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Aragón y de Valencia, para que con las de Cataluña formasen una federación de Estados, en el caso de que no fuesen concedidas las reformas solicitadas y que indirectamente tendían al restablecimiento de la Constitución de 1812 y á la exclusión del régimen estatutista.

El capitán general Llauder se hallaba en Vich cuando le llegó la noticia de los sucesos de Barcelona, sucesos que no tenía seguramente fuerza para reprimir y que además habían cobrado un desarrollo que no podía en el momento ser contrarrestado. Limitóse, pues, el capitán general á delegar en Pastors la sombra de poder que aun poseía y haciendo uso de la real licencia que le autorizaba á tomar las aguas de Escalda, se trasladó al territorio de la vecina Francia, escoltado hasta la frontera por un piquete de las tropas que habían estado bajo su mando.

Los sucesos de Barcelona se hicieron inmediatamente sentir en la contigua provincia de Tarragona, y presintiendo sus autoridades escenas parecidas á las que acababan de representarse en la capital del antiguo Principado, hicieron á fin de no dar pretextos á agravios más probables de aducir que fáciles de probar, que el arzobispo y otros eclesiásticos de jerarquía tachados de carlistas saliesen desterrados. Igualmente expulsaron á todos los religiosos procedentes de las comunidades disueltas, al mismo tiempo que dispusieron poner en salvo á los frailes que habían escapado de la hecatombe de Reus.

Aunque estas medidas de precaución se dirigían á neutralizar la ira popular, si como era de temer llegaba ésta á hacer explosión, el comandante militar de la provincia, general Colubi, se sustrajo por medio de su partida á la animadversión de que temía ser objeto, precaución que no bastó para que á la llegada de una columna de urbanos de Reus, los de Tarrago na dejasen de alborotarse, dirigiéndose en tumulto á las casas del teniente de rey y del mayor de plaza cuyas cabezas pidieron. Protegidos ambos por la intervención del brigadier Lasauca, nombrado gobernador por los amotinados en reemplazo de Colubi, consiguió aquél que los perseguidos se embarcaran y al efecto los hizo conducir á bordo escoltados por un destacamento de urbanos, pero llenado que hubieron éstos pro forma la orden de embarcar á los dos funcionarios depuestos, traidoramente exigieron del patrón del buque que atracase al muelle, y conseguido que lo hubieron, dieron villanamente muerte á los dos desgraciados jefes y á un oficial que los acompañaba, arrojando en seguida al mar los cadáveres de las tres víctimas.

Igual suerte habría probablemente cabido á Colubi, si no hubiese te nido la precaución de despedir la escolta que le acompañaba y por la que es muy probable hubiese sido vendido, tal era el espíritu subversivo que se había apoderado de la fuerza armada.

El ánimo excitable de los valencianos no era de presumir que resistiese al contagio de los sucesos que tenían lugar en Cataluña ni que por consiguiente dejase de tomarse de ello pretexto para alterar el orden, temor que acrecentaba la agitación producida por la noticia de que Quiles y el Serrador habían entrado en Almenara, después de saquear varias poblaciones de la provincia. Como de costumbre comenzó el motín por reunirse grupos en las calles, dar vivas, tocar generala y hacer que la milicia se pu

siese sobre las armas, preliminar de rigor en aquel tiempo, antes de proceder á formular peticiones que equivalían á mandatos imperativos, dirigidos á la autoridad. Pidióse á las de Valencia el castigo de los detenidos por causas de conspiración, y antes de que aquéllas resolvieran, forzáronse las puertas de la torre de Cuarte, las de la cárcel de Serranos, las de San Francisco y de la Eclesiástica, de cuyos edificios, sacados que fueron los presos y trasladados al cuartel de los urbanos, fusiláronse siete, y hasta el número de ciento marcharon al Grao para ser embarcados con destino á Ceuta.

