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pección que forma el carácter de todo legislador, con entera abstracción de personas y casos particulares, ¿nos hemos de aventurar á dar el paso arriesgado de designar personas? La ley lo hace más señalando sus calidades, y esto basta.

Yo sé bien que los Tronos están rodeados de todas clases de personas, sin que yo trate de agraviar á ninguno: he estado muy cerca de él, y he conocido por mí mismo que un hombre público que no tiene freno es capaz de sacrificar hoy un individuo, mañana una familia y aun una provincia entera, y esto no con mala intención, sino con el deseo de hacer el bien con arreglo á su modo de pensar.

El sistema general de Hacienda.

Sesión del 22 de Marzo 1821.

El Sr. Obispo de Sigüenza: He pedido la palabra para aprobar y aplaudir la Memoria presentada por la Comisión de Hacienda, con el objeto de un plan combinado de contribuciones directas é indirectas, establecido sobre sólidas bases, profundamente meditado, y en el que sus autores, correspondiendo á la confianza del augusto Congreso del modo más digno, manifiestan los selectos principios y exquisitas doctrinas en la apreciable de economía pública. No puedo además pasar en silencio mi gratitud por el contenido del art. 2.o, objeto de esta discusión. Persuadida la Comisión de que nada sería tan propio de la dignidad de las augustas funciones del sacerdocio y de la liber tad con que los maestros de la moral pública deben explicar su celo contra la corrupción de costumbres en ocasiones oportunas, como el dejar la libre recaudación, administración y distribución de los medios de la decorosa sustentación del clero en sus propias manos, determina todos estos puntos en el presente artículo, resolviendo que todos los diezmos y primicias reducidos á la mitad queden exclusivamente aplicados á la sustentación. de los eclesiásticos y expensas del culto.

No se ha engañado la Comisión en persuadirse de que esta

independencia del clero en los medios de su subsistencia es no menos conforme á los principios de una política ilustrada, que á la constante tradición sobre el estado en que se observa al clero desde el principio de la Iglesia, no obstante las varias épocas y vicisitudes en el modo y forma de los medios de atender á la manutención de los Ministros del santuario y alivio de los miserables, de quienes los Obispos, párrocos y diáconos se consideraron siempre en la Iglesia y en los Estados católicos como abogados naturales. Ya sea que en los primeros tiempos formasen los cristianos una Sociedad común, de cuyos fondos fueron árbitros dispensadores los Apóstoles; ya que sucediendo las voluntarias obligaciones de los fieles, fuesen éstas suficientes para los cuantiosos socorros que distribuían los Obispos por medio de los diáconos, en beneficio de la humanidad paciente y menesterosa, después de atender à la decente sustentación de los Ministros, proporcionada á la clase y dignidad de su Ministerio; ó ya, en fin, que hubiese debido la Iglesia á la liberalidad de los Emperadores la facultud de adquirir bienes raíces y estables, tanto más preferibles, cuanto menos contingentes, ello fué que jamás se vieron los Ministros del santuario dependientes de tesorerías ó cajas civiles. Ni es fácil conciliar esta dependencia con la libertad y dignidad de su Ministerio; y aun me atrevería á asegurar que así lo exige la seguridad del Estado en caso de invasión, y la política, según demuestra la historia de nuestra independencia en la gloriosa lucha terminada poco tiempo hace contra el tirano.

Pocas verdades podría yo ofrecer á la consideración del Congreso, tan demostradas como ésta y tan sentidas en nuestro corazón. Extendido un formidable ejército como un torrente impetuoso, esclavizados y atolondrados nuestros pueblos con unos sucesos tan espantosos, convertían sus ojos á los Ministros del santuario, depositarios de las verdades de la fe, de la moral y de la política, y maestros de una lealtad y patriotismo de que no hay ejemplo en la historia de otras naciones.

Bien conocieron los satélites del tirano á los autores de una obstinada y, al parecer, temeraria resistencia, tan funesta para ellos como gloriosa para nosotros. Trataron de seducir á los unos con promesas, y de aterrar á los otros con ultrajes y castigos,

habiéndose apoderado de nuestros tesoros, como si España fuese una provincia tributaria de París. Por fortuna, nuestros Obispos y Párrocos, librando los medios de su sustento en hórreos separados, y libre de la necesidad de mendigar el triste alimento de la mano del invasor, conservaron la energía, el celo y entusiasmo público que no hubiera podido esperarse en otras circunstancias.

Es verdad que la virtud y fortaleza para anunciar el Evangelio al pueblo cristiano, exhortándole al cumplimiento de sus obligaciones, no admite distención de tiempo y circunstancias cuando media el interés común, la salud pública y la libertad de la Patria, por la que debemos sacrificar nuestra fortuna y nuestras vidas en caso necesario; pero á pesar de los principios incontestables y verdades de una moral rígida y severa, seríamos nosotros calificados de legisladores imprudentes, si exigiésemos del común de los hombres un heroísmo semejante. Vimos á muchos religiosos venerables, igualmente celosos que los Párrocos en sus exportaciones, los vimos enmudecer luego que, arrojados de sus conventos, se hallaron precisados á recibir del tirano la escasa dotación que se les había ofrecido. No por eso me atreveré á censurarles de traición, de infidencia ni de menos virtuosos que á los demás eclesiásticos, y me limitaré á decir que éstos se encontraban en mejores circunstancias, conforme á su libertad, á su dignidad pastoral y á los principios de una política ilustrada.

