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se halla situado al estremo mas meridional de la provincia á la falda de los altos montes que dividen el territorio de Asturias del de Leon. El terreno es áspero y desigual, y abunda mucho en lobos y osos, al estremo que apenas se habla con un casino á quien no haya ocurrido alguna aventura. con dichos animales. Nuestra direccion desde la Marea era al lugar de Tanes, con objeto de ver el santuario del Jesus, de mucha devocion en el pais. El camino es escabrosisimo como todos los de Caso, y en muchos parages nos veíamos obligados á apearnos por no esponernos á rodar por e terrible precipicio, pero lo peor que encontramos fué las vueltas de Pandemio, que es una cuesta muy dilatada, que en forma de zic-zac nos condujo á la cumbre de la montaña, y á la que deseábamos llegar con ánsia; pero una vez en ella, la niebla que hacia nos impidió gozar de las magnificas vistas que nos prometiamos en recompensa de nuestro trabajo. Un vaquero que sintió nuestros pasos, pues ibamos á pié, y nos creyó peregrinos ó romeros del Jesus de Tanes, y que se ocupaba en aquel instante en hacer manteca, nos gritó desde el interior de su braña, si queríamos leche, anadiendo que no la rehusáramos por falta de dinero, puesto que él la ofrecia gratis á los pasageros. Aceptamos su invitacion, y entramos á ver la braña. Sin sorprenderse por encontrar unos huéspedes que no esperaba, nos recibió con el mayor agasajo, nos presentó unos toscos taburetes de castaño, hechos por él mismo, puso á nuestros pies una hermosa piel de oso, y nos dió escelente leche de vaca y de cabra recien ordeñada, en unas limpias astas de buey, que con un tapon de corcho, servian de vasijas como en los sencillos tiempos de los patriarcas. Mauricio dió al vaquero una moneda de plata, pero él la rehusó de una manera tan decidida, que no hubo medio de hacérsela tomar. Nos pidió mil y mil perdones por no podernos obsequiar mejor, invitándonos á que fuésemos á parar á su casa de Tanes, donde tenia su familia, y finalmente, se ofreció cortesmente á servirnos de guia. Nosotros, fiados en la esperiencia de Caunedo no aceptamos este último ofrecimiento del honrado casino, y bien pronto hubimos de arrepentirnos, pues la niebla era tan espesa, que nuestro amigo tuvo que confesar que ignoraba dónde estábamos, y que no podia atinar, porque habia perdido el

camino.

Quisimos volver á buscar la braña de donde habíamos salido, pero solo conseguimos estraviarnos mas y mas. Fatigados ya nos sentamos: Caunedo que creyó reconocer aquel parage, contra nuestra voluntad se separó de nosotros para ver si encontraba la vereda, y con inesplicable sentimiento vimos al cabo de un rato que no volvia. Dimos descompasadas voces y solo nos contestaba el eco; llegamos á temer con tan inesperado incidente, que nuestro buen amigo habria caido en el precipicio ó en las

garras de un oso. A tamos nuestros caballos unos á otros formando una reata, y cogiéndonos nosotros de las manos, empezamos á andar á la ventura. La niebla en lugar de disiparse, se condensaba mas y mas cada momento; Mauricio, el criado que nos acompañaba y yo, estábamos sinceramente afligidos, y ya íbamos perdiendo toda esperanza de salvacion, cuando de pronto descubrimos un jóven que hacia leña de un robusto árbol, y que tenia á su lado una carabina para defenderse de las fieras; nuestra alegría fué tan grande, como la pena que hasta alli sentíamos. Antes que nosotros le habláramos, conoció que éramos viageros perdidos; abandonó su trabajo, puso al hombro su carabina y echó á andar precedido de un gran mastin para enseñarnos el camino. Habíamos andado cerca de dos leguas y en direccion contraria de Tanes, á donde pensábamos ir. Por fin llegamos allí, y nuestro atento guia no quiso de ningun modo recibir dinero por el servicio importante que acababa de hacernos, solo aceptó un vaso de vino de Castilla, y se volvió alegremente á su árbol á continuar su penosa tarea. Nos dirigimos desde luego á casa del cura, y quedamos agradablemente sorprendidos al ver en ella á nuestro amigo Caunedo, quien nos dijo que habia perdido enteramente el tino despues de separarse de nosotros, y que habiendo sido inútiles las diligencias que hizo para hallarnos, tuvo la fortuna de encontrar un vaquero que le sirvió de guia hasta el pueblo, de donde iban á salir hombres en nuestra busca.

CAPITULO XXXII.

Leyenda del Padre Adulfo.

