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á ser propiedad particular. Lo primero que llama la atencion, es el palacio del abad (que era mitrado), contiguo al monasterio. Uno y otro son grandes y ostentosos, y en ellos encontraban los monges todas las comodidades posibles. La fundacion tuvo lugar en 1134, por García el Restaurador. La iglesia primitiva subsiste aun, y es de una sola nave. La nueva sirve de anejo al inmediato pueblo de Carcastillo; es muy grande y suntuosa, y fué edificada en los reinados de Sancho el Sábio, Sancho el Fuerte, y Teobaldo 1, verificándose su solemne dedicacion, el 13 de julio de 1198. Entre otras particularidades que encierra, es notable un magnifico relicario, en el que se venera el cuerpo de la virgen Santa Elena, y una primorosa sillería de nogal en el coro. Mide este grandioso templo doscientos veinte y ocho pies de longitud sin contar el presbiterio, y ochenta y ocho de latitud, le sostienen ciento setenta y ocho columnas, y arcos de cincuenta pies. Las paredes tienen de espesor doce y medio, y el crucero ciento treinta de longitud y treinta y cuatro de latitud. La fachada corresponde al interior por su belleza y adornos. Tanto en la iglesia primitiva como en la actual, se conservaba con especial veneracion la imágen de Nuestra Señora de la Oliva, (llamada así por tener una rama de este árbol en la mano), pero en 1600 fué trasladada á Egea de los Caballeros. Las iglesias y monasterio ocupan un espacio de trescientas varas de longitud, y en este último hay un gran claustro cuadrado, de ciento veinte pies cada frente.

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Muy cerca de la Oliva está Carcastillo, donde hicimos el alto de medio dia, villa de quinientas cuarenta y seis almas, en terreno llano á la orilla del Aragon, y confinando con el reino del mismo nombre. Varios restos de fortificaciones que rodean la villa, muestran fué de alguna importaucia en otro tiempo. Aquel dia hicimos noche en Caseda, cerca del mismo rio, sobre el que tiene un puente. Es poblacion algun tanto considerable, con mil seiscientos habitantes, una iglesia parroquial con nombre de Santa Maria, en la que se ven ocho retablos, mereciendo atencion el mayor ejecutado en 1581 por el renombrado escultor Ancheta, y los dos colaterales pintados en 1600 por Juan de Landa, y varias ermitas. Entre estas debe recordarse la de San Zoilo, á un cuarto de legua de distancia, que servia de punto de reunion á la hermandad fundada en 1204, para la persecucion de salteadores, y que debe su orígen á Gudesindo, obispo de Pamplona. Alonso el Batallador, rey de Aragon y Navarra, concedió en 1129 á Caseda los fueros de Daroca y Soria, y añadió varios privilegios. En 1263 el concejo de esta villa cedió el patronato de su iglesia al rey Teobaldo II. El castillo de Caseda y sus dependencias, fué donado en 1431, por don Juan II, á Martin Martinez, y en 1462 por el mismo monarca, á mosen Lope de Vega. Tambien perdonó á la poblacion ciertas cantidades que adeudaba á la corona,

en recompensa á sus leales servicios, la hizo buena villa con voz y voto en córtes, y la concedió nuevas franquicias. Las armas consisten en un yelmo con dos estrellas á los lados, y encima un castillo con su bandera desplegada. Una curiosa y terrible historia se nos refirió en Caseda como sucedida allí, y de que no debemos privar á nuestros lectores.

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Corria el último tercio del siglo XV, y era señor del castillo y villa de Caseda, el muy noble y valiente caballero mosen Fernando de Alvarado. Habíase distinguido por sus proezas en la guerra de Nápoles á las órdenes del famoso Alfonso V, rey de Aragon, y Juan II hermano de éste, que reuniendo á aquel reino el de Navarra, recompensó á mosen Fernando con el rico dominio de Caseda. Habia éste traido de Italia un famoso médico, anciano doctor de la universidad de Pádua, llamado Octavio de Orsini, al cual mas bien que como asalariado, miraba el señor de Caseda como particular amigo, pues le debia la vida, que de resultas de sus heridas hubiera perdido, á no haber sido salvado por él. Un dia el alcalde, acompañado de dos jurados, presentó al señor feudal un largo pergamino para que se dignara trazar en él su firma, y autorizarlo con su sello. Era una sentencia de muerte contra una bellísima jóven, que tenia por nombre Engracia, acusada de judaizante, y que pertenecia á una familia de cristianos nuevos. Mosen Fernando de Alvarado firmó y selló sin titubear, y fijó la ejecucion de la sentenque debia ser en la hoguera, para la tarde del dia siguiente. En efecto, llegada la hora fatal, se veía un rico repostero recamado de oro, y en el que estaba bordado el escudo de armas del señor, cubriendo el principal balcon del castillo, y al frente, en la espaciosa esplanada, una gran pira formada por maderos cruzados unos sobre otros, y de entre los que sobresalia un alto poste ó columna de piedra, rodeado de cadenas de hierro, al que debia sujetarse la víctima. Al pie de la pira, que estaba cercada de soldados, se veía un hombre de formas atléticas, de torba mirada y siniestro aspecto, con una tea encendida en la mano, que era el sayon señorial, y á pocos pasos una especie de galería alta, que ocupaban el alcalde y los jurados, que debian presenciar la ejecucion. Dejóse ver mosen Fernando de Alvarado, acompañado de Orsini, en el balcon que antes mencionamos, y á los pocos instantes, un murmullo de la multitud, anunció la llegada de la infeliz Engracia. Marchaba ésta á la muerte con paso tardío, sus negros ojos desencajados derramaban un torrente de lágrimas, y la vida parecia iba á abandonarla antes de llegar al sitio fatal. Al pasar rodeada de su fúnebre comitiva por bajo el balcon, dirigió una mirada de súplica, y que encerraba un tesoro de dolor incomensurable, al doctor Octavio. Aquella mirada encendió instantáneamente en el helado corazon del anciano la llama mas devoradora que existió jamás. Arrojóse á los pies de Alvarado y le gritó:

