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meses, realizada con grandísimo despilfarro en medio de la pobreza á que había llegado el Reino.

II

El Rey de Francia envió á Madrid en 1612 una Embajada para tratar de los esponsales de Luis XIII y la Infanta D.a Ana de Austria, que se realizaron en 1615, así como los del Príncipe Felipe con Isabel de Borbón. Al efecto salió Felipe III de Madrid para la frontera francesa acompañado de un séquito lucidísimo é hizo su entrada en San Sebastián el 4 de Noviembre. «El tren de la Corte se componía de 74 coches, 174 literas, 190 carrozas, 2.750 mulas de silla, 128 acémilas con reposteros bordados, otras 246 acémilas, 1.750 machos con cascabeles de plata y 6.500 personas en todo. Seguían á la familia Real hasta 4.000 guipuzcoanos armados, pues convenía anduviesen con todo este aparato para causar terror á los Religionarios de Francia comandados por el Príncipe de Condé, que insolentemente se oponía al nuevo enlace que se iba á contraer entre las dinastías de Austria y de Borbón.» (1) (2)

Esta reseña demuestra la extraordinaria pompa con que viajaba el Rey de España, y el gran número de carruajes de su cortejo revelan que á pesar de hallarse muy descuidado el camino de Madrid á Irún por falta de organización en el servicio de obras públicas, podía, sin embargo, dar paso á los coches y carrozas con más o menos tropezones y trabajos. Cierto es que en tales ocasiones se desplegaba gran energía para obligar á los pueblos del tránsito á hacer costosas reparaciones en los caminos.

Es también digno de mención el viaje que hizo el mismo monarca en 1619 á visitar el Reino de Portugal.

(1) Camino. Historia antigua y moderna de la ciudad de San Sebastián, cap. XXI. (2) Entre otras personas de Vizcaya fué D. Antonio Navarro Larrategui á acompañar

á la regia comitiva en la ceremonia de la entrega reciproca de las Princesas. Partió de Lequeitio con 150 infantes y marineros vestidos, armados y disciplinados á sus expensas. Revista Euskal-Erria, tomo XIV, núm 201.

Le acompañaron el Príncipe D. Felipe, su esposa doña Isabel, la Infanta D.a María, el Duque de Uceda y numeroso séquito de Grandes de España partiendo de Madrid el 22 de Abril para dirigirse á Lisboa por Trujillo, Mérida y Badajoz á donde llegaron el 7 de Mayo.

La magnífica crónica de aquella jornada (1) contiene excelentes gravados y ampulosas reseñas históricas de las poblaciones y de todas las ceremonias, pero da pocos detalles de los medios de locomoción empleados al recorrer el territorio español. En la frontera aguardaban el Corregidor de Elvas y los personajes portugueses, y no faltaron en aquella ciudad los consabidos arcos, encamisadas, mascaradas y luminarias con que procuraba cada pueblo eclipsar á los otros.

Llegaron á Estremoz de noche acompañados de treinta mancebos con hachas encendidas y se hospedó el Rey en el Monasterio de San Francisco, de donde salió en coche à la tarde siguiente para hacer la entrada pública. «Acabada la misa, la Comendadora y Religiosas besaron las manos á S. M. y AA., que entrados en el coche caminaron para Evora.» Este carruaje lo traían sin duda desde Madrid, según se comprueba con un documento manuscrito custodiado en la Real Academia de la Historia.

«Lo que más encendió al pueblo para deshacerse en semejantes demostraciones fué la forma que venía volando de la venignidad con que su Magestad recivía á todos por el camino, por que los pueblos y gente rrústica le salía por los campos y llevados tanto de la novedad como del amor natural á su Rey venían en pos del coche sin saverse apartar dél, para lo qual su Majestad quiso saber su fidelidad y no consintió que su guarda le acompañase por los caminos.» (2)

(1) Viaje de la Católica Real Magestad del Rei Felipe III N. S. al Reyno de Portugal. Madrid MDCXXII por Juan Baptista Lavaña.

(2) Entrada de la Catholica Magestad de Felipe III Monarca de las Españas en el Reino de Portugal y breve compendio del imperial recibimiento que le hiço la ciudad de Lisboa á los 29 de Junio de 1619.

El recibimiento de Evora se hizo con el obligado palio, las fiestas religiosas y danzas de rito celebrándose el domingo de Pascua un auto de fe con presencia de 124 penitenciados de los que fueron quemados 4 hombres y 8 mujeres.

Se embarcaron más adelante en un bergantin fondeado en el Tajo deteniéndose en Belén hasta el 29 de Junio esperando la llegada de las galeras de España. Púsose en marcha la flota <río arriba con tan apacible viento, que las galeras á remo de los forzados - vestidos de damasco carmesí y los barcos de velá navegaban igualmente. Eran estos sin número cubriendo todo el río, todos enramados y embanderados con trompetas, chirimías, músicas y danzas. No faltaron en el acompañamiento Tritones, Sirenas, Ballenas, Delfines, Cavallos marinos y otros monstruos de la mar muy artísticamente fabricados. Toda la playa y partes altas de Lisboa estaban cubiertas de innumerable pueblo.>>

El recibimiento hecho á Felipe III en aquella capital correspondió á la grandísima importancia de aquel emporio comercial. «No vió la India tantas perlas, rubies y diamantes juntos como los que en este gran triunfo de S. M. sacaron los portugueses conquistadores de Oriente,» pero omitimos los pormenores para evitar repeticiones. El Presidente del Consejo ofreció á S. M. las llaves doradas de las puertas de la ciudad pronunciando estas palabras: Entrego á V. Magestade as chaves de todas mos portas, juntamente os leaes coraçoes, vidas o averes para tudo aquillo que sor do serviço de V. Magestade.

