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Hubo discursos elocuentísimos, entre los más notables, los que pronunciaron Argüelles, Galiano, Saavedra, don Joaquín Ferrer y Canga Argüelles. Desbordóse el torrente de la siempre gloriosa tribuna española. El público de las tribunas se cansó de aplaudir y vitorear, y en el Diario de Sesiones quedó para muestra de la fecunda grandiosidad de la oratoria política un monumento literario, levantado en honor del patriotismo español.

El Mensaje fué aprobado nominalmente y por unanimidad de los 145 diputados asistentes. A la salida del Congreso, la multitud paseó en hombros, por la plazuela inmediata, á Argüelles y á Alcalá Galiano. Pero como el entusiasmo popular no era un remedio bastante en aquellas circunstancias, el Gobierno, en vista del sesgo desfavorable que tomaba el asunto y de las declaraciones hechas en París por el Rey Luis XIII, adoptó las medidas que aconsejaba la más vulgar previsión, dando cuenta á las Cortes en sesión de 12 de Febrero. Lo más notable de este suceso fué el consejo espontáneo dado por la Asamblea al Gobierno, autorizándole para que, si las circunstancias lo exigían, mudase de residencia; y si las Cortes extraordinarias hubieran cerrado sus sesiones, lo hicieran de acuerdo con la diputación permanente.

¡Tan poca seguridad ofrecía el territorio al claro talento de aquellos hombres, aleccionados por la desgracia, rodeados de traidores absolutistas y faltos de todo medio de resistir el tremendo empuje de la reacción extranjera!

Como era natural, la Corte y los realistas, que esperaban precisamente de la indefensión nacional el logro de sus deseos, combatieron esta medida, exacerbando las pasiones con el encono de siempre. Los Ministros llevaron una reprimenda del Rey, á quien la medida de la traslación fuera de Madrid trastornaba todos sus planes, larga y paciente

mente madurados en el seno de su camarilla. Tan duro se mostró Fernando con sus Consejeros ó Secretarios de Despacho, que éstos salieron de la Cámara dispuestos á dimitir. Pero como al siguiente día se debía verificar la solemne sesión de clausura de las Cortes, aguardaron á que se celebrase este acto, al cual se negó obstinadamente en asistir el indignado Monarca, que quiso demostrar de este modo á la Representación nacional el grave disgusto que le produjera el acuerdo tomado acerca de la traslación de la Corte. ¡Tan á las claras mostraba ya el Rey sus verdaderas intenciones!

Leyó, pues, el discurso del Rey la Presidencia de la Cámara. Los Ministros habían puesto en boca de Fernando conceptos de exaltado liberalismo, que el Monarca estaba muy lejos de sentir y aprobar. Llamábase Junta de perjuros á la Regencia de Urgel, con la cual era público y notorio que el Rey estuvo en tratos, y exaltaba el sentimiento liberal de defensa de la Constitución, contra todas las amenazas extranjeras.

El acto fué de una frialdad absoluta. Flotaba en el aire el presentimiento de la próxima catástrofe; así, pues, no asombró gran cosa saber que aquella misma mañana, al regresar los Ministros de la ceremonia parlamentaria, habían hallado en sus Secretarías los decretos de exoneración de sus cargos, que ellos debieron haber dimitido la víspera.

Con todo, al correr la noticia por Madrid, ya anochecido, alborotóse buen golpe de gente, acudiendo á la plazuela de Palacio, frente á los Ministerios, pidiendo la reposición de los Ministros exonerados.

Por primera vez sonaron clara y distintamente en los oídos de Fernando los gritos de ¡muera el Rey! ¡Abajo el tirano!... ¡Como que los daban ya en las propias escaleras del Alcázar!

Los más atrevidos subían por ellas, promoviendo infernal alboroto, decididos á llegar hasta la propia presencia del Monarca, el cual, sin otra guardia que la de los milicianos nacionales, debió llevarse un gran susto, dado su carácter poco valeroso. No hubo otro remedio para calmar á los asaltantes, que anunciarles que el Rey acababa de reponer en sus puestos á los Ministros despedidos.

