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Entrada la mañana del siguiente día, supo Zumalacárregui que Córdova al frente de una de sus divisiones se hallaba acampado á la falda del monte de Arquijas dirigiéndose otra división por el puente de Acedo hacia Valdelana, amenazando su flanco izquierdo por retaguardia. Una hora después vió bajar la división que conducía Córdova por la ermita de Arquijas hacia el puente, donde encontró el general de la reina la más tenaz resistencia opuesta por los batallones navarros reforzados por los tercios guipuzcoanos y por la caballería carlista. Trabóse una mortífera lucha que duró varias horas, sin que Córdova lograse apoderarse del puente.

Serían las tres de la tarde, cuando aproximándose á Gastiaín oyó Oraá fuego en la dirección del puente, y al momento dispuso que seis compañías de cazadores, á las que acompañaba su jefe de estado mayor don Manuel de la Concha, tomasen las alturas de Valdelana, ínterin él con su división marchaba á caer sobre el flanco y retaguardia de los carlistas, á los que consideraba hallarse á las manos con Córdova, creencia en la que fué confirmado por haberse encontrado al salir de Llano de Barrabia con un batallón enemigo en dispersión y que le pareció venía perseguido por fuerzas de Córdova. Pero aquel batallón no venía huído como supuso Oraá, y puesto en formación y aprovechando los accidentes del terreno, hizo frente á este general, dando tiempo á que, prevenido Zumalacárregui de los movimientos de Oraá, enviase en auxilio del comprometido batallón á Iturralde y á Villareal con fuerzas superiores, refuerzo cuya oportunidad comprometía el éxito con que Oraá había contado, é inspiró á este entendido cuanto valiente jefe la resolución de ponerse al frente del regimiento de Soria, avanzando á paso de ataque á tomar las posiciones intermedias, y conseguido que lo hubo, ordenó al jefe Malvar que atacase el centro carlista. Sin disparar un tiro, dice en sus memorias el general Oraá, fué tomada á la bayoneta la posición principal; cuando desgraciadamente la equivocación de una orden expedida por dicho general dió lugar á que el segundo de Granaderos de la Guardia abandonase la importante posición de la Peña de la Gallina, de la que, apoderados los carlistas, hicieron un fuego mortífero sobre la espalda y flanco de las fuerzas de Malvar.

Atendiendo, á la necesidad del momento, y viendo avanzar tres batallones enemigos sobre la columna de Malvar, tuvo Oraá que cambiar el frente de su ala izquierda. Mas no mejoró en gran manera este movimiento el estado de la contienda, pues la noche había sobrevenido, encontrándose Oraá en un barranco cuyas alturas dominaba el enemigo. «Nuestras tropas-dice este general-tenían contra sí la doble desventaja de las posiciones y del número; situación que hacía más complicada el ignorar la posición de las demás columnas. Campar en aquellos momentos no lo permitía lo crudo de la estación ni el cuidado de los heridos. Retirarse tampoco podía hacerse á la vista de un contrario tan osado, y porque semejante retirada hubiera sido de funestas consecuencias para nuestras armas. >>

No quedaba otra alternativa al bizarro jefe que la que se resolvió á tomar. Reconcentró sus fuerzas, y poniéndose al frente de ellas dió una carga á la bayoneta apoderándose de la posición central del enemigo, é TOMO XX

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ínterin formaban las compañías de cazadores en su cresta, el regimiento de Soria ocupaba la altura de la izquierda. Perdidas que fueron por los carlistas estas posiciones abandonaron las demás, logrando Oraá abrirse paso, saliendo del desfiladero sin ser inquietado, y recogiendo los heridos entraba á las siete de la noche en Zúñiga, punto que acababa de ser cuartel general de Zumalacárregui.

Antes de que terminara la batalla ambos ejércitos se hallaban faltos de municiones, motivo que en gran parte ocasionó la retirada de Zumalacárregui en dirección á Orbizu.

Córdova, que como hemos visto se ausentó con la fuerza de su inmediato mando del campo de batalla antes que terminase la acción, llegó al anochecer á los Arcos.

Los partes oficiales dados por los respectivos generales en jefe al gobierno de la reina y al de don Carlos atenúan en gran manera las pérdidas recíprocamente experimentadas. Pero dando crédito á los prolijos datos y esmerados informes del señor Pirala, puede admitirse que la baja para ambos ejércitos fué de quinientas plazas.

La empeñada batalla de Arquijas y que confiadamente esperó Zumalacárregui hubiera sido una jornada decisiva para el triunfo de su causa, no llegó á realizar, como se ve, el atrevido ideal del caudillo navarro, el que de haber salido vencedor, cual creyó que lo sería, se lisonjeaba con la perspectiva de haber emprendido su marcha victoriosa sobre la capital del reino; extravío de su juicio, hijo de su exagerada apreciación de las rivalidades que existían entre los jefes del ejército de la reina. Tampoco pudo prever que faltas imputadas á Iturralde en la ejecución de movi mientos decisivos, juntamente con la pericia y arrojo del general Oraá, reparasen á la vez que la equivocación del general Córdova retirándose del campo de batalla antes que la acción terminase, el doble menoscabo de los planes concebidos por los generales de ambos ejércitos.