-¡Señor, gracia para esa muger!..... dádmela, y pedidme en cambio mi vida.

-¡Doctor, qué decís!

-¡Oh no me negueis su perdon!... recordad que á no ser por mí, hubierais muerto en Italia de vuestra última herida!

Habia tanta verdad, tanto fuego en las súplicas de Orsini, que mosen Fernando hubo de acceder á su repentina demanda, y estendió su lienzo blanco gritando: ¡perdon! ¡perdon!

Estas voces de consuelo llegaron al oido de Engracia cuando ya el verdugo rodeaba su delicado talle con la gruesa cadena, y no pudiendo soportar la terrible transicion de la muerte á la vida, perdió los sentidos. Octavio Orsini penetró por entre la multitud, cual el impetuoso torrente que se desgaja de la montaña al valle, desató con robusta mano los hierros que aprisionaban á Engracia, la cogió en sus brazos, y corrió rápidamente al castillo donde se encerró en su aposento con su preciosa carga.

Pocos dias habian pasado despues de este suceso, cuando Orsini pidió á mosen Fernando licencia para casarse con su vasalla Engracia. Otorgósela aquel asombrado al ver á un decrépito anciano poseido de una pasion amorosa tan ardiente, y quiso ser el padrino. Verificáronse los desposorios con toda la pompa de la época, en la capilla del castillo: hubo saraos á los que concurrió la mayor parte de la nobleza navarra, trovadores provenzales, músicos de Italia, fuegos de artificio y lidia de toros.

Vivia feliz Orsini con su bella esposa, cuando un su doméstico que trajera de Nápoles, y en quien tenia depositada toda su confianza, vino á anunciarle la mas terrible nueva. Mosen Fernando amaba y era correspondido de Engracia, á la que veía todas las tardes en un cenador del parque, cuando aquel figuraba ir á la caza, y en tanto el deshonrado esposo se entregaba con ardor á sus estudiosas tareas. Apenas podia Octavio Orsini dar crédito á tan horrible traicion, y resolvió convencerse por sus ojos. Verificóse esto en la tarde siguiente, en que oculto entre el ramage del cenador indicado, oyó el coloquio de los adúlteros, que estaban muy agenos de sospechar eran espiados. Orsini sin embargo tuvo bastante valor para ocultar su rabia, con objeto quizás de preparar mejor la venganza.

Conversaban cierta noche tranquilamente el señor de Caseda, Engracia y Octavio, cuando un mensagero desconocido que se anunció como enviado del rey don Juan II, puso en sus manos un escrito que solo contenia estas palabras: «El rey á mosen Fernando de Alvarado, señor del castillo y villa de Caseda, salud. Tan luego recibais estas mis letras, os pondreis en camino secretamente, y acompañado tan solo de un escudero, y vendreis á encontrarnos á esta nuestra buena ciudad de Pamplona, donde os