Nuestra fatiga exigia un dia de descanso que pasamos agradablemente en leer, pasear, y coger truchas en el Nalon, que corre al lado de la iglesia y casa rectoral, donde nos hospedamos. Al siguiente emprendimos el camino por la orilla del rio, con objeto de reconocer algunas poblaciones del concejo, que todas son poco notables, y llegamos hasta Tarna, aldea situada à la derecha del Nalon en la falda del puerto de su nombre, y último pueblo de Asturias por esta parte. Al entrar presenciamos un espectáculo poco agradable; un carro conducia cuatro cadáveres hallados en la mon

taña, y muertos al parecer la noche antes en alguno de los ventisqueros de nieve. Semejante acontecimiento nos retrajo de subir al puerto y retrocedimos otra vez hácia Piloña. Caunedo para distraernos del encuentro de los cadáveres que nos habia puesto tristes, nos refirió la siguiente leyenda que se oye siempre con respetuoso temor en los filorios y efollazas de Caso, cuando alguna casera lo refiere.

Allá en tiempo de entonces, vivia en lo mas fragoso y escondido de los montes de este concejo, un ermitaño jóven que tenia por única morada el tronco de un viejísimo castaño, y que por sus contínuas austeridades y vida ejemplar, adquirió en el pais gran renombre de santidad. De todas partes recurrian á él, ya en busca de remedios para las enfermedades del cuerpo, ó de consejos para las del alma, y todos volvian consolados. Eu otro árbol vecino á aquel en que moraba el santo ermitaño, habia éste, dispuesto una especie de capillita donde se veia un altar con una tosca imágen de la Vírgen, y un asiento rústico de corcho que servia de tribunal de la penitencia para los muchos pecadores que allí acudian á llorar sus culpas á los pies del padre Adulfo. Una noche que volvia éste de alimentar la lámpara que ardia ante la estátua de la Vírgen, vió á la puerta de la capilla á un gallardo mancebo ricamente vestido, que daba el brazo á una bellísima jóven. Saludoles cortesmente Adulfo, y el jóven presentándole la doncella le dijo:- Padre mio, vos que sois el consuelo de los desvalidos y el amparo de los huérfanos, sacareis á esta hermosa virgen, hermana mia, del infeliz estado en que se halla. Nuestros padres fueron cautivados por los infieles, y encerrados en una oscura mazmorra donde á los cuatro meses nació esta jóven; allí permanecieron muchos años, hasta que un dia, efecto de un temblor de tierra, se desplomó sobre sus cabezas la torre en que estaba su prision, y quedaron sepultados entre las ruinas. Mi hermana se salvó como por mi lagro, tal vez porque no estaba bautizada, y despues de inauditos trabajos logró reunirse conmigo, que estaba en la guerra, y vengo á entregárosla para que la instruyais en nuestra religion y la suministreis el bautismo, preservándola de los peligros del mundo ya que no puedo yo cuidar de ella.

Sin dar tiempo á que Adulfo contestase, el jóven montó en un brioso corcel negro que á su lado estaba, y en el que no habia reparado el ermitaño, y desapareció con increible celeridad, salvando los espantosos precipicios, los torrentes y los peñascos. El tal jóven era no menos que Satanás, y su fingida hermana un diablo hembra que dejaba al lado del padre Adulfo para combatir su virtud. Dios habia en sus altos juicios permitido esta tentacion en castigo de la vanidad que se habia apoderado del ermitaño, que se imaginaba ser el mayor de los santos, y el mas fuerte contra las asechanzas del infierno, merced á los continuos elogios que oia de los sencillos

RECUERDOS.

TOMO I. 41

aldeanos que lo visitaban. El padre Adulfo no tardó en olvidar sus primeros sentimientos virtuosos, y muy pronto abandonó la ermita y el tosco sayal para irse con su manceba, la diablesa, á un soberbio castillo feudal en donde vivia encenagado en el vicio, la crápula y la disipacion. Fruto de estos infernales amores, fué un diablo incubo que llegó á ser el mas valiente y esforzado guerrero de su tiempo, aunque como es de suponer jamás combatió por el triunfo de la cruz. Sus ordinarias ocupaciones eran robar las doncellas, dar muerte á cuantos hombres podia haber á las manos, é incendiar los castillos y los templos. Una noche que Adulfo tenia en su palacio un gran banquete, su hijo que estaba completamente privado del vino, vió hablando con su padre á un señor de las cercanías, á quien tenia ojeriza, no se sabe por qué causa. Inmediatamente se levantó de su asiento y corrió hácia él con la espada desnuda; quiso interponerse el desdichado Adulfo, y cayó traspasado por el acero de su hijo. Un rayo hirió en aquel instante las negras almenas de aquel ominoso alcázar, y este se desplomó sobre todos los circunstantes que fueron á parar derechitos al infierno, inclusos la diablesa, su infeliz amante el ex-erniitaño, y el maldecido diablo incubo. No dice mas la leyenda.

