Imágenes de páginas
PDF
EPUB

DOCUMENTO NÚM. II

OPINIÓN DEL SR. CÓRDOVA, AUTOR DE LA «VIDA DE CABRERA»

<Mientras en el campo de Cabrera tenían lugar los sucesos hasta aquí mencionados, Carnicer disfrazado de arriero seguía su viaje á Navarra; y es preciso consignar aquí algunas particularidades de este viaje, por haberse dicho que Cabrera envió un anónimo á las autoridades de la reina denunciando el itinerario y el disfraz de Carnicer. Aunque no se ha dado ninguna prueba de esta imputación y siempre se ha calificado de simple. sospecha, existen datos y razones que demuestran la inexactitud de un hecho tan vil y horroroso que haría abominable la memoria de Cabrera, aun á sus más ciegos partidarios y admiradores. Dos motivos podían obligarle á cometer esta alevosía, la ambición ó la venganza. Se ha visto ya que Carnicer le invitó desde su principio con el mando y lo rehusó; que Cabrera gozaba en el campo carlista más prestigio y ascendiente que los demás jefes, y sin embargo no se valió de estos elementos para sobreponerse á Carnicer; y que en la junta de Villarroya se mostró dispuesto á resignar su comandancia accidental en la persona que la misma junta nombrase. Tampoco podía tener Cabrera el menor resentimiento con Carnicer. Era éste su amigo predilecto, le honraba con su confianza, le distinguía entre todos y acababa de darle una prueba de singular aprecio prefiriéndole á los coroneles más antiguos. Esto bastaría para probar que ni la ambición, ni la venganza, ni otra pasión innoble podían inducirle á proceder tan villanamente con Carnicer y envolver en su suerte al fiel García que le acompañaba. La captura de Carnicer fué ocasionada tan sólo por su poca previsión ó por su infausta suerte. Más de veinte personas vieron como salía de Ariño, acompañado de García, Sebil, Manero y Pedro Ibáñez: en el camino encontraron á seis arrieros del mismo pueblo, é Ibáñez se detuvo á hablar con uno de ellos; cerca de Ateca dijo Ildefonso Oroz á García que había conocido á Carnicer. Particularidades son estas que, unidas á las que expresa el documento (refiérese á la siguiente declaración), demuestran que no era un secreto el viaje de Carnicer y quizá indican la persona que le delató..... Su muerte, aunque sentida en el mando de Cabrera, renovó la comprimida ambición de Quiles y las esperanzas de algún otro jefe.»>

DOCUMENTO NÚM. III

DECLARACIÓN DEL OFICIAL QUE ACOMPAÑÓ Á CARNICER

Don Francisco García, brigadier de infantería, jefe que fué de la pri mera brigada de la segunda división del ejército real de Aragón, condecorado con varias cruces de distinción por acciones de guerra, etc. Bajo mi palabra de honor declaro: que en el año de 1835, hallándome de comandante de las tropas carlistas del Bajo Aragón, y teniendo que pasar á las Provincias Vascongadas y Cuartel real el digno brigadier de caballería don Manuel Carnicer, se me instó para que le acompañase, á lo cual me excu

saba porque acababa de prestar igual servicio al Excmo. Sr. Conde de Morella, coronel en aquella época; pero convencido á las instancias de dicho Carnicer, por ser sujeto que apreciaba á causa de haber servido en guardias walonas y seguido después de compañeros en la clase de capitanes de los reales ejércitos en la época del año 22, se dispuso nuestro viaje realizándolo en los términos siguientes.

