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Monserrate, el cual compuso ademas cinco Y la caballería entonces trote
tragedias que se publicaron en Madrid con to-Por el inmenso globo de la luna.
das sus poesías en 1609, llevando por títulos:

la Gran Semiramis, la Cruel Casandra, Ati- Mis entrañas son fuego del infierno,
la furioso, la Infeliz Marcela y Elisa Dido. El vino es el amor de nuestras bodas,
En las cuatro primeras procuró, como él mis-La dulce copa ya no es copa, es capa,
mo dice, unir
Es-capa-se del alma y del infierno,

La mayor fineza

Del arte antiguo y del moderno uso.

en la última aspiró á escribir una obra con entera sujeción á las reglas antiguas.

Y del fuego, y de amor, y de la boda.

Armas son esas para mi ridículas: ¿Viboras me arrojais, culebras y áspides? Con el aliento solo yo consúmolas: Ministros fuertes de mi esfuerzo y ánimo, Juan de la Cueva habia columbrado que Capitanes, soldados, armas, máquinas, la sencillez de las acciones dramáticas de los Militares, bravisimos ejércitos, antiguos, no era á propósito para interesar á Antropófagos, lestrigonos y ciclopes, los espectadores de su tiempo, y por dar ma-Mundos, infiernos, manos mias sólidas yor complicacion y movimiento al drama, Mas que diamantes, y mas fuertes y ásperas, prescindió de las antiguas reglas; pero des- Dadme aqui montes de pesantes pórtidos graciadamente, sin conocer el punto en don-Con que sepulte estos gigantes pérfidos. de debia detenerse, al acometer esta reforma,

y sin tener ingenio bastante para suplir con La tragedia de Elisa Dido que procuró esbellezas la falta de regularidad de sus llama-cribir Virues con arreglo á los preceptos de das tragedias. Y no fué lo peor esto, sino que los antiguos, observando las tres unidades, está Juan de la Cueva tuvo tambien imitadores, dividida en cinco actos, cada uno de los cuaentre los cuales se cuenta Virues, que como les termina con un coro. No son el asunto de otros, siguió por el mal camino que aquel les esta composicion los amores de Dido y Eneas, habia enseñado. Cueva creia hacer una gran inventados por Virgilio, sino la constancia de cosa, reduciendo á cuatro jornadas sus obras aquella famosa reina de Cartago en la fé que dramáticas, y Virues presentaba como un mé-guardaba á la memoria de su marido, su resisrito el haberlas dividido en tres actos ó partes, tencia á Yarbas que, enamorado de ella, la socon la circunstancia de que considerándolas licita, y por último, la muerte que se da ella independientes una de otra, eran en realidad misma por no faltar á su propósito. El argutres acciones distintas. Asi en la Gran Semi-mento no está mal conducido; pero falta el ramis, el primer acto es el casamiento de es- contraste de las pasiones, los caractéres no esta muger estraordinaria con Nino, rey de Asi-tán bien desarrollados y las situaciones tienen ria; en el segundo da muerte á su marido y usurpa el trono; y en el tercero espia este crimen, muriendo á manos de su hijo.

poco ó nada de patético. El siguiente trozo, que es uno de los mejores, basta para conocer la falta de animacion y colorido poético que hay en toda la tragedia. He aqui con cuanta tibieza se espresa un amor que no puede ser mas puro.

