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hallan minando todas las sociedades políticas, y con mucha más facilidad siguen su camino en los países donde la beneficencia de las leyes protege la libertad individual y la expresión de la opinión pública interpretada las más veces por las pasiones; pero en España ejerce un imperio más pode roso por las circunstancias en que se halla el país y la índole de su gobierno de tutoría ó regencia. A semejantes daños, sólo la Francia se halla en el caso de hacer frente. Una nación donde el saludable justo medio no es un ente quimérico ó teórico, sino un ser que tiene, por decirlo así, existencia que debe á la justicia y previsión de su Rey, á los intereses públicos, á la industria, á la agricultura, á la administración departamen tal, á la opulencia de su hacienda, á la disciplina de su ejército y á la perfecta organización de la guardia nacional, es á quien corresponde tender un brazo de salvación al trono de S. M. C. y al poder de su augusta madre; y salvando el trono español, será la Francia la que preservará á todos los demás de Europa de los embates de la democracia anárquica que quizás aguarda completar su triunfo en Madrid para triunfar en otras partes. No se trata, para conseguir tan sagrado fin, de una expedición que debiese ocupar toda la Península; bastaría que una fuerza militar propor cionada al objeto ocupase las provincias Vascongadas y Navarra, apoyada en las plazas fronterizas de las mismas que las tropas de S. M. la Reina conservarían ó partirían su guarnición con la fuerza auxiliar, de la que un tratado particular podía arreglar el modo y compensaciones.

La causa de la justicia, la causa de la humanidad, la causa de la monarquía reclaman la cooperación armada de la Francia, y los fusiles carlistas que continuamente hacen fuego sobre el puente de Behovia y á que ha tenido que contestar repetidas veces el cañón francés, reclaman el que la bandera tricolor aleje de las fronteras francesas el ruido de la guerra, lanzándola al otro lado del Ebro, para que las tropas de la Reina acaben con las fuerzas del Pretendiente y puedan enfrenar las pasiones revolu cionarias.

Si la Francia desoye la voz de la verdad en esta ocasión, si no se asombra al ver el abismo que se halla abierto á la linde de sus fronteras, en una palabra, si no acude á la defensa del trono de la Reina doña Isabel II, la Francia, en esta cuestión de vida ó muerte para la monarquía, á más de los peligros que la amenazan para en adelante, queda responsable á la posteridad de todas las calamidades que van á caer sobre una nación vecina y aliada suya, y de todas aquellas que corriendo el tiempo trastornarán á la Europa entera empeñándola en guerras y revoluciones, cuyo fin no verá la generación presente ni tal vez la venidera.-París 8 de setiembre de 1835.

CAPÍTULO VI

PRIMER SITIO DE BILBAO

Vacilaciones del general Valdés.-Acuden en auxilio de la plaza Espartero, La Hera y Latre. Herida y fallecimiento de Zumalacárregui.- Estado en que de sus resultas quedó el campo carlista.

Después de la no aceptación por don Carlos de la dimisión presentada por Zumalacárregui y que hubo éste reasumido el mando superior de las armas, era la principal dificultad con que luchaba el Pretendiente la falta de recursos materiales proporcionados al aumento que había ido adquiriendo su ejército.