Hemos llegado al final del año de 1834 y dado una idea que juzgamos bastante clara y comprensiva del carácter y extensión de la lucha empeñada entre los dos grandes partidos cuyo encarnizamiento debía durante seis años más continuar ensangrentando el suelo patrio.

Hemos procurado ser sobrios de pormenores no esenciales al propósito de transcribir fielmente el completo y razonado cuadro de desenvolvimiento y resultados de la guerra. Cortado nuestro relato de los hechos de armas acaecidos en la segunda mitad del antedicho año, hemos debido dar su correspondiente lugar á los sucesos de orden político que con la caída de Cea Bermúdez, la formación del gabinete Martínez de la Rosa y la promulgación del Estatuto Real llenaron los últimos meses de dicho año, durante los cuales estuvieron abiertas las Cortes del reino.

Todavía tendremos que ocuparnos de otros trabajos que completaron la primera legislatura de ambos Estamentos, dejando sentada en este primer libro la situación en que quedaron los beligerantes después de las acciones de que acabamos de dar cuenta y que seguidas por diferentes movimientos de menor importancia en Guipúzcoa y en Vizcaya, terminaron con el mes de diciembre, en cuyos postrimeros días hubo una tácita suspensión de operaciones, la que aprovecharon don Carlos y Zumalacá

rregui en las Amezcuas para celebrar las fiestas de Navidad, inacción de ia que participó el general Mina retirado en Pamplona, empeorado de salud, y atentamente ocupado en proveer á la seguridad de los convoyes, de los que dependía la alimentación y el aprovisionamiento de su ejército.

DOCUMENTO NÚM. I

BANDO DE ZUMALACÁRREGUI

Don Carlos V, por la gracia de Dios, Rey de las Españas, y en su nombre don Tomás Zumalacárregui, teniente general de sus reales ejércitos, comandante general de Navarra y jefe del estado mayor general, etc. Después de censurar acerbamente á Lorenzo, Quesada y Rodil, continúa: «En tal estado, dejando á un lado todos los miramientos y consideraciones que hasta aquí he tenido con los enemigos y usando de la ley de represalías, he decretado lo siguiente:

>>Artículo primero. Todos los prisioneros que se hagan al enemigo, sean de la clase y graduación que fueren, serán pasados por las armas como traidores á su legítimo soberano.

>> Art. 2. Se colocará desde luego en cada uno de los batallones el emblema y la inscripción Victoria ó Muerte, como el único blanco á que aspira el ejército que está á mis órdenes, cuya insignia perseverará hasta que el enemigo reclame por convenio la concesión de cuartel.

>Art. 3. Siendo muy repetidas las pruebas de adhesión á la justa causa que desde las filas enemigas presentan muchos de los que cuentan, y viendo al mismo tiempo la imposibilidad de que algunos de éstos abandonen inmediatamente las banderas de la rebelión por la mucha vigilancia de sus jefes, en virtud de las facultades con que me hallo autorizado por el gobierno, y con arreglo á sus benéficas intenciones, no sólo acogeré como hasta ahora á todos los que se me presenten, sino que además los distinguiré según sus méritos y servicios prestados.

>Art. 4.° No sólo dejo en su fuerza y vigor mis circulares relativas al rigoroso bloqueo de las plazas y puntos fortificados por el enemigo, sino que encargo la más exacta observancia.

>Art. 5. Los alcaldes, regidores y demás miembros de justicia que circulen las órdenes del gobierno revolucionario serán pasados por las ar mas y lo mismo cuantos hablen y sostengan por escrito la rebelión.

>Art. 6. Los conductores de los pliegos que contengan las indicadas órdenes, sean éstas manuscritas ó impresas, siendo contrarias al Rey nuestro señor, serán en el acto pasados por las armas. Las justicias apenas recibirán dichas órdenes deberán quemarlas, y en caso de retenerlas sufrirán pena de muerte.

>>Art. 7. Se declaran traidores los alcaldes y demás individuos que dieren parte al enemigo del movimiento de las tropas leales, y como tales serán pasados por las armas.

>> Art. 8. Los alcaldes y cualesquiera otras personas denegarán al rebelde Lorenzo las noticias y listas de los voluntarios que les exige en el artículo 7.o del citado bando y los contraventores serán pasados por las armas.

Y á fin de que nadie pueda alegar ignorancia, ordeno y mando que este bando se publique y fije en las ciudades, villas y lugares de este reino, remitiéndose al efecto los ejemplares necesarios, cuyo recibo se acusará por la respectiva justicia, y á mayor abundamiento se introduzcan y diseminen en los puntos dominados por la tropa enemiga. Cuartel general de Lecumberri 1.o de noviembre de 1834.-Tomás de Zumalacárregui.»

