el Licenciado don José Azurdia.

SEÑORES:

Cesó ya de luchar.

Valiente gladiador, cayó en la liza ornado por los esplendores del triunfo, de ese triunfo inmortal con que la gloria ciñe la frente del obrero tenaz de la ciencia y del trabajo.

En la batalla de la vida, quien lucha en fiera lid contra la muerte y contra el destino, merece doble corona de laureles sobre su sien, y doble corona de siemprevivas sobre su tumba.

De esos tenaces luchadores, que perseveran hasta el fin, abriendo por doquier brecha con la piqueta del tesón y la constancia, empujados por el soplo alentador del deber en la conciencia: de esos fué el Doctor don Mariano Fernández Padilla.

Bien conocéis su historia. No es larga, pero es ejemplar en merecimientos: es corta, pero fecunda en enseñanza: es la historia del trabajo que es lucha, batalla cruenta y sin tasa.

Merecimientos y enseñanzas, sí, que son legado perdurable para las generaciones del porvenir, que en unos y otras han de hallar fuentes saludables para inspirarse y sanos ejemplos para imitarlos á porfía.

Merecimientos y enseñanzas que hoy le disciernen corona de inmortales, tributo santo de cariño y respeto á que he de darle forma en este acto por encargo del Hospital General, que harto le llora, y de la Facultad y Escuela de Medicina, que en él reconocieron á uno de sus más peclaros maestros.

Y el último de sus discípulos no puede menos de sentirse ufanado por esa honra, al par que sobrecogido de quebranto por la pérdida inmensa del consejero recto, del juicioso maestro que en tantas ocasiones fué su guía seguro ante el enfermo.

El Doctor Padilla nació el 26 de octubre de 1836.

Discípulc aventajado de aquella generación de médicos notables que con el Doctor don José Luna forman pléyade inmortal en la historia de nuestra patria ciencia, coronó su carrera brillantemente, entregándose á ejercitarla en la ciudad de Amatitlán.

Exito seguro debe haber logrado en su ejercicio, cuando le hallamos más tarde en la Capital, atendiendo respetable clientela, rodeado de prestigio y de fama.

Parte en seguida por primera vez á Europa, deseoso de extender el vuelo de sus conocimientos y traer más firme y más seguro el valioso caudal de su saber.

Desde entonces sus labores profesionales no tienen tregua; su trabajo es más árduo.

Dedicación, estudio, observación atinada y reflexiva informan el carácter del Doctor Padilla, que llega por sus méritos á ocupar sitio importante en el Hospital y en el Protomedicato.

Asciende á la cúspide de sus aspiraciones no de improviso, no por el favor gratuito ó por la influencia mediadora de falsos oropeles, sino por el intrínseco valer de su personalidad, por el esfuerzo de sus propias aptitudes, porque en la emulación noble y científica fué siempre á la vanguardia buscando con firmeza la victoria.

Y escala así el profesorado. Y por eso le tenéis como el Mecenas de la juventud médica por más de un cuarto de siglo, iluminando en la cátedra de hospital y en la universitaria muchas generaciones de médicos centro-americanos.

Ahí, en la cátedra, ¿quién no le recuerda, seguro en sus conocimientos, profundo en su saber, ahondando cuestiones de distintos linajes para resolverlas con la misma plenitud con que las planteaba?

Ahí, en la cátedra ¿qué médico de estas nuevas generaciones no siente el influjo bien hechor de ese maestro en todos los variados ramos de su árdua y magestuosa profesión?

Porque el Doctor Padilla, lo mismo inculcó en la inteligencia con seguras lecciones, la Medicina Legal y la Higiene desde las cátedras del antiguo Protomedicato, como la Patología General y la Interna, la Medicina Operatoria y la Obs

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tetricia desde las de la Escuela de Medicina, y la Clínica Quirúrgica desde las del Hospital.

Vivió, pues, entre la juventud estudiosa, compartiendo con ella su saber y su ciencia, y de ella estimado por sus luces y su acierto.

Fueron siempre sus lecciones de severa crítica científica; porque vestido con el ropaje de la modestia ó de la prudencia, cuando no de madura meditación, no emitió juicio, ni reveló concepto que no pasara de antemano por el crisol de ajustado raciocinio.

Resumen de tal práctica fué siempre el resultado de sus juicios médicos.

Yo pienso que de mis maestros, fué el Doctor Padilla el más genial en el pronóstico de las enfermedades, el más seguro en la indicación quirúrgica, dando así á sus juicios ese valor profético que engendra la fe ciega en el ánimo de los deudos, y la esperanza ingénua en el ánimo de los pacientes.

Merecimiento es ese para mí de gran valía, revelador de habilidad analítica, de humana clarividencia que hace del médico un positivo semi-dios sobre la tierra.

Consorcio raro, en verdad, digno por sí sólo de crear memoria perdurable, es también en el Doctor Padilla el de sus conocimientos médicos de sólido fundamento, armonizados con sus vastos conocimientos quirúrgicos.

Pudo por ello figurar, como figura, entre nuestros primeros cirujanos, contando con notables éxitos operatorios, en los resortes de la alta cirugía que le concedió brillantes triunfos.

Médico observador y concienzudo, filósofo por temperamente y por carácter, le ví más de una vez leer con acierto en las oscuras páginas del libro del humano corazón, desentrañando así problemas individuales y sociales de solución difícil.

No podía ser menos quien contaba para ello, aparte de sereno criterio, prolongados años de estudio, de análisis patológico, de selección y afanes.

Y si lo apuntado tan someramente no es ejecutoria bastante para colocar al Doctor Padilla en el número de nuestros primeros médicos y de nuestros más reputados maestros, le

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