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sobre las armas, y en las que se hallaban veinte mil voluntarios organizados por Llauder; pero aquella situación tan sumamente grave en sí misma vino á ser del todo desesperada para el gabinete al recibirse á los muy pocos días otra exposición no menos apremiante, en la que don Genaro Quesada, capitán general de Castilla la Vieja, reproducía en forma casi idéntica los mismos razonamientos empleados por Llauder para provocar la caída del ministerio y la adopción de un nuevo sistema de gobierno.

Recibióse dicha segunda catilinaria á hora bastante avanzada de la noche, por lo que no pudo darse cuenta de ella á la reina gobernadora. Pero convocado al día siguiente el consejo de ministros para deliberar sobre lo grave de la situación, dividiéronse los pareceres acerca de la línea de conducta que debía seguirse. No hubiera debido ésta ser dudosa en circunstancias normales, pero en las extraordinarias en que la nación se hallaba y en la peculiar que cabía al ministerio, encontró contradictores la opinión de los que sostuvieron no debía consentir el gobierno que sus subordinados le pusiesen la ley.

Era á todas luces evidente que los dos generales con mando, que no habían retrocedido ante la eventualidad de actos tan ruidosos, estarían preparados á sostenerlos, y era el gabinete sobradamente débil para intentar la lucha, sin contar por lo menos con el apoyo de la corona y del Consejo de gobierno, consulta la dirigida al último que vino á ser más bien asunto de forma que remedio adecuado á la circunstancia, toda vez que dentro de la corporación contaba Cea y sus compañeros adversarios de grande influjo. Al evacuar la consulta el Consejo había eludido la calificación de la conducta de los generales, pero venía en cierto modo á sancionarla, abundando la acordada en las mismas consideraciones políticas, que relativamente á la reunión de las Cortes y á otras medidas de igual trascendencia formaban el cuerpo de doctrina de la exposición del general Quesada, única que adquirió carácter oficial como dirigida al ministro de la Guerra, pues la de Llauder, habiéndolo sido por la vía reservada, no llegó á manos de la reina por el motivo anteriormente expresado. No contentos todavía de su obra los consejeros adversarios de Cea, encargaron á sus colegas el obispo de Méjico y el conde de Ofalia, nombrados para presentar la consulta á la reina, que verbalmente hiciesen entender á S. M. la necesidad de formar un nuevo ministerio, ó por lo menos de separar á Cea y al ministro de Fomento. La gobernadora que admitió el consejo relativamente á Cea, no le acogió del mismo modo respecto á Burgos, y cometió á éste y al ministro de la Guerra, Zarco del Valle, el doble encargo de hacer conocer al que iba á dejar de ser jefe del gabinete la sensible necesidad de su separación, al mismo tiempo que les entregó una lista que contenía los nombres de los sujetos que le habían sido indicados como idóneos candidatos para los diferentes ministerios.

Uno de los encargados de aquella misión, don Javier de Burgos, da en sus Memorias una nomenclatura de los nombres comprendidos en dicha lista. Indicábase en ella como candidatos para el ministerio de Estado á don Francisco Martínez de la Rosa, á don Eusebio Bardají y Azara,

á don Evaristo Pérez de Castro, á don José de Heredia y al duque de Gor; para Gracia y Justicia, á don Nicolás Garely, á don Ramón López Peregrín, á don Valentín Ortigosa y otros sujetos menos conocidos; para Hacienda, á don Justo José Banqueri, á don Eusebio Dalp, á don José de Imaz, á don Justo Aranalde, y para Marina á don José Vázquez y Figueroa

Los dos encargados de recomponer el gabinete, propusieron á Martínez de la Rosa para la cartera de Estado y para la de Gracia y Justicia á Garely, confiándose la de Hacienda interinamente á Aranalde, el ministerio de Marina á Figueroa y quedando Zarco del Valle en Guerra y Burgos en Fomento. No tardó el gabinete así reconstruído en modificarse, cual debía hacerlo presumir la poca homogeneidad de antecedentes y de escuela entre Martínez de la Rosa y Burgos, incompatibilidad que puso en evidencia, en el mismo día en que por primera vez se reunieron, la proposición de Burgos para que la presidencia no se considerase sistemáticamente vinculada en el ministerio de Estado.

Según el testimonio de escritores contemporáneos y de amigos de Cea Bermúdez, resintió éste como una desgracia y como el resultado de una intriga su inevitable caída, hija de una de las más fuertes corrientes de opinión pública que se hayan producido en aquella época.

A consecuencia de la entrada de Sarsfield en Bilbao, y de la dispersión de las facciones vizcaínas y alavesas, las juntas forales reunidas en Marquina, acordaron trasladarse á Navarra con ánimo de unir sus fuerzas á las de Zumalacárregui. Pero en su marcha en dirección de la Borunda encontraron á Uranga al frente de mil voluntarios y á La Torre que conducía ochocientos reclutas guipuzcoanos. La casual concentración de estas fuerzas dispuso á los carlistas á hacerse fuertes en Oñate, que conceptuaron buena posición estratégica. Prevenido de ello Castañón, comandante general de Guipúzcoa, dispuso que Lorenzo marchase contra las facciones reunidas persiguiéndolas hasta arrojarlas á Navarra.

