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das en mármol; y los que hacian repertorios á los libros eran ganapanes que trabajaban para los demás.

que en muchas cosas era aparente y fingida, levantadas algunas fábricas sobre falsos fundamentos, ocupados sus habitadores en fabricar con mas vanidad que juicio obras nuevas con las ruinas de unas y con los materiales de otras; en que toda aquella ciudad andaba revuelta y embarazada, con mas confusion que fruto de su vana fatiga, que renovaba y no engrandecia la república; antes la defraudaba de aquel lustre y aumentos que tuviera, si sus hijos entre sí compitiesen en buscar nuevas trazas y materias de palacios y otras obras públicas.

Los ciudadanos estaban melancólicos, macilentos y desaliñados. Entre ellos habia poca union y mucha emulacion y invidia. Allí eran nobles los aventajados en las artes y sciencias, de cuya excelencia recibian lustre y estimacion, y los demás hacian número de plebe, aplicándose cada uno al oficio que mas frisaba con su profesion; y así, los gramáticos eran berceros y fruteros, que de unas tiendas á otras con verbosidad y arrogancia se deshonraban unos á otros, motejando tambien á los que pasaban á vista dellos, sin tener respeto á ninguno. A Platon llamaban confuso, á Aristóteles tenebroso y giboso, que entre escuridades celaba sus conceptos; á Virgilio ladron de versos de Homero, á Ciceron tímido y superfluo en sus repeticiones, frio en los principios, ocioso en las digresiones, pocas veces inflamado, y fuera de tiempo vehemente; á Plinio rio turbio, acumulador de cuanto encontraba; á Ovidio fácil y vanamente fecundo, á Aulo Gelio derramado, á Salustio afectado, y á Séneca cal sin arena.

En esta república, como en la de los egipcios y lacedemonios, se tenia por virtud el hurtar con pretexto de imitacion; y así, los oficiales unos á otros se hacian grandes robos, y cada dia se veian levantadas nuevas tiendas con mercancías ajenas. Los que mas se aprovechaban desta licencia eran los letrados y poetas; aquellos por la variedad de libros y escritos de que se valen, y estos porque, como entraban á vender sus juguetes por las casas, hurtaban dellas las mejores alhajas.

Gobernaban esta ciudad diversos senadores autorizados por su ancianidad y experiencia, entre los cuales estaba dividido el cuidado público. Plutarco, Tito Livio, Dion y Apiano gobernaban las cosas del pueblo; Julio César, Veleyo, Amiano y Polibio las militares; Tácito las políticas; censores eran Diodoro, Mela y Estrabon. Y porque ningun cuerpo de reino ó república se puede mantener sano (aunque su cabeza sea de buen consejo y estén perfectamente organizados sus miembros) si el estómago, que es el secretario, no fuere tan robusto, que sin indigestiones de despachos cueza bien las materias, y con práctica y conocimiento político suministre á cada una de las partes la substancia que ha menester, se servia esta república de Suetonio Tranquilo, varon grande, criado en negocios, versado entre naciones, celoso, prudente y secreto.

Por una calle venia Mecénas en una litera de varios colores, recostado en un lecho y llevado de ocho esclavos vestidos á la soldadesca. A su lado iba Virgilio á

Los críticos eran remendones, ropavejeros y zapa- pié, dándole quejas de Horacio porque, olvidado de las teros de viejo.

Los retóricos saltimbancos, que vendian quintas esencias y acreditaban con gran copia de palabras algunos secretos medicinales.

Los historiadores casamenteros, por las noticias que tienen de los linajes y intereses ajenos.

Los poetas vendian por las calles jaulas de grillos, ramilletes de flores, melcochas y mantequillas, chochos y muñecas.

Los médicos eran carniceros, enterradores y ejecutores de justicia; y porque aquella república, como tan discreta, no admitia boticas, se aplicaban los boticarios á forjar armas y fundir piezas de artillería, y en lugar dellos, Dioscórides vendia yerbas y otras drogas ó simples por las calles.

Los astrólogos se aplicaban á la navegacion y agricultura.

