tan sólo cual modestos obreros de la inteligencia, que vienen con acopio de buena voluntad y con ardor sincero á trabajar y aprender, á estudiar y recibir enseñanzas de quienes, con justo título, estáis llamados á darlas. Lo que para los más constituye merecido galardón, premio ganado en buena lid, es para mí, lo confieso paladinamente, estímulo para el estudio, poderoso incentivo para merecer un día lo que anticipadamente y por modo tan generoso me habéis concedido. Si el mandato académico no me impusiera el deber de trazar á grandes rasgos la biografía de mi antecesor estampada al final de este discurso, obligado vendría á ello por deberes de amistad, de gratitud y de respeto, que todo esto debo á la memoria del ilustre Académico Don Feliciano Ramírez de Arellano, Marqués de la Fuensanta del Valle, de quien su antiguo y excelente amigo, nuestro dignísimo y respetado Director, hizo un trabajo necrológico notable, como suyo, por encargo especial de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, á la que también pertenecía mi predecesor en esta Casa. Era el noble Marqués hombre de vasta y compleja erudición, de imparcial y recto criterio, de culta y reposada crítica; pero su cualidad distintiva, el rasgo más característico de su personalidad, aquél que le impuso, durante su no corta vida, propia y especial fisonomía, fué el decidido amor, con todos los caracteres de vocación irresistible, hacia los estudios históricos en sus múltiples manifestaciones, sin concretas especialidades ni predilección exclusiva sobre determinado ramo de tan vasta ciencia. En la lucha por la existencia que hubo de sostener en los comienzos de la carrera judicial cuando era joven, ya en la política más tarde, ora en los elevados cargos de Senador, Consejero de Estado y Ministro del Tribunal de lo Contencioso, á donde llegó por sus merecimientos y su leal consecuencia en las ideas, dedicaba los ocios al estu dio; sus vacaciones y huelgas á la ingrata y poco lucida tarea de revisar polvorientos legajos de Archivos y Bibliotecas; sus economías á la adquisición de viejas crónicas, costosos incunables y ediciones raras y curiosas de historias generales y sucesos particulares, sin olvidar las fugaces relaciones, que tanto ilustran y completan el exacto y cabal conocimiento de los hechos y personas, de las costumbres é intimidades más ignoradas de las figuras principales de la historia. Esta labor constante, este asiduo trabajo y este profundo dominio que de la historia adquirió, no se tradujeron, desgraciadamente, en libro alguno que se cite como clásico, aparte de algunos estimabilísimos trabajos que vieron la luz pública en opúsculos, revistas y en artículos; pero bien puede afirmarse, sin riesgo de protestas y distingos, que pocos, cual Fuensanta, han prestado más útiles ni mayores servicios á la historia patria con la publicación de cincuenta y cuatro volúmenes de los documentos inéditos, fuente inapreciable donde el investigador concienzudo y laborioso encuentra rico filón de datos y noticias que aprovechar con fruto, en serios y detenidos. estudios. En colaboración con el Sr. Sancho Rayón, dió vida á la preciosa colección de Libros raros y curiosos, interesante miscelánea de papeles diplomáticos, historias americanas, obras dramáticas, cancioneros y novelas; de todo, en suma, cuanto de más notable ha producido el rico y fecundo ingenio de nuestros preclaros escritores en sus diversas y variadas aptitudes. Fundador también entre los primeros de la «Sociedad de Bibliófilos Españoles,» á ella consagró con cariñosa constancia una parte de sus afanes y desvelos, como lo atestiguan cumplidamente la terminación del Tratado de las campañas del Emperador Carlos V, por Martín García Cerezeda; la Jornada de Omagua y Dorado; el Romancero de Pedro de Padilla, y el Crotalón de Christophoro Gnophoso. No mucho que tales ejecutorias le asignasen, por derecho propio, puesto preeminente entre los primates de la bibliofilia patria y le diesen acceso á esta Academia, en cuyas publicaciones y labores poco le fué dado cooperar, por el escaso tiempo que adornó su pecho con la esmaltada medalla, algo más de un año, en el que vivió enfermo y achacoso. Su memoria, empero, quedará viva entre nosotros, y la hoja de servicios literarios del Marqués será citada con agradecida complacencia, como una de las más brillantes, fecunda y provechosa para los estudios de la historia y literatura nacionales. A ellas también rindo yo culto ferviente y señalada afición, y bien quisiera en tan solemne momento ofreceros, en prenda de reconocimiento y gratitud, sazonado fruto de prolijas investigaciones ó alguna disquisición de palpitante interés cautivara vuestra