antes se deben disimular que castigar, porque el temor al' castigo y reprension no los haga tímidos, y porque la mayor prudencia se suele confundir en los casos de la guerra, y mas merecen compasion que castigo. Perdió Varron la batalla de Cánas, y le salió á recibir el Senado, dándole las gracias porque no habia desesperado de las cosas en pérdida tan grande. Cuando conviniere no disimular, sino ejecutar la justicia, sea con determinacion y valor. Quien la hace á escondidas, mas parece asesino que príncipe. El que se encoge en la autoridad que le da la corona, ó duda de su poderó de sus méritos. De la desconfianza propia del príncipe en obrar nace el desprecio del pueblo, cuya opinion es conforme á la que el príncipe tiene de sí mismo. En poco tuvieron sus vasallos al rey don Alonso el Sabio 11 cuando le vieron hacer justicias secretas. Estas solamente podrian convenir en tiempos tan turbados, que se temiesen mayores peligros si el pueblo no viese antes castigados que presos á los autores de su sedicion. Así lo hizo Tiberio, temiendo este inconveniente 12. En los demás casos ejecute el príncipe con valor las veces que tiene de Dios y del pueblo sobre los súbditos, pues la justicia es la que le dió el ceptro y la que se le ha de conservar. Ella es la mente de Dios, la armonía de la república y el presidio de la majestad. Si se pudiere contravenir á la ley sin castigo, ni habrá miedo ni habrá vergüenza 13, y sin ambas no puede haber paz ni quietud. Pero acuérdense los reyes que sucedieron á los padres de familias, y lo son de sus vasallos, para templar la justicia con la clemencia. Menester es que beban los pecados del pueblo, como lo significó Dios á san Pedro en aquel vaso de animales inmundos con que le brindó 14. El príncipe ha de tener el estómago de avestruz, tan ardiente con la misericordia, que digiera hierros, y juntamente sea águila con rayos de justicia, que, hiriendo á uno, amenace á muchos. Si á todos los que excediesen se hubiese de castigar, i habria á quien mandar, porque apenas hay hombre tan justo que no haya merecido la muerte: «Ca como quier (palabras son del rey don Alonso 15) que la justicia es muy buena cosa en sí, é de que debe el Reysiempre usar ; con todo eso fazese muy cruel, cuando á las 11 Mar., Hist. Hisp., 1. 22, c. 6. no 12 Nec Tiberius poenam ejus palam ausus, in secreta palatii parte interfici jussit, corpusque clam auferri. (Tac., lib. 2, Ann.) 43 Si prohibita impune transcenderis, neque metus ultra, neque pudor est. (Tac., lib. 5, Ann.) 14 In quo erant omnia quadrupedia, et serpentia terrae, et volatilia coeli. Et facta est vox ad eum: Surge Petre, occide, et manduca. (Act. 10, 12.) vegadas no es templada con misericordia. » No menos peligran la corona, la vida y los imperios con la justicia rigurosa que con la injusticia. Por muy severo en ella cayó el rey don Juan el Segundo 16 en desgracia de sus vasallos, y el rey don Pedro 17 perdió la vida y el reino. Anden siempre asidas de las manos la justicia y la clemencia, tan unidas, que sean como partes de un mismo cuerpo, usando con tal arte de la una, que la otra no quede ofendida. Por eso Dios no puso la espada de fuego, guarda del paraíso, en manos de serafin, que todo es amor y misericordia, sino en las de un querubin, espíritu de ciencia, que supiese mejor mezclar la justicia con la clemencia 18. Ninguna cosa mas dañosa que un príncipe demasiadamente misericordioso. En el imperio de Nerva se decia que era peor vivir sujetos á un príncipe que todo lo permitia, que á quien nada. Porque no es menos cruel el que perdona á todos que el que á ninguno; ni menos dañosa al pueblo la clemencia desordenada que la crueldad, y á veces se peca mas con la absolucion que con el delito. Es la malicia muy atrevida cuando se promete el perdon. Tan sangriento fué el reinado del rey don Enrique el Cuarto por su demasiada clemencia (si ya no fué omision), como el del rey don Pedro por su crueldad. La clemencia y la severidad, aquella pródiga y esta templada, son las que hacen amado al Príncipe 19. El que con tal destreza y prudencia