Los perspectivos eran mercaderes, que sabian disponer la luz á sus tiendas para hacer mas hermosas sus telas.

mercedes y honras recibidas, habia murmurado dél en nombre de Maltino, que traia la toga arrastrando. Reíme del caso, y mas de Mecénas, porque gastaba su hacienda en la proteccion de un liberto atrevido, sin advertir cuán peligrosos son los ingenios agudos y picantes, y cuánta prudencia es estimallos y no tenellos cerca; porque, provocados de su misma agudeza, ofenden á quien tienen presente, sin disimulalle sus faltas; no habiendo gratitud tan poderosa con el amor propio, que pueda obligalle á retener dentro del pecho un buen dicho sin que salga á los labios.

Apuleyo en un asno alazan se paseaba por la ciudad, no con poca risa del pueblo, que, corriendo tras él, unos le silbaban y otros le llamaban cuatrero, porque era fama habelle hurtado. ¡Oh cuán fácilmente admite el vulgo por cierto las calumnias en los varones grandes! A quien antes no volvia el rostro, aunque lo debia á la admiracion de su talento, ahora, por una voz levantada de la invidia, todos le miran y notan. Así sucede (sea consuelo de la virtud) á la luna, que en sus

Los lógicos eran corredores, mohatreros y rega- trabajos y defetos halla fijos los ojos todos del mundo, y nadie repara en ella cuando llena de luz va ilustrando sus horizontes.

tones.

Los filósofos, jardineros."

Los juristas, lenceros y de otros oficios de vara. Los inclinados á juntar centones y sentencias ajenas y á componer dellos una obra, se daban á hacer escritorios de taracea y mesas de diversas piedras engasta

Haciendo frente à una calle ancha se levantaba un hermoso edificio, cuya grandeza mostraba que era obra pública; y preguntando al sacerdote por ella, me

dijo que era la casa de los locos, destinada mas para distincion dellos que para su cura, porque á ninguno le impedian el ejercicio de sus caprichos y temas. Excusada me pareció aquella separacion en ciudad que podia toda ella servir de lo mismo, siendo su poblacion de los mayores ingenios del mundo, y no habiendo alguno grande sin mezcla de locura.

Dos porteros estaban á la puerta, mas atentos á vencer lo casi imposible de sus empresas que á los que entraban y salian. El uno, macilento y desvelado con un compás en la mano, procuraba sacar sobre una pizarra negra la cuadratura del círculo, y el otro, con mas cudicia que gloria, formaba un instrumento matemático, con que se persuadia haber hallado en la navegacion la certeza de la longitud.

En unos salones grandes habia notables humores. Allí estaban los discípulos de Raimundo Lulio volteando unas ruedas, con que pretendian en breve tiempo acaudalar todas las sciencias. Muchos seguian á Tritemio, deseosos de penetrar su Esteganografía, en que por medio de cuatro espíritus de los cuatro ángulos del mundo pensaba haber hallado el modo de dejarse entender como ángel sin explicar con la lengua sus conceptos; invencion que á los ignorantes parecia diabólica, y no contiene mas que una cifra del abecedario.

Algunos se desvelaban en leer piedras y medallas ya roidas del tiempo, y visitar los fragmentos ó cadáveres de los edificios, dejándose caer para contemplallos por las entrañas de la tierra, donde los sepultó el largo curso de los años.

Otros hacian enigmas, laberintos, anagramas, repertorios, y trabajaban en traducir, glosar y componer versos de centones, en cuya ocupacion, después de una larga atencion, la obra era ajena, y solamente propio el trabajo.

Otros juntaban, á favor de los perezosos, ramilletes de flores y sentencias de varios autores, en que antes merecian pena que premio, pues deslustraban aquellas sentencias, que fuera de su lugar son como piedras sacadas de su edificio, donde hacen labor, ó como moneda de vellon fuera de los reinos donde se acuña y corre. Algunos muy apriesa se paseaban encomendando á la memoria aforismos y brocárdicos para parecer dotos; y otros con la misma ambicion se aplicaban á saber los títulos de los libros y tener ciertas noticias generales de sus materias, con que en todas las conversaciones hacian una vana ostentacion de las sciencias.