curiosidad y me que reciera vuestro elogio. Pero aparte que mis fuerzas no llegan á tanto, entiendo yo que estos discursos de recepción, ni constituyen por su índole y brevedad examen de suficiencia, ni ofrecen ocasión propicia y oportuna para dilucidar y desentrañar problemas históricos de carácter abstruso ó filosófico. De otro lado, razones muy poderosas movían mi ánimo y encaminaban mi voluntad con atracción singular á fijar el tema de mi oración hacia punto determinado donde me llamaba la voz del cariño, la predilección de mis estudios y el entusiasmo que guarda mi alma por aquellas venerandas instituciones, gloria purísima de nuestra historia, hermosa tradición de la nacionalidad española, que tanta y tan decisiva influencia tuvieron en la epopeya de nuestra reconquista, en el descubrimiento del Nuevo Mundo y en todos cuantos pasos de empeño y trances de honor y fortuna registran las admirables páginas del libro inmortal de nuestra historia: LAS ORDENES MILITARES, La ilustre enseña que sin vanidad, pero con orgullo, llevo en mi pecho; mi cargo en el Tribunal de las Ordenes, y la frecuencia con que he manejado y revisado los documentos y papeles de su Archivo, me obligaban, en cierto modo, á discurrir, recordándolos y reviviendo su memoria, los imponderables servicios que á la religión, á la patria y al rey hubieron de prestar siempre tan admirables milicias. Recientemente y por acuerdo del Consejo, celosísimo guardador de sus prestigios, he tenido la íntima y cumplida satisfacción de entregar al Jefe del Archivo Histórico Nacional, cuyo saber y servicios acabáis de premiar ahora llamándole entre vosotros, cuantos documentos diplomáticos, bulas, registros é informaciones, tumbos, expedientes de pruebas y visitas, encomiendas y causas constituían el precioso y abundante tesoro de nuestro Archivo, amenazado de próxima y rápida destrucción, cuando la mudanza de los tiempos y la penuria de nuestra pública hacienda han dejado indotada aquella institución, un día tan rica y poderosa, y reducida al presente á no poder sostener un Archivero tan sólo que librase esos vetustos pergaminos de sus naturales enemigos, quienes, de seguro, hubieran dado de ellos buena cuenta y pronto fin. Hoy, esmeradamente conservados en la Sala especial de las Ordenes militares, se ha alejado, por fortuna, todo peligro de perecimiento, y pueden los aficionados á este linaje de estudios disfrutar de lo que hasta ahora estaba vedado al público con detrimento de la verdad histórica, pues tengo para mí que cuantos documentos pertenecen á un instituto, por respetable que sea, pero que se halla ligado por modo íntimo é inseparable á nuestra historia de España, á la historia son debidos y los historiadores son sus legítimos dueños y señores. Ya veis, señores Académicos, si estas causas justifican sobradamente impulsos del afecto y arranques de mi afi ción, contenidos al principio por la importante consideración de que en los siete siglos largos de existencia que cuentan nuestras Ordenes de Caballería, han sido estudiadas, comentadas y discutidas en todos sus aspectos por doctos y sabios escritores, que nos han legado valiosos trabajos acerca de su origen, crecimiento, organización, importancia y vicisitudes. Tratar de ellas, pues, bajo un aspecto general y en tesis abstracta, pudiera constituir enojosa repetición de conocidas disertaciones. Ocuparme de un asunto concreto con su esencia relacionado, allegando en Apéndices algún documento nuevo ó citado sólo á medias, paréceme más útil y ventajoso y más propenso quizás á fijar vuestra benévola atención. Cuente otra pluma el desmedro y decadencia á que llegaron estas reliquias sagradas de nuestro mayor florecimiento; estas religiones caballerescas, médula y nervio de nuestros mejores tiempos de grandeza, que yo no aliento para ser cantor de ruínas y tristezas. He preferido trazar el hermoso cuadro de su prepotencia y esplendor, del auge y poderío á que llegaron cuando, constituyendo robustos y vigorosos organismos de la nación, eran sus invencibles huestes y nutridas mesnadas terror de la morisma, apoyo firme y decisivo sostén del trono y de la patria, en cuya lènta y penosa reconquista tan pródigamente se derramó la sangre noble y generosa de sus esforzados caballeros; y como las hazañas y proezas, las glorias y los triunfos de las Ordenes se compenetran, entrelazan y confunden, que todas son hermanas y todas obedecieron en su nacimiento y desarrollo á unas mismas causas y para idénticos fines fueron establecidas y creadas, permitidme que me ocupe de la brillante influencia que alcanzó la ilustre milicia de Calatrava en los turbulentos tiempos de aquel D. Pedro Girón que la gobernó veinte años. |