En la esperanza de que encontraría estos recursos apoderándose de la capital de Álava, pensó Zumalacárregui en poner sitio á Vitoria: propósito al que hubo de renunciar para conformarse con el proyecto que merecía la preferencia de don Carlos y sus cortesanos. En su ansia de encontrar dinero para sostener la guerra, el Pretendiente había acudido á cuantas simpatías en el extranjero le ofrecían probabilidades de allegar recursos. Los auxilios pecuniarios de las cortes de Cerdeña, de Rusia y de Austria, más bien que subsidios propios de aliados que desean proteger una causa por motivos políticos, eran limosnas que personalmente enviaban los soberanos de aquellos países, como muestras de su simpatía hacia un pretendiente en desgracia. Pero por lo mismo que eran á todas luces insuficientes semejantes limitados medios, don Carlos y sus consejeros aspiraban ardientemente á llamar á las puertas de las bolsas extranjeras, verdadero Pactolo de nuestra plutónica época. Pero los hierofantes que presiden á la distribución del contenido del cuerno de abundancia patrimonio de la finanza moderna, imponían durísimas condiciones á don Carlos, siendo para éste la más difícil de llenar la exigencia de que, para que los gabinetes simpatizadores de su causa y los bolsistas consintiesen en hacer adelantos efectivos, exigían que el Pretendiente poseyese una plaza, una ciudad que estuviese seguro de conservar y á la que pudiesen ser enviados los representantes de los tres gabinetes ocultos favorecedores de la causa carlista. Y viniendo á localizar su exigencia, fijáronse los muñidores del suspirado empréstito, en que Bilbao, por su importancia, por su riqueza y como puerto de mar, fuese el punto elegido para dar testimonio de la potencia de las armas del Pretendiente.

Estas consideraciones unidas á otras de interés personal por parte de los allegados á don Carlos, decidieron el que fuese abandonado el pensa miento de Zumalacárregui sobre Vitoria, para llevar á cabo sin dilación el sitio de Bilbao. El mismo general contra cuyo parecer había prevalecido esta última idea, fué el encargado de su ejecución, y dispúsose á darla cumplimiento al frente de catorce batallones y de algunas piezas de artillería con cuyas fuerzas se presentaba el 7 de julio ante los muros de la metrópoli vizcaína. Aunque la plaza estuvo circunvalada desde el 13 de junio, no pudieron los sitiadores sacar de sus medios de ataque todo el partido de que se lisonjearon, porque dos buques de guerra ingleses, an

clados en la ría, mantenían libres las comunicaciones de la plaza, procurando á los sitiados cuantos recursos de boca y guerra necesitaban. En la mañana del 14 rompieron el fuego las baterías carlistas, al que contestaron con superior ventaja los bilbaínos, pertrechados y provistos de mejor maestranza. Estaba destinada la invicta ciudad á ser en las largas y sangrientas contiendas civiles que han desgarrado á España en los últimos cincuenta años, la gloriosa émula de la inmortal Zaragoza, y no se necesita anticipar los hechos que caracterizaron el segundo sitio y más tarde. el tercero, para que el noble, altivo y esforzado espíritu de los bilbaínos se mostrase en aquel primer sitio digno competidor, ó por mejor decir envidiable ejemplo de las virtudes cívicas, que en los sitios que debían seguir al que vamos á asistir, mostraron en heroico grado los hijos de la valerosa ciudad.

Abierta brecha por el enemigo en los parapetos del fuerte del Circo, punto importante de la línea exterior de defensa, los sitiados, entre los que ocupaban el más distinguido puesto los urbanos, acudieron á tapar con sus cuerpos el boquete abierto por los proyectiles del enemigo, al que en alta voz provocaban á que avanzase á cruzar sus armas con las de sus compatriotas los liberales vizcaínos.

El arrojo y la impasibilidad con que Zumalacárregui sabía lanzar sus tropas al peligro cuando la victoria podía subsanar el sacrificio, en aquella ocasión, ya fuese efecto de la escasa espontaneidad con que había acometido la empresa, ya por el respeto que le inspirase el heroísmo de los bilbaínos, no le movieron á dar la señal del asalto, y al siguiente día recibía la mortal herida que privó á la causa carlista del hombre, que al mismo tiempo que era la encarnación de la raza vasconavarra, constituía el más valioso de sus elementos de triunfo.