mezclare estas virtudes, que con la justicia se haga respetar y con la clemencia amar, podrá errar en su gobierno; antes será todo él una armonía suave, como la que resulta del agudo y del gra've 20. El cielo cria las mieses con la benignidad de sus rocíos, y las arraiga y asegura con el rigor de la escarcha y nieve. Si Dios no fuera clemente, lo respetara el temor, pero no le adorara el culto. Ambas virtudes le hacen temido y amado. Por esto decia el rey don Alonso de Aragon que con la justicia ganaba el afecto de los buenos, y con la clemencia el de los malos. La una induce al temor, y la otra obliga al afecto. La confianza del perdon hace atrevidos á los súbditos, y la clemencia desordenada cria desprecios, ocasiona desacatos y causa la ruina de los estados. no 45 L. 2, tit. 10, p. 2. Cade ogni regno, e ruinosa é senzo La base del timor ogni clemenza U. 46 Mar., Hist. Hisp. 18 Collocavit ante paradium voluptatis Cherubim, et flameum gladium. (Gen., 3, 24.) 49 Mirumque amorem assecutus erat effusae clementiae, modicus severitate. (Tac., lib. 6, Ann.) 20 Misericordiam, et judicium cantabo tibi Domine. (Psalm. 100, 1.) 21 Tass., Gofr. Ningunos alquimistas mayores que los príncipes, pues dan valor á las cosas que no le tienen, solamente con proponellas por premio de la virtud 1. Inventaron los romanos las coronas murales, cívicas y navales, para que fuesen insignias gloriosas de las hazañas; en que tuvieron por tesorera á la misma naturaleza, que les daba la grama, las palmas y el laurel, con que sin costa las compusiesen. No bastarian los erarios á premiar servicios si no se hubiese hallado esta invencion política de las coronas, las cuales, dadas en señal del valor, se estimaban mas que la plata y el oro, ofreciéndose los soldados por merecellas á los trabajos y peligros. Con el mismo intento los reyes de España fundaron las religiones militares, cuyos hábitos no solamente señalasen la nobleza, sino tambien la virtud; y así, se debe cuidar mucho de conservar la estimacion de tales premios, distribuyéndolos con gran atencion á los méritos; porque en tanto se aprecian, en cuanto son marcas de la nobleza y del valor, y si se dieren sin distincion, serán despreciados, y podrá reirse Arminio sin reprension de su hermano Flavio (que seguia la faccion de los romanos), porque habiendo perdido un ojo peleando, le satisfacieron con un collar y corona, precio vil de su sangre?. Bien conocieron los romanos cuánto convenía conservar la opinion de estos premios, pues sobre las calidades que habia de tener un soldado para merecer una corona de encina fué consultado el emperador Tiberio. En el hábito de Santiago, cuerpo desta empresa, se representan las calidades que se han de considerar antes de dar semejantes insignias; porque está sobre una concha, hija del mar, nacida entre sus olas y hecha á los trabajos, en cuyo cándido seno resplandece la perla, símbolo de la virtud por su pureza y por ser concebida del rocío del cielo. Si los hábitos se dieren 1 Imperator aliquando torquibus, murali, et civica donat : quid habet per se corona pretiosum, quid praetexta, quid fasces, quid tribunal, quid currus? Nihil horum honor est, sed honoris insigne. (Sen., I. 1 de Ben.) Irridente Arminio vilia servitii praemia. (Tac., lib. 1, Ann.) en la cuna ó á los que no han servido, serán merced, y. no premio. ¿Quién los procurará merecer con los servicios si los puede alcanzar con la diligencia? Su instituto fué para la guerra, no para la paz; y así, solamente se habian de repartir entre los que se señalasen en ella, y por lo menos hubiesen servido cuatro años, y merecido la jineta por sus hechos 3; con que se aplicaria mas la nobleza al ejercicio militar y florecerian mas las artes de las guerra. «E por ende (dijo el rey don Alonso) antiguamente los nobles de España que supieron mucho de guerra, como vivieron siempre en ella, pusieron señalados galardones á los que bien fiziesen.» Por no haberlo hecho así los atenienses, fueron despojos de los macedonios 5. Considerando el emperador Alejandro Severo la importancia de premiar la