Satisfechos con el éxito de su temprana manifestación, los levantados de Valencia respetaron la existencia de las autoridades en la esperanza de que fuesen dócil instrumento de sus exigencias y no se experimentó en su consecuencia otro cambio de personal gubernativo que el del digno capitán general don Francisco Ferraz, quien temeroso de no ser acepto á la nueva situación en que Valencia se entronizaba, hizo dejación del mando, siendo reemplazado por el conde de Almodóvar, destinado á ocupar elevado puesto en el régimen próximo á suceder al existente.

Al pronunciamiento de Valencia siguió el de Murcia, el que habiendo comenzado por disgustos habidos con una compañía de movilizados, no muy acepta á los patriotas de la localidad, acabó por el incendio en regla de los conventos de Santo Domingo, la Trinidad, la Merced y San Francisco, desahogo que á la vez se repetía en Alcantarilla con el de los frailes Mínimos y estuvo muy próximo á consumarse con el monasterio de San Jerónimo en la Nora y con el de Santa Catalina del Monte. Contenidos momentáneamente aquellos desafueros por la actitud de los liberales sensatos de Murcia, volvieron los amotinadores á la carga estimulados por las noticias que llegaban de otras provincias, y en la noche del 10 de julio la cárcel pública fué acometida por una turba enfurecida, que extrajo de ella á tres acusados de conspiración carlista, á los que dieron muerte instantánea, coronando la sangrienta algarada con el saqueo de varias casas de particulares. Tanta audacia y tanto desenfreno estimuló á la gente de arraigo, la que acudiendo á las autoridades y ofreciéndoles apoyo, lograron que no pasaran adelante los desórdenes, si bien temerosos de lo azarosa que la época se presentaba, desistieron de exigir el castigo de los crímenes que acababan de cometerse.

Zaragoza que había iniciado los pronunciamientos que tan frecuentes y multiplicados fueron en aquel año, no quiso permanecer cruzada de brazos ante el estímulo de las provincias sus imitadoras y en los primeros días del mes de agosto formó pacíficamente, digámoslo así, su junta de gobierno revolucionaria, cuya presidencia tomó el jefe superior militar de la provincia el general don Felipe Montes, junta que lanzó un manifiesto á la vez dirigido á la reina y al público, documento no menos radical que el suscrito por la junta permanente de Barcelona y que no siendo menos digno que aquél de ser conocido, se inserta al final del capítulo bajo el número III.

Formando contraste con la fiebre de liberalismo exaltado que se propagaba por la Península, la tranquila y apacible isla de Mallorca fué foco de una intentona carlista. Dió ocasión á ella una especie de destierro que

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hubo de imponerse á sí mismo el obispo de la diócesis de resultas del mal efecto que produjo el haberse resistido Su Ilustrísima á la imposición de nombrar cura á un fraile de opiniones ultraliberales.

En un país donde el sentimiento religioso es tan pronunciado como en Mallorca, no era de extrañar que el pueblo de Manacor se amotinase en la noche del 9 de agosto, aunque sí lo fué que se propasase á desarmar á los urbanos y hasta á proclamar á don Carlos. Acudieron á sofocar un movi miento, que hubiera podido propagarse en un país bastante dispuesto á secundarlo, tropas enviadas de Palma, y reprimida que fué la insurrección, prevaliéronse de ella los liberales de la isla para arrancar del capitán general, conde de Montenegro, la supresión de todos los conventos, medida que en efecto tuvo que decretar dicha autoridad.

Las demás resoluciones adoptadas en la isla durante la corta especie de independencia en que aquellas y otras provincias se constituyeron del gobierno central, fueron medidas que más bien que de índole revolucionaria participaron del carácter de reformas administrativas. No pasaron en efecto de la autorización de poder redimir los censos, con arreglo al procedimiento incoado durante el régimen constitucional, y de la muy importante y trascendental medida que disponía fuesen puestos en posesión de los bienes nacionales legalmente enajenados en aquella época, los compradores que de buena fe los adquirieron y los pagaron en papel del Estado.