No retrajo, empero, á los sitiadores en la prosecución de sus hostilidades, el no tener ya á su frente el caudillo con el que estaban acostumbrados á vencer, pues Eraso que había reemplazado al herido, continuó con vigor el bombardeo, causando sensibles daños al caserío y al vecindario. No pudo llegar en auxilio de la plaza un refuerzo compuesto del batallón de San Fernando y del provincial de Jaén, que el diligente comandante general de Guipúzcoa, Jáuregui, envió por mar á Portugalete. Los buques que transportaban la expedición no pudieron remontar la ría por haber los carlistas imposibilitado la navegación echando á pique gabarras cargadas de piedras, cuyo impedimento motivó que tuviesen que retroceder á Portugalete las fuerzas auxiliares, y que regresar á Bilbao las que de la plaza salieron para proteger la aproximación de los dos batallones.

Durante la noche procuraban los sitiados reparar los desperfectos causados en las fortificaciones el día anterior y también intentaron varias salidas que no dieron resultados de importancia, habiéndose prolongado el sitio durante los días 18, 20 y 21, sin que los fuegos del enemigo causaran otros deterioros que los consiguientes á la continuación del bombardeo, que no era ya tan activo como lo fué el primero y segundo día, pero cuyos efectos no cesaban ni por un momento de contrarrestar los sitiados, estableciendo baterías en todos los puntos que ofrecían probabilidad de apagar los fuegos del enemigo.

Para formar cabal idea de la desventaja con que el ejército de la reina operaba contra el de don Carlos, baste saber que Latre se hallaba en Burceña el 22 de junio y Espartero no mucho más distante, sin que ni uno ni otro lograsen adquirir datos seguros sobre las fuerzas que reunía el enemigo delante de Bilbao; lo que unido á las vacilaciones de Valdés que coartaba los impulsos de los dos valientes generales, fueron la causa de que, como iba á ser patente, el sitio no hubiese podido levantarse antes que lo fué.

Sostenía el denuedo de los bilbaínos y del gobernador militar de la plaza, conde de Mirasol, la esperanza de que no tardarían en llegar fuerzas auxiliares que pusiesen término á la angustia de ver reducidos á escombros las casas, los templos y hasta el hospital de la invicta villa, sobre la que por término medio lanzaba diariamente el enemigo de quince á veinte y hasta más de treinta bombas de á catorce pulgadas y de setenta á ochenta granadas.

La llegada de don Carlos el día 26 al campo sitiador redobló el ardor de sus secuaces, cuyos proyectiles aumentaron, cayendo aquel día en mayor número y causando nuevos y sensibles daños; pero lejos de abatirse el temple de alma de los bilbaínos, las nuevas baterías por ellos construídas y dirigidas sobre los puntos vulnerables del enemigo, apagaron sensiblemente los fuegos de éste.

En la madrugada del siguiente día continuó el bombardeo con mayor actividad, sintiéndose más especialmente los disparos de los fuertes de Larrinaga y Solocoeche, pero la plaza consiguió amortiguar los de las baterías que más daño les ocasionaban.

En honor de la venida de don Carlos, que recorrió durante todo el día las líneas sitiadoras, redoblaron éstas su fuego y los estragos que ocasionaban al caserío, sin por eso debilitar el tesón de los defensores.

El día 27 reunió el conde de Mirasol al Ayuntamiento para comunicarle la intimación que acababa de recibir, la que se hallaba concebida en estos términos:

«Señor gobernador ó jefe superior de la plaza de Bilbao.-Acordaos que sois español y que vuestra inútil resistencia sólo sirve de instrumento á la destrucción de un pueblo rico y hermoso. No debéis ignorar que el 23 fué batida la columna gruesa que venía en socorro de la plaza y que ya exánime y sin aliento experimentó una grande deserción. Lejos de venir un segundo refuerzo lo he recibido yo de un considerable número de valientes; en fin, todo, como dejo dicho, sólo sirve para hacer infructuosos vuestros esfuerzos, los que únicamente ocasionarán el derramamiento de sangre española y la reducción á cenizas de uno de los más preciosos pueblos de España. Si os convencéis de unas razones tan justas, como prueba de lo que me complazco en hacer el menor número de desgracia. dos entre españoles, puedo asegurar y prometeros que la clase de urbanos de esa villa, sea cual fuese su origen, serán tratadas las personas del mismo modo que lo han sido en Villafranca, Vergara, Eibar y otros puntos guarnecidos.-Cuartel general de Bolueta 27 de junio de 1835.-Francisco Benito de Eraso.»

