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don Luis de Góngora, requiebro de las musas y corifeo de las gracias, gran artífice de la lengua castellana, y quien mejor supo jugar con ella y descubrir los donaires de sus equívocos con incomparable agudeza. Cuando en las veras deja correr su natural, es culto y puro, sin que la sutileza de su ingenio baga impenetrables sus conceptos, como le sucedió después, queriendo retirarse del vulgo y afectar escuridad: error que se disculpa con que aun en esto mismo salió grande y nunca imitable. Tal vez tropezó por falta de luz su Polifemo; pero ganó pasos de gloria. Si se perdió en sus Soledades, se halló después tanto mas estimado, cuanto con mas cuidado le buscaron los ingenios y explicaron sus agudezas.

>>Contemporánco suyo fué Bartolomé Leonardo de Argensola, gloria de Aragon y oráculo de Apolo; cuya facundia, erudicion y gravedad con tan puro y levantado espíritu, y tan buena eleccion y juicio en la disposicion, en las palabras y sentencias, serán eternamente admiradas de todos, y de pocos imitadas. La pluma, poco advertida, afeó sus obras, y después la estampa, por no habellas entendido: peligro á que están expuestas las impresiones póstumas.

» Lope de Vega es una ilustre vega del Parnaso, tan fecundo, que la eleccion se confundió en su fertilidad, y la naturaleza, enamorada de su misma abundancia, despreció las sequedades y estrechezas del arte. En sus obras se ha de entrar como en una rica almoneda, donde escogerás las joyas que fueren á tu propósito, que hallarás muchas.>>

Sin reparar en el órden y disposicion, agradecí la relacion destos ingenios; y saliendo de aquellas aduanas, nos detuvo el ruido de confusas voces que salian de unas escuelas que estaban al lado. Quise reconocerlas, y vi que Antonio de Lebrija, Manuel Alvarez y otros enseñaban á la juventud la gramática, porque sin su perfecto conocimiento ninguno podia ser ciudadano de aquella república. La multitud de reglas y preceptos era grande; y si bien Sanchez Brocense las habia reducido á menos en su dota Minerva (á quien Gaspar Sciopio mas dió á conocer que añadió), con todo eso oprimian la capacidad de aquellos mancebos; y muchos, impacientes, dejaban el estudio, y aunque eran hábiles para las sciencias, tenian tal oposicion á la gramática, que se aplicaban á las armas ó á las artes mecánicas, sin llegar á ser ciudadanos de aquella república, con grave daño della. Otros, después de cuatro ó cinco años, apenas sabian la lengua latina; con que pasada la edad apta para las sciencias, quedaban inhábiles para ellas. Mucho me lastimé desto, reconociendo que era la principal causa de la ignorancia, y pregunté á Marco Varron que por qué se perdia tanto tiempo en solo enseñar una lengua que sin preceptos, con el uso y ejercicio se podia aprender en cuatro meses, como se aprenden las demás lenguas; y que por qué razon no se enseñaban las sciencias en las maternas, como hicieron los griegos y después los romanos, pues casi todas son capaces dello. A que me respondió así:

«Muchos no aprueban este estilo de enseñar la gramtica; pero hay costumbres que todos las reprueban y todos corren con ellas; y en España no es el mayor daño el de los preceptos, sino el descuido de los padres en no aprovecharse de la infancia, apta y dispuesta para las lenguas por la misma naturaleza; lo cual reconocido de las demás naciones, apenas empiezan á pronunciar los niños, cuando les ponen en las manos el abecedario y el arte latino. En cuanto á las sciencias, no convino hacellas vulgares con la lengua materna; porque, reducido el mundo después de la caida de los romanos á varios dominios, y perdida la lengua latina, que era comun á todos, fué necesario mantenella, no solamente por los libros dotos que habia escritos en ella, sino tambien porque las naciones pudiesen gozar de las especulaciones y práticas que cada una de las demás hubiese observado, puestas en una lengua comun y universal; lo cual no pudiera ser sin el prolijo trabajo de las traducciones, en quien pierden su gracia y fuerza las cosas.>>