DOCUMENTO NÚM. II

PARTE DE CÓRDOVA INTERCEPTADO POR ZUMALACÁRREGUI

«Número 11: Excmo. Sr.: El brigadier Oraá que partió ayer según y para lo que dije á V. E., regresó á pernoctar á Sorlada por haber llegado al oscurecer al puente de Arquijas, de donde descubrió los vivaques del enemigo en la barranca de Santa Cruz; la cual le ofrece en todos conceptos muchas ventajas para reorganizar sus cuerpos y reunir su gente. Le he mandado permanecer en Sorlada. El convoy de heridos ha salido con Gurrea este mediodía para Viana y Logroño, de suerte que mañana prosigo mis operaciones, y espero atacar y batir de nuevo al enemigo. Escribo al general Manso para que Bedoya venga á la Ribera á cooperar á mis operaciones siendo completamente nula aquella fuerza en las Riojas; y también al comandante general de las provincias, para que juntos Latre y Jáuregui, que no tienen ocupación importante, se reunan y maniobren por la parte de Salvatierra; pero no cuento con el éxito de estas invitaciones, y mientras nuestras fuerzas no trabajen simultáneamente, los resultados no serán, aunque sean felices, tan decisivos y completos como podrían ser para la conclusión de la guerra.

>>Me faltan jefes inteligentes y decididos en todas partes: este es el mayor obstáculo para la subdivisión de fuerzas. Los que hay son como son: los que necesito no tengo dónde tomarlos. Ha empezado á nevar. El enemigo seguía hasta esta mañana en la barranca de Santa Cruz.

>> Los coroneles Aranguren y L'Espinace, y el teniente coronel de caballería Lamidor con otros oficiales facciosos quedaron en el campo de batalla: otros dos jefes fueron retirados muy mal heridos.

>>Espero que mañana ó pasado hemos de dar otro día de gloria para nuestras armas, pero no puedo dejar de hacer presente á V. E. que la estación y las fatigas han agravado mis achaques habituales; necesito algunos días de descanso del que absolutamente carezco hace tres días. Sin él no tardaría en quedarme en cualquier fuerte.

»Dios guarde á V. E. muchos años. Los Arcos 14 de diciembre de 1834, á las dos de la tarde.-Excmo. Sr.-Luis Fernández de Córdova.-Excelentísimo Sr. general en jefe del ejército de operaciones. >>

LIBRO SEGUNDO

LA REVOLUCIÓN Y LA GUERRA GASTAN EL PRESTIGIO

DE LA GOBERNADORA

CAPÍTULO PRIMERO

DECADENCIA DEL RÉGIMEN DEL ESTATUTO

Dobles intrigas ministeriales y oposicionistas. El 18 de enero de 1835.-Asalto y toma del principal.- Muerte dada al capitán general de Madrid.— Capitulación y triunfo de los sublevados.—Consecuencias de la jornada de 18 de enero.

El año cuyo cuadro histórico acabamos de bosquejar, había elaborado en su seno lo que pudiera llamarse el feto del año que iba á sucederle, apreciación que no podrá ser calificada de ligera por los hombres reflexivos, que no podrán menos de reconocer en la índole de los sucesos de que vamos á dar cuenta las consecuencias lógicas del choque de encontrados elementos que produjeron la colisión de pasiones y de intereses que vamos á ver irse sucesiva y rápidamente desenvolviendo. El general Zarco del Valle había abandonado el ministerio de la Guerra, puesto para el que tan competente lo hacían su experiencia y su vasta erudición militar. Retrocedió aquel digno jefe ante la dificultad de hacer frente con suficientes medios á las perspectivas de disgustos y menoscabos que no podrían menos de seguirse de la insuficiencia de tropas veteranas para sofocar la guerra civil que ardía en una buena parte de las provincias del reino; al mismo tiempo que el claro juicio del general se alarmaba en presencia de la desunión ya latente en las filas del partido reformador.

En reemplazo de Zarco del Valle fué llamado el capitán general de Cataluña don Manuel Llauder, el que según han podido observar los lectores, había desplegado en aquel mando grande actividad y un celo en defensa de la causa de la reina que hacía en gran parte olvidar los servicios que al absolutismo tenía prestados. Pero aunque nombrado en los primeros días de noviembre del año anterior, no se presentó Llauder en Madrid hasta mediados de diciembre.

Muy pronto hizo ver el nuevo ministro que abrigaba altivas aspiraciones. No se equivocaba en creer que la situación del gabinete era débil, y que el estado de los negocios públicos, y sobre todo el que presentaba la guerra, requerían una unidad de miras y un vigor que no conceptuó hallar en sus compañeros, toda vez que no tardaron en suscitarse celos y rivalidades entre ellos de que también se hicieron eco los periódicos considerados como órganos de la mayoría del gabinete. El género de supremacía á que Llauder aspiraba requería otros antecedentes y un concepto. liberal más pronunciado que el de que gozaba el nuevo ministro de la Guerra, el cual, si bien había logrado inspirar confianza á los catalanes,

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