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necesitados de provisiones. Continuaban los gefes franceses aborcando ó arcabuceando los guerrilleros que cogian, so color de considerarlos como brigantes ó bandidos, y nuestros partidarios tomando la revancha de ahorcar francescs en los caminos ó á las entradas de las poblaciones por donde sabian que sus columnas iban á pasar; que era uno de los caractéres terribles de esta guerra, por las causas que otras veces hemos ya apuntado.

Respecto á cómo vivian los franceses en la capital del reino y asiento de su rey, nada diremos nosotros; nos contentamos con copiar las breves pero espresivas palabras siguientes del autor mismo de las Memorias del rey José. Les Francais ne pouvaient se montrer dans les promenades axtérieures de la ville de Madrid, sans courir le danger d' étre enlevés (1).

No tanto por la resistencia tenaz que el país oponía á su dominacion, como por el disgusto habitual que le producia la conducta personal y política del emperador su hermano para con él, la situacion del rey José no era ni más ni ménos amarga en 1811. que lo que vimos hasta fines de 1810 (2). Buscando siempre cómo salir de aquella ansiedad que tanto le mortificaba, en enero de este año (1811) envió á París uno de sus edecanes, el coronel Clermont-Tonnerre, con cartas para Napoleon rogándole le esplicara en

(1) Memoire, lib. X.

esto dijimos en los capítulos 9.° (2) Recuérdese lo que sobre y 11.°

qué relaciones se encontraba respecto á algunas provincias. Clermont-Tonnerre entregó los despachos, pero ni obtuvo respuesta, ni él volvió más á España. A poco tiempo (febrero) apareció en el Monitor de París un artículo, en que se decia, que la fiebre del patriotismo español habia pasado, y que los pueblos de Aragon, como los de otras provincias del Centro, del Mediodía y del Norte de España, pedian á gritos su reunion al imperio. Compréndese cuanto aumentaría esta declaracion, publicada en el diario oficial de Francia, la inquietud del rey José. Las cartas que recibia de la reina Julia no eran tampoco para tranquilizarle. Deciale que apenas podia hacerse escuchar del emperador; que el pensamiento de la adquisicion de la hacienda de Mortefontaine para su retiro no habia merecido su aprobacion; que à juicio de su herá mano los intereses de España debian subordinarse á los del imperio, y que si se determinaba á dejar el trono queria que lo declarara oficialmente por medio de su embajador en Madrid. En consecuencia de esto, y de una conferencia que José tuvo con el embajador Laforest, pasó una nota al emperador, en que, sin declararlo definitivamente, le indicaba que le convendria renunciar á los negocios políticos.

En tal estado de incertidumbre y de zozebra, no pudiendo José captarse el aprecio de los españoles, por más que procuraba halagarlos y distraerlos dando saraos y banquetes, permitiendo los bailes de másca

ras por el antiguo gobierno vedados, y restableciendo las populares corridas de toros, en tiempo de Cárlos IV. prohibidas; como que por otra parte la falta de recursos le obligaba á aumentar los impuestos; como en este año escaseasen los granos en términos de producir una subida horrible de precios y una penuria general; como en virtud de la organizacion militar y civil dada por Napoleon cada gobernador recogia y acaparaba para el surtido de su distrito cuantos granos podia, sin cuidarse de los otros, aun impidiendo la circulacion; como José para abastecer el de su inmediato mando tuviese que apurar las existencias de trigo de sus provincias, cogiéndolos hasta de las eras y haciéndolos extraer de las alhóndigas de los pueblos; no pudiendo ya sufrir la amarga situacion en que todo esto le colocaba, resolvióse á ir en persona á París, persuadido de que en una hora de conversacion con su hermano le habria de convencer, más que con todas las comunicaciones escritas, de la necesidad de dar otro giro á las cosas de España. Y pareciéndole escelente ocasion la de haber dado á luz el 20 de marzo la emperatriz su cuñada el príncipe que habia de ser rey de Roma, y circunstancia oportunísima la de ser él uno de los padrinos designados por el emperador, determinó su viage; reunió el consejo de ministros para anunciarles su resolucion (20 de abril), añadiendo que su ausencia seria breve, y á los tres dias siguientes partió de Madrid, acompañado TOMO XXV. 4

Je O'Farril, Urquijo, el conde de Campo-Alange, el de Mélito y algunos otros.

Por causas inevitables no traspuso la frontera de Francia hasta el 10 de mayo. En el camino de Bayona á París recibió un despacho del príncipe de Neufchatel prescribiéndole en nombre del emperador que no dejase la España. José, en lugar de retroceder, aceleró su marcha, y llegó el 15 á París. Allí, en las pláticas que tuvo con su hermano le manifestó su intencion de no volver á un país en que ni podia hacer el bien ni impedir el mal, mientras no revocara las medidas que destruian la unidad é impedian la combinacion de los movimientos militares y la regularidad de la administracion. «Mis primeros deberes (le «dijo entre otras cosas) son para con la España. « Amo la Francia como mi familia, la España co«mo mi religion. Estoy adherido la una por las «afecciones de mi corazon, á la otra por mi con

«< ciencia. >>

Napoleon decidió á su hermano á volver á España, bajo la promesa de que cesarian los gobiernos militares, tanto más, cuanto que los ingleses ofrecian (le dijo) evacuar el Portugal si los franceses salian de España, y reconocerle como re si la Francia consentía en restablecer en Portugal la casa de Braganza; díjole que deberia reunir las Córtes del reino, y ofreció además asistirle con un millon de francos mensual. Bajo la fé de estas promesas José cedió, tomó la vuelta de

España el 27 de junio, y el 15 de julio estaba de regreso en Madrid.

Siendo uno de los puntos del nuevo programa de Napoleon para entretener á su hermano la reunion de Córtes españolas, fué tambien uno de los primeros que José trató con los hombres de su consejo, no solo manifestándoles su pensamiento y propósito, sino tambien encargándoles los trabajos preparatorios para la convocatoria, no ya con arreglo á la Constitucion de Bayona, sino sobre bases más ámplias, de modo que fuesen unas Córtes verdaderamente nacionales, concurriendo á ellas los hombres más importantes de todas las opiniones y partidos, y dispuesto à someter á su juicio sus propios derechos y la forma de sucesion al tronc de España. Creemos que de mejor fé que su hermano adoptaba José esta resolucion, como un medio y una esperanza de atraerse las voluntades de los españoles y de afirmarse en el trono, y no era la primera vez que habia pensado en ello. En su virtud envió á Cádiz un canónigo de Búrgos, llamado don Tomás de la Peña, encargado de tantear la Regencia y las Córtes y de abrir negociaciones sobre el asunto. No hubo necesidad de que las Córtes llegáran á entender en él, porque bastó el paso con la Regencia para que el emisario se convenciese de que era intento inútil recabar de tan buenos patricios que se prestasen á aceptar ni menos á cooperar á un proyecto, plausible en sí, pero que envolvía y llevaba

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