soldadesca, fundamento y seguridad del imperio, repartia con ellos las contribuciones, teniendo por grave delito gastallas en sus delicias ó con sus cortesanos 6. Los demás premios sean comunes á todos los que se aventajan en la guerra ó en la paz. Para esto se dotó el ceptro con las riquezas, con los honores y con los oficios, advirtiendo que tambien se le concedió el poder de la justicia para que con esta castigue el príncipe los delitos, y premie con aquellos la virtud y el valor ; porque (como dijo 7 el mismo rey don Alonso): «Bien por bien, é mal por mal recibiendo los homes segun su merecimiento, es justicia que faze mantener las cosas en buen estado. » Y da la razon mas abajo: «Ca dar gualar 3 Honoris argumentum non ambitione, sed labore ad unumquemque convenit pervenire. (L. contra public., C. de remil.) 4 L. 2, tit. 27, p. 2. 5 Tunc vectigal publicum, quo antea milites, et remiges alebantur, cum urbano populo dividi coeptum, quibus rebus effec tum est, ut inter otia Graecorum, sordidum et obscurum antea Macedonum nomen emergeret. (Trog., 1. 6.) 6 Aurum, et argentum raro cuiquam nisi militi divisit, nefas esse dicens, ut dispensator publicus in delectationes suas et suorum converteret id, quod provinciales dedissent. (Lamp., in vit. Alex.) 7 L. 2, tit. 27, p. 2. se da al vicio y á la virtud, queda esta agraviada y aquel insolente. Si al uno, con igualdad de méritos, se da mayor premio que al otro, se muestra este invidioso y desagradecido; porque invidia y gratitud por una misma cosa no se pueden hallar juntas. Pero si bien se ha de considerar cómo se premia y se castiga, no ha de ser tan de espacio, que los premios, por esperados, se desestimen, y los castigos, por tardos, se desmerezcan, recompensados con el tiempo y olvidado ya el escarmiento, por no haber memoria de la causa. El rey don Alonso el Sabio, agüelo de vuestra alteza, advirtió con gran juicio á sus descendientes cómo se habian de gobernar en los premios y en las penas, diciendo 11: «Que era menester temperamiento, así como fazer bien do conviene, é como, é cuando; é otro sí en saber refrenar el mal, é tollerlo, é escarmentarlo en los tiempos, é en las sazones que es menester, catando los fechos, quales son, é quien los faze, é de que manera, é en quales lugares. E con estas dos cosas se endereza el mundo, faciendo bien á los que bien fazen, é dando pena é escarmiento á los que lo merecen.»> don á los que bien fazen, es cosa que conviene mucho á todos los omes en que ha bondad, é mayormente á los grandes señores que han poder de lo facer; porque en galardonar los buenos fechos muéstrase por conoscido el que lo faze, é otro sí por justiciero. Ca la justicia no es tan solamente en escarmentar los males, mas aun en dar gualardon por los bienes. E demás desto nasce ende otra pro, ca da voluntad á los buenos para ser todavia mejores, é á los malos para enmendarse. » En faltando el premio y la pena, falta el órden de república; porque son el espíritu que la mantiene. Sin el uno y el otro no se pudiera conservar el principado; porque la esperanza del premio obliga al respeto, y el temor de la pena á la obediencia, á pesar de la libertad natural, opuesta á la servidumbre. Por esto los antiguos significaban por el azote el imperio, como se ve en las monedas consu lares, y fué pronóstico de la grandeza de Augusto, habiendo visto Ciceron entre sueños que Júpiter le daba un azote, interpretándolo por el imperio romano, á quien levantaron y mantuvieron la pena y el premio. ¿Quién se negaria á los vicios si no hubiese pena? Quién se ofreceria á los peligros si no hubiese premio? Dos dioses del mundo decia Demócrito que eran el castigo y el beneficio, considerando que sin ellos no podia ser gobernado. Estos son los dos polos de los orbes del magistrado, los dos luminares de la república. En confusa tiniebla quedaria si le faltasen. Ellos sustentan el solio de los príncipes 8. Por esto Ecequiel mandó al rey Sedequías que se quitase la corona y las demás insignias reales, porque estaban como hurtadas en él, porque no distribuia con justicia los premios 9. En