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ha revestido del aparato más imponente, para sostener esta paradoja, y ya se va á hacer ó se está haciéndo el ensayo de sus fuerzas con la Nación napolitana. Un ejército numeroso está á sus puertas; algo más, está dentro de su territorio; su Rey, que tan contento se había mostrado en el restablecimiento de la libertad, ha sino llamado á la barra, aunque con apariencias de honor y deferencia; hombres que viven á mil leguas de la hermosa Italia, vienen á llenarla de horrores y consternación, sin haber recibido el menor daño de ella, y por contentar á cuatro ambiciosos que en vano se afanan por sostener la ridícula quimera de los Gobiernos absolutos. El derecho de gentes, la justicia, la moral, el dogma político de la independencia de las naciones, la sangre de nuestros semejantes, todo esto nada vale, nada significa para estos seres que figuran llovidos del cielo; ó someterse á recibir sus oráculos, ó lidiar con ellos: tal es la alternativa que nos presenta su política después de haber agotado los recursos de sus diplomáticos.

Yo no entraré á examinar las causas que se han alegado para justificar su injusta agresión; uno de nuestros dignos compañeros lo ha hecho, como escritor particular, con aquella lógica y discerdimiento que tanto le caracterizan; las notas oficiales 'de algunos Gabinetes causas lástima, son un verdadero galimatías. Nosotros y los portugueses somos colocados en la misma línea que los napolitanos; todos somos rebeldes, revolucionarios, facciosos; y como estos señores han recibido del cielo su misión para asentar las bases de todos los Gobiernos del mundo, es claro que después que las hayan afirmado en Nápoles á todo su placer, extenderán su apostolado á nuestro continente, y reformarán al paso los pequeños abusos que se hayan escapado al celo puro y cristianísimo de los antiheroicos. ¿Qué es esto, señores? ¿Dónde estamos? La guerra 'se hace ahora en Nápoles á nosotros, á la Francia, á Portural, á todas las naciones que aprecian en algo su independencia y sus derechos; la guera es, para decirlo de una vez, á la civilización europea. ¿Dormiremos tranquilos, reposando sobre nuestra buena fe, sobre la justicia de nuestra causa, sobre la pureza de nuestras intenciones? Seremos provocados; puede ser que no falte quien nos reproduzca las escenas de Napoleón; acaso se nos preparan á estas horas. Lo

repito: debemos estar precavidos; es preciso observar bien el carácter y tendencia de esta lucha terrible. No se quiere transigir con las luces del siglo ni con el voto verdadero de los pueblos; la dignidad de la especie humana toda está reducida á cuatro ó cinco cabezas; lo demás es todo fango, escoria, canalla vil y despreciable que se maneja con el látigo. Destruyamos, pues, estas prevenciones que se han apoderado de estos gobernadores supremos del mundo; no se hace esto ya con palabra ni discursos; somos atacados en Nápoles. Aunque quisiéramos prescindir del interés que debe inspirarnos una Nación con quien tantos vínculos antiguos y modernos nos estrechan, ¿cómo prescindir de que ha hecho propia nuestra causa, adoptando nuestras instituciones, y que los mismos que ahora las combaten allí las combatirán mañana aquí, si las circunstancias les son favorables? Acordémonos de que Napoleón, después de haberse desembarazado de sus enemigos más inmediatos, después de haberlos arrollado en detall, llevó sus águilas victoriosas hasta Moskow, hasta las puertas de Cádiz. Hagamos, pues, de manera que jamás nazcan estas circunstancias para estos nuevos opresores que siguen su misma marcha. El Piamonte, y probablemente toda la Italia á estas horas, ha sentido la fuerza de estas verdades, y casi á la vista de las banderas austriacas ha proclamado, con un heroísmo sin igual, nuestra Constitución; esto equivale á una declaración formal de guerra. ¡Qué ejemplo para todos los hombres que aman á la libertad! Acaso el Piamonte no compondrá la sexta ú octava parte de España, y, sin embargo, no ha dudado en auxiliar en los momentos más criticos la causa de los napolitanos. Permitidme decirlo, señores: un soplo, puede ser, de nuestra parte, bastaría para terminar la lucha y ahorrar males sin número á la Humanidad. Ya se susurra que el Gobierno francés ha sido requerido para que permita el paso de tropas por su territorio; yo no lo creo; mas ojalá fuere cierto, tal vez éste sería el mejor medio para terminar la lucha. Sin embargo, debemos ganar por la mano á nuestros enemigos; sería mucha debilidad fiarnos en palabras y promesas, cuando podemos buscar una garantía más natural y positiva en los hechos. Dígase lo que se quiera, tenemos por nuestra parte la opinión de Europa, y principalmente de la