Hablando de las tragedias de este autor, decia nuestro ilustre compatriota, don Alberto de Lista: «los caractéres, por lo general, son atroces; las situaciones amatorias indecentes; ¡Ay, mi Siqueo! Si la fé debida las trágicas horribles y hasta nauscosas, y nin- A mi amor ni á tu amor no es la mas alta, guno de estos defectos está resarcido con el No es la mayor de cuantas tiene el mundo, mérito de la versificacion.» Diferente juicio | La de Ismeria será, yo asi lo creo; ha formado de Virues don Francisco Martinez Pero no puede ser, porque es sin duda de la Rosa, concediéndole algun mérito como Esta fé la mayor. Tú, Ismeria mia, autor dramático y culpándole solamente de ha- Luego sigue tras ella, y vé contenta, ber contribuido al desórden que por aquellos Que es escelso el lugar que te señalo, tiempos se iba introduciendo en nuestro tea-Tanto que pocos aun de vista apenas tro; pero no cabe dudar que la falta de regu-Se alcanzarán: que en fé y amor son pocos laridad y de buen gusto en las llamadas tra-Los que á sublime puerto se levantan. gedias de Virues llega á un estremo muy re- Que pasiones mortales miserables prensible, bastando decir en prueba de esto Con pesados afectos, viles, bajos, que en el Atila mueren nada menos que cin-Estorban al espíritu el alzarse cuenta y seis personas, y toda la tripulacion Al punto que el amor y fé se debe. de una galera que se abrasa. En cuanto á su Pero en mí ni mortal pasion ni afeto, estilo, puede juzgarse de él por los siguientes Ni mísera, pesada y vil bajeza trozos tomados de dicha tragedia: Me estorbarán que á mí Siqueo muestre Mi fé y amor en su debido punto.

Formados escuadrones, le presenten
Al enemigo la batalla, y talen

El campo todo donde están las naves,

Miguel Cervantes de Saavedra, quiso tambien ejercitar su ingenio en la poesía dramá

tica y escribió una tragedia, tomando por asunto de ella la destruccion de Numancia, hecho histórico que, aunque antiguo, no podia menos de ser muy interesante para espectadores de nuestra nacion. De cuantas obras dramáticas compuso Cervantes, que no fueron muchas, la Numancia es indudablemente la meJor, no obstante, que la crítica halla en ella mas de un defecto. En cuanto á la accion no puede negarse que produce en ella cierta falta de unidad la mezcla de amores y episodios impropios; el estilo decae algunas veces hasta ser trivial y bajo; la versificacion es desigual, y se encuentran muchos trozos que por su tonacion pertenecen mas bien al poema épico que à la tragedia; pero en cambio se encuentran escenas de gran interés, cuadros bellisimos, rasgos admirables, y algunos trozos muy notables por la armonía de sus versos. Dignos son ciertamente del mejor pocta las siguientes octavas:

No con tanta presteza el rayo ardiente Pasa rompiendo el aire en presto vuelo, Ni tanto la cometa reluciente

Se muestra presurosa por el cielo,
Como estos dos por medio de la gente
Pasaron, coronando el duro suelo,
Con la sangre romana que sacaban
Sus espadas do quiera que llegaban.

¿Y á los libres hijos nuestros Quereis esclavos dejallos? ¿No será mejor ahogallos Con los propios brazos vuestros?

Basta el ligero analisis que acabamos de hacer de las tragedias españolas compuestas hasta la gloriosa época de Cervantes y Lope de Vega, para no dudar que ninguno de nuestros grandes ingenios acertó á producir una obra de este género que pasase siquiera de la medianía. Despues quedó la tragedia como olen-vidada por largo tiempo en España, no obstante ser mayor el número de los poctas que cultivaron la poesía dramática.

En el cuadro de la destruccion de Numancia hay las siguientes tambien bellisimas:

Cual suelen las ovejas descuidadas Siendo del lero lobo acometidas, Andar aqui y alli descarriadas, Con temor de perder las tristes vidas; Tal niños y mugeres delicadas Huyendo las espadas homicidas, Andan de calle en calle joh hado insano! Su cierta muerte dilatando en vano.

El pecho de la amada nueva esposa Traspasa del esposo el hierro agudo; Contra la madre, ¡oh nunca vista cosa! Se muestra el hijo de piedad desnudo; Y contra el hijo el padre, con rabiosa Clemencia levantando el brazo crudo, Rompe aquellas entrañas que ha engendrado, Quedando satisfecho y lastimado.