reconociendo el príncipe el mérito, reconoce el premio, porque son correlativos; y si no le da, es injusto. Esta importancia del premio y la pena no consideraron bien los legisladores y jurisconsultos; porque todo su estudio pusieron en los castigos, y apenas se acordaron de los premios. Mas atento fué aquel sabio legislador de las Partidas, que, previniendo lo uno y lo otro, puso un título particular de los galardones 10. Siendo pues tan importantes en el príncipe el premio y el castigo, que sin este equilibrio no podria dar paso seguro sobre la maroma del gobierno, menester es gran consideracion para usar dellos. Por esto las faces de los lictores estaban ligadas, y las coronas, siendo de hojas, que luego se marchitan, se componian después del caso, para que mientras se desataban aquellas y se cogian estas, se interpusiese algun tiempo entre el delinquir y el castigar, entre el merecer y el premiar, y pudiese la consideracion ponderar los méritos y los deméritos. En los premios dados inconsideradamente, poco debe el agradecimiento. Presto se arrepiente el que da ligeramente, y la virtud no está segura de quien se precipita en los castigos. Si se excede en ellos, excusa el pueblo al delito, en odio de la severidad. Si un mismo premio 8 Justitia firmatur solium. (Prov., 16, 12.) 9 Aufer cidarim, tolle coronam. Nonne haec est, quae humilem sublevavit, et sublimem humiliavit? (Ezech., 21, 26.) 10 Tit. 27, part. 2. Algunas veces suele ser conveniente suspender el repartimiento de los premios, porque no parezca que se deben de justicia, y porque entre tanto, mantenidos los pretensores con esperanzas, sirven con mayor fervor, y no hay mercancía mas barata que la que se compra con la expectativa del premio. Mas sirven los hombres por lo que esperan que por lo que han recibido. De donde se infiere el daño de las futuras sucesiones en los cargos y en los premios, como lo consideró Tiberio, oponiéndose á la proposicion de Gallo, que de los pretendientes se nombrasen de cinco en cinco años los que habian de suceder en las legacías de las legiones y en las preturas, diciendo que cesarian los servicios y industria de los demás 12. En que no miró Tiberio á este daño solamente, sino á que se le quitaba la ocasion de hacer mercedes, consistiendo en ellas la fuerza del principado 15; y así, mostrándose favorable á los pretendientes, conservó su autoridad 14. Los validos inciertos de la duracion de su poder suelen no reparar en este inconveniente de las futuras sucesiones, por acomodar en ellas á sus hechuras, por enflaquecer la mano del príncipe y por librarse de la importunidad de los pre sentes, porque se dejan vencer de la importunidad de los pretendientes ó del halago de los domésticos, porque e no tienen ánimo para negar: semejantes á los bie rios, que solamente humedecen el terreno por donde pasan, no hacen gracias sino á los que tienen delante, sin considerar que los ministros ausentes sustentan con infinitos trabajos y peligros su grandeza, y que obran lo que ellos no pueden por sí mismos. Todas las mercedes se reparten entre los que asisten al palacio ó á la corte. Aquellos servicios son estimados que huelen á ámbar, no los que están cubiertos de polvo y sangre; los que se ven, no los que se oyen; porque mas se dejan lisonjear los ojos que las orejas, porque se coge luego la vanagloria de las sumisiones y apariencias de agradecimiento. Por esto el servir en las cortes mas suele ser granjería que mérito, mas ambicion que celo, mas comodidad que fatiga. Un esplendor que se paga de sí mismo. Quien sirve ausente podrá ganar aprobaciones, pero no mercedes. Vivirá entretenido con esperanzas y promesas vanas, y morirá desesperado con desdenes. El remedio suele ser venir de cuando en cuaudo á las cortes, porque ninguna carta ó memorial persuade tanto como la presencia. No se llenan los arcaduces de la pretension si no tocan en las aguas de la corte. La pre-pende esta de la gracia del príncipe, y todos quieren que sencia de los principes es fécunda como la del sol. Todo florece delante della, y todo se marchita y