Después destas escuelas estaban las mas celebradas universidades del mundo: la Beritense, restaurada por los emperadores Diocleciano y Maximiano, y después por Justiniano; la de Bolonia, que levantó Teodosio; la Patavina, la Babilónica y las de Viena, Ingolstat, Salamanca, Alcalá, Coimbra y otras. Grande era el ruido de los estudiantes. Unos con otros voceaban, encendidos los rostros y descompuestas las manos. Porfiaban todos, y ninguno quedaba convencido; de donde conocí cuán acertado fué el jeroglífico de los egipcios, que significaban las escuelas por la cigarra. En algunas de las universidades no correspondia el fruto al tiempo y trabajo. Mayor era la presuncion que la sciencia, mas lo que se dudaba que lo que se aprendia; el tiempo, no el saber, daba los grados de bachilleres, licenciados y dotores, y á veces solamente el dinero, concediendo en pergaminos magníficos, con plomos pendientes de hilos, potestad á la ignorancia para poder explicar los libros y enseñar las sciencias y hallarse en uno destos grados.

Pasaban en buen órden los historiadores griegos y latinos y de otras naciones. Deseoso yo de reconocellos, les salí al paso, pidiendo á Polidoro que uno á uno me refiriese sus nombres y sus calidades.

«Este (me respondió) que camina con pasos graves y circunspectos es Tucídides, á quien la emulacion á la gloria de Herodoto puso la pluma en la mano para escribir sentenciosamente las Guerras del Peloponeso. » Aquel de profundo semblante es Polibio, que en cuarenta libros escribió las historias romanas, de los cuales solamente han quedado cinco, á que perdonó la injuria de los tiempos; pero no la malicia de Sebastian Maccio, que ignorantemente le maltrataba, sin considerar que es tan doto, que enseña mas que refiere.

»El que con la toga lisa y llana y con libre desenvoltura le sigue, en cuya frente está delineado un ánimo cándido y prudente, libre de la servidumbre de la lisonja, es Plutarco, tan versado en las artes politicas y milita

res, que, como dijo Bodíno, puede ser árbitro en ellas.

>>El otro de suave y apacible rostro, que con ojos amorosos y dulces atrae á sí los ánimos, es Jenofonte, á quien Diógenes Laercio llamó musa ática, y otros con mas propiedad, abeja ática.

>>Este, vestido sucintamente, pero con gran policía y elegancia, es Cayo Salustio, grande enemigo de Ciceron, en quien la brevedad comprende cuanto pudiera dilatar la elocuencia; aunque á Séneca y á Asinio Polion parece escuro, atrevido en las traslaciones y que deja cortadas las sentencias.

»Aquel de las cejas caidas y nariz aguileña, con antojos de larga vista, desenfadado y cortesano, cuyos pasos cortos ganan mas tierra que los demás, es Cornelio Tácito, tan estimado del emperador Claudio, que mandó se pusiese su retrato en todas las librerías, y que diez veces al año se escribiesen sus libros. Pero no bastó esta diligencia para que no ocultase el olvido la mayor parte dellos, y que los demás estuviesen sepultados por muchos años, sin que hiciesen ruido en el mundo hasta que un flamenco le dió á conocer á las naciones; que tambien ha menester valedores la virtud. Pero no sé si fué en esto mas dañoso al sosiego público que el otro inventor de la pólvora. Tales son las dotrinas tiranas y el veneno que se ha sacado de esta fuente; por quien dijo Budeo que era el mas facineroso de los escritores. A semejantes peligros se exponen los que escriben en tiempo de príncipes tiranos; que si los alaban sonlisonjeros, y si los reprenden, penetrando sus vicios, parecen maliciosos. Pero esta calumnia se recompensa con lo que otros alaban en él; pues Plinio Cecilio le llama elocuente; Vopisco, facundo; Esparciano, puro y cándido; Bodino, agudo, y Sidonio, digno de toda alabanza.

