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culpar las intenciones de la Comisión: sus sentimientos y deseos me son muy conocidos, y no pueden menos de serlo; pero esta medida, concebida en circunstancias harto difíciles, acaso se resiente del influjo de esas mismas circunstancias. Las Cortes deben mirarlas de otro modo. Debe el Congreso atender más al tiempo venidero que al presente, y examinar con serenidad y frialdad, si cabe tenerla en estas materias, cuál es el remedio más eficaz contra los males que afligen y amenazan á la Nación. ¿Cuál es la medida que proponen las Autoridades de la provincia de Burgos? No es la que ahora se discute; no, señor. Según el parte leído por el Sr. Secretario de la Guerra, no se pide aumento de facultades, ni aun más número de tropas. Efectivamente, es harto vergonzoso emplear tantas contra un número tan pequeño de facciosos. El remedio que indican, el que proponen esas Autoridades, si no he oído mal, es la rectificación del espíritu público. ¿Y se rectificará el espíritu público dando á los Jefes militares ese aumento de facultades que ellos no piden y acaso no quieren? ¿Y ha apurado el Gobierno, ha apurado el Congreso todas las demás providencias que se pueden y deben tomar para conseguir este objeto, antes de llegar á la extre midad que ahora se propone? Creo que no. Una sola providencia, según han manifestado los Sres. Secretarios del Despacho, se ha tomado á este fin, á saber: la de haberse prevenido al Arzobispo de Burgos, después de tantas quejas y reclamaciones, que nombre un Gobernador del Obispado. Al cabo de mucho tiempo se verificó el nombramiento, cuyas circunstancias ignoramos, porque el Sr. Secretario del Despacho no ha creído conveniente dar noticias detalladas sobre este particular. ¿Pero ha recaído este nombramiento en persona de entera confianza del Gobierno? Yo no sé qué crédito debo dar á lo que se dice en los papeles públicos; pero me parece que si en materias importantes ve el Gobierno que se publicån hechos falsos, debe por su propio honor ó aclararlos ó rectificarlos; y no habiéndolo hecho, debo creer que esos periódicos tienen algún fundamento en lo que dicen. No tengo otros datos, porque carezco de relaciones en aquella provincia; pero es un hecho que hace tiempo se está denunciando al público, como causa principal de estos males, al Arzobispo de Burgos y al Obispo del Burgo de Osma. ¿Y qué

providencias se han tomado respecto del Arzobispo? Dejarle en la capital, y decirle que nombre un Gobernador del Arzobispado, que no sabemos lo que es. ¿Y contra el Obispo del Burgo de Osma? Nada absolutamente. Los mismos periódicos, con referencias á cartas de sujetos destinados á la persecución de los facciosos, aseguran, y lo están asegurando hace mucho tiempo, que los principales agentes de la sedición son una porción de curas párrocos. ¿Y qué se ha hecho sobre esto? Hasta ahora, parece que nada. No es esto culpar al Gobierno; no sé lo que habrá hecho, ni los motivos que habrá tenido para no hacer lo que á primera vista me hubiera parecido á mí conveniente. No debo llevar la ligereza hasta el punto de inculparle, cuando no sé bien las circunstancias; pero es una verdad que no están apurados todos los medios que se pueden tomar, ó que al menos no consta al Congreso que lo estén; cosa indispensable antes de aprobar una medida tan extraordinaria como la que se propone.

Creo que estas indicaciones bastan para probar que esta proposición es innecesaria. Dije también que era impolítica en el actual estado de las cosas. Y, efectivamente, ¿qué concepto se formará de nosotros, si porque se levanta una cuadrilla de 160 hombres, declaramos virtualmente que hay una guerra civil, y una guerra que obliga al Congreso á dar al Gobierno facultades que acaso no ha conferido ningún Cuerpo legislativo sino en circunstancias muy extraordinarias?

¿Qué se creería fuera de España? ¿Qué no podrían decir los enemigos de nuestra libertad, que fuera del Reino abrazaran gustosos cualquier ocasión para extraviar el espíritu público, y engañar á los incautos á costa nuestra? ¿Y qué se diría en nuestras provincias más lejanas del teatro de esa guerra? Suplico al Congreso que medite estas circunstancias y vea si los males que se seguirán de adoptarse las medidas propuestas por la Comisión, con la mejor intención del mundo, no son mayores y de mucha más trascendencia que las pequeñas ventajas y los efímeros bienes que de ellas pueden resultarnos en el momento. Estos, ¿cuáles serán? Poder prender más expeditamente á uno ú otro alcalde, y pasar algunos por las armas. Y estas ventajas, ¿son equivalentes al daño que podría resultar del abuso de esas facultades? ¿Y no lo podremos conciliar todo si el Gobierno y