Francia. Nada más natural, nada más sencillo, que obligar á su Gobierno á que se uniese sinceramente á nosotros, y dar una declaración formal al Austria, no sólo de la manera con que miramos su injusta agresión de Nápoles, sino de los medios que estamos resueltos á emplear, en unión con todos los pueblos libres, para impedir que ninguno se entrometa en los negocios demésticos de otros, ni en la forma de gobierno que él adopte. Este medio tendría un efecto seguro y positivo, y á más, acaso libertaría á la Francia de la opresión en que la tiene un ministro imbécil y las pretensiones de esos ultras, que nada han aprendido después de tantas desgracias. Yo concluyo, señor, llamando la atención del Congreso sobre esta primera indicación, y á más sobre esta otra: de que debemos inmediat&mente, con exclusión de todo otro negocio, ocuparnos de nuestra Hacienda y de la organización completa del Ejército, y hago proposición formal para ello.

El Sr. Romero Alpuente: Yo quisiera que el Gobierno nos dijese cuánto tiempo hace que se han pasado al Austria las notas de que se habla, porque supone que, sin embargo de estar alli nuestro agente, todavía no ha respondido

El Sr. Encargado de la Secretaría de Estado: Hace mes y medio.

El Sr. Romero Alpuente: Pues creo que el dictamen de la Comisión no conviene aprobarle, y que debe volver á la misma el asunto, para que, de acuerdo con la otra Comisión encargada de informar acerca del estado de la Nación, ponga su parecer en las actuales circunstancias, en que la España se ve amenazada, como Nápoles, de tan poderosos aliados. ¿Qué es lo que dice el Ministerio de Estado, y qué es lo que expone esa Comisión de Política? ¿Que ha hecho el Ministerio de Estado en estas circunstancias con respecto á las naciones extranjeras? Ya lo refiere la Comisión. La Nación española, según nos informa la Comisión, estuvo en un principio como mera espectadora de lo que sucedía en Nápoles; después, cuando vió las resoluciones. que iban saliendo de Troppau y las disposiciones tomadas para poner un ejército al frente de Nápoles, entró en algún cuidado; pero, ¿qué ha hecho en este caso nuestro Gobierno? En este caso, dice la Comisión que ha correspondido á su dignidad y á su

deber de asegurar la tranquilidad de esta heroica Nación. Pero ¿cómo lo ha hecho? Lo ha hecho, señor, diciendo á las demás naciones: yo no apruebo el principio de que una Nación pueda entrometerse en el arreglo interior de otra, y... (alto aquí... ¡aquí, señor, está dado el decoro, aquí toda la dignidad. y aquí todo el deber de esta Nación!) Yo no reconozco ese principio... ¡Qué gracia! No lo reconozco; ¡pues no faltaba más que lo reconocieras!; ni tampoco las consecuencias; y ¿cuáles podrían ser éstas? Venir sobre España y destruirnos: ya se vc, ¿cómo he de aprobar estas consecuencias? Las desaprueba, sí, señor; yo lo creo.

