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Francia. Nada más natural, nada más sencillo, que obligar á su Gobierno á que se uniese sinceramente á nosotros, y dar una declaración formal al Austria, no sólo de la manera con que miramos su injusta agresión de Nápoles, sino de los medios que estamos resueltos á emplear, en unión con todos los pueblos libres, para impedir que ninguno se entrometa en los negocios demésticos de otros, ni en la forma de gobierno que él adopte. Este medio tendría un efecto seguro y positivo, y á más, acaso libertaría á la Francia de la opresión en que la tiene un ministro imbécil y las pretensiones de esos ultras, que nada han aprendido después de tantas desgracias. Yo concluyo, señor, llamando la atención del Congreso sobre esta primera indicación, y á más sobre esta otra: de que debemos inmediat&mente, con exclusión de todo otro negocio, ocuparnos de nuestra Hacienda y de la organización completa del Ejército, y hago proposición formal para ello.

El Sr. Romero Alpuente: Yo quisiera que el Gobierno nos dijese cuánto tiempo hace que se han pasado al Austria las notas de que se habla, porque supone que, sin embargo de estar alli nuestro agente, todavía no ha respondido

El Sr. Encargado de la Secretaría de Estado: Hace mes y medio.

El Sr. Romero Alpuente: Pues creo que el dictamen de la Comisión no conviene aprobarle, y que debe volver á la misma el asunto, para que, de acuerdo con la otra Comisión encargada de informar acerca del estado de la Nación, ponga su parecer en las actuales circunstancias, en que la España se ve amenazada, como Nápoles, de tan poderosos aliados. ¿Qué es lo que dice el Ministerio de Estado, y qué es lo que expone esa Comisión de Política? ¿Que ha hecho el Ministerio de Estado en estas circunstancias con respecto á las naciones extranjeras? Ya lo refiere la Comisión. La Nación española, según nos informa la Comisión, estuvo en un principio como mera espectadora de lo que sucedía en Nápoles; después, cuando vió las resoluciones que iban saliendo de Troppau y las disposiciones tomadas para poner un ejército al frente de Nápoles, entró en algún cuidado; pero, ¿qué ha hecho en este caso nuestro Gobierno? En este caso, dice la Comisión que ha correspondido á su dignidad y á su

deber de asegurar la tranquilidad de esta heroica Nación. Pero ¿cómo lo ha hecho? Lo ha hecho, señor, diciendo á las demás naciones: yo no apruebo el principio de que una Nación pueda entrometerse en el arreglo interior de otra, y... (alto aquí... ¡aquí, señor, está dado el decoro, aquí toda la dignidad. y aquí todo el deber de esta Nación!) Yo no reconozco ese principio... ¡Qué gracia! No lo reconozco; ¡pues no faltaba más que lo reconocieras!; ni tampoco las consecuencias; y ¿cuáles podrían ser éstas? Venir sobre España y destruirnos: ya se ve, ¿cómo he de aprobar estas consecuencias? Las desaprueba, sí, señor; yo lo creo.

Que se han pasado oficios á algunos Gabinetes. Y ¿cuáles son estos Gabinetes? Porque no hay uno á quien no debió pasarse oficio, y á los amigos por amigos y á los enemigos por enemigos. Pues, señor, no á todos, sino sólo á algunos se han pasado esos oficios. Y ¿á qué se reduce? Todos, á no reconocer esos principios; y algunos, á exigir que declaren si esos principios quieren aplicarlos á España. ¿Y cómo se han pasado estos oficios? A la Prusia y á la Rusia se les ha preguntado verbalmente, y sus Embajadores ó agentes han respondido también verbalmente, según se indica, que no se piensa en España. Pero, ¿es ésta la respuesta del Emperador de la Rusia? ¿Es ésta la contestación del Rey de Prusia? ¿Dónde tienen esos enviados los poderes especiales para esta respuesta? Y aunque los tu viesen, ¿por qué se tratarían á la verbal, y no por escrito, semejantes asuntos? Si los tratados más claros y terminantes escritos, firmados y ratificados, se sujetan á mil interpretaciones, en fuerza de las cuales quedan nulos, ¿será este buen modo de entenderse un Gobierno con otro en un asunto de tanta importancia?