>>Repara en la serena frente y en los eminentes labios de este, que parece destilan miel, y nota bien el ornato de sus vestidos, sembrado de varias flores; porque es Tito Livio, de no menor gloria á los romanos que la grandeza de su imperio. Huyó de la impiedad de Polibio y dió en la supersticion. Así, por librarnos de un vicio, damos alguna vez en el opuesto.

>>No menos debes considerar la garnacha de Cayo Suetonio Tranquila, que viene después dél, tan perfectamente acabada, que quien la quisiese mejorar, la gastaria. En su semblante conocerás la impaciencia de su condicion, que no puede acomodarse á la lisonja ni á tolerar los vicios de los príncipes, aunque sean ligeros, si pueden serlo los que comete la cabeza de la república, cuyas acciones imita ciegamente el pueblo, sin que la lisonja ó lo abatido de la servidumbre repare en si son buenas 6 malas; antes todas le parecen buenas. Porque, no de otra suerte que suele la estimacion del príncipe á esta especie de piedras preciosas mas que á aquellas dalles mayor valor en la opinion del vulgo, aunque en su naturaleza no le tengan, así estiman los vasallos por loables las costumbres depravadas que ven ejercitadas y aprobadas en la cabeza que los gobierna,

>> El que con la espada en la una mano y la pluma en la otra se te ofrece delante, que no menos atemoriza con lo feroz á los enemigos que con la elegancia á los que quieren imitalle, es Julio César, último esfuerzo de la naturaleza en el valor, en el ingenio y juicio; tan industrioso, que supo descubrir sus aciertos y disimular sus errores. Pero ¿quién es tan constante amigo de la verdad, que los descubra, ó tan retirado de sí, que los reconozca? Pues si el afecto á otros suele dar diferentes luces á las cosas ajenas, ¿qué fuerza tendrá en las obras propias, y principalmente en aquellas que son hijas del ingenio y del valor?

>>El vestido á lo cortesano, aunque llana y sencillamente, sin arreo ni joyas, es Felipe Comínes, señor de Argenton, cuya frente (en quien obra la naturaleza sin ayuda del arte) tendida descubre su buen juicio.

>>El otro, de prolija barba, mal ceñido y flojo, es Guichardino, gran enemigo de la casa de Urbino.

»El que va á su lado con un ropon de martas, que apenas puede darle bastante calor, es Paulo Jovio, adulador del marqués del Basto y de los Médicis, y enemigo declarado de los españoles; vicios que desacreditan la verdad de su Historia.

>>El otro, de largas y tendidas vestiduras, es Zurita, á quien acompañan don Diego de Mendoza, advertido y vivo en sus movimientos, y Mariana, cabezudo, que por acreditarse de verdadero y desapasionado con las demás naciones, no perdona á la suya, y la condena en lo dudoso. Afecta la antigüedad; y como otros se tiñen las barbas por parecer mozos, él por hacerse viejo.>>