seca en su ausencia. A la mano le caen los frutos al que está debajo de los árboles. Por esto concurren tantos á las cortes, desamparando el servicio ausente, donde mas ha menester el príncipe á sus ministros. El remedio será arrojar léjos el señuelo de los premios, y que se reciban donde se merecen, y no donde se pretenden, sin que sea necesario el acuerdo del memorial y la importunidad de la presencia. El rey Teodorico consolaba á los ausentes, diciendo que desde su corte estaba mirando sus servicios y discernia sus méritos 16; y Plinio dijo de Trajano, que era mas fácil á sus ojos olvidarse del semblante de los ausentes, que á su ánimo del amor que les tenía 17. Este advertimiento de ir los ministros ausentes á las cortes no ha ser pidiendo licencia para dejar los puestos, sino reteniéndolos y representando algunos motivos, con que le concedan por algun tiempo llegar á la presencia del príncipe. En ella se dispone mejor la pretension, teniendo qué dejar. Muchos, 6 malcontentos del puesto, ó ambiciosos de otro mayor, le 15 Abundè cognoscetur quisquis fama teste laudatur: quapropter longissimè constitutum mentis nostrae oculus serenus inspexit, et vidit meritum, (Cassiod., l. 9, c. 22.) 17 Facilius quippe est, ut oculis ejus vultus absentis, quam aniDo charitas excidat. (Plin., in Paneg.) renunciaron y se hallaron deopués arrepentidos, habiéndoles salido vanas sus esperanzas y desinios; porque el Príncipe lo tiene por desprecio y por apremio. Nadie presuma tanto de su persona y calidades, que se imagine tan necesario, que no podrá vivir el príncipe sin él, porque nunca faltan instrumentos para su servicio á los príncipes, y suelen, desdeñados, olvidarse de los mayores ministros. Todo esto habla con quien desea ocupaciones públicas, no con quien, desengañado, procura retirarse á vivir para sí. Solamente le pongo en consideracion que los corazones grandes, hechos á mandar, no siempre hallan en la soledad aquel sosiego de ánimo que se presuponian, y viéndose empeñados, sin poder mudar de resolucion, viven y mueren infelizmente. En la pretension de las mercedes y premios es muy importante la modestia y recato, con tal destreza, que parezca encaminada á servir mejor con ellos, no á agotar la liberalidad del príncipe; con que se obliga mucho, como lo quedó Díos cuando Salomon no le pidió mas que un corazon dócil; y no solamente se le concedió, sino tambien riquezas y gloria 18. No se han de pedir como por justicia, porque la virtud, de sí mismo es hermoso premio; y aunque se le debe la demostracion, se reconozca dellos, y no del mérito. De donde nace el inclinarse mas los príncipes á premiar con largueza servicios pequeños, y con escasez los grandes, porque se persuaden que cogerán mayor reconocimiento de aquellos que destos. Y así, quien recibió de un príncipe muchas mercedes, puede esperallas mayores, porque el haber empezado á dar es causa de dar mas; fuera de que se complace de miralle como á deudor y no serlo, que es lo que mas confunde á los príncipes. El rey Luis XI de Francia decia que se le iban mas los ojos por un caballero que, habiendo servido poco, habia recibido grandes mercedes, que por otros que, habiendo servido mucho, eran poco premiados. El emperador Teodorico, conociendo esta flaqueza, confesó que nacia de ambicion de que brotasen las mercedes ya sembradas en uno, sin que el habellas hecho le causasen fastidio; antes le provocaban á hacellas mayores á quien habia empezado á favorecer 19. Esto se experimenta en los validos, haciéndose tema la gracia y la liberalidad del príncipe. 18 Sed et haec, quae non postulasti, dedi tibi: divitias scilicet, et gloriam, ut nemo fuerit similis tui in Regibus cunctis retro diebus. (Reg., 3, 13.) 19 Amamus nostra beneficia geminare, nec semel praestat largitas collata fastidium; magisque nos provocant ad frequens praemium, qui initia nostrae gratiae suscipere meruerunt: novis enim judicium impenditur, favor autem semel placitis exhibetur. (Cas. lib. 2, epist. 