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char el abierto boquete, nivelando la pendiente los escombros mismos. Con objeto de evitar un combate nocturno dispuso Suchet que se diese á las cinco de aquella misma tarde el asalto, que ofrecia ser mortífero, dirigiéndole el general Habert, el mismo que habia tomado á Lérida, y ayudándole los generales Ficatier y Montmarie. A la voz del primero lánzase una columna á la carrera y empieza á trepar por la brecha en medio de un fuego horroroso: á inuchos derriba la metralla; á los que logran subir los esperan en la cima de la brecha los combatientes españoles armados de fusiles, de hachas y de picas. «Sobre este movedizo terreno (dejemos que lo diga un historiador francés), bajo el fuego de fusilería á boca de jarro, bajo las puntas de las picas y las bayonetas, caen nuestros soldados, vuelven á levantarse, pelean cuerpo á cuerps, y ya avanzan, ya retroceden, bajo el doble impulso que por delante los rechaza, y por detrás los sostiene y empuja. Un momento están á punto de ceder al furor patriótico de los españoles, cando á una nueva señal del general en gefe se lanza la segunda coluinna guiada por el general Habert.........»

Y no solo aquella, sino la reserva avanza tambien, y á fuerza de número y de sacrificar hombres logran los enemigos penetrar en la ciudad. En las cortaduras de la Rambla se defiende todavía valerosamente el regimiento de Almansa contra las columnas de Habert y de Montmarie, pero cede al encontrarse atacado

tambien por la espalda. Algunos de los nuestros se sostienen en las gradas de la catedral: allí sucumbe don José Gonzalez, hermano del marqués de Campoverde: penetran los enemigos en el templo, y allí acuchillan sin compasion á los que les han hecho fuego; y entretanto á la puerta llamada de San Magin cae prisionero el gobernador Senen de Contreras herido en el vientre de un bayonetazo. Todo es ya desastre y desolacion. Sobre 4,000 moradores han perecido, entre hombres, mugeres, ancianos y niños. Cerca de 8,000 hombres armados caen prisioneros, pues los que habian logrado salir por la puerta de Barcelona con objeto de salvarse hacia el lado del mar fueror otra vez empujados adentro por las tropas del general Harispe y obligados á rendir las armas.

«Tal fué este horrible asalto, quizá el más furioso que se diera nunca, al menos hasta entonces (1). Cubiertas estaban las brechas de cadáveres franceses, pero la ciudad se hallaba mucho más atestada de cadáveres españoles. Increible desórden reinaba en las incendiadas calles, donde á cada paso se hacian matar algunos españoles fanatizados á trueque de tener la satisfaccion de pasar á cuchillo á algunos más franceses. Cediendo nuestros soldados á un sentimiento comun á todas las tropas que toman una ciudad

(1) De propósito tomamos esta descripcion de un historiador francés, para que no se crea que nosotros exagerainos ni el merito de

esta defensa, ni el patriotismo español, ni el cuadro de íos escesos cometidos por los franceses en la ciudad conquistada.

por asalto, consideraban á Tarragona como propiedad suya, y se habian esparcido por las casas, donde hacian más estrago que saqueo..... Pero el general Suchet y sus oficiales corrieron tras ellos para persuadirles que aquél era un uso estremo y bárbaro del derecho de la guerra..... Poco á poco se restableció el órden..... etc. El lector deducirá de esta relacion hecha por plama interesada en encubrir ó amenguar los estragos de los asaltadores, hasta dónde llegarian

sus escesos.

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Cogieron los franceses multitud de cañones, de fusiles, de proyectiles de todas clasee, juntamente con veinte banderas. Segun sus relaciones perdieron ellos cerca de 4,500 hombres; al decir de otros testigos cuyo testimonio no parece sospechoso, no bajó su pérdida de 7,000 en los dos meses que duró tan porfiado sitio; y se comprende bien, habiéndoles costado dar cinco mortíferos asaltos, tres de los cuales colocan ellos mismos en la categoría «de los más furiosos que jamás se habian visto.» Suchet reconvino á Contreras por haber llevado la resistencia hasta la temeridad y hasta más allá de lo que las leyes de la guerra permiten. Tratóle despues con mucha consideracion, y aun le escitó haciéndole galanos ofrecimientos á que pasára al servicio de su rey, ofrecimientos que el general español desechó con dignidad. En su consecuencia le trasportaron al castillo de Bouillon en los Paises Bajos, de donde al fin logró fugarse.

Golpe fatal y de una influencia moral inmensa fué para toda España, pero principalmente para Cataluña, la pérdida de Tarragona, y mal parado quedó en la opinion pública el marqués de Campoverde: el cual viendo á los catalanes exasperados, y que la division valenciana estaba decidida á volverse á su tierra, celebró un consejo de guerra, en que se resolvió por mayoría abandonar el Principado: resolucion que agradó á los valencianos y no disgustó á los catalanes, más aficionados á la guerra de somatenes y más efectos á sus gefes propios que á gefes estraños y á ejércitos regulares. Así fué que despues de la toma de Tarragona muchos se. desertaban para unirse á las partidas; y esto no lo hacian solo los catalanes, sino tambien los aragoneses, de los cuales 500 se volvieron á su país, & incorporarse á Mina y á otros partidarios. Dificultades, estorbos y trabajos grandes tuvo que pasar y sufrir la division de Valencia antes de poderse embarcar, porque Suchet tuvo cuidado de colocar sus tropas todo lo largo de la costa; pero al fin, aprovechando un claro en que estas se replegaron á Tarragona, pudo embarcarse en Arenys de Mar (8 de julio) á bordo de la escuadra inglesa, llegando tarde el general Maurice-Mathieu que á intento de impedirlo habia salido corriendo de Barcelona.

Andaba, y no es maravilla, aturdido y como desatentado el marqués de Campoverde, antes tan querido como desestimado ahora de los catalanes. En

Vich, á donde se dirigió, se encontró con don Luis Lacy, nombrado por la Regencia de Cádiz para sucederle en el mando, del cual le hizo entrega inmediatamente (9 de julio). Suchet por el contrario, ¡naturales consecuencias de la desgracia del uno y de la victoria del otro! recibió á los pocos dias el baston de mariscal del imperio. Lacy, sucesor de Campoverde, se situó con sus tropas y con la junta del Principado en Solsona, dejando encomendada al baron de Eroles la defensa de la montaña y monasterio de Monserrat. Suchet tuvo órden de Napoleon para demoler las fortificaciones de Tarragona, como lo hizo, bien que conservando, de acuerdo con el general Rogniat, las del recinto de la ciudad alta. Despues de lo cual, y dejando allí al general Bartoletti con solos 2,000 hombres, marchó á hacer por sí mismo (24 de julio) la conquista de Monserrat.

En esta montaña, famosa por su natural estructura, con sus escarpadas rocas, sus torrenteras, y sus elevados picachos, más famosa todavía por su célebre monasterio de benedictinos dedicado á la Vírgen María, santuario de especial devocion para todo el Principado, se habia fortificado el baron de Eroles con cerca de 3,000 hombres, somatenes los más. De allí fué á desalojarle el mariscal Suchet, mandando las tropas en persona, y encomendando la primera acometida de la montaña al general Abbé, apoyado por el gobernador de Barcelona Maurice-Mathieu (25 de

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