confiaremos una delicada mision, muy importante al servicio de Dios y de nuestra corona real.» Escusado es decir que mosen Fernando se dispuso á marchar inmediatamente, y habiéndose ofrecido Orsini á acompañarle, no quiso llevar consigo ningun otro servidor. Al llegar ambos viageros á un espeso bosque se vieron de improviso rodeados por seis bandidos enmascarados, que á pesar de la desesperada resistencia que intentó oponerles Alvarado, se apoderaron de uno y de otro, y les condujeron al interior de una caverna que habia en el corazon del bosque. Aquí Orsini depuesto ya todo disimulo, y ébrio con el placer de la venganza, dijo á mosen Fernando que el escrito del rey era fingido para atraerlo solo á aquel lugar retirado; que los seis bandidos no eran sino seis amigos suyos, interesados en el desagravio de su honor, y que iba a morir en aquel instante. No dió tiempo Octavio Orsini á que mosen Fernando articulase una sola palabra, pues al acabar de hablar, le hirió con su puñal en la garganta, y cayó al suelo envuelto en su sangre. Saboreó con placer el implacable viejo hasta el último instante, la dolorosa agonía de su rival, y luego no satisfecha su venganza, abrió el cadáver, sacó el corazon que daba su último latido, y lo guardó cuidadosamente en una bolsa de cuero. Despues continuó, sin duda para hacer observaciones quirúrjicas, sajando aquel cuerpo muerto con su agudo puñal, en varias partes... Volvió Orsini al castillo, salióle á recibir Engracia con las mayores muestras del mas puro cariño, y él por su parte disimulando tambien el furor que le devoraba, abrazó á la pérfida esposa y la dijo, que apenas llegado á Pamplona con Mosen Fernando, habia dado la vuelta para volar á su lado, y celebrar juntos al dia siguiente, el primer aniversario de su dichosa union. Al efecto dispuso un gran banquete al que asistieron varios nobles del pais inmediato. A uno de estos llamó la atencion un cierto objeto, cubierto con un paño de seda rojo, que dos criados colocaron cuidadosamente en un ángulo del salon; mas Octavio Orsini le dijo era un presente con que pensaba sorprender agradablemente á su esposa despues de la comida. Reinó en esta la mayor alegría, y á los postres sirvieron cierta especie de jaletina, en tantos platos como convidados habia. El destinado para Engracia se distinguia de los demás, por una cifra de confitura en que se leía su nombre, galantería que fué celebrada por todos. En seguida hizo traer Orsini el objeto encubierto de que hablamos antes, que era un largo cajon, del que entregó la llave á su esposa; fué ésta á abrirlo gozosa, y retrocedió dando un espantoso grito. Todas las miradas se dirigieron al fondo de la caja misteriosa, y descubrieron con horror un esqueleto, que en sus manos recientemente descarnadas, tenia un pergamino en el que se leía en abultados caractéres:

RECUERDOS.

«Yo fuí mosen Fernando de Alvarado.»

TOMO I. 65

Orsini con infernal sonrisa dijo entonces á Engracia: «Mírale, infame adúltera, mírale y emplea en esa agradable ocupacion, los pocos momentos que te restan de vida, pues acabas de comer el corazon de tu cómplice, preparado por mí con una activa ponzoña que te hará morir con horribles dolores.» Dicho esto desapareció Octavio Orsini, y no se le vió mas; se dijo habia vuelto á su pais. Inútil es añadir que Engracia murió en efecto pocos momentos despues.

CAPITULO L.

Leyenda de Sancho Abarca.-Roncesvalles.-Pamplona.

Sangüesa es poblacion antigua y de origen desconocido; estaba situada en lo primitivo donde hoy la pequeña villa de Rocaforte, que se llamó tambien Sanguesa la Vieja. Era allí una de las fortalezas que defendian la frontera de Navarra contra los aragoneses. En 1054 fué donada en rehenes por el rey Sancho III, el de Peñalen, al de Aragon don Ramiro I. Sancho Ramirez la dió fueros, y su hijo Alfonso, el Batallador, la trasladó al sitio que hoy ocupa, pero conservando algunos habitantes en el antiguo. Los fueros y franquicias de Sangüesa fueron aumentados en 1298 por Felipe el Hermoso, y en 1307 por Luis Hulin. A este mismo escribieron los habitantes de Sangüesa una carta el 22 de agosto de 1312, en que le participaban que el ejército del rey de Aragon estaba cercando á Pitilla, pero que se ofrecian á marchar á su socorro, con tal que los enviase algunos soldados de refuerzo, lo que Luis verificó. Tambien derrotaron los moradores de Sangüesa á los aragoneses en el vado de San Adrian, apoderándose en esta jornada del pendon real, por lo que esta ciudad cambió sus antiguas armas, que consistian en castillo en campo de plata, en los cuatro palos de gules de Aragon, á los lados las letras S A, y al timbre corona real. Una inundacion del rio Aragon destruyó en 1330 la mayor parte de la ciudad, desastre que se repitió en 1431 y en 1787. De Sangüesa habia salido la reina doña Juana Enriquez en 1452 á encontrar á su esposo don Juan II, cuando se sintió acometida de los dolores de parto, y dió á luz en Sos, al célebre Fernando el Católico. Tambien figura Sangüesa en la historia moderna, pues en sus cercanías consiguió Mina el 11 de enero de 1812, un señalado triunfo contra los franceses, y en la última guerra sostuvieron en ella una accion los caudillos carlistas Manolin y el Rojo de San Vicente.

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