Las reconvenciones de las numantinas á sus compatriotas son uno de los mejores trozos de esta tragedia:

¿Qué pensais, varones claros? ¿Revolveis aun todavía En la triste fantasía De dejarnos y ausentaros? ¿Quercis dejar por ventura A la romana arrogancia Las vírgenes de Numancia Para mayor desventura?

Al hablar de Juan de la Cueva y de Cristóbal de Virues, dijimos que en su tiempo era ya conocida la necesidad de prescindir de algunas de las antiguas reglas para dar mayor interés y animacion á nuestras producciones dramáticas; que uno y otro habian traspasado los estrechos limites del arte antiguo, pero que a pesar de eso ninguno de ellos habia tcá nido bastante ingenio para dar á luz una produccion notable por sus bellezas. ¿Qué importaba no sujetarse á las reglas que prescribian la unidad de lugar y tiempo conforme à los modelos de los griegos y los latinos, si lo que faltaba de regularidad á las nuevas producciones, juzgándolas con arreglo al uso antiguo, no era compensado con bellezas de otro géne ro? Faltaba in ludablemente esta compensacion, y á ninguno otro de nuestros grandes ingenios fué debida sino à Lope de Vega. Hablando de tan célebre escritor y de la influencia que tuvo en nuestro teatro, dice el erudito don Agustin Duran: Conoció Lope que las reglas clásicas relativas à las unidades no eran escnciales mas que á cierto y determinado sistema de imitacion á cierta clase de verosimilitud; pero que existiendo en la naturaleza otros medios de imitacion y de verosimilitud que en aquellos no cabian, ningun inconveniente resultaba de abandonarlas. Buenas, escelentes, indispensables, eran para las naciones bajo cnya civilizacion se crearon y en cuyas costumbres las hallaron sus poetas; pero en un pueblo meridional por escelencia, misticamente religioso, ferviente de imaginacion, que buscaba las impresiones intimas del alma mas bien que las de los sentidos, los efectos de las luchas de las pasiones y no los resultados del fatalismo; en un pueblo ansioso de asuntos complicados, curioso de examinarse á sí mismo, lleno de fé para con los hechos maravillosos y las enredadas situaciones, ¿cómo habian de bastar á interesarle las sencillas y breves combinaciones que caben en un cuadro clásico? Nuestro genio especial abarcaba un inmenso espacio poético; para tenerle suspenso y entretenido en el teatro, se necesitaba unaTM historia entera, un poema épico completo. Poco nos importaba que el poeta corriese de

de la corrupcion y del mal gusto; mas como la nacion francesa ejercia entonces en España una gran influencia, no solo politica, sino literaria, nuestros literatos reformadores confundieron á Lope y Calderon con los infelices co

las grandes obras del teatro francés, quisie-
ron naturalizar entre nosotros la tragedia y la
comedia clásica, tales como la habian cultiva-
en Francia Corneille, Racine y Moliere.
El primero que dió el ejemplo, fué don
Agustin Montiano y Luyando, que publicó dos
tragedias, una titulada Virginia y otra Ataul-

