Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Colorado, y retrocediendo por la línea de presidios avanzada al Norte de la provincia, hasta el de Frontera, colindante con el Janos, que es el último de la Nueva Vizcaya.

Los territorios comprendidos en las cuatro últimas partidas de la recopilación antecedente fueron el teatro de los apostólicos afanes de los regulares de la extinguida Compañía de Jesús, desde el año de 1591, que fué el de su ingreso en Sinaloa, hasta el de 1767 de su expatriación.

En este tiempo fundaron y administraron todas las misiones de la provincia, dejándolas en el estado más floreciente y en el de secularizar o erigir en curatos la de los partidos de Sinaloa, Ostimuri, y aun algunas de las de ambas Pimerías, entregándolas al Ordinario.

Se iban a tomar estas providencias cuando se verificó la expulsión de los Jesuítas, y como fué casi momentánea, no se hallaron tan prontos como se necesitaban, los recursos de sustituir a estos religiosos, con los que después de algún tiempo se hicieron cargo de las desamparadas misiones.

Para su mejor antiguo gobierno las dividieron los regulares extinguidos en rectorados, con la justa mira de que los misioneros tuviesen siempre a la vista un inmediato superior que celase sobre su conducta y procedimientos.

Era, pues, cada pueblo de misión una grande familia que, compuesta de multitud de personas de los dos sexos y de todas edades, reconocían dócilmente la discreta, suave, y prudente sujeción de su ministro doctrinero, que miraba, cuidaba y atendía a sus feligreses como verdadero padre espiritual y temporal, instruyéndoles en la vida cristiana y civil.

Todos estaban impuestos en el catecismo, asistiendo con puntualidad a la misa en los días festivos, a la doctrina y a los ejercicios devotos; y muchos entendían y hablaban el idioma castellano, siendo también muy raro el regular extinguido que no sabía o no se aplicaba a entender el de los indios de su misión.

Ninguno de éstos andaba desnudo; se cubrían con vestuarios humildes, pero decentes y aseados; nunca les faltaba su regular y sobrio alimento, y cada familia tenía su pequeña casa, choza o jacal dentro de pueblos formales, tanto más reunidos en los territorios avanzados a la frontera, cuanto era mayor su exposición a las hostilidades de las naciones bárbaras o gentiles, por cuya ra

zón no sólo se cercaban con sencillas murallas o tapias de adobe o piedra, sino que se defendían con pequeños torreones fabricados sobre los ángulos de la población.

Las iglesias eran capaces y proporcionadas; algunas podrían llamarse suntuosas con respecto a su destino y situación, y por lo común lo eran todas en sus altares, en sus imágenes, en sus pinturas exquisitas, y en la rica y aun opulenta provisión de ornamentos, vasos sagrados y otros utensilios.

Las casas de los padres ministros, sus modestos pero completos muebles, los almacenes y trojes para depósito y conservación de semillas, frutos, géneros y efectos de primera necesidad, eran edificios y adquisiciones que acreditaban el arreglo y económico gobierno de los fundadores de las misiones de Sonora.

Nada de esto podía hacerse con los cortos sínodos de 300 pesos que consignaba la piedad del Rey a cada misionero, y cobraba anualmente uno de los regulares extinguidos, con el título de procurador, en las cajas de esta capital; pero así como se esmeraban los padres ministros en cuidar muy particularmente del alimento, vestuario y educación cristiana de sus indios, también les obligaron con prudencia a trabajar en las labores del campo, y en las que podían desempeñar dentro de sus pueblos con conocidas y ventajosas utilidades.

Por este medio llegaron las misiones de los regulares extinguidos, casi en lo general, a la mayor opulencia, aumentándose sus bienes con las mercedes de tierras que registraron, y de que tomaron posesión con títulos reales para establecer estancias, o ranchos de ganados mayores y menores, con abundantes criaderos de yeguas, caballos y mulas.

Estos bienes temporales, adquiridos en propiedad para beneficio de los indios, y de los pueblos e iglesias, se consideraron correspondientes a los regulares extinguidos al tiempo de su expatriación; y como entonces por no haber otros misioneros que los sustituyesen, se pusieron a cargo de distintas personas seculares, con nombramientos de comisarios reales, hasta que el Sr. Marqués de Sonora, siendo visitador general, dispuso su devolución a los ` nuevos ministros sagrados, ha sido esta la verdadera causa motriz de la ruina de las misiones, hallándose el mayor número de ellas sin sacerdotes, sin iglesias y sin los bienes de comunidad que disiparon los comisarios reales.

La misión de Sonora es una de las que merecn el mayor cuidado y atención, por su vecindad inmediata a la península de California, por lo dilatado de sus territorios, que pueden llamarse desiertos, sin embargo de que según los últimos padrones formados en el año de 1781, consistía el número de sus habitantes en 87,644 personas de los dos sexos, de todas edades y castas.

Por lo descubierto de sus costas del mar del Sur y por las riquezas que ofrece esta provincia en sus minerales y placeres de oro y plata, en la fertilidad de sus campos, muy a propósito para la abundancia de cría de ganados, para la siembra de toda clase de semillas y frutos, y para el cultivo del algodón, grana y añil; y finalmente en sus placeres de perlas, descubiertos y abandonados por la falta de gentes y de auxilios, y por las hostilidades de los indios bárbaros, merece Sonora el mayor cuidado y atención.

MISIONES DE LA INTENDENCIA DE DURANGO,

ESTABLECIDAS EN EL TERRITORIO DE LA NUEVA VIZCAYA.

Esta provincia es el centro de todas las internas, y la mayor, más rica, poblada y de antigua conquista: se halla entre los 23° 33' de latitud boreal y entre los 225° y 271° de longitud, contada desde el meridiano de Tenerife, y se subdivide en cuatro partes o grandes territorios que se conocen por los nombres de Tepehuanes, Tarahumara, Topia y Batopilas.

La ciudad de Durango o Guadiana, la villa del Nombre de Dios, los valles de Santiago de Papasquiaro y San Bartolomé, los reales de minas del Parral, del Oro, de Indee, Chihuahua y Conguariachi, son las principales poblaciones de Nueva Vizcaya, habiéndose sustraído de ella y agregado a la provincia de Coahuila, en virtud de real orden de 21 de mayo de 1785, el grande pueblo de Parras y la villa del Saltillo.

Según los últimos padrones formados en los años de 79, 80 y 81, pasan de 120,000 personas de los dos sexos y de todas edades y castas las que pueblan esta dilatada provincia, capaz de mantener un millón de gentes en sus fertilísimos y verdaderamente desiertos territorios.

Fueron muchas las naciones que poblaban los territorios de Nueva Vizcaya al tiempo de su conquista; pero hasta fines del si

[graphic][merged small][merged small][ocr errors][ocr errors][merged small][ocr errors][subsumed][merged small][merged small][merged small][merged small][merged small]
« AnteriorContinuar »