En una sala vi un gran número de filósofos desvalidos y maltratados: tales eran las aprensiones disformes en que los habia puesto el continuo estudio; los cuales, procurando la quietud y felicidad de la vida, eran los que mas miserablemente la pasaban, todos dados á la especulacion de las cosas, y para asistir mejor á ellas, unos se habian saçado los ojos, otros cortado la lengua, otros se abstenian de la carne y las demás delicias del gusto 1. El desvelo los tenia tan flacos y Edicion de Ambéres otros se abstenian del humo de la carne y de las mas delicias del gusto.

macilentos, que, seco y sin substancia el celebro, daban en caprichos extraordinarios. Algunos aborrecian la vida y se desesperaban; otros acusaban á la naturaleza en la composicion y miserias del hombre, corridos de haber nacido; quién desconocia el recato natural en las acciones de la generacion; quién decia de sí que se mudaba en varias formas; quién referia haber sido antes pez, después árbol, y últimamente hombre; quién, despreciando los edificios, vivia en una cuba; quién temia que se le habia de huir el alma; quién que se le llevase el viento, y lastreaba con suelas de plomo las sandalias. Por entretenimiento los junté, preguntándoles qué sentian de la naturaleza y substancia del alma; y unos me respondieron que era fuego, otros aire, otros armonía, otros número, otros luz, otros anhélito, otros espíritu; unos que era mortal, otros á tiempos mortal y á tiempos inmortal; y hubo quien afirmó, como si la hubiera visto, que bajaba volando á los cuerpos desde una selva celestial donde vivia, y que entrando en ellos perdia las alas, volviendo á cobrallas al salir.

Desvanecido me tenian tan notables locuras; y saliendo de allí, oimos en el zaguan de una casa mucha gente; y llevándome á él la curiosidad, reconocí á Galeno haciendo anatomía de algunos cuerpos humanos, y que entonces desecaba cabezas de príncipes, en las cuales mostraba á Vesalio Farnesio y á otros que con atencion le asistian, que faltaban en ellas las dos celdas de la estimativa, cuyo asiento es sobre la fantasía, hija de la memoria, que está en la última parte del celebro, y que estas dos potencias estaban reducidas y subordinadas á la voluntad, en quien se hallaban incluidas. Parecióme novedad que la composicion y órganos de los príncipes se diferenciasen de los demás, y que era gran inconveniente que aquellas potencias tan necesarias faltasen ó fuesen gobernadas de la voluntad ciega y desatentada; y queriendo preguntar la causa, lo impidió un alboroto del pueblo, que ciegamente corria á unas partes y á otras por haberse esparcido voz que el emperador Licinio, como tan enemigo de aquella república, venia sobre ella con grandes tropas de godos y vándalos.

La confusion era notable; y los que antes del caso parecian prevenidos y ingeniosos, se hallaban en élinútiles para la ejecucion de los remedios. Hiciéronse muchos consejos, en que entraron los senadores de esta ciudad y los cuatro grandes consejeros de estado, Platon, Aristóteles, Jenofonte y Cornelio Tácito; unos y otros estimados por varones insignes, y que en sus escritos se habian mostrado juiciosos y de acertadas máximas; pero habiéndolas de obrar en esta ocasion, se confundieron entre sí con la variedad de resoluciones que les ofrecia el ingenio, sin que el juicio se pudiese afirmar en alguna dellas, como gente ajena de la prática, y sin experiencia de semejantes accidentes; y si bien intentaron algunas defensas, fueron con medios tan impraticables (aunque parecian sútiles), que luego. se descubrió cuán inútiles serian, y cuánto yerran los que fian el gobierno público de ingenios especulativos

y entregados á las sciencias, irresolutos y dudosos con la variedad de opiniones, pertinaces con la viveza de los argumentos, y peligrosos con la noticia de los ejemplos, pocas veces bien aplicados al caso presente; por lo que se varian los accidentes con las mudanzas del tiempo, siendo los casos tan diversos entre sí como lo son los rostros.

De esta confusion los libró un aviso cierto de que se habia dado arma falsa, porque el Emperador estaba muchas jornadas de aquella ciudad; con lo cual volvió á su quietud y sosiego, y yo pasé adelante; y entrando por una plaza, vi á Alejandro de Alés y á Escoto haciendo maravillosas pruebas sobre una maroma; y habiendo querido Erasmo imitallas, como si fuera lo mismo andar sobre coturnos de divina filosofía que sobre zuecos de gramática, cayó miserablemente en tierra, con gran risa de los circunstantes.