Reparaciones de la clase de la decretada por la autoridad, á la que en principio podía darse el nombre de revolucionaria, correspondía haber sido anticipadas por el gabinete Martínez de la Rosa, que pretendía representar lo que en el liberalismo había de aceptable y sensato, no rechazando sino sus exageraciones, al paso que proclamando esta bella teoría consentía en que continuase el robo hecho á los compradores de bienes nacionales por el gobierno de Fernando VII, al despojarlos de las propiedades que habían adquirido sin haberles devuelto el papel representativo de sus créditos contra la corona con el que habían pagado sus adquisiciones.

El orden cronológico exigiría para llevar correlativos y de frente los sucesos de un año tan fecundo en vicisitudes de guerra como en cambios políticos, hablar ahora de las operaciones militares que tuvieron lugar en las provincias del Este, pero para ello habría que interrumpir la crónica de los pronunciamientos, que sin dar tregua al gabinete Toreno y al régimen estatutista, precipitaron la caída de ambos.

Cumple ocuparnos antes de pasar más adelante en el relato de la diversidad de gravísimos sucesos que siguieron á los pronunciamientos de que antes queda hecho mérito, dar á conocer el movimiento del 15 de agosto, iniciado por los batallones de la milicia urbana de Madrid, movimiento que estuvo muy próximo á triunfar, y que de haberse efectuado según las previsiones de los que lo concibieron é hicieron posible que se intentase, habría dado otro giro á los sucesos y cooperado á que se realizase con arreglo á otras condiciones el inevitable cambio político que no había manera hábil de retardar.

Mas para juzgar con exactitud y pleno conocimiento de causas cuál era la situación del gabinete Toreno en la lid contra él abierta por el alza

miento de las provincias, agravado por la demostración de la milicia de Madrid, requiere el orden lógico de los sucesos darnos cuenta del influjo que, en el desenlace de la situación política á que el gabinete Toreno se vió reducido, tuvieron las operaciones del ejército del Norte inmediatamente después del levantamiento del sitio de Bilbao. En el mes de marzo habíase dispuesto la formación de un ejército de reserva que sirviese de apoyo, y en caso necesario de refuerzo al de operaciones. Determinóse situarlo en los confines de las provincias de Castilla la Vieja, Logroño, Burgos y Santander, con el preferente objeto de impedir las excursiones de los carlistas del lado acá del Ebro, y de que sus columnas no fomentasen la insurrección en Asturias, como ya lo habían intentado en Galicia.

El mando de este ejército fué conferido al mariscal de campo don José Santos de la Hera, procedente del ejército del Perú, y que pasaba por entendido entre los oficiales generales. Mostró dicho jefe actividad y acierto en el desempeño de aquel cargo y secundó con éxito las operaciones de Valdés, pero previsor y cauto La Hera, permaneció inactivo después de la jornada de las Amezcuas y de los subsiguientes descalabros experimentados por las tropas de la reina, mayormente en vista del desaliento en que llegó á caer el ejército, y en presencia del abatimiento y falta de confianza en sí mismo que se apoderó de Valdés, y lo condujeron á manifestar al gobierno que consideraba absolutamente necesaria la intervención extranjera para acabar la guerra civil. Esto hizo pensar á La Hera que no cogería laureles continuando al frente del ejército de reserva, cuyo cuartel había establecido en Valmaseda, desde donde dirigió al gobierno su instancia de dimisión.

Mas antes que ésta hubiese sido aceptada, trasladóse La Hera personalmente á Miranda á conferenciar con Valdés, quien, habiendo igualmente pedido su relevo, y sin esperar que le fuese concedido, exigió de su antiguo amigo y subordinado La Hera que se encargase interinamente del mando del ejército de operaciones. Aceptada por el último la misión de honra que le imponía la obediencia al jefe y la deferencia á los deseos del amigo, y aceptada más aun que por dicha doble consideración, por la apurada situación en que se hallaba Bilbao, sitiada por Eraso de la manera que queda anteriormente expuesto, dispuso La Hera acudir en socorro de la plaza, y reunido á Espartero, á Latre y demás generales que compusieron el consejo de guerra habido en Portugalete en la noche del 30 de junio, resolvióse la marcha sobre Bilbao, movimiento que hemos visto condujo á la liberación de la plaza y á la retirada del ejército sitiador.