Oriente á Occidente, que pasase de siglos á siglos: pues como nuestro drama era una historia, y eso buscábamos alli, volábamos en el teatro con el poeta, como seguiamos en un libro al historiador. La curiosidad que nos conducia á la escena, y nuestra imaginacion, abar-pleros que desatinaban á destajo, y admirando caban las creaciones del ingenio; y ya en el cielo, ó ya en el abismo, estábamos contentos, si como en la tierra veiamos al héroe que con hechos maravillosos, intrigas complicadas,do combates intimos de pasiones, cuestiones de punto de honor, galantería, metafisica, acciones caballerescas y religiosas nos reproducia á nosotros y á nuestros íntimos sentimientos.fo, ambas escritas en verso endecasilabo suclY ni aun esto bastaba para construir el drama to; mas este ensayo fué bien poco feliz, á pepopular. En ello ciertamente consistia su esen- sar de la grande erudicion del autor, notáncia; mas para su parte de ornato exigia nuestro dose en dichas obras gran falta de interés y gusto y tendencia natural que se revistiese de movimiento, y no poca escasez de armonía todos los tonos de la poesía; necesitábamos, en la versificaciou, annque el lenguaje no en fin, que la lírica, la épica, la narrativa, deja de ser correcto y fácil el estilo. ostentasen todos los recursos en el teatro, por- Otros, como don Eugenio Llaguno y Amique acostumbrados á la gala, riqueza, y abun-rola, don Pablo Olavide y don José Clavijo y dancia de nuestra hermosa lengua, los oidos es- Fajardo, no sintiéndose con fuerzas para compañoles no podian renunciar, ni aun en el dra- poner tragedias, se dedicaron á traducir las ma, los encantos de sus variados y armonio- mejores de los franceses; pero casi todas essos sonidos. Mas adelante añade este mismo tas traducciones fueron olvidadas bien pronto, escritor: Al ingenio grande, audaz, eminente- escepto la de Atalia, hecha por Llaguno. mente español de Lope, estuvo reservado comprender é inventar un sistema dramático que fuese verdadera espresion de nuestras necesidades intelectuales y morales. Por inspiracion ó por sentimiento intimo, quizá mas que por estudio, halló el drama español, y formándolo con la quinta esencia del carácter indigena, le apropió ademas cuanto no era incompatible con ella y habiamos adquirido de los estraños. Cultivado el árbol de nuestra poesía popular, creció magnífico y robusto hasta las nubes, y sus vigorosas ramas asombraron la culta Europa. Modelo fué de ella casi un siglo entero, y | sus mayores ingenios se alimentaron de su sustancia para producir obras análogas, en cuanto lo permitia la diferente indole de las naciones para quienes escribian.»

El grande aplauso que encontraron los dramas de Lope, tan conformes al gusto de los españoles en aquellos tiempos, fué mas que bastante para que otros ingenios siguiesen por el mismo camino en que él habia recogido tantos laureles, resultando de aqui, como hemos dicho antes, el quedar olvidada la tragedia.

Don Nicolás Moratin dió á luz tres tragedias suyas tituladas Lucrecia, Hormesinda y Guzman el Bueno; Cadalso escribió otra titulada Sancho Garcia; Lopez de Ayala hizo representar la Numancia, y Jovellanos escribió el Munuza. Casi todas estas producciones son de muy escaso mérito. En las de Moratin se encuentran algunos bellos trozos de versificacion; pero ninguna de ellas podria represen- ́ tarse ahora con buen éxito. Cadalso cometió el yerro de escribir la suya en versos pareados, que ademas tienen el defecto de ser muy flojos: el Munuza tiene un plan bastante mal trazado, notándose no pocos defectos en los caracteres y en la versificacion: solo la tragedia de Ayala, reducida á mas estrechas dimensiones y purificada de algunos defectos, se ha sostenido en el teatro hasta estos últimos tiempos, merced á los sentimientos patrióticos que en ella resaltan, y á no pocos trozos de su buena versificacion.

Don Vicente García de la Huerta, á quien no parecieron bien los esfuerzos que se hacian para acreditar en el teatro español el sistema francés, emprendió publicar una coleccion de Despues de la época de Calderon, que su- nuestras mejores comedias; pero tuvo mala peró en el nuevo género dramático á todos eleccion y no consiguió lo que se habia prolos poetas anteriores, incluso Lope de Vega, puesto; siendo lo mas notable que despues de comenzó á decaer nuestro teatro y continuó largas declamaciones contra los innovadores, su decadencia, llegando á un estremo lamen- no solo siguió su ejemplo, escribiendo una table en el siglo último. Ya por este tiempo tragedia original, sino que publicó una traducreinaba en España la dinastía borbónica, cuyo cion de la Zaira de Voltaire, siendo estas dos advenimiento al trono inauguró un periodo de las mas apreciadas y conocidas de sus obras. restauracion para las letras y las artes españo-La Raquel, que asi se titula la tragedia origilas, y hubo algunos varones que consagraron nal de Huerta, descuella á una inmensa altura sus esfuerzos á desterrar del teatro las dispa- entre todas las obras de este género que se ratadas producciones de los últimos tiempos compusieron en el último siglo, porque aun