Recorrimos el concejo de Sobresubio muy semejante en todo al de Caso, y abandonando, en fin, por última vez el de Pilona, entramos en el de la Nava, menos fértil y bello ya que los anteriores, pero que tiene en el lugar de Buyeres un magnifico establecimiento de baños llamado de la FuenSanta. En su origen fué un manantial escaso de aguas tibias muy saludables para ciertas dolencias; hace pocos años que las autoridades de la provincia construyeron una escelente hospedería, y la concurrencia ha sido por algun tiempo numerosa; pero adulterado el manantial primitivo por haber querido aumentar las aguas, han perdido estas sus virtudes, y hoy apenas se usan, de modo que no tardará mucho en verse abandonado este establecimiento, uno de los mejores de su clase en la Península.

Desde los baños fuimos á San Bartolomé, capital del concejo, que solo tiene notable su iglesia bizantina de fábrica tal vez del siglo IX, donde hay algunos sepulcros, y tomando luego el camino real de Oviedo, pasamos por el santuario del Remedio, y entramos en el concejo de Siero, uno de los mas famosos de Asturias, y sin duda ninguna el mas fértil de todos ellos, donde radian los solares de las familias de Argüelles, Vigil, Hevia y otras muchas. Es verdad que estos se encuentran en todo el principado, pues siendo la cuna de la nobleza española puede aplicársele con toda exactitud lo que dijo Victor Hugo: «La historia de los grandes hechos de los héroes de la edad media, está escrita en los escudos de armas. »

Llegamos cerca de anochecer á Pola de Siero, capital del concejo, y al

siguiente dia fuimos á Noreña, poblacion muy antigua que solo conserva las ruinas de un castillo feudal, y una de las dos únicas de Asturias (1) que sufrieron el azote del cólera-morbo en 1833.

En tanto que se disponia nuestra comida en la posada, la dueña de la casa nos refirió, á instancias de Mauricio, la siguiente historia acontecida hace pocos años en aquella villa.

Uno de los vecinos de Noreña, de oficio zapatero, tenia una hija llamada Rosa, bonita, inocente y candorosa como una heroina de novela, y á la cual galanteaba un jóven señorito hijo primogénito de un mayorazgo de una aldea cercana, aturdido y libertino estudiante de Oviedo. Las músicas bajo las ventanas de Rosa por las noches, los sonetos, los ramilletes, entre los que figuraba en primer término una rosa aludiendo á aquella á quien se dedicaban, se repetian sin cesar, y la pobre niña no pudiendo revestir su tierno corazon de una férrea coraza, cual convenia, se enamoró perdidamente del escolar. El zapatero comenzó á guardar cuidadosamente á su hija, temeroso de una desgracia, y aun se avistó con el jóven amenazándole dar cuenta á su padre, honrado caballero, si continuaba en sus visitas y obsequios á Rosa, con la que no podia intentar otra cosa sino seducirla; puesto que por la enorme desigualdad de condiciones «no podia ser para él.» El escolar interrumpió aquí al menestral arrojándose á sus pies y pidiéndole la mano de su hija, sin la que no podia ser feliz, y asegurándole con mil juramentos que jamás habia intentado otra cosa que poseer á Rosa por los medios legitimos y santos del matrimonio; pero que no pudiendo éste verificarse públicamente hasta la muerte de su padre, solicitaba su autorizacion para verificarlo por entonces clandestinamente. Resistióse al pronto el zapatero; pero seducido por la vanidad de ver á su Rosa esposa de un mayorazgo, consintió por fin. El estudiante le aseguró que tenia intimas relaciones con el obispo, y que él sacaria dispensa de proclamas, licencia para efectuar el matrimonio, etc. etc. En efecto, de allí á pocos dias apareció al anochecer en casa de su amada acompañado de un jóven eclesiástico y su criado de confianza que debia servir de testigo. Desde luego presentó él novio á su futuro suegro, que no sabia leer, todos los documentos y licencias prometidas, y en seguida á puerta cerrada se verificó la ceremonia segun el ritual romano. Terminada esta, desaparecieron el clérigo y el testigo. Vivieron algun tiempo ambos esposos en la mejor armonía, viéndose algunas veces, aunque con precaucion, para que no se tras

(1) La otra fué Oviedo.

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