Le prodigó Ferreira alabanzas sin tasa por la grandeza de sus Estados añadiendo: «Consiste en Vosa Magestade facer cabeza do suo imperio estta antiga é ilustre cidade, mas digna de elo que todas as do mondo asistendo aqui con su Real corte.» No tenía esta pretensión nada de exorbitante, dadas las magníficas é imponderables condiciones de Lisboa para el comercio de América, y del mal emplazamiento de Madrid, por su completa carencia de vías fluviales y de canales, y los pocos intereses creados en la Villa,

siendo aun reciente la instalación definitiva de la capital en su recinto. En nuestros tiempos hemos visto la sucesiva traslación de la corte italiana desde Turín á Florencia y de Florencia á Roma, á medida que avanzaba la unidad de los antiguos Estados independientes; y así como allí se ha prescindido de los intereses locales, aun postergando á ciudades populosas y cultas, debió tenerse en España igual decisión, abriendo simultáneamente buenos caminos y vías navegables para contrarrestar el efecto de la excentricidad de la metrópoli del Tajo.

cuyos

Para que pueda formarse idea de la magnificencia entonces desplegada, nos limitaremos á consignar que se levantaron en Lisboa por los gremios suntuosos y artísticos arcos diseños aparecen en la obra de Lavaña á saber: el de los comerciantes, el de los ingleses, el de los alemanes. y de los flamencos; de los oficiales de la bandera de San Jorge; y otros levantados por los plateros, los pintores, los orifices y lapidarios, los monederos, los sastres, los zapateros, los cereros y los familiares del Santo oficio.

III

En tiempo de Felipe III se entablaron las negociaciones para el matrimonio del Príncipe de Gales con la Infanta D. María muy célebre por su belleza (')--pero aquel devoto monarca mostró natural repugnancia al enlace de su hija con un protestante, renovándose el proyecto cuando el Rey pasó á mejor vida. A pesar de la intolerancia de la época mostráronse propicios á la boda Felipe IV y el Conde de Olivares con asentimiento de la mayoría de las autoridades eclesiásticas y juntas previamente consultadas, y esperanzado el de Gales se presentó en Madrid el 7 de Marzo de 1623 acompañado del Conde de Buckinghan.

<< Acaso nunca príncipe alguno extranjero fué recibido en

(1) Asi la juzga D. A. de Beruete en su novisimo libro Velázquez al juzgar como uno de los buenos lienzos del célebre maestro el retrato de la que llegó á ser Emperatriz de Alemania.

la Corte de España con más suntuosidad y más pompa;" acaso ninguno fué nunca agasajado con más variados y brillantes festejos públicos; y para no poner tasa al lujo se mandó suspender la pragmática sobre trajes. Pero el asunto del matrimonio estuvo muy lejos de marchar tan de prisa y tan en bonanza como sin duda el pretendiente debió creer: al contrario, observábase una lentitud extraña y desacostumbrada.» (1)

Es preciso advertir que además de los escrúpulos religiosos se tropezó para llegar á un acuerdo con las exigencias políticas del Rey de Inglaterra sobre territorios perdidos por su deudo el Elector Palatino y cansado de esperar el Príncipe de Gales, dispuso su regreso para el 9 de Septiembre. Se dieron las órdenes á fin de aderezar los caminos y allanar los puertos; encargando á un Teniente Corregidor de Madrid el cuidado de proveer de bastimentos y al licenciado Francos el de gobernar á los cocheros litereros y mozos de mulas. .

Hubo cambio de regalos espléndidos. Se entregaron á los ingleses hermosos caballos españoles y moriscos, espadas, escopetas, anillos, botonaduras de diamante, cuadros y sillas de mano, á los que ellos correspondieron con otros obsequios.

El Rey y los Infantes le acompañaron en su coche hasta el Escorial, despidiéndose en el Campillo. «El Príncipe partió á dormir á Guadarrama y en su coche el Duque de Buckinghan—era entonces Conde-el Conde de Monterrey, el Conde de Gondomar y el Embajador inglés. Llegó á Santander, donde se embarcó á ver su nave, y corrió un fuerte temporal,» (2) Dedúcese de esta reseña que el puerto de Guadarrama era accesible al paso de carruajes, siendo probable recorriesen todo el trayecto de Madrid á Santander en el referido vehículo.

(1) Lafuente. Historia de España. Tomo XVI. Parte III. Libro IV. Capítulo II. (2) Manuscrito de la Real Academia de la Historia. Relación de la partida del Prin cipe de Walia de Madrid corte de su Magestad que fué à nuebe de Septiembre de 1623.

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