cuando se hallen en ella algunos defectos, el plan está bien ordenado y bien pintados los caractéres; la accion es interesante y los versos por lo general son muy buenos.

Don Nicasio Alvarez Cienfuegos publicó posteriormente el Idomeneo, la Zoraida y la Condesa de Castilla, ensayos del género trágico que nunca han logrado los honores de la representacion. Despues de su muerte se imprimió otra tragedia suya titulada el Pitaco. Como producciones dramáticas, solo la segunda tiene algun interés: la accion de la tercera es demasiado horrible, y el Pitaco, aunque mejor escrita que todas, carece de movimiento.

verdad, si pudiéramos ocuparnos esclusivamente de esto. Válganos, pues, de escusa esta razon, si saltando las épocas y esquivando históricas computaciones, consideramos demostrado el origen de las dos partes del vestido español. La copa y la mantilla.

Nada se parece mas á un albornoz que una capa española. Ningun tocado tiene con el velo de las moras mas semejanza que las mantillas de nuestras damas. Los árabes, ardientes y celosos amadores, idearon, sin duda, estos trages para mejor favorecer al misterio de sus galanteos, para mejor esquivar las miradas inoportunas de los estraños. Los cristianos, nacidos y criados bajo la influencia del sol que calienta la vega granadina, teniendo acaso en sus venas no poca parte de sangre berberisca y árabe, tenian el mismo temple en sus pasiones

ros habia inspirado el lujo de sus conquistas, la preponderancia de su cultura, el influjo de los climas de donde eran indígenas.

En los primeros años de este siglo tuvo España un actor dotado de tan raras prendas que hizo aplaudir en el teatro las composiciones que parecian contrarias á nuestra indole y gus-la misma poesía de sentimientos que a los motos literarios. Tal fué el entusiasmo que produjo Maiquez representando tragedias, que un gran número de poetas se dedicaron á tan dificil género, unos traduciendo las mejores que tenia el teatro francés y otros escribiéndolas originales. Pero de todas ellas la mayor parte han quedado olvidadas por su escaso mérito, escepto el Pelayo, obra compuesta antes de 1808 y que pasará á la posteridad con la fama de su autor, á quien hemos visto coronar co-las celosías de sus amadas, entregando á los mo eminente poeta.

Si los abencerrages de Granada, depuesta' la pesada cota, embozados hasta los ojos, no bien limpias las manos de la sangre cristiana con que las mancharon en el rebato de por la mañana junto á los muros de Santa Fé, volaban apenas anochecia á suspirar rendidos bajo