Emprendida la marcha de la columna, á corta distancia se separó la infantería, y la caballería nos acompañó hasta las paredes de Josa: allí se mandó llamar á un tal Manuel que también había servido con nosotros en guardias, sujeto de satisfacción por los servicios que tenía prestados á la causa, y con él entramos en su casa, mandando la caballería á reunirse con el resto de la fuerza. En la casa de dicho Manuel se disfrazó de arriero Carnicer, que yo ya lo estaba; se mandaron llamar dos paisanos de Lesera nombrados Francisco Sebil y N. Manero, comandante de caballería en el tercer regimiento de Aragón el primero, y cabo de la misma el segundo, al tiempo de la emigración: reunidos todos y en presencia de la mujer de dicho Manuel se trató de nuestro viaje, que emprendimos al día siguiente, acompañándonos hasta Muniesa el citado Manuel con dos caballerías de su pertenencia, de donde se volvió á su casa y los cuatro pasamos á Lesera á parar en casa de una hermana de Sebil. En dicho pueblo se practicaron las diligencias para el pasaporte y se compraron tres jumentos: Pedro Ibáñez, arriero del citado pueblo y el nombrado Manero fueron á Ariño á comprar alumbres, y al día siguiente tomamos el camino con nueve caballerías, el Ibáñez, Manero, Carnicer y yo, saliendo de Lesera con tres ó cuatro horas de sol, á vista de todo el mundo, pudiendo asegurar que nuestra marcha incógnita era sabida en el pueblo de más de veinte personas.

El mismo día nos encontramos con seis arrieros de la misma población que nos miraban con mucha atención y el Ibáñez se paró á hablar con un cuñado suyo que venía entre ellos. Al entrar en Ateca por insinuación de Carnicer me separé para comprar dos navajas y á la salida, camino de Alema, hallé á Ildefonso Oroz, de Calatayud, el cual me dijo había conocido á Carnicer, que él le creía carlista por haber servido la otra época, y siendo sujeto de mi confianza por tener un hermano que había servido en nuestras filas de caballería en la época de la anterior Constitución y prometiéndome sigilo le descubrí el secreto, haciéndole varias preguntas sobre si habría inconveniente para reunirnos á Merino, y diciéndome que no, nos separamos, me reuní á mis compañeros y seguimos para el Fresnillo. En la posada de este pueblo hallamos á don Joaquín Salbo, teniente de caballería que de incógnito y vendiendo jabón se hallaba allí curándose una herida: éste nos dijo no había que tener cuidado de los posade ros, pues eran de toda satisfacción, y mientras que nosotros arreglábamos las caballerías, Salbo y Carnicer se separaron á hablar á solas. Al día siguiente salimos del Fresnillo, unido á nosotros el Salbo á instancias de Carnicer: en Ceraín se compró un macho que pagó Carnicer; Ibáñez y Manero fueron á Burgos con sus recuas, llevando el encargo de comprar aparejos para el macho, y los tres, cada cual con su caballería, seguimos á la Ventilla. Allí trajeron los aparejos los arrieros y se volvieron para Burgos. En la Ventilla se habló á Carnicer para que nos dirigiésemos por