Antes de concurrir á casa del conde de Mirasol, los concejales de Bil

bao se habían reunido privadamente y resuelto que no darían su asentimiento á ninguna clase de capitulación. Dada que les fué lectura de la comunicación de Eraso, manifestó Mirasol su deseo de conocer la opinión del Ayuntamiento, cuya voz tomó el alcalde don Juan Ramón de Arana, pronunciando las siguientes memorables palabras: Perecer en las ruinas de la villa antes que capitular: viril respuesta que completó otro concejal añadiendo: Hoy me han arruinado tres casas; mañana me destruirán las que me restan, pero mientras circule sangre por mis venas, yo no capitulo. Sabré, si sobreviviese á este sitio, mantenerme entre las ruinas de mi propiedad, pero no vivir con los que destrozan mi patria.

Al oir Mirasol aquellas nobilísimas palabras, exclamó que no había esperado menos de un pueblo tan heroico y que haría presente á S. M. la acendrada lealtad de los urbanos y del pueblo de Bilbao, los que debían esperar honrosos testimonios de la gratitud con que la reina recibiría tan insignes pruebas de adhesión al trono de su hija.

Acordóse, sin embargo, ganar el tiempo posible, aparentando que se negociaba, respuesta que por su parte secundó el Ayuntamiento, declarando que tenía puesta toda su confianza en el comandante general y que se adhería á lo que éste resolviese. Transmitida la contestación de la plaza al campo enemigo, presentáronse en calidad de parlamentarios Zaratiegui y Arjona, los que para mayor solemnidad fueron recibidos por el alcalde y los regidores, que los acompañaron al alojamiento de Mirasol. Pedían los parlamentarios la rendición de la plaza ofreciendo concederle una capitulación honrosa, al mismo tiempo que aseguraban que no debían los sitiados esperar socorro alguno, hallándose Valdés cohibido por superiores fuerzas carlistas y añadiendo que Latre había sido completamente derrotado en las inmediaciones de Castrejana.

Conforme á lo anteriormente convenido con el Ayuntamiento, Mirasol propuso el envío de oficiales de la plaza, provistos de un salvoconducto del enemigo, para que se cerciorasen de la exactitud de los hechos alegados por los parlamentarios, respecto al estado y situación del ejército de la reina. Retiráronse Zaratiegui y Arjona á dar cuenta del resultado á su jefe, sin que pudiera evitarse, por más que al pueblo habían recomendado las autoridades observase circunspección y reserva, que al atravesar las calles los enviados de Eraso el público contuviese su ardor y dejase de prorrumpir en vivas á la Reina y á la libertad, de lo que se mostraron aquéllos ofendidos, señalándolos como demostraciones contrarias á las leyes de la guerra, en el acto de cambiarse comunicaciones entre los beligerantes.

Interesado Mirasol en calmar el bullicio salió á la calle recomendando la moderación y reconviniendo á los agitadores. «Esos vivas, les dijo, se reservan para los fuertes y las aspilleras;» palabras que oídas por el jefe de la milicia, exclamó: «Los urbanos, mi general, saben dar esos vivas en las aspilleras y en todas partes, estando resueltos como estamos á morir por Isabel II y la libertad y yo con ellos á la cabeza;» á lo que entusiasmado Mirasol, replicó conmovido: «Yo también, señor comandante, moriré con ustedes antes que consentir en la rendición de esta plaza.»

La pasajera y tácita tregua que duró algunas horas llevó á varios ur

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