Y así fué; pues el pánico real había sido tan grande, que sólo se calmó cuando á la noche tuvo en su presencia á los Ministros, á los que colmó de halagos y á quienes confirmó en sus cargos. Todavía, á la mañana siguiente, hubo otra manifestación más significativa que la de la tarde anterior, en la cual los sediciosos acudieron al Congreso donde se hallaba reunida la Diputación permanente, pidiendo que se declarase la Regencia del Reino; esto es, la destitución del Rey, aunque estas palabras no fueran pronunciadas, mientras en las plazas y plazuelas se levantaban mesas para recoger firmas con destino á una exposición pidiendo lo mismo.

Desbarataron los prudentes aquellos manejos francamente revolucionarios; pero el Ministerio no quiso continuar en aquella dificil y peligrosa tirantez de relaciones. con el poder moderador, cuya confianza había perdido manifiestamente; y así, presentó la dimisión, que el Rey aceptó, si bien con una fórmula peregrina, que fué muy comentada. Con la de que los Ministros no cesaren en sus cargos hasta que leyesen en las Cortes ordinarias, según ordenaba el art. 82 del Reglamento de las Cortes, las Memorias expresivas del estado de sus departamentos.

1823

V

Las Cortes de Sevilla y Cádiz.

Los nuevos Ministros. Las amenazas de las potencias.-La traslación. Incidente sobre la salud del Rey.-El viaje á Sevilla.-Los franceses pasan la frontera.-Palabras de Argüelles. -Reformas en el Ministerio. La capitulación de Madrid.--La sesión del 11 de Junio. «El delirio momentáneo de S. M.»-La corte en Cádiz.-La Regencia de Valdés.- El Tribunal de Cortes. - Angustiosas circunstancias. Las Cortes extraordinarias. La sesión secreta del 28.-El Rey sale de Cádiz El decreto de 1.° de Octubre.Doblez del Rey.-Abolición del sistema parlamentario.- La reacción triunfante.

Llegado Marzo, y tras de las acostumbradas sesiones preparatorias, abriéronse solemnemente el día 1.o las Cortes ordinarias correspondientes á 1823, á las cuales, así como á la clausura de las anteriores, no quiso asistir el Monarca.

Digamos antes, que si bien se había convenido en que el Ministerio San Miguel siguiera en su puesto hasta la segunda sesión de estas Cortes, ya tenía el Rey nombrados los nuevos Secretarios de su despacho, en esta forma:

Estado, D. Alvaro Flórez Estrada; Gobernación, don

Antonio Díaz del Moral; Hacienda, D. Lorenzo Calvo de Rozas; Guerra, el General D. José María Torrijos; Marina, D. Ramón Romay, y Gracia y Justicia, D. Sebastián Fernández Vallena.

Este Ministerio no era más templado que el anterior. Entre sus miembros había masones y oradores de los clubs en boga. Su significación no podía ser otra que la del liberalismo más exaltado. No entró en funciones hasta después de la traslación de las Cortes á Sevilla.

El discurso de apertura fué leído por el Presidente de las Cortes, Sr. Flores Calderón, y contenía los párra os de costumbre, aludiéndose en él particularmente á la cuestión de mayor urgencia é importancia: á los planes amenazadores de la Santa Alianza.

En la sesión del día siguiente fueron oídos los Ministros, con especial atención el de Estado, que informó acerca del temor de que se realizasen las amenazas de las Potencias. Hubo discusión, acordándose, por último, que los Ministros insistiesen cerca del Rey para que eligiera inmediatamente el punto donde había de ser trasladada la Corte. Decididos estaban éstos, como manifestó Canga Argüelles en su discurso, á vencer la resistencia que pudiese oponer el Monarca en este punto; pero, con gran sorpresa de todos, Fernando contestó al siguiente día, por medio de una comunicación del Gobierno, que accedía á la medida propuesta por las Cortes, designando la ciudad de Sevilla como lugar más á propósito.

La Asamblea recibió esta comunicación con visible complacencia, acordándose consultar al Rey la conveniencia de partir antes del día 17. Pero habiendo pedido Fernando VII que fuese el 20, así se convino, ordenándose todo lo necesario para el viaje real y seguridad de los viajeros en tan largo camino.

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