Informado así de las calidades de aquellos historiadores, pasamos adelante y vimos á un lado y otro de aquellas universidades las librerías mas insignes que celebró la edad presente y la pasada. Aquella de Tolomeo Filadelfo, con cincuenta mil cuerpos de libros; la Ambrosiana de Milan, con cuarenta mil; la Octaviana, Gordiana y Ulpia, la Vaticana, la del Escurial y la Palatina. En ellas hallamos muy antiguos libros escritos en varias materias. Los mas antiguos en hojas de palmas, cosidas sutilmente entre sí, y en aquellas túnicas blancas que están entre las cortezas y los troncos de los árboles, que se llamaban libros, de donde quedó este nombre. Otros en planchas sútiles de plomo y en tablas bañadas de cera, sobre que se entallaban los caractéres con un buril de hierro, llamado estilo, de donde tambien se dedujo el bueno 6 malo estilo. Otros libros hallamos escritos en unas membranas tejidas do los hilos interiores de un árbol, como junco, hallado en Egipto cuando aquella region se sujetó á Alejandro Magno, aunque hay quien le da mayor antigüedad. Este árbol se llamaba papiro, y de aquí nació el nombre de papel, como tambien de carta, porque se labraba en una ciudad deste nombre cerca de Tiro. Vimos tambien otros libros en pieles de animales, llamados pergaminos, por haberse hallado en Pérgamo cuando el rey Tolomeo Filadelfo mandó echar un bando que no se sacase de su reino el papel, invidioso de que Euménes, rey de Atalia, no juntase otra librería tan insigne como

la suya. Así alguna vez, á costa del trato y comercio de los vasallos, sustentan los príncipes sus emulaciones y invidias. Estos libros no estaban encuadernados como los que hoy se usan, sino revueltos (de donde se llamaron volúmenes) á unos garrotes de madera, ébano y marfil, con los pomos de plata y piedras preciosas.

Todos estos edificios me parecieron unas disposiciones de aquella ciudad, y deseaba ya entrar por sus calles; pero cuando creí habello conseguido, me vi enunos collados apacibles, que dejaban del uno y otro lado valles y soledades amenas, dispuestas todas á la contemplacion. Entre ellas se veian unas pocas casas y chozas, no con mas riqueza ni aparato que el que bastaba para defensa de los rigores del invierno y del verano.

De notable gente estaba habitada esta parte de la ciudad. Los primeros con quien topamos eran los gimnosofistas, desnudos y tendidos sobre la arena, contemplando las obras de la naturaleza. Luego los druidas, que á la pluma encomendaban su sciencia; los magos de Persia, los caldeos de Babilonia, los turdetanos de España, los bragmanes, agripeos, heliopolitanos, arimfeos, talmudistas, cabalistas, saduceos, samaneos, atentos todos á los secretos naturales, á cuyo bárbaro desvelo debieron su primera luz las sciencias.

Entre ellos vi á Prometeo, que le roia el corazon un deseo insaciable de saber, y doto en las artes hasta entonces no conocidas, de tal suerte las enseñaba á los hombres y reducia sus fieras y rústicas costumbres á la civilidad y trato humano, que casi los componia y for-pecies que se ofrecen entre los sentidos y cosas sensimaba de nuevo con sus manos, inspirando aliento en aquellos cuerpos ó vasos de barro.

Endimion parecia enamorado de la luna, siempre en ella los ojos, notando sus movimientos y mudanzas. Estudio fué en él lo que otros juzgaron por requiebro.

Atlante, tan levantado en la consideracion de los astros, que juzgaria quien le viese que estaba sustentando los cielos.

Proteo, especulativo en los principios, progresos y trasmutaciones de las cosas, recibia en sí aquellas formas y naturalezas.

Entre unos árboles estaban sentados aquellos siete varones sabios á quien tauto celebró la Grecia; y como la soberbia es hija de la ignorancia y la modestia de la sabiduría, mostraron en nuestra presencia la que habian adquirido con el estudio y especulacion. Porque habiendo unos pescadores jónicos sacado del mar entre las redes una trípode ó mesa redonda de oro, obra (segun era voz) de Vulcano, y consultado el oráculo de Délfos (para excusar diferencias) á quién tocaba, respondió que al mas sabio; y habiéndosela dado á Táles, vimos que con modestia cortés la dió á otro, y este al otro, hasta que llegó à Solon, que la ofreció al mismo oráculo, dieiendo que se debía á Dios, en quien solamente se ballaba la verdadera sabiduría: accion que pudiera desengañar la presuncion y arrogancia de muchos.

