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como profesiones innobles el comercio y la industria-que tanto perjudicó más adelante á España durante los reinados de la Casa de Austria-y descuidada la agricultura en las fértiles campiñas italianas, constituyó la metrópoli un gran mercado para los cereales de la Celtiberia y según Plinio, era tan pródigo el suelo, que no resultaba rara la cosecha de ciento por uno. Exportábase además de trigo y cebada, la cera, la miel, las frutas, el aceite, otros artículos especialmente los metales y la moneda acuñada procedente del beneficio de las riquísimas minas de la Península ibérica.

Dice Plutarco que la suerte designó á Cayo Mario para el gobierno de la España ulterior, ó sea la región meridional al Guadalquivir, y que la limpió de bandidos, siendo tan bárbaras las costumbres de los iberos que consideraban el bandolerismo como la mejor de las profesiones. (1) Durante el sitio de Munda se trasladó César á Sevilla, y habiendo reunido una asamblea, recordó los servicios que había prestado á la Provincia y la ingratitud con que correspondieron turbando la paz y exigiendo la presencia constante de las legiones romanas, (2) pero no era muy fundada esta censura, puesto que las disensiones procedían principalmente de las rivalidades entre los caudillos romanos, y por otra parte, nada tiene de extraño que los naturales se rebelasen contra la vejatoria administración de los conquistadores. Tito Livio hacía apreciaciones parecidas á Plutarco y Estrabón al calificar de árida é inculta la tierra de España para podersustentar gran número de ciudades, y dijo: (3) «Las costumbres bárbaras y crueles, excepto de aquellos que habitan en la costa, repugnan la vida civil, cuyo efecto ordinario es suavizar el carácter de los hombres.>>

Los efectos de la conquista de España se notaron cuando Augusto sometió la mayor parte del territorio y los españoles empezaron á vivir en paz con los romanos. A los solda

(1) Vies des hommes illustres, de Plutarque Tome Deuxième. Caius Marius. Pág. 298. (3) Los Comentarios de Julio César. Biblioteca clásica, tomo XLV - El libro de la guerra de España, por Aulo Hircio Pansa, cap. I.

(3) Historia romana, lib. XLI, cap. IV.

dos licenciados se les repartieron tierras para la labranza, á los montañeses subyugados se les obligó á bajar al llano, en donde era más frecuente el trato de gentes, y fundó ciudades populosas, de las que algunas se conservan, revelando las ruinas de otras su antigua opulencia, y fomentó también en vasta escala la construcción de obras públicas.

Si los restos de esta clase de trabajos legados por los aborígenes y los primitivos conquistadores de la Iberia son escasos, en cambio produce verdadero asombro la contemplación de los monumentos procedentes de la dominación romana y los vestigios de aquella tupida red de caminos, que revelan un grado de cultura muy avanzado. Los espléndidos anfiteatros, las termas elegantes, los baños, las fuentes, los grandiosos acueductos, los arcos de triunfo, palacios, curias, basílicas y foros; las cisternas, torres, castillos y sarcófagos; los templos, estatuas, bajo relieves, neumaquias, urnas, miliarios, columnas, capiteles y mosaicos; los magníficos puentes, las extensas calzadas y otros numerosos objetos diseminados en las ciudades más opulentas, como Itálica, Mérida, Tarragona, Barcelona, Zaragoza, Murviedro, Coruña, Toledo, Astorga, Alcántara, Salamanca, Córdoba, Cádiz y Ronda y en casi todo el territorio español revelan el esplendor alcanzado por las artes durante el período hispano-romano.

Constituye nuestro suelo, como dice D. Modesto Lafuente, un museo disperso y cada comarca una historia inagotable en que se descubren diariamente nuevas páginas escritas en piedra ó en metal; cada día la reja del arado y la piqueta del albañil se enredan en la estatua de un emperador, en la columna miliaria de una vía militar, en el privilegio de un municipio, en la urna cineraria de un cónsul, en el pavimento de un suntuoso palacio, en la lápida de un panteón ó en el ara de los sacrificios ofrecidos á la divinidad.

Esta riqueza de venerables vestigios de la dominación. romana se comprueba al visitar el Museo Arqueológico Nacional, á pesar de ser aun reciente su establecimiento.

Las ruinas de Itálica y las escavaciones practicadas en Mérida, Tarragona, Almedinilla, Espejo, Carmona, Numancia y Santa Pola han producido ricas colecciones de esculturas mitológicas, de personajes históricos, trozos de templos, edificios y monumentos funerarios, según puede comprobarse por el Catálogo antes mencionado, y visitando aquellas ciudades ó sus ruinas y algunos museos provinciales.

La escuela fundada por Sertorio influyó para que se despertase la afición á las letras aclimatándose la literatura romana. España fué cuna de publicistas y oradores tan notables como Séneca, Marcial, Quintiliano y Columela, y de emperadores tan ilustres como Trajano y Adriano; y si bien la Península ibérica se vió privada de su independencia, alcanzó en cambio la unidad política y participó de la civilización más culminante de aquellos tiempos.