perfumados vientos de los cármenes los armoTRAGES NACIONALES. De una preciosa obra niosos versos de sus romances; el cristiano contemporánea tomamos este sentido artículo, del campo católico, calando en vez del casco la que reproducimos con levisimas alteraciones. ligera toca, envuelto tambien en una capa En él se nota un espíritu de nacionalidad que rondaba por entre las tiendas de las damas de encanta, y se pinta con bellos colores la poe- la reina esperando la hora de ver brillar al rasia de nuestros dos trages caracteristicos, la yo de la luna los hermasos ojos de su dama, y capa y la mantilla La historia de nuestra ga-entreteniendo el tiempo con la cancion de enalanteria, dice, la indole particular que en las moradas trovas. pasiones de los españoles dejaron impresas la Iguales eran ya las costumbres y confundiinvasion agarena, y las disensiones domésti- dos estaban los hábitos, cuando en las sierras cas que por tanto tiempo agitaron los diversos alpujarreñas cayó espirante nadando en su heimperios del cristianismo español, son la ver- róica sangre, la última esperanza de libertad, dadera fuente de donde salieron los originales de gloria y nacionalidad que el islamismo esrasgos que aun en la actualidad determinan de pañol habia concebido. Las calles toledanas, un modo ideal y poético al habitante de la Pe-las de Zaragoza, las de Sevilla, presentaban la nínsula. misma escena: Edificios cargados de celosias, Los árabes españoles fueron sin disputa el misteriosos embozados, damas tapadas, escudepueblo mas civilizado del mundo. La inteligen-ros, pages y dueñas, sirviendo todo al fanatiscia alcanzó entre ellos un grado de desarrollo mo con que un pueblo original, exaltado, poémuy superior al que obtenia entre las demas tico y heróico en su vivir, daba culto á los dos naciones. Sus costumbres tambien eran las mas sentimientos que le caracterizaban: su religion dulces y su galanteria la mas culta entre las y sus amores. que imperaban sobre los pueblos que se deno- Emulas de la careta y del dominó veneciaminaban civilizados. Tan cierto es esto, que nos, mas lisongeras que estos disfraces y mas nuestro trato continuo con ellos fué la verda-que ellos elegantes y airosas, la capa y la dera causa de que la enérgica aspereza de los mantilla españolas fueron dejando escrita en la hábitos góticos se templase con la dulzura de tradicion y en el gusto para vestir la curiosa los usos árabes, con la ilustracion que las es- crónica de nuestra galantería. Una muger vecuelas cordobesas sin cesar derramaban, con|lada pasando como un sueño de felicidad debala blandura que por todo el ámbito de España jo el manto una pulida mano, símbolo tal vez esparcian las industrias, talleres y comercio de de su rara belleza, decidia de la suerte de un los moros toledanos, valencianos y grana-hombre: para siempre regulaba sus movimiendinos. tos: la vida del caballero estaba á los pies de Mas detenidamente demostraríamos esta la dama, que desde el encierro de su hogar

acaso disponia de una conquista ó de la pacificacion de un reino.

Sin embargo, forzoso es confesar que la mantilla es aun el trage dominante de nuestro suelo, y el adorno que mejor sienta á nuestras damas. En cuanto á los hombres, por mas que anden vestidos á la inglesa, sienten aun en sus venas arder un resto de sangre africana, y por mas que se introduzcan capotes con mangas ó sin ellas del otro lado de los Pirineos, el español lleva capa y con ella se emboza, ya que no para rondar las rejas por la noche (que de esto nos ha librado la civilizacion moderna) para guarecerse del frio y evi

Los reyes y los vasallos, los grandes y los simples hidalgos, los escuderos y los matones, todos al anochecer calaban el sombrero, se hundian en el rebozo de su capa y acariciando por debajo de ella los gabilanes de la tizona ó la culata del pistolete, se ponian en la calle en pos de sus buenas ó malas andanzas: y llovian con esto los tajos y reveses, y las rejas se cerraban de golpe y la justicia corria á meterse en su casa, y si se quedaba, era para recoger muertos ó heridos, ó cuando menos algun som-tar las intemperies del invierno. El pueblo esbrero ó guante de los reñidores. Amanecia el cielo como si nada hubiera sucedido: sonaba la campana llamando á misa; doncellas y dueñas, casadas y viudas, bien embebidas en sus mantos, salian de sus casas mirando de reojo á los madrugadores galanes y seguras de que no faltaria algun page rufian que al volver una esquina pusiera en sus manos el billete del enamorado caballero. Asi nuestros abuelos, divinizando sus pasiones y llenando el mundo con la fama de su valentia, pasaron sendos años de vida y de ilusion, años de poesías, hasta en las catástrofes sangrientas que los recelos del poder venian á decretar de cuando en cuando.

pañol, como el anciano que recuerda los goces de su juventud, ama todavía las prendas que de aquella época venturosa le han quedado. Todavía los españoles prefieren las ropas y los usos que en otros tiempos eran compañeros y protectores de sus delicias. Y mientras mas se desciende á las clases que por su posicion no están en el caso de haber alterado sus costumbres, mas se conoce el apego de los españoles á los antiguos usos de sus gloriosos tiempos.