2.) S. Aunque (como hemos dicho) la justicia armada con las leyes, con el premio y castigo, son las colunas que sustentan el edificio de la república, serian colunas en el aire si no asentasen sobre la base de la religion, la cual es el vínculo de las leyes; porque la jurisdiccion de la justicia solamente comprende los actos externos legítimamente probados; pero no se extiende á los ocultos y internos. Tiene autoridad sobre los cuerpos, no sobre los ánimos; y así, poco temeria la malicia al castigo si, ejercitándose ocultamente en la injuria, en el adulterio y en la rapiña, consiguiese sus intentos y dejase burladas las leyes, no teniendo otra invisible ley que le estuviese amenazando internamente. Tan necesario es en las repúblicas este temor, que á muchos impíos pareció invencion política la religion. ¿Quién sin él viviria contento con su pobreza ó con su suerte? ¿Qué fe habria en los contratos? Qué integridad en la administracion de los bienes? Qué fidelidad en los cargos, y qué seguridad en las vidas? Poco moveria el premio, si se pudiese adquirir con medios ocultos sin reparar en la justicia. Poco se aficionarian los hombres á la hermosura de la virtud si, no esperando más inmarcesible corona que la de la palma, se hubiesen de obligar á las estrechas leyes de la continencia. Presto con los vicios se turbaria el órden de república, faltando el fin principal de su felicidad, que consiste en la virtud, y aquel fundamento ó propugnáculo de la religion, que sustenta y defiende al magistrado, si no creyesen los ciudadanos que habia otro supremo tribunal sobre las imaginaciones y pensamientos, que castiga con pena eterna y premia con bienes inmortales: esta esperanza y este temor, innatos en el mas impío y bárbaro pecho, componen las acciones de los hombres. Burlábase Cayo Caligula de los dioses, y cuando tronaba, reconocia su temor otra mano mas poderosa que le podia castigar. Nadie hay que la ignore, porque no hay corazon humano que no se sienta tocado de aquel divino iman; y como la aguja de marear, llevada de una natural simpatía, está en continuo movimiento hasta que se fije á la luz de aquella estrella inmóbil, sobre quien se vuelven las esferas, así nosotros vivimos inquietos mientras no llegamos á conocer y adorar aquel increado Norte, en quien está el reposo y de quien nace el movimiento de las cosas. Quien mas debe mirar siempre á él, es el príncipe, porque es el piloto de la república, que la gobierna y ha de reducirla á buen puerto; y no basta que finja mirar á él si tiene los ojos en otros astros vanos y nebulosos, porque serán falsas sus demarcaciones y errados los rumbos que siguiere, y dará consigo y con la república en peligrosos bajíos y escollos. Siempre padecerá naufragios. El pueblo se dividirá en opiniones, la diversidad dellas desunirá los ánimos; de donde nacerán las sediciones y conspiraciones, y dellas las mudanzas de repúblicas y dominios. Mas príncipes vemos despojados por las opiniones diversas de religion que por las armas 1. Por esto el concilio toledano sexto ordenó que á ninguno se diese la posesion de la corona si no hubicse jurado primero que no permitiria en el reino á quien no fuese cristiano. No se vió España quieta hasta que depuso los errores de Arrio y abrazaron todos la religion católica, con que se halló tan bien el pueblo, que, queriendo después el rey Weterico introducir de nuevo aquella secta, le mataron dentro de su palacio. A pesar deste y de otros muchos ejemplos y experiencias, hàbo quien impiamente enseñó á su príncipe disimular y tingir la religion. Quien la finge, no cree en alguna. Si tal ficcion es arte política para unir los ánimos y mantener la república, mejor se alcanzará con la verdadera religion que con la falsa, porque esta es caduca y aquella eternamente durable. Muchos imperios fundados en religiones falsas, nacidas de ignorancia, mantuvo Dios, premiando con su duracion las virtudes morales y la ciega adoracion y bárbaras víctimas con que le buscaban; no porque le fuesen gratas, sino por la simpleza religiosa con que las ofrecian; pero no mantuvo aquellos imperios que disimulaban la religion mas con mali 4 Mar., Hist. Hisp., 1. 6, c. 6. |