las Autoridades tienen la actividad necesaria sin salir del camino que les señala la ley? ¿No hay ley que autoriza á la jurisdicción militar para perseguir y juzgar á los reos de esos delitos? ¿Puede necesitarse ni quererse más? ¿Necesita un Jefe político de esa autorización para perseguir y prender al alcalde que auxilie el crimen, al cura sedicioso que, abusando de su ministerio, incite á la desobediencia? ¿Necesita de nuevas facultades el General Empecinado, si desempeña las que tiene, y si el Gobierno le hace los eficaces encargos que corresponde? Yo creo, pues, que no hay ninguna necesidad, ninguna absolutamente, de tomar estas medidas, á lo menos, mientras no se haga ver á las Cortes, y éstas puedan decirlo á la Nación, que se han apurado todos los recursos que las leyes previenen, y que el Gobierno ha apurado todas las medidas que están en su autoridad, sin lograr el objeto que se desea. Entonces verá la Nación que si las Cortes han concedido una autorización tan amplia y peligrosa, fué obligada por la ley imperiosa de la necesidad, y porque no había otro recurso para la salvación de la Patria. Así, pues, si la Comisión propuso ese dictamen sin tener presente las ocurrencias posteriores, según insinuó al principio el Sr. Sancho, quien aún confirmó lo que dijo el Sr. Romero Alpuente en su discurso, que en parte es muy conforme á mi dictamen, entiendo que adelantaremos mucho más si vuelve este expediente á la Comisión, para que, con presencia de los últimos sucesos y de lo expuesto en la discusión, y oyendo á los Secretarios del Despacho, proponga á las Cortes las medidas que en las circunstancias del día sean más convenientes para el remedio eficaz de los males de que se trata.

El Sr. Secretario del Despacho de Gracia y Justicia: Para conocimiento del Congreso y satisfacción del Sr. Calatrava, debo manifestar que en este día se han remitido las contestaciones de casi todos los Reverendos Obispos á quienes el Gobierno ha insinuado ó, más bien, mandado que hablen á sus curas y eclesiásticos, y manifiesten á los pueblos sus verdaderos sentimientos con respecto al sistema que actual y gloriosamente nos rige.

Con respecto al asunto de Burgos, desea saber el señor preopinante las medidas que ha tomado el Gobierno. Es sabida la conducta de aquel Reverendo Arzobispo, en el día reducido al

Arzobispado de Burgos, de que antes había hecho demisión, siendo nombrado para el de Valladolid. Y habiéndosele puesto en la precisión de que nombrase un Gobernador ó, más bien, un coadjutor de la mitra, y pasándose á conocimiento del Jefe politico de Burgos, para que si las circunstancias del individuo en quien el Arzobispo depositase sus facultades no eran como debían, lo manifestase al Gobierno; lo ha hecho, y en este día se ha pasado al Consejo de Estado para que diga si el Gobierno está en el caso de nombrarlo. El Consejo de Estado dirá su opinión, y, en su vista, el Gobierno determinará lo más conveniente según las actuales circunstancias. Debe igualmente manifestar el Gobierno que ha recomendado á los clérigos secularizados para que se empleen en la cura animarum.

El Sr. Conde de Toreno: No me opongo á lo indicado por el Sr. Calatrava de que vuelva el dictamen á la Comisión; pero como ésta no se ha de reducir á informar sobre mi proposición, que es lo que la encargó el Congreso, pido se agregue á ella el Sr. Calatrava ó que se nombre una Comisión especial.

Declarado suficientemente discutido el art. 1.o, observó el Sr. Conde de Toreno que si puesto a votación se desa probaba, podría tener mal influjo moral, mayormente cuando los Generales de aquellas provincias se veían en la precisión de tomar medidas que se aproximaban á lo que ahora se proponía, como la que se leía en los periódicos, del Empecinado: siendo de dictamen que volviese todo el proyecto á la misma Comisión, para que, teniendo presente cuanto se había dicho en la discusión, propusiese las medidas convenientes á fin de extinguir enteramente á los facciosos. Así se acordó, mandando que á dicha Comisión se agregase la especial que extendió el informe sobre el estado político de la Nación.

Un plan general de Enseñanza.

DISCUSIÓN SOBRE CREACIÓN DE UNA UNIVERSIDAD CENTRAL

Sesión del 9 de Junio de 1821.

En seguida, y según lo anunciado por el Sr. Presidente en la sesión ordinaria de este día, se continuó la discusión del proyecto general de Instrucción pública, y en especial del título VI, que trata de la Universidad Central; y leído el art. 72, que se halla inserto en la sesión extraordinaria de 19 de Octubre de 1820, dijo

El Sr. Rey: No me opondré decididamente á este artículo; pero propondré ligeramente algunas dudas, relativas no sólo á si debe axistir esta Universidad Central, sino también á si, en caso que deba axistir, deberá establecerse en Madrid. Las dudas que se me ofrecen son por la mayor parte nacidas de las razones que la Comisión propone para establecer este estudio en Madrid. Dice el artículo. (Leyó,)

Progunto yo: ¿puede esperarse jamás que en un estudio se den los conocimientos para el completo ó perfección de las ciencias? Yo creo que los estudios de las Universidades no son para esto. Todos convendrán conmigo en que de las Universidades no salen sabios. En las Universidades sólo pueden infundirse el amor al estudio y á las ciencias, que después se perfeccionan con estas reuniones que poco ha se han establecido, y llaman Academias, que son los cuerpos más á propósito para dar extensión á los conocimientos y formar sabios completos. Si pretendemos que salgan ya formados de las Universidades, no lograremos más que tener unos medio sabios, ó más bien, unos charlatanes. Deben distinguirse dos cosas en materia de saber y enseñanza: primera, lo que se debe aprender con maestro ó pedagogo; y segunda, la extensión que se debe dar á estos elementos. El buen gusto y principio de todas ciencias deben darse en las Universidades; mas la extensión de los conocimientos que allí se han adquirido, no creo que sea propia ni pueda sujetarse á esta escuela. Estos conocimientos se adquieren con el trato

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