Reinosa y que hablando con Villalobos ó Merino podía ser nuestro paso menos peligroso y no quiso. Antes de llegar á Pancorbo encontramos cuatro soldados de caballería y un cabo que iban echando mueras á Carnicer. Éste seguía adelante montado en un macho y nosotros nos detuvimos á darles de beber. Al llegar al puente de Miranda de Ebro nos pidieron los pasaportes, y vistos, el centinela nos franqueó el paso hasta la caseta de carabineros, donde se nos pidieron segunda vez los pasaportes, diciéndonos no llevábamos autorización para pasar á provincias. Luego le preguntaron á Carnicer que qué tenía en la cara (pues con un parche y un pañuelo ocultaba un lunar), contestó que padecía una fluxión de muelas, á cuyo acto el oficial de carabineros le dijo sacando un oficio: Descúbrete, niño, la cara, has venido á dar en las manos de tu mayor enemigo; haciéndole al mismo tiempo una relación del oficio que decía sustancialmente estas palabras: «Por uno de los vados del Ebro ó puente de Miranda, deberá pasar Carnicer vestido de arriero con otro. Vigilancia, vigilancia, redoblar la vigilancia.» Acto continuo nos preguntaron si lo conocíamos; dijimos que no, pues se nos había unido en el camino; á pesar de eso fuímos conducidos al cepo: luego trajeron un corneta que había en guardias, llamado Morillo y le reconoció; en vista de lo cual fuímos conducidos á la presencia del comandante de arinas, quien nos instó para que declarásemos conocer á Carnicer amenazándonos con la muerte, y contestamos siempre no conocerle. Fuímos conducidos al castillo y al día siguiente, ó á los dos días de fusilado Carnicer, me subieron al cuarto de banderas donde estaban los piquetes y religiosos franciscanos para auxiliarme y el gobernador me dijo que era inútil el negar, pues el compañero había declarado que era capitán de la otra época y que había estado en Ceuta por la causa del Royo, visto lo cual confesé ser cierto. Interrogándome qué graduación tenía en la actualidad, contesté que la misma que la época anterior. Seguidamente vino un escribano y diciéndome que declarase, porque el hombre en el artículo de la muerte debía ser verdadero, contesté que nada tenía que decir y que descubriría cuanto supiese después de tener indulto de la Reina Gobernadora, motivo por el cual suspendieron la ejecución, y subiendo acto continuo el corregidor me preguntó si declararía si venía el perdón, y contestándole que sí, dijo iba á solicitarlo y me volvieron al cepo junto á Salbo. A los pocos días nos condujeron á Burgos y en Bribiesca se nos notificó el perdón y se nos dijo podíamos declarar ampliamente, reduciéndose mi declaración á que Sebil y Manero eran encargados de llevar la pólvora á Ariño para la fabricación de cartuchos á cargo de José Masipe y un tal Blesa, ya difunto entonces, que hacía de confidente á donde se le mandaba. Esta declaración fué convenida con Salbo y citamos á dichos sujetos porque estaban comprometidos y avisados.

Fuímos conducidos á Burgos, donde permanecimos diez meses y días, en cuyo intermedio nos pidieron nuevas declaraciones que no variamos. Conducidos á Vitoria en unión de varios carlistas, venidos de la Coruña y el Ferrol, fuímos canjeados todos el 23 de enero de 1836. Esta misma relación hice á S. M. en Oñate á mi presentación después de canjeado. Y por ser la verdad la firmo en Pau á 8 de julio de 1844.-Francisco García.

DOCUMENTO NÚM. IV

PARTE DE NOGUERAS INTERCEPTADO POR LOS CARLISTAS

Comandancia general del Bajo Aragón.-Excmo. Sr.-En los campos de Alloza he dado alcance á la facción reunida de Cabrera, Quiles y Torner, en número de 400 á 450 infantes y algunos caballos: el día más á propósito para concluir la facción ha sido éste; pero no es creible que Cabrera ni los suyos sean hombres, jamás he visto más decisión, valor ni serenidad; no es posible que las tropas de Napoleón hayan nunca hecho ni podido hacer una retirada por un llano de cuatro horas con tanto orden. Lejos de obtener ninguna ventaja de las que creía, no he observado sino el desmayo de la tropa que tengo el honor de mandar, en vista de la resistencia que han opuesto un puñado de hombres, dignos de defender mejor causa. Si á Cabrera no se le corta el vuelo, este cabecilla dará mucho quehacer á la causa de la libertad: debe el gobierno tomar medidas fuertes y enérgicas para destruirle, pues de lo contrario, aquél con el pres tigio y arrojado valor tiene alucinada su gente y llena de confianza así como los pueblos. Tenemos que lamentar la pérdida del bravo coronel Zabala que ha dejado su honor bien puesto y el de las armas. Mandaré á V. E. el parte circunstanciado de la victoria en este día para que haga de él los usos que estime convenientes.

Dios guarde á V. E. muchos años.-Alloza 23 de abril de 1835.-Excelentísimo Señor.-Agustín Nogueras.-Excmo Sr. Capitán general de este reino.

CAPÍTULO IV

LAS AMEZCUAS

Segundo mando del general don Jerónimo Valdés. - Consecuencias militares de su campaña. Consecuencias políticas de la misma. - Evacuación del Baztán.-Derrota de Descarga. -Abandono de los puntos fortificados.