Que se han pasado oficios á algunos Gabinetes. Y ¿cuáles son estos Gabinetes? Porque no hay uno á quien no debió pasarse oficio, y á los amigos por amigos y á los enemigos por enemigos. Pues, señor, no á todos, sino sólo á algunos se han pasado esos oficios. Y ¿á qué se reduce? Todos, á no reconocer esos principios; y algunos, á exigir que declaren si esos principios quieren aplicarlos á España. ¿Y cómo se han pasado estos oficios? A la Prusia y á la Rusia se les ha preguntado verbalmente, y sus Embajadores ó agentes han respondido también verbalmente, según se indica, que no se piensa en España. Pero, ¿es ésta la respuesta del Emperador de la Rusia? ¿Es ésta la contestación del Rey de Prusia? ¿Dónde tienen esos enviados los poderes especiales para esta respuesta? Y aunque los tuviesen, ¿por qué se tratarían á la verbal, y no por escrito, semejantes asuntos? Si los tratados más claros y terminantes escritos, firmados y ratificados, se sujetan á mil interpretaciones, en fuerza de las cuales quedan nulos, ¿será este buen modo de entenderse un Gobierno con otro en un asunto de tanta importancia?

A esto se dirá que el Gabinete que ha cuidado es el de Austria, porque esta Potencia es la que se presenta al frente, y con ella sola debemos entendernos; pero, ¿cómo se ha entendido con ella nuestro Gobierno? Se ha entendido, pasándola un mes ó dos meses hace (que es buena falta de exactitud). (El señor diputado fué interrumpido por algunos señores, que le dijeron que el encargado interino de Estado había sentado que hacía mes y medio; y continuó). Pues haciendo mes y medio que se

han pasado esas notas, y no habiendo recibido respuesta, ¿nos estamos así? ¡Mes y medio de silencio, en una Potencia tan terriblemente decidida y comprometida, que tan abiertamente amenaza á nuestra España, contra la que aun conservará la memoria de las guerras de sucesión! ¡Mes y medio ha podido dejarse pasar sin recibir respuesta á notas de tanta consecuencia! Este desaire, hecho á una Potencia tan grande como España, ¿no será más expresivo que la respuesta más terminante? ¿No será un rompimiento manifiesto del Austria? Y siendo esto así, ¿cómo se nos dice: nuestras relaciones con ésta y las demás Potencias están, como poco más o menos, en el mismo estado que en la anterior legislatura? El resultado de estas relaciones es que estamos tratando como amigos á nuestros enemigos declarados.

Apartemos la vista de estas tres Potencias, y fijémosla en la Francia. ¿Se han dado algunos pasos con ella para que diga si es ó no aliada suya, si le ha suministrado ó no los subsidios de 120 millones, que escriben contestes de París infinitos comer ciantes y no comerciantes? Si tú eres aliada de los enemigos del género humano, corresponde decirla, yo no quiero tener aquí ningún Embajador ni enviado tuyo; porque si tú vienes á ser aquí mi enemiga, ¿por qué he de guardarte ninguna consideracion? ¿Por qué ni he de tratar contigo? Lo mismo digo en cuanto al Austria; si tú no eres mi amiga, ¿por qué me has declarado la guerra en Nápoles? Y si no me la has declarado allí, ¿por qué me haces pasar por la vergonzosa humillación y desprecio de no recibir contestación tuya en mes y medio?

Dice, sin embargo, la Comisión, que toda va bien, y que, en consecuencia, se diga al Gobierno que, en cuanto á Argel, vea cómo esa conducta sospechosa se desvanece; y en cuanto á lo demás, que las Cortes quedan satisfechas de que con tanta dignidad haya cumplido su deber, y que insiste para que vengan las contestaciones que tiene pedidas. Lo de Argel, corriente, y aun creo que el Gobierno no necesita de tal advertencia. Tambien corriente el que insista en las contestaciones. Lo no corriente, y lo notable para mí, es decir al Gobierno quedar satisfecho el Congreso. Y se pregunta; las Cortes ¿deben quedar satisfechas de lo hecho, ó tienen facultades para hacer otra cosa,

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