A un lado de la plaza estaban retirados Crícias, tirano de Aténas; Epicuro, Diágoras y Teodoro, que con gran recato de no ser oidos, discurrian entre sí con voz baja y tales demostraciones de temor, que esto mismo encendió en mí mayor deseo de saber lo que trataban; y arrimándome á ellos, vi que Crícias con libres y sacrilegos labios decia que habian sido muy ingeniosos y políticos los primeros legisladores del mundo, pues reconociendo que no bastaba el rigor de las leyes á corregir los vicios de los hombres, porque no tenian imperio sobre los ánimos, ni podian refrenallos con el temor para que no maquinasen internamente ni obrasen cuando no hubiese testigos de sus acciones, inventaron que habia Dios, á quien los mas íntimos pensamientos estaban patentes, y que después de esta vida tenia premios eternos para las virtudes y penas para los vicios. Aprobaban los demás esta traza, desconocidos á su Criador; y Epicuro con mayor fuerza la daba por cierta, comoquien queria gozar de sus delicias temporales sin los temores internos del ánimo; pero juzgaba conveniente conservar este engaño en el vulgo, porque sin él no habria seguridad en las haciendas ni en la vida. Yo extrañé la impiedad de aquellos necios ateistas, y con atencion los miré al rostro si tenian ojos, porque solamente en quien no los tuviese podia caer aquella ignorancia; que es lo que movió á los egipcios á significallos por un hombre pintado con los ojos en los piés; porque si los tuviera levantados mirando al cielo, y contemplase aquel planeta padre de la luz y conductor de innumerables escuadrones de estrellas, aquel movimiento continuo de las esferas, aquella divina arquitectura, incomprensible al ingenio humano, en quien ni el poder ni el arte de los hombres pudo tener parte, confesaria Juego una primera causa, y bajando con humildad la vista, adoraria en la naturaleza una eterna Sabiduría y Omnipotencia. Impaciente pregunté á Marco Varron por qué se permitia en aquella república una gente tan 'gnorante y sin religion, opuesta en esto á todas las aciones, de tan viles pensamientos, que, procurano todos los hombres hacerse eternos y que no se acabase la vida con la muerte, ellos sustentaban con sus

opiniones la mortalidad del alma y el ser iguales en esto á los demás animales. «Donde se disputa (me respondió) es fuerza que haya valedores de todas las opiniones, por extravagantes que sean, y en los ateistas prevalece mas la malicia que la ignorancia. Así engañan la libertad de sus costumbres, á pesar de la luz natural.»

Contagiosa me pareció la compañía de tales filósofos, y aun no quise detenerme en la plaza donde estaban, si bien me llamaba la variedad de cosas que descubria en ella; y entrando por una calle, vi á Luciano, que llevaba consigo á Plinio, Aldrobando y Gesnero, filósofos naturales, á que oyesen el último cauto de un cisne que estaba para espirar, cuya música y suavidad en aquellos postrimeros acentos de la vida es tan celebrada. Fuíme tras ellos, y junto á un estanque les mostró muriéndose un asno rucio. Celebré la burla, y mucho mas que Luciano, con su acostumbrada disimulacion y agudeza, quisiese persuadir que habia sido trasformacion de los dioses, para que ninguno presumiese que por ser cisne no podia morir asno.

Mas adelante encontré al buen Diógenes, que con un espejo de propio conocimiento, donde se representaban al vivo los vicios y virtudes de quien se miraba en él, iba por las calles convidando á los ciudadanos á tal conocimiento. Pero ninguno hubo que se quisiese mirar, y mirándose conocerse; de que maravillé mucho, por ser aquella república de hombres al parecer cuerdos y dotos; y con deseo de excusallos, cargué la consideracion, y discurrí entre mí si acaso, como habia Dios con particular providencia formado de tal suerte al hombre que no se pudiese ver el rostro, porque si le tuviese hermoso no estuviese á todas horas desvanecido y enamorado de sí mismo, y si feo, no se aborreciese; así tambien le habia dificultado el conocimiento de sus propios yerros y faltas, y principalmente de las del entendimiento; porque, como este es el que le diferencia de los demás animales y quien le da una como divinidad sobre todos, no viviese descontento si llegase á conocer sus defetos; de donde nacia que en los de poco ó mucho ingenio habia una misma felicidad que los igualaba, por la satisfacion y opinion que tienen de sí mismos, sin haber quien ceda al otro en las calidades del ánimo.