A las corrientes de una fuente estabar Sócrates, Pla

ton, Clitómaco, Carneades, y otros muchos filósofos académicos, siempre dudosos en las cosas, sin afirmar alguna por cierta. Solamente á fuerza de razones y argumentos procuraban inclinar el entendimiento, y que una opinion fuese mas probable que otra.

Poco mas adelante estaban los filósofos scépticos Pirro, Xenócrates y Anaxarco, gente que con mayor incertidumbre y miedo lo dudaba todo, sin afirmar ninegar nada, encogiéndose de hombros á cualquier pregunta, dando á entender que nada se podia saber afirmativamente. Cuerda modestia me pareció la destos filósofos, y no sin algun fundamento su desconfianza del saber humano; porque para el conocimiento cierto de las cosas son necesarias dos disposiciones, de quien conoce y del sugeto que ha de ser conocido: quien conoce, que es el entendimiento, se vale de los sentidos exteriores y internos, instrumentos por quien se forman las fantasías. Los sentidos pues exteriores se alteran y mudan por diversas afecciones, cargando mas o menos los humores; los internos tambien padecen variaciones ó por las mismas causas ó por su varia composicion y organizacion; de donde nacen tan desconformes opiniones y pareceres como hay en los hombres, concibiendo cada uno diversamente lo que oye ó ve. En las cosas que han de ser conocidas hallarémos la misma incertidumbre y mutabilidad; porque, puestas aquí ó allí, cambian sus colores y cualidades ó por la distancia ó por la vecindad á otras, ó porque ninguna es perfectamente simple, ó por las mixtiones naturales y es

bles; y así, dellas no podemos afirmar que son, sino decir solamente que parecen, formando opinion, y no sciencia. Mayor incertidumbre hallaba Platon en las cosas, considerando que en ninguna dellas estaba aquella naturaleza comun de que participan; porque tales formas 6 ideas (decia 1) asisten á la naturaleza purísima y perfectísima de Dios, de las cuales viviendo no podemos tener conocimiento cierto, y solo vemos estas cosas presentes, que son reflejos y sombras de aquellas; por lo cual es imposible reducillas á sciencia.

En otra parte estaban los filósofos dogmáticos, que asentaban por firmes sus proposiciones, constituyendo algunas cosas como bienes y otras como males; con que siempre vivian con el ánimo inquieto y perturbado, huyendo destas y apeteciendo aquellas.

Mas cuerdos me parecieron los filósofos escépticos, porque juzgaban como indiferentes las cosas; y así, ni las deseaban ni las temian, sin que pendiese su felicidad ó infelicidad de gozallas ó perdellas.

Otros filósofos tuvieron diferentes opiniones; y sien do estas tan varias como las naturalezas de los hombres, nacieron dellas infinitas sectas y escuelas.

Paseándose los peripatéticos por unos portales, disputaban y asentaban sus máximas. En otros, que con variedad de figuras habia hecho apacibles el pincel de Polignoto, pertinaces los estóicos, defendian importunamente sus opiniones y paradojas, reduciendo á nece• En la edicion de Ambéres falta este (decia),

sidad y liado las cosas, con una inhumana severidad en el desprecio de los bienes externos y en los afectos y pasiones del ánimo.

Mas adelante estaban los pitagóricos, entre los cuales hablaban pocos y callaban muchos, muy observantes en el importuno silencio de cinco años.

Luego encontramos á los epicureos, los cínicos y los heliacos.