A esto se dirá que el Gabinete que ha cuidado es el de Austria, porque esta Potencia es la que se presenta al frente, y con ella sola debemos entendernos; pero, ¿cómo se ha entendido con ella nuestro Gobierno? Se ha entendido, pasándola un mes ó dos meses hace (que es buena falta de exactitud). (El señor diputado fué interrumpido por algunos señores, que le dijeron que el encargado interino de Estado había sentado que hacía mes y medio; y continuó). Pues haciendo mes y medio que se

han pasado esas notas, y no habiendo recibido respuesta, ¿nos estamos así? ¡Mes y medio de silencio, en una Potencia tan terriblemente decidida y comprometida, que tan abierta- mente amenaza á nuestra España, contra la que aun conservará la memoria de las guerras de sucesión! ¡Mes y medio ha podido dejarse pasar sin recibir respuesta á notas de tanta consecuencia! Este desaire, hecho á una Potencia tan grande como España, ¿no será más expresivo que la respuesta más terminante? ¿No será un rompimiento manifiesto del Austria? Y siendo esto así, ¿cómo se nos dice: nuestras relaciones con ésta y las demás Potencias están, como poco más ó menos, en el mismo estado que en la anterior legislatura? El resultado de estas relaciones es que estamos tratando como amigos á nuestros enemigos declarados.

Apartemos la vista de estas tres Potencias, y fijémosla en la Francia. ¿Se han dado algunos pasos con ella para que diga si es ó no aliada suya, si le ha suministrado ó no los subsidios de 120 millones, que escriben contestes de París infinitos comer ciantes y no comerciantes? Si tú eres aliada de los enemigos del género humano, corresponde decirla, yo no quiero tener aquí ningún Embajador ni enviado tuyo; porque si tú vienes á ser aquí mi enemiga, ¿por qué he de guardarte ninguna consideracion? ¿Por qué ni he de tratar contigo? Lo mismo digo en cuanto al Austria; si tú no eres mi amiga, ¿por qué me has declarado la guerra en Nápoles? Y si no me la has declarado allí, ¿por qué me haces pasar por la vergonzosa humillación y desprecio de no recibir contestación tuya en mes y medio?

Dice, sin embargo, la Comisión, que toda va bien, y que, en consecuencia, se diga al Gobierno que, en cuanto á Argel, vea cómo esa conducta sospechosa se desvanece; y en cuanto á lo demás, que las Cortes quedan satisfechas de que con tanta dignidad haya cumplido su deber, y que insiste para que vengan las contestaciones que tiene pedidas. Lo de Argel, corriente, y aun creo que el Gobierno no necesita de tal advertencia. Tambien corriente el que insista en las contestaciones. Lo no corriente, y lo notable para mí, es decir al Gobierno quedar satisfecho el Congreso. Y se pregunta; las Cortes ¿deben quedar satisfechas de lo hecho, ó tienen facultades para hacer otra cosa,