Apenas hubo pasado Diógenes, cuando, volviendo el rostro, vi salir de su casa á Arquímedes, la frente corrida á los ojos, y estos en tierra, tan suspenso y divertido en la invencion de sus máquinas, que llevaba descalzo un pié, y un bonete colorado en la cabeza, con que dormia de noche, sordo á la grita y matraca del pueblo, que con gran risa le seguia; con que conocí cuán inútiles y ineptos son para todas las acciones urbanas y ejercicios de corte los que sin moderacion se entregan á la especulacion de las sciencias, fuera de las cuales no parecen hombres, sino troncos inanimados.

A la puerta de un barbero estaba Pitágoras persuadiendo á otros filósofos la trasmigracion de las almas

de unos cuerpos á otros, de donde inferia los varios instintos y inclinaciones de los animales. Las de los reyes decia que se infundian en cuerpos de leones, que parece que velan y están dormidos; las de los príncipes en elefantes, de donde nacia en aquellos animales su vanidad y tolerancia por cualquier título ó apariencia de grandeza; las de los jueces en perros, que muerden á los pobres y halagan á los ricos; los de los descorteses en alces, que no doblan la rodilla; las de los poetas en osos, que se sustentan del humor de sus uñas. Oia yo con gusto este discurso; pero un malicioso arrojó en el corro unas habas, y corrido Pitágoras, cubriendo con el palio la cabeza, se entró dentro de la tienda, dejándonos dudosos de aquel resentimiento; y haciendo varios juicios sobre la causa que le habia movido á prohibir aquella legumbre, unos decian que habia querido persuadir la honestidad por la haba, figura de la lascivia; otros que habia persuadido la rectitud en votar, porque votaban antiguamente por habas. Lo que yo mas ponderé fué cuán fácilmente los que mas se precian de entendidos y sabios se atajan y corren por cualquier cosa, como gente soberbia y que ligeramente teme perder aquella opinion que los demás tienen dellos.

cual, procurando componer aquella pasion alegre, me respondió: «Hay tantas cosas en esta república que mueven la risa al mas saturnino, que solamente en un forastero tiene disculpa esa pregunta, á que satisfaré representándote las causas generales, porque no atribuyas á simpleza esta descompostura. Después que el deseo de saber me llevó peregrino entre los indios, persas, caldeos y etiopes, y conocí la vanidad de las sciencias, los daños desta república, y cuán destruida la tienen sus ciudadanos, me ha parecido reirme de todo; porque oponerme á tantos y llorar el remedio ya imposible, seria un vano sentimiento, y cuando este fuera muy vivo, no pudiera contener la risa entre tantas cosas que la provocan. ¿Por ventura bastaria el celo á reprimilla, viendo la indiscreta estimacion y bárbaro respeto con que veneran las naciones á esta república, no bebiendo otra verdad sino aquella que vierten los labios y destilan las plumas destos ciudadanos? Que en fe desta credulidad y en emulacion del supremo Artífice han fingido disformes creaciones de vivientes y mentirosos partos, nunca imaginados de la naturaleza, dando á creer que habia en el mar tritones, focas y nereidas; en el aire hipógrifos, pegasos, arpías y esfinges; en los montes sátiros, panes, silenos, silvanos, oreades y centauros; en las selvas driades, hamadriades, y en las fuentes napeas.

>>Los ciudanados desta república han sido los que persuadieron al mundo idolatría, levantando aras y adorando por dioses las esferas, los astros, los elementos y las demás criaturas racionales y irracionales, hasta las mas rudas y insensibles; y para disculpa de sus vicios, no de

Al doblar una esquina topamos á Cipion Africano y á Lelio maltratando á Terencio, queriéndole quitar los zuecos con que glorioso se paseaba por aquella ciudad. Acusábanle que los habia hurtado á ellos, y pudiendo mas la fuerza que la verdad, se los sacaron del pié; efetos del poder en los príncipes, que, no contentos con sus bienes externos, se arrogan los del ánimo, aunque sean ajenos, y se adornan con las plumas y con los tra-jaron mar, rio, fuente, isla, monte, escollo, árbol, ni bajos y sabiduría de los pobres.