Retirado de todos estos filósofos, menos vano y mas desengañado, estaba Diógenes, cuyo estudio hurtaba algunas horas á las ocupaciones públicas para la contemplacion de las materias estóicas, templando lo austero de aquellos maestros y mostrándose en nada dependiente de alguna fuerza superior, y mas cortés con los afectos y pasiones naturales; el cual á la márgen de un arroyo contemplaba su corriente, y por la corteza de un álamo con la punta de un cuchillo moralizaba la claridad y pureza de sus aguas en este epígrama español:

Risa del monte, de las aves lira,
Pompa del prado, espejo de la aurora,
Alma de abril, espíritu de Flora,
Por quien la rosa y el jazmin respira;
Aunque tu curso en cuantos pasos gira
Tanta jurisdiccion argenta y dora,
Tu claro proceder mas me enamora
Que lo que en ti naturaleza admira.
¡Cuán sin engaño tus entrañas puras
Dejan por trasparente vidriera
Las guijuelas al número patentes'

Cuán sin malicia, cândida, murmuras!
¡Oh sencillez de aquella edad primera!

Huyes del hombre y vives en las fuentes.

Pendiente de un ramo de aquel álamo tenia una tarjeta ovada, y en ella pintada una concha de perlas, cuya parte exterior, si bien parecia tosca, descubria dentro de sí un plateado y cándido seno, y en él aquel puro .parto de la perla, concebida del rocío del cielo, sin otra mezcla que manchase su candidez, y por mote ó alma desta empresa aquel medio verso de Persio: Nec te quaesiveris extra; en que mostraba el filósofo su desprecio á la emulacion y á los juicios exteriores de la invidia, contento con la satisfacion propia de su ánimo, siempre puro y atento á sus obligaciones.

En lo mas oculto de aquellos bosques habia la naturaleza, sin asistencia alguna del arte, abierto una puerta á las entrañas de un monte, á cuyos senos, por rústicas claraboyas entre peñascos escasamente penetraban los rayos del sol. Horror causaba la entrada; pero al deseo y curiosidad de ver, pocas cosas hacen resis→ tencia, y la compañía de Marco Varron (ya versado en aquellos lugares) lo facilitaba todo. Por ella nos arrojamos, pisando las dudosas sombras de aquellos escuros Jugares, y á pocos pasos tropecé y caí sobre dos cuerpos, que el sobresalto me representó muertos. Pero no se engañó mucho, porque estaban dormidos. Despertaron ambos; y sabiendo yo que el uno era Artemidoro y el otro Cardano, dije á este que, siendo muchas de sus vigilias tan dotes y tan provechosas á aquella repúbli

ca, era delito el entregarse tan torpe y tan ociosamente al sueño, imágen de la muerte. «Antes, me respondió, es imágen de la eternidad, pues en él, como en un espejo, vemos el tiempo presente y el futuro.» Reíme de su proposicion, creyendo que aun estaba dormido, y él, picado, prosiguió diciendo: «No os burleis de los sueños, los cuales hacen divino al hombre con el conocimiento de lo futuro, atributo por naturaleza reservado á Dios; porque en ellos, como en un teatro, se le representan en diversas figuras las cosas que han de suceder y á veces las sucedidas, para advertimiento propio y ajeno; y así, no es torpe ni ocioso el tiempo que dormimos, ni lo dejamos de vivir; porque seria engaño de la naturaleza el haber defraudado al aliento de la vida la mitad della; y es conforme á razon que, siendo el hombre por su entendimiento una semejanza de Dios, y habiendo dado dos tiempos, uno de vigilia y otro de sueño, no le habia de faltar en ambos el ejercicio desta semejanza, teniendo por tan largo espacio de tiempo enajenados y inútiles los sentidos. Para el remedio pues de ambos inconvenientes dispuso la divina Providencia que, como en la noche presiden la luna y estrellas con la luz prestada del sol, para que careciendo de su presencia no careciesen de sus rayos, así tambien dispuso que la fantasía y las operaciones intelectuales se ejercitasen en el desvelo del alma mientras duerme el hombre, á pesar de la humedad del celebro; y como es inmortal el alma y entonces se halla en cierto modo fuera de los engaños del cuerpo, por estar impedido, se une á sí misma y obra con destino superior, reconociendo lo futuro, para que ni este acuerdo ni esta presciencia faltasen al hombre, imágen de Dios. » Este devaneo agudo de Cardano me pareció peligroso para conferido, y sin replicalle me retiré.