La aceptada dimisión del general Mina, el estado cada día más crítico de la guerra del Norte y la notoria debilidad de la situación en que se encontraba el ministerio, combatido á la vez por el sentimiento de pronun ciada reacción liberal, que se había generalizado en el país, y al que pres taban incesante y agresivo eco las oposiciones en ambos Estamentos, eran circunstancias que encarecían para los ministros las esperanzas, bastante fundadas, en el patriotismo y en las dotes militares generalmente atribuí das al caudillo de quien se esperaba diese cumplida la obra de pacifica ción en la que se habían estrellado cuatro de los más acreditados genera les que contaba el ejército español.

Como con la salida de Valdés para tomar el manto del ejército del Norte y con su llegada al teatro de la guerra, coincidió el decadente esta do con que hemos dicho se hallaban las facciones del Bajo Aragón antes

de que las vigorizara el generalato de Cabrera; esta circunstancia y la noticia del fusilamiento de Carnicer considerado como hecho que traería la pacificación de las comarcas del Ebro, robustecieron la opinión de que Valdés iba á hacer una brillante campaña.

Queda anteriormente expuesto que tuvo éxito el espontáneo improvisado movimiento del general Córdova en auxilio de Maestu, y de qué manera salvó el peligro en que llegó á verse y la atrevida marcha que efectuó penetrando en los valles de Arana y de las Amezcuas, corriéndose seguidamente en dirección de Santa Cruz, de Cabredo, de Genevilla y de Aguilar, entregando á su paso á las llamas los molinos, fábricas y almacenes que en aquel territorio poseía el enemigo, cuyo campamento atrincherado de Urbizo tuvo también el general Córdova la buena suerte de destruir, sin que Zumalacárregui ni los jefes bajo sus órdenes pudiesen impedir, ni por el momento vengar tampoco, el daño que les infería el general de la reina Después de aquel feliz episodio de guerra, marchó Córdova á Vitoria escoltando un gran convoy, y esperó las órdenes del general en jefe que se hallaba en Logroño y á quien se había unido Aldama con catorce batallones y la brillante división de caballería que mandaba en la Ribera el brigadier don Narciso López. Reconcentrado que hubo sus fuerzas Valdés en la capital de la Rioja, el 16 de abril salió para la Guardia, pero antes de internarse, cual era su propósito, en el corazón del país vascongado, quiso precaver la eventualidad de excursiones del enemigo á sus espaldas, y dispuso que la caballería de López y algunas brigadas de artillería guardasen la línea del Ebro.

Ocupaban entonces los carlistas las cercanías de Mondragón y Oñate, y conforme al plan que Valdés se había trazado antes de su salida de Logroño, dispuso que una fuerte división mandada por Méndez Vigo y Gurrea tomase á su cargo el impedir el paso de Zumalacárregui hacia el Baztán ó las Amezcuas, puntos por los cuales era lo más probable que tratase de efectuar aquél su retirada al verse atacado por fuerzas superiores. Prescribió Valdés al mismo tiempo al brigadier Jáuregui, que desde la parte de Guipúzcoa que ocupaba, se diese la mano con el general Oraá, encargado de la custodia del valle del Baztán.

Pero á la aproximación de Valdés, Zumalacárregui había dividido sus fuerzas, novedad que alterando los cálculos del general de la reina, hizo que retrocediese desde Peñacerrada á Vitoria, donde reunió al grueso de su ejército los siete batallones de que se componía la división del general Córdova, y modificó el plan de campaña que había formado antes de su anterior salida de Álava.

No es necesario detenerse en analizar este plan, que como no tardó en manifestarse, se reducía á marchar sobre el enemigo al frente de treinta y cuatro batallones, superioridad numérica que justificaba la suposición de que un general de la capacidad que se atribuía á Valdés, habría combinado algún sabio movimiento envolvente, pero lejos de haber tomado disposiciones propias á sacar partido de sus fuerzas, Valdés marchó en cuanto la índole del terreno lo permitía, como en columna cerrada en busca del enemigo, al frente de cuatro divisiones mandadas por los generales Córdova, Aldama, Seoane y don Froilán Méndez Vigo.

« AnteriorContinuar »