Al siguiente día, y cuando La Hera se disponía á marchar en seguimiento de los cariistas, llegó el general Córdova, á quien, en vista de las reiteradas dimisiones de Valdés, había el gobierno conferido el mando interino del ejército del Norte, del que le hizo entrega La Hera al siguiente día, saliendo éste inmediatamente después para Madrid, su residencia de cuartel, lisonjeado de haber llenado su misión con crédito y sido premiado con el ascenso á teniente general, al que más tarde debía servir de complemento el título de conde de Valmaseda, conferídole en 1843 en memoria de los servicios que había prestado en el mando del ejército de reserva.

DOCUMENTO NÚM. I

MANIFIESTO DE LA JUNTA AUXILIAR CONSULTIVA DE BARCELONA

Catalanes: La junta auxiliar consultiva, nuevamente nombrada en Barcelona con el objeto de proponer á las autoridades superiores de Cataluña lo que parezca conducente al importante objeto de consolidar el trono de nuestra augusta Reina doña Isabel II, la libertad, seguridad y prosperidad general, no puede menos de manifestaros el profundo dolor que le causa el lastimoso estado en que vino á parar nuestra patria y los deseos que animan á los individuos de esta junta, para responder á la confianza así de las autoridades como de todas las clases por las cuales ha sido nombrada.

Muy conocidos son los males que experimentamos por haber sucumbido en el presente siglo segunda vez bajo el ignominioso yugo del despotismo. Tanto los que lo habían defendido, como los que lo habían combatido, se han visto sucesivamente conducidos á destierros y cadalsos. Decidlo, pueblos todos de la desgraciada Cataluña: ¿Cuál de vosotros se ha librado desde el año 1823 de nuevas y reiteradas vejaciones y de pagar con diversos títulos lo que antes en todo ó en parte no pagabais?

Díganlo los mismos que seducidos y engañados, pensando defender el altar y el trono, repetidas veces se han lamentado de haberse sacrificado por los que poco después desapiadados les negaron los alivios debidos y sin distinción ninguna dispararon apremios por pagos de casas y hacien das, en obsequio de los mismos exactores abandonadas.

Digan si desde aquel infausto suceso, los apeilidados negros contra quienes se exhortaba á los ilusos á vibrar el puñal, no han sido los que les han proporcionado el sustento que de otro modo no lograran. ¿Será posible que en daño común se hayan olvidado hechos tan recientes? A no ser así, ni un solo catalán empuñara nuevamente el acero fratricida.

Con un recuerdo tan triste, la junta manifiesta el deseo que tiene de inclinar á la clemencia en favor de los que se apresuren á volver al seno que ahora despedazan de sus propias familias. Mas las lágrimas del dolor á vista de las víctimas en los hombres magnánimos son centellas de furor contra los causantes. Al excitar, pues, á la compasión de aquéllas, excita la junta igualmente á la indignación contra éstos, exhortándoos, catalanes, á que con la fuerza y velocidad del rayo, corramos unidos y en concierto á borrar con nuestra propia sangre las manchas con que seres impuros han afeado un suelo clásico de heroísmo y virtud. El gobierno superior y las autoridades locales actuales se han anticipado á este deseo, disponiendo aquél, entre otras medidas, la tan deseada de que todos los productos de rentas y contribuciones públicas procedentes de este Principado, se inviertan en el mismo al objeto importante de acudir á las atenciones militares. Los productos, además de los arbitrios locales, deben emplearse igualmente á este objeto preferente, porque salvándose la patria y la libertad, fácil será satisfacer todas las exigencias.

Justo es y necesario que todos contribuyamos para las atenciones pú

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