avanzando más adelante? Esta es otra cuestión de que voy á hablar. Parece que, en llegando á estos asuntos, sus facultades están limitadas á aprobar los tratos de alianzas ofensivas, y aquí concluyen, porque toca al Rey todo lo relativo á la tranquilidad interior y exterior del Reino. Pero si las Cortes creen que debió tratarse con Portugal para una alianza; si creen que lo mismo debió hacerse con Nápoles, con la calidad de que esta alianza fuese no sólo defensiva, sino ofensiva; si hasta con la Gran Bretaña debió hacerse igual alianza, y si ahora, según las últimas novedades, también con la Cerdeña; así como debió exigirse de la Francia que se separase su Gabinete de esa santa ó infernal alianza, en caso de estar comprometida, y de no estarlo, que lo diga, pregunto: ¿qué deberán hacer las Cortes? ¿Dirán al Gobierno que quedan satisfechas por no haber ejecutado nada de lo que convenía, que es lo que opina la Comisión, ó que no lo quedan, y que, en su consecuencia, haga lo que no ha hecho? Si se dice que en ninguna de las facultades de las Cortes está la de tomar esta resolución, se responde que tampoco lo está decirle, como quiere la Comisión, que se aclare esa conducta sospechosa de los argelinos; tampoco que queden satisfechas de que haya hecho esto ó lo otro, ni menos que insista en esas contestaciones; únicamente las tendrán para decir: lo han visto, quedan enteradas; ellas se extienden, según dice la Comisión, á decir al Gobierno lo que debe hacer sobre estos puntos y estas contestaciones: también, pues, con más fundamento se deberán extender á estos otros puntos de alianza, diciéndole que haga lo que no ha hecho y ha debido hacer. ¿Qué ha debido hacer? Aquí el Gobierno sólo ha tratado de guardar su lugar, esto es, de una manera individual y tan aislada como si estuviera solo entre todas las naciones del mundo; porque luego que vió la revolución en Nápoles, calló, no tomó parte en nada: ¿y por qué había de tomarla? Luego que vió la novedad de los austriacos, hizo algo, pero sólo para su provecho: no reconocer es principio. Su cuidado se aumentaba, y también le hizo romper, pero no para obrar, sino para hacerla extraña pregunta de si las hostilidades se extenderían á nosotros y nada más. De manera que confiesa que el ataque de este principio es ataque á nosotros mismos, y con todo se está quieto, con todo los trata como

amigos y tiene conversación con ellos. Señor, si, como dijo el Sr. Moreno Guerra, la vanguardia en esta lucha es Nápoles, el centro España y Portugal la retaguardia, viendo atacada por el Austria la vanguardia, ¿el centro no estará en guerra con ella? Pues si estamos en guerra, ¿para qué estas conversaciones con nuestros enemigos? Si nos atacan en la esencia de nuestra vida, ¿qué composición puede haber con ellos ni con nosotros? Aunque en Nápoles no se nos atacase, ¿dejaría por eso de atacarse allí el principio fundamental del derecho entre las naciones? Y una vez atacado este principio, ¿qué Nación libre no mirará como enemigo del género humano á tal agresor, y no dejará las armas de la mano, en unión de las demás, hasta contenerle y aun castigarle? ¿Por qué, pues, se trata al Austria como amiga? ¿Por qué se ha de decir al Gobierno que espere sus contestaciones ó insista en ellas, y las Cortes quedan satisfechas con haber guardado su lugar del modo que se guarda por el egoísmo? Aun cuando no hubiese estas consideraciones, que son de justicia y no dan lugar á ninguna otra manera de pensar en semejantes casos, había la de la conveniencia pública, conveniencia que siempre resulta de la justicia. La guerra se hace en Nápoles á la España, y los esfuerzos de la España deben, por consiguiente, hacerse en Nápoles, sin esperar á hacerlos en nuestros campos. Aunque no hubiese estas consideraciones de justicia pública y de conveniencia particular para proceder nosotros de otra manera, nunca faltarían los irresistibles dulces impulsos de las gallardas virtudes, la humanidad y la beneficencia, sancionadas por nuesta Constitución, que nos decidirían, con arreglo á ella, á que ayudáramos á nuestros hermanos de un modo activo, igual á los esfuerzos empleados por ellos mismos.

Si yo veo á uno que está siendo robado, y va á ser asesinado por otro á quien puedo separar, ó con quien á lo menos puedo interponer mis buenos oficios, yo sería el más indigno de los hombres si no saliese á su defensa y permaneciese mero espectador de su sacrificio, ó me contentase con la fría pregunta de si luego que le consumase me ofrecería á él como víctima. Y estos principios ¿no han de gobernar también á una Nación tan grande como la española, para que, viendo á Nápoles en tamaño

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