En una calle vi que por la una y otra parte corrian tiendas de barberos, y admirado, pregunté á Marco Varron la causa por que habia tantos de aquel oficio en una república de hombres dotos, que afectaban dejar crecidas las barbas y cabellos. Rióse mucho, y respondióme: No son barberos, sino críticos, cierta especie de cirujanos que en esta república hacen profesion de perficionar ó remendar los cuerpos de los autores. A unos pegan narices, á otros ponen cabelleras, á otros dientes, ojos, brazos y piernas postizas, y lo peor es que á muchos, con pretexto de que en tiempo que se escribian los libros á mano y faltaba la emprenta se cometian muchos errores, les cortan los dedos ó las manos, diciendo que no son aquellas naturales, y les ponen otras, con que todos salen desfigurados de las suyas. Este atrevimiento es tal, que aun se adelantan á adivinar los conceptos no imaginados, y mudando las palabras, mudan los sentidos y taracean los libros. No me pareció que tenia seguras mis narices en aquella calle, y saliendo della muy apriesa, dije á Polidoro que ya habiamos visto en la entrada de la ciudad ocupada en otros oficios esta misma gente. Respondió con gracioso despecho: «Críticos hay para todo.»

Entraba por la misma calle Demócrito dando tan grandes risadas, que me obligó á preguntalle la causa, admirado de tal desconcierto en un filósofo cuerdo; el

lugar ó cosa criada, en que con varias trasformaciones no conservasen la torpe memoria de los robos, estupros y adulterios de los dioses; atreviéndose á disfamar aquellas puras luces del firmamento, formando dellas los brutos y las aves, cómplices en sus lascivias y bestiales ayuntamientos.

»¿Cómo quereis que no me ria viendo que destos ciudadanos reciben las gentes los documentos de la vida moral, el aprecio de la virtud y la composicion del ánimo, y somos los que mas rebelde le criamos, inus ficiles á la ira, mas ciegos al amor, mas entregados á la invidia, mas inclinados á la cudicia, mas expuestos á la ambicion, mas inconstantes, mas vanos, mas enamorados de nosotros mismos, mas despreciadores de los demás y mas arrogantes y pertinaces?

>>Yo no puedo contener la risa cuando veo la vanidad de algunos de los celebrados por dotos en esta república; los cuales, como presuntuosos pavones, pagados de sus estudios, se pasean por esas calles muy preciados de sabios y entendidos en las materias externas, sin saber nada de sí mismos, mas incultos sus ánimos que las selvas, y mas bárbaros y intratables que las fieras. Destos tales burlo y me rio, y solamente estimo aquel que, aunque ignorante de las sciencias, sabe dominar sus afectos y pasiones, conociendo que ninguna cosa le puede hacer falta, que todas le sobran; cuya felicidad, si no compite, se parece mucho á la de Dios.

»No menos me rio de la vanidad de los que piensan que hacen inmortales á los que dedican sus libros, como lo pensaba Apio, gramático, y con soberbia humildad los consagran á grandes príncipes, ajenos del conocimiento de las primeras letras, dando por motivo la necesidad de su proteccion contra los malévolos, como si pudiesen defender lo que no entienden, ó como si, habiéndose hecho trato la emprenta, no se comprase con el libro la libertad de murmurar dél. Mas cuerdos y menos lisonjeros eran los antiguos, que dedicaban sus libros ó á sus amigos ó á algun príncipe inteligente, á quien por razon del argumento se le debia la obra.

>>>Pues si consideramos las sciencias, que son el principal caudal desta república, ¡cuántas cosas vemos en ellas y en sus profesores que obligan mas á risa que á compasion! Mira la vanidad de los gramáticos, que, soberbios con el conocimiento de la lengua latina, se atreven á discutir en todas las sciencias y profesiones. >>Mira cuán pagada y enamorada de sí está la retórica, con sus afeites y colores desmintiendo la verdad, siendo una especie de adulacion y un arte de engañar y tiranizar los ánimos con una dulce violencia, tan embaidora, que parece lo que no es y es lo que no parece. Esta es la lira de Orfeo, que llevaba tras sí los animales; y la de Anfion, que movia las piedras, siendo piedras y animales los hombres al encanto della. Por esto los espartanos no la admitian en su ciudad: Roma la expelió della dos veces, y los estóicos la echaban de su escuela porque mueve los afectos y agrava las enfermedades del ánimo. A los oradores llama Sócrates públicos lisonjeros, y advierte el peligro de dalles oficios en la república, porque engañan la plebe, moviéndola con la dulzura de sus palabras á lo que ellos desean; y fiados en esta fuerza y poder de sus labios, intentan sediciones, como lo mostró la experiencia en los Brutos, Casios, Gracos, Catones, Demóstenes y Cicerones.