Avisados los jefes carlistas de la aproximación de Lorenzo, encargaron á La Torre que saliese á contener su avance, procurando disputarle el paso, pero los bisoños soldados que mandaba La Torre no esperaron la acometida de los cristinos y se dispersaron en cuanto los tuvieron á tiro. Lorenzo ocupó, pues, á Oñate sin resistencia, haciéndose dueño de buena presa de armas y otros efectos de guerra.

Hallábase Zumalacárregui en Miranda de Ebro, cuando recibió un oficio de la junta de Vizcaya en el que encarecidamente se le pedía acudiese en socorro de Bilbao amenazado á la sazón por Sarsfield. Sólo tenía consigo el jefe navarro mil soldados, la mitad de ellos sin fusiles; mas no obstante sus escasas fuerzas quiso inspirar á sus soldados el levantado espíritu de que se hallaba animado, y con el mágico marcial estilo que le era familiar exhortólos á acudir en auxilio de los vizcaínos presentándoles la halagüeña perspectiva de los abundantes recursos que en alivio de las privaciones que sufrían hallarían en la rica capital de Vizcaya. «Ánimo, voluntarios,-les dijo al terminar su arenga,-ya sabéis que el que llega pronto llega dos veces.» Entusiasmados á la voz de su jefe los navarros le siguieron gozosos, y precipitando la marcha fueron á pernoctar á Alsasua Allí encontraron á los fugitivos caudillos vascongados, cuyos

voluntarios se hallaban en un estado tal de desmoralización y de abatimiento que el contagio cundió hasta los mismos navarros. No se abatió sin embargo el espíritu de Zumalacárregi en presencia de aquella flaqueza de sus reclutas, y resuelto á hacer de elios soldados disciplinados y aguerridos levantó su abatido ánimo armando aquellos de los suyos que no lo estaban con quinientos fusiles que le facilitaron las diputaciones de Vizcaya y Guipúzcoa, y repartiendo entre la totalidad de sus fuerzas el abundante repuesto de cartuchos que de aquéllas recibió. Consecuencia de semejantes pruebas de la firmeza y del don de mando que residía en Zumalacárregui, fué que las juntas decretaron investirlo con el carácter de general en jefe de las fuerzas de las tres provincias hermanas, mando que reunido al que ya ejercía sobre los contingentes de Navarra, daban á Zumalacárregui el empleo efectivo de generalísimo de la insurrección.

Como antes dejamos expuesto, admitida que fué á Sarsfield la dimisión del mando del ejército de operaciones y nombrado virrey de Navarra, reemplazóle en el cargo que dejaba, el teniente general don Jerónimo Valdés, caudillo procedente del ejército de Ultramar, cuyos jefes y oficia les regresaron á la Península después de la definitiva pérdida de nuestro continente colonial, siendo este general hombre que gozaba de grande autoridad y prestigio en el ejército y entre las influencias de la situación imperante. La circunstancia de haber las facciones de las tres provincias vascongadas buscado refugio en Navarra, ahuyentadas por la persecución de las columnas de la reina, infundió á Valdés la confianza de que en breve lograría pacificar el país, haciéndoselo así entender al gobierno, y en su consecuencia, deseoso de que sus vaticinios tomasen el carácter de hechos consumados, dispuso que el barón del Solar de Espinosa al frente de una columna marchase á castigar la audacia de los cabecillas Verástegui, Goñi y Gándara, que habían vuelto á hacer excursiones en el territorio vascongado. En la primera quincena de diciembre avistó el barón las fuerzas carlistas que mandadas por La Torre ocupaban á Guernica, y no tardó en trabarse entre ambos contendientes el primer desgraciado encuentro que empañó los triunfos hasta entonces alcanzados sobre los carlistas por las tropas de la reina. En vano los soldados del barón se condujeron con bizarría igual á la que animaba á su jefe; los carlistas habían en pocos días adelantado en disciplina y sostuvieron con denuedo y empeño un combate del que salieron ganosos, causando al barón más de cien bajas, la mayor parte prisioneros. Mas no queriendo el último darse por vencido, intentó nuevamente apoderarse de Guernica, designio que no logró, viéndose obligado á retirarse nuevamente rechazado con pérdida de muertos y heridos.

Sabedor Valdés del desastre corrió al frente de tres mil soldados en persecución de los carlistas, pero no le esperaron éstos, cediendo el paso á Valdés, que entró en la población sin obstáculo el 26 del antedicho mes, habiendo arrollado en las inmediaciones de Durango á un batallón insurrecto que pretendió detener su marcha.