Vimos á un lado y otro muchos hornillos encendidos, con gran variedad de redomas, alambiques y crisoles, en que estaban ocupados infinito número de hombres, todos pobres y rotos, abrasados del fuego, tiznados del humo y manchados de los mismos olios y quintas esencias que sacaban. Su ejercicio era aplicar mixtiones, procurando las alteraciones, corrupciones, sublimaciones y trasmutaciones de las materias. Su lenguaje era extraño al plomo llamaban Saturno, al estaño Júpiter, al hierro Marte, al oro Sol, al cobre Vénus, al azogue Mercurio, y Luna á la plata: gente espléndida y rica en los vocablos, en lo demás pobre y abatida, que cobraba en humo sus grandes esperanzas. Luego conocí que eran alquimistas, y me dolí mucho de vellos tan laboriosamente ocupados en aquella vana pretension de engendrar metales, obra de la naturaleza, en que consume siglos. Allí (¡oh gran locura!) para hacer oro consumian el poco que tenian, pertinaces en aquel intento, sin conocer cuán imposible es al arte introducir nuevas formas, ni que aun acompañada de la naturaleza pueda pasar los metales de unas especies en otras. Lo que mas admiré fué que muchos principes, arrimado el ceptro, hinchaban los fuelles para animar las llamas, con no menos cudicia que los demás.

No pudimos sufrir la vehemencia del olor de aquellas sales, de cuyas cocciones nacian efectos nunca imaginados de la filosofía; y penetrando por aquellas confusas sombras, se nos ofrecieron á la vista las sibilas: la Délfica, la Eritrea, la Pérsica, la Líbica, la Cumea, la Tiburtina y otras; unas arrimadas á simulacros de Apolo y otras á las bocas de ciertas cuevas en forma de templos; todas inflamadas y arrebatadas de un espíritu celestial, y puestas en un furioso éxtasis, casi incapaces á tanta divinidad; las cuales, ya en voces, ya en hojas de árboles daban sus oráculos ó respuestas, y confusamente descubrian los futuros sucesos.

Después dellas, Hiarco, uno de los bracmanes; Hérmes, egipcio; Zoroástes, persa, y Buda, babilónico, con gran atencion consideraban los principios y causas de las cosas, la recíproca conexion de los elementos, sus combinaciones, la generacion y corrupcion de los mixtos, las impresiones meteorológicas, los ciegos movimientos de la tierra, la naturaleza de las yerbas, plantas, piedras y animales; y ya con la fuerza de la misma naturaleza, ya con varios círculos, caractéres y rumbos animados con trémulas invocaciones de espíritus, obraban maravillosos efectos. Allí los nigrománticos susurrando llamaban las sombras infernales infundidas en aparentes cuerpos de difuntos. Los pirománticos adivinaban ecliando pez deshecha en el fuego y notando el estrépito de las llamas, su luz clara ú escura, derecha ó torcida. Lo mismo consideraban en ciertas teas encendidas, escritos en ellas varios caractéres. Los hidrománticos hacian pronósticos por anillos pendientes en vasos de agua, y por el movimiento y ruido de las olas. Los aerománticos por las impresiones del aire, en cuyos escuros espacios formaban varias figuras. Los sicománticos por hojas de higuera ó salvia, escritos nombres en ellas, y arrojadas al viento. Los clerománticos por las hojas de los libros de Homero ó Virgilio. Los geománticos por puntos iguales ó desiguales, los cuales reducian á los signos del cielo, juzgando por ellos como por las casas del zodiaco. Los quirománticos por las rayas de las manos, notando sus colores encendidas ó pálidas,sus principios y fines, sus vueltas y cortaduras. Entre estos asistian los augures, haciendo juicio de los sucesos futuros por los vuelos de las aves, derechos ó torcidos. Los arúspices por las entrañas de los animales, si estaban ó no gastadas, atendiendo al color del hígado y del corazon, y á los movimientos y mudanzas de la sangre. Otros por el reliucho de los caballos, por el piar ó picar de los pollos, y por otras cosas semejantes formaban agüeros y pronosticaban los sucesos prósperosy adversos. Peligrosa me pareció la conversacion y trato de esta gente; porque, si bien el entendimiento conocia la supersticion de sus oráculos y la vanidad de sus pronósticos, se dejaba lisonjear dellos la voluntad, llevada de no sé qué secreta inclinacion de saber lo futuro; fuerza de aquella parte de naturaleza divina que está en las almas, que, como emanaron de la eterna sabiduría de Dios, anhelan por parecerse á su Criador en aquello que solamente es propio de su divinidad, que