Pueblos hay en la Península donde nuestros abuelos tendrian muy poco que echar de menos en punto á costumbres y tradiciones, y muchas son las ciudades, que, si bien han sufrido los trastornos de las modernas revoluciones, todavía conservan en sus usos trages góticos y moriscos, resto de lo que fueron hace dos ó tres siglos.

Sin embargo, la tendencia general llegará un dia á conseguir la abolicion de nuestros trages nacionales. Como sombra que se desvanece en un dibujo, desde el oscuro mas negro hasta la mayor claridad, asi nuestras usanzas vendrán á confundirse en los estilos estrange

Con tales antecedentes, con tan variados recuerdos, la capa y la mantilla reinaban sobre nuestro suelo, mandando todavía y fascinando las imaginaciones mas finas, cuando la moda, esclava de la influencia política, vino á variar de capricho porque la suerte de la España habia variado. Los estilos ultramontanos invadieron nuestros salones, paseos y teatros, hollando recuerdos lisongeros, destruyendo la nacionalidad de las costumbres, atacando la melancólica gravedad que á pesar de todo caracteriza aun á los ardientes hijos de la Espa-ros. La ropa española, tan bella, tan galana, ña. Todo fué cediendo al torrente dominador, todo fué cejando ante su poderosa influencia. Sin embargo, el caballero español, si dejó la espada, si abandonó la daga y el sombrero de anchas alas, no quiso desprenderse de su capa; ni muchas damas dejaron de velar al sol sus encantos, por mucho que gustasen de prenderse al estilo de Francia é Inglaterra.

tan ideal, será una tradicion, un sueño de los pasados tiempos, y no pudiendo ya brillar en los asiáticos saraos, en las lujosas ferias, en las plazas de toros, en las nocturnas serenatas, lucirá su elegante forma en los bailes de máscaras, sino con la fé de su juventud, con el ardor al menos del deseo.

Mientras tanto, en algunas provincias de nuestro suelo son todavía características, todavía necesarias al pueblo, que sin eilas y sin las costumbres que à ellas van eslabonadas, no puede pasar la vida. Y por lo que respecta al objeto de este artículo, aun podemos decir

Las clases acomodadas de nuestro pais adoptaron las modas estrangeras, sin abandonar las garbosas ropas españolas. Admiticron á las primeras como medio de variar en eluso de las segundas, empleándolas en los actos de la vida y en las costumbres introducidas tam-que reina su influencia con poderosa energia bien por los estrangeros.

Ya desde entonces forma otro período la historia de nuestros trages nacionales. Insensiblemente fueron desapareciendo sus formas. Quedaron sus galanes y lujosos adornos para lances de legitimo capricho español, para las romerías y funciones de tradicion puramente española. La capa y la mantilla solamente permanecieron dominando como símbolo poderoso de nuestro carácter, como recuerdo vivo de nues tra poesía, del romanticismo de nuestra vida.

en nuestros compatriotas. Los españoles, por muy elevada que sea su clase, conservan aun en su vestir, como en otras muchas cosas, algunos rasgos característicos, bastantes signos para distinguirse de cualquier estrangero.

Aqui concluye el artículo que hemos reproducido. Conformes con el autor del mismo en las apreciaciones que hace de nuestros trages nacionales y en los sentidos recuerdos que les consagra, no lo estamos del mismo modo respecto á sus temores de que desaparezcan estos

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