>>Hermana de la retórica es la poesía, que soberbia desprecia las demás sciencias, y presume vanamente la precedencia entre todas, porque á ella sola levantó teatros la antigüedad. No reconoce su nacimiento del trabajo (padre rústico y villano de las demás artes), sino del cielo. Está muy presumida porque los scitas, los cretenses, y tambien los españoles, escribieron en versos sus primeras leyes, y los godos sus hazañas. Pudiera pues deponer estos desvanecimientos, que es arte afectada y vana, y opuesta á la verdad ; que se sustenta con la imitacion, siempre fingiendo y representando lo que no es, cuya lascivia, para disculpa suya, hizo cómplices á los dioses en tantas liviandades, estupros y adulterios como inventores dellos, y es la que mantiene vivos los afectos amorosos, cebando con tiernos encarecimientos y blandos requiebros las llamas propias y ajenas, cuya lengua maldiciente se sustenta royendo el honor ajeno. Notorio es lo que por ella padece la reina Dido, habiendo sido por su honestidad, recogimiento y castidad ejemplo de matronas viudas; y por este y otros vicios la desterraron muchas repúblicas, y la sabiduría la echó del lado de Boecio.

>>No es menos dañosa al mundo la historia; porque, como los hombres apetecen naturalmente la inmortalidad, y esta se alcanza con la fama, ó sea buena 6 mala (que no en las estatuas 6 bronces, sino en la historia, se eterniza), de aquí nace que, siendo en la naturaleza humana mayor la inclinacion al vicio que á la virtud, hay muchos que, como Herostrato, emprenden alguna insigne maldad para que dellos se acuerden los historiadores; y como tambien en los anales se hallan escritos los vicios y virtudes de grandes reyes y príncipes, mas fácilmente nos disponemos á excusar nuestra flaqueza con sus vicios que á imitar sus virtudes.

>>Lo que mas me obliga á risa es la vanidad de los historiadores en abrogarse á sí la teórica y prática de la política, fundada en sus discursos y sucesos, como si de estos se pudiera fiar la prudencia; porque, ó con amor propio, ó con lisonja ó odio, ó por vicio particular, ó poco cuidado en averiguar la verdad, apenas hay historiador que sea fiel en sus narraciones, consultando mas á la fama de su ingenio que á la verdad, y mas al ejemplo público que al hecho. Los griegos se preciaron de la invencion, y no del suceso. Los latinos imitaron á aquellos; y si en algunos se hallan escritas las cosas como pasaron, no puede en sus relaciones fundarse la prudencia política sin gran peligro, porque es menester penetrar sus causas, y estas, aunque las ponen los historiadores, son inciertas, imaginadas ó aprendidas de la comun voz del vulgo, ciego y ignorante; porque pocos ó ninguno de los que escribieron se hallaron presentes; y si estuvieron, no fué posible asistir á todo, ni fueron llamados á los consejos de los príncipes para saber los motivos de sus acciones públicas y secretas; antes se gobernaron por sus relaciones, en que cada uno justifica y engrandece su causa; y muchas veces por los sucesos infiere los motivos, en que tiene mucha parte el amor y la pasion, y en que la villana naturaleza de algunos escritores, ayudada de la viveza del ingenio, interpreta siniestramente las acciones de los príncipes; y como están los vicios vecinos á las virtudes, les da esto mismo ocasion para llamar temerario al animoso, pródigo al liberal, flojo al prudente, y al cauto tímido.

>>Otro peligro no menos grave corren los historiadores, porque con el interés lisonjean y sin él satirizan. Y así, Patérculo alaba á Seyano, á Libia y á Tiberio, y Cornelio Tácito pondera la ambicion de Seyano, vitupera el adulterio de Livia y descubre la simulacion de Tiberio, demasiadamente agudo y malicioso en interpretar sus palabras y dalles diverso sentido de lo que sonaban; peligrosa licencia en un historiador, y de quien ninguna accion puede estar segura. Jenofonte no escribe cómo fué Ciro, sino cómo debia ser. Tal especie de lisonjas dió fama á Hércules, Aquiles, Héctor, Teseo, Epaminondas, Lisandro, Temistocles, Jérjes, Darío, Alejandro, Pirro, Aníbal, Cipion, Pompeyo y César, famosos ladrones y tiranos del mundo.

>>Mira la filosofía natural envuelta en sofisterías y

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