es la sciencia de los futuros contingentes; y así, no tenemos la misma curiosidad de saber lo que sucedió; aunque no hay diferencia alguna de los sucesos pasados, si se ignoran, y de los futuros, si no se saben.

Á un lado se levantaban dos collados en forma de mitra recamada con torzales de lauros y mirtos entre racimos de perlas, que dejaban pendientes de los ramos los traviesos saltos de una clara y apacible fuentecilla, aborto animado de la coz del caballo Pegaso, á cuya herradura debieron ingeniosos errores las edades. AI rededor desta cristalina vena, nacida con mas obligaciónes'á la naturaleza que al arte, estaban ociosamente divertidos Homero, Virgilio, el Tasso y Cámoes, coronados de laurel, incitando con clarines de plata á lo heróico. Lo mismo pretendia Lucano con una trompeta de bronce, encendido el rostro y hinchados los carriIlos. Con mas suavidad y delectacion tocaba 1 Ariosto una chirimía de varios metales. Acompañaban este concierto músico Píndaro, Horacio, Catulo, Petrarca y Bartolomé Leonardo de Argensola, con liras de cuerdas de oro; á cuyo son Eurípides y Séneca, calzados el pié derecho con un coturno vistoso y grave, y Plauto, Terencio y Lope de Vega con zuecos danzaban maravillosamente, dejando con sus acciones purgados los afectos y pasiones del ánimo.

Por aquellas vecinas faldas apacentaban su ganado Teócrito, Sanazaro y el Guarino, con pellicos de blancos y suaves armiños, y entonando con alternativos coros sus flautas y albogues, les hacian tan dulce música, que las cabras dejaban de pacer por oillos.

Todo lo notaban Juvenal, Persio, Marcial y don Luis de Góngora, y sin respetar á alguno, picaban á todos agudamente con unas tablillas en forma de picos de cigüeña.

mo,

No me pareció que estábamos seguros de sus mordaces lenguas, y nos retiramos apriesa de aquella fuente; y en lo alto de uno de sus collados vimos al rey don Alonso, aquel que entre los reyes de España merecio nombre de Sabio; el cual, con gran elevacion de ánilevantado á los ojos un astrolabio, observaba en la parte austral del cielo entre las constelaciones de Hércules y Bootes la latitud de la corona de estrellas de Ariadna, sin advertir que al mismo tiempo le quitaban la suya de la cabeza. No admite el arte de reinar las atenciones y divertimientos de las sciencias, cuya dulzura distrae los ánimos de las ocupaciones públicas y los retira á la soledad y al ocio de la contemplacion y á las porfías de las disputas; con que se ofusca la luz natural, que por sí misma suele dictar luego lo que se debe abrazar ó huir. No es la vida de los príncipes tan libre de cuidados, que ociosamente pueda entregarse á las sciencias.

Después destas soledades deshabitadas entramos en lo poblado y culto de la ciudad, que reconocida por dentro no correspondia á la hermosura exterior; por1 Edicion de Ambéres: conaba,

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