Las artes y oficios mecánicos adquirieron gran vuelo con los colegios de artesanos cuya existencia se ha demostrado, y con la cooperación á las suntuosas obras promovidas por los romanos, afirmando Colmeiro que, como ni las leyes ni las costumbres de Roma favorecían el progreso de las obras mecánicas, la provincia llevaba en esto ventaja á la cabeza del Imperio. «Había en verdad cierto número de obreros libres, proletarios de peor condición que los siervos, pero acosados por la miseria preferían la espórtula y la misma servidumbre á un trabajo que los envilecía sin procurarles medios de subsistencia. En España, ni el trabajo manual era aborrecido, ni reinaba tanta desigualdad entre las personas. El estado floreciente de su agricultura denota la prosperidad de su industria, como los campos estériles de Italia manifiestan la decadencia de las artes y oficios. En suma, la constitución romana dividía la población en patricios y plebeyos, sin el vínculo de una clase media laboriosa é inteligente, y en España se quebrantó este régimen al chocar con la antigua organización de las ciudades y con los hábitos. industriales introducidos por las colonias extranjeras.» (1)

(1) Historia de la Economia Politica. Tomo I, cap. VII.

III

El censer Appio Claudio dotó á la campiña romana del primer camino que conducía á Capua y un siglo después quedó cruzada Italia de vías afirmadas; pero cuando la red de comunicaciones adquirió gran desarrollo en todo el Imperio fué en tiempo de Augusto, y entre sus sucesores distinguióse Trajano por su esmero en la construcción y entretenimiento de las calzadas. No cabe duda de que el objeto principal de Augusto al fomentar las comunicaciones obedecería al fin político de asegurar la dominación de los países conquistados, facilitando la movilización de las legiones para sofocar las revueltas de los indígenas y al propio tiempo procuraban instalar los instrumentos de transporte adecuados para abastecer á la metrópoli de los artículos producidos en las provincias nutrices. Temeroso Octavio de que la holganza corrompiese la disciplina militar emprendió la construcción de obras públicas para evitar que cerrado el templo de Jano quedasen ociosos los ejércitos de ocupación de las provincias pacificadas. Empleó al efecto las legiones, á imitación de otros capitanes en la época del gobierno consular, y dió trabajo á la plebe granjeándose sus simpatias, medio que aplicado profusamente y con su propio peculio por Julio César, le abrió el camino de la dictadura. Mas sería injusto negar á los romanos el aplauso merecido por el planteamiento en España de aquel plan gigantesco de calzadas, porque vinieron después otros pueblos conquistadores igualmente interesados en subyugar al país, que sin embargo, no supieron crear tales medios de prosperidad, ni dieron provechoso empleo, en tiempo de paz á la fuerza armada.

Dividian las vías de comunicación en militares, llamadas también consulares ó pretorianus, y en vecinales: las primeras destinadas á la marcha de los ejércitos tenían carácter estratégico y corrían á cargo del Estado, mientras las segundas, creadas para facilitar las relaciones entre los

pueblos y para fomentar el tráfico, se costeaban por los municipios y las colonias inmunes. Las calzadas tenían de 4 á 6 metros de latitud y las había enlosadas, afirmadas ó simplemente explanadas, y el empedrado sentado con mortero sobre capas de hormigón y de tierra apisonada adquiría tal solidez que aun se conservan numerosos trozos de aquellas vías. Las distancias se marcaban con postes ó columnas llamadas miliarios, distantes de milla en milla, y cada una de éstas media próximamente kilómetro y medio aunque hay discrepancias entre los escritores, los cuales les asignan desde 1.400 metros á 1.600.

Durante el último medio siglo se han hecho en España estudios muy interesantes para reconstituir la geografía romana de la Península, trabajos debidos en gran parte á la iniciativa de la Real Academia de la Historia. Presentóse en el concurso del año 1861 y alcanzó con justicia el premio ofrecido la Descripción de la vía romana entre Uxama y Augustobriga escrita por el Ingeniero de Caminos don Eduardo Saavedra. (1) Valióse en su luminosa Memoria, en primer término del Itinerario de Antonino A. Caracalla y de los textos de varios geógrafos é historiadores de la antigüedad presentando un plano completo y numerosos detalles de la calzada cuya longitud es de 107,8 kilómetros, <de los cuales hay 52 de vía perfectamente marcada ó con algún vestigio, distribuídos en diez porciones muy desiguales y el resto está suplido por conjeturas apoyadas en las tradiciones del país y en los principios del arte de la construcción.» Para ilustrar el asunto se acompañó una colección de monedas de Numancia, romanas, arábigas y cristianas encontradas en el trayecto, así como varias cabezas, vasijas, inscripciones, trozos de ladrillo y de mosáico, y cinco láminas con los diseños de los puentes, secciones de la calzada, sepulcros, murallas, medallones etc.

Nombrado el Sr. Saavedra Académico de la Historia, trató en el discurso de su recepción, que se verificó en el año

(1) Memorias de la Real Academia de la Historia. Tomo IX.

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