Previas estas breves observaciones en favor de la Comisión y del artículo, indicaré, en contrario sentido, otras dos: la primera, acerca de las equivocaciones con que, en mi juicio, ha procedido la Comisión en el presupuesto de fondos destinados para la manutención del clero y expensas del culto; y la segunda, no tanto contra la Comisión, cuanto contra las exageradas expresiones de algunos señores preopinantes, que han querido presentar como incompatible con la Constitución las luces del siglo y prosperidad de la agricultura, la costumbre, autorizada por el transcurso de muchos siglos, de satisfacer á la obligación de sustentar el clero en el modo y forma que se halla establecido por leyes eclesiásticas y civiles. sy

Me opuse en la legislatura anterior á que se admitiesen á discusión las proposiciones hechas sobre abolición de las déci

mas eclesiásticas, considerándolas entonces como prematuras y opuestas á las circunspección y lentitud con que debía proceder el augusto Congreso en un asunto tan grave y delicado, persuadido además de que la sola discusión de semejantes proposiciones ocasionaría perjuicios encalculables contra el Estado y contra la Iglesia. ¡Ojalá que yo me hubiese engañado, y que los pasos precipitados que se dieron por entonces, sin duda con el mejor celo, no hubiesen producido el mismo efecto que una premeditada malignidad! Pero supuesto que ha sido indispensable entrar en esta cuestión, de la que no prescinde la Comisión especial de Hacienda, ya que es necesario dar sobre ella al público de Madrid y de todo el Reino la ilustración de que sea susceptible la materia, me veo en la necesidad de hablar sobre este punto con la brevedad y precisión que exige el respeto debido a augusto Congreso, y reclama la economía del tiempo. Resuelto á considerar esta cuestión sólo por el aspecto económico y político, sin embargo de preciarme de tolerante por principios en materias políticas y religiosas con toda la extensión que permiten las leyes y las santas barreras de la pura religión, apenas puedo sufrir que haya hombres que, reuniendo ingeniosamente sus particulares intereses con los aparentes del bien público y de la prosperidad, levanten el grito presagiando la ruina del edificio político, al verse frustradas las estudiadas y combinadas empresas para aumentar sus intereses personales. Tales pueden sospecharse aquellos propietarios que, habiendo heredado de sus padres los predios y fincas rústicas sujetas á las décimas, y, por consecuencia, adquiridas y poseídas con un valor menor en la décima parte, comparadas con las otras que se han comprado exentas de esta pensión, quisieran ahora verse de repente libres de toda carga, y traspasar á las demás clases del Estado la obligación de mantener á los ministros de la religión y de atender á las expensas del culto: y poco satisfechos con la generosidad y justicia de la comisión, que ha rebajado á un 5 por 100 la carga anterior, aún se atreven á repetir sus tristes clamores y presagios, pretendiendo hacer creer á los incautos que esta ligera carga es incompatible con la prosperidad de la agricultura, con la riqueza nacional y con las luces del siglo. Si por luces hubiésemos de entender un

espíritu innovador que en poco tiempo trastornó las leyes conocidas y consagradas por el transcurso de muchos siglos en los Estados civilizados de Europa, yo convendría con SS. SS. en que con esta especie de luces no podía componerse bien el dictamen de la Comisión, ni la costumbre de cuya continuación en parte se quejan; pero si, en mejor sentido, entendiésemos por luces la verdadera ilustración en que se encuentra cada una de las naciones en particular ó la Europa en general, á consecuencia del brillante estado de una educación general rectificada desde las primeras escuelas hasta los últimos estudios, dirigida por las ciencias útiles y exactas, como medios auxiliares que conducen indefectiblemente á los hombres á la mayor prosperidad de la agricultura, del comercio y de las artes, yo rogaría á SS. SS. que en este verdadero sentido de ilustración juzgasen por sí mismos del grado de adelantamientos en que hace mucho tiempo se observa la agricultura en Inglaterra, no obstante la costumbre de las décimas; el en que estuvo la Francia, y sobre todo, que, sin salir de nosotros mismos, considerasen cuál era el de esta hermosa y rica Monarquía en tiempos no muy lejanos, en que, por nuestra pobración, por nuestra laboriosidad y probidad de costumbres, llegamos á la cumbre de prosperidad, de donde, por desgracia, hemos caído, perdiendo la corona de honor que nos arrebataron los extranjeros, y con ella nuestra ilustración, ciencia y artes.

Aprovechémonos en hora buena de las sublimes verdades y luminosos principios que indudablemente se dejaron ver en la Revolución francesa en diversas ocasiones, y á favor de llamaradas de una Nación ilustrada, encendida en la exaltación de sus pasiones; pero con la cautela de precavernos de sus excesos, convirtiendo en nuestra utilidad las lecciones terribles que ofrecieron á toda la Europa con infinitos ejemplos indignos de nuestra imitación.

Resta sólo decir algo sobre la equivocación con que ha podido proceder la Comisión en el presupuesto del valor de diezmos, cuya mitad ha resuelto dejar exclusivamente para el clero y el culto. Lejos de admirarme extraordinariamente de que haya regulado la cantidad de 600 millones, aún conservo la idea de que en la legislatura anterior se le hacía ascender por algunos

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