No quiso por su parte permanecer ocioso el nuevo virrey de Navarra. Sarsfield y al frente de las fuerzas que pudo reunir salió de Pamplona en busca de Zumalacárregui á quien avistó en Dicastillo; pero el jefe carlista,

sin eludir el combate, supo tomar posiciones ventajosas en las que no juzgó Sarsfield debía atacar á su enemigo, y sin tampoco volverle la espalda, maniobró el general de la reina á efecto de atraer á Zumalacárregui á otro terreno. Gran conocedor de la topografía del país, y tan resuelto como precavido, el jefe navarro comprendió el juego de su adversario, y mostrándose maestro en el arte de eludir encuentros que pudieran serle adversos y en el de provocar al enemigo cuando podía hacerlo con ventaja, trajo á Sarsfield en su seguimiento y sin dejarlo descansar de la Solana á la Ribera en marchas y contramarchas sin resultado, lo que bastó para hacer comprender á Sarsfield cuánto aquella guerra tenía de local y de desventajosa para quien con insuficientes fuerzas no podía contrarrestar á la vez á la movilidad del enemigo en armas, y á la mala voluntad de la población ganada en su gran mayoría á la causa de la insurrección.

Sarsfield no quiso prolongar su estéril campaña y regresó á Pamplona, confiando al brigadier Lorenzo y al coronel Oraá las fuerzas de que disponía.

DOCUMENTO NÚM. I

MANIFIESTO DE DON CARLOS

¡Cuán sensible ha sido á mi corazón la muerte de mi caro hermano! Gran satisfacción me cabía en medio de las aflictivas tribulaciones, mientras tenía el consuelo de saber que existía, porque su conservación me era la más apreciable. Pidamos todos á Dios le dé su santa gloria si aun no ha disfrutado de aquella eterna mansión.

>>No ambiciono el trono; estoy lejos de codiciar bienes caducos; pero la religión, la observancia y cumplimiento de la ley fundamental de sucesión y la singular obligación de defender los derechos imprescriptibles de mis hijos y todos mis amados sanguíneos, me esfuerzan á sostener y defender la corona de España del violento despojo que de ella me ha causado una sanción tan ilegal como destructora de la ley que legítimamente y sin alteración debe ser perpetua.

>>Desde el fatal instante en que murió mi caro hermano,-que santa gloria haya,-creí se habrían dictado en mi defensa las providencias oportunas para mi reconocimiento; y si hasta aquel momento habría sido traidor el que lo hubiese intentado, ahora será el que no jure mis banderas, á los cuales, especialmente á los generales, gobernadores y demás autoridades civiles y militares, haré los debidos cargos cuando la misericordia de Dios, si así conviene, me lleve al seno de mi amada patria, y á la cabeza de los que me sean fieles. Encargo encarecidamente la unión, la paz y la perfecta caridad. No padezca yo el sentimiento de que los católicos españoles que me aman, maten, injurien, roben, ni cometan el más mínimo exceso. El orden es el primer efecto de la justicia; el premio al bueno y sus sacrificios, y el castigo al malo y sus inicuos secuaces es para Dios y para la ley, y de esta suerte cumplen lo que repetidas veces he ordenado. -Abrantes, 1.o de octubre de 1833.-Carlos María Isidro de Borbón,>>

DOCUMENTO NUM. II

SEGUNDO MANIFIESTO DE DON CARLOS

«Habiendo recibido ayer oficialmente la infausta noticia de haber sido Dios servido de llamar para sí el alma de mi muy caro y amado hermano el señor rey don Fernando VII (q. e. p. d.). Declaro: que por falta de hijo varón que le suceda en el trono de las Españas, soy su legítimo heredero y rey, consiguiente á lo que por escrito manifesté á mi muy caro y amado hermano, ya difunto, en la formal protesta que le dirigí con fecha 29 de abril del presente año; igualmente que á los consejos, diputados y autoridades, con la del 12 de junio.-Lo participo al Consejo para que inmediatamente proceda á mi reconocimiento y expida las órdenes convenientes para que así se ejecute en todo mi reino-Santarem 4 de octubre de 1833. -YO EL REY.-Al Duque presidente de mi Consejo. »>

«Conviniendo al interés de mis pueblos el que no se detenga el despacho de los negocios que ocurran... he venido en confirmar, por ahora, á todas y á cada una de las autoridades del reino, y mandar que continúen en el ejercicio de sus respectivos cargos.-Tendréislo entendido, etc., etc. Al Duque presidente del Consejo real.>>

DOCUMENTO NÚM. III

MANIFIESTO DE DON CARLOS AL EJÉRCITO

«Carlos V á los generales, oficiales, sargentos, cabos y soldados del ejército.

>>Llamado por Dios para ocupar el trono español, para defender su santa causa y hacer felices á mis pueblos, me esmeraré y desvelaré hasta conseguirlo, ayudado de los conocimientos y consejos de las personas de mayor instrucción y probidad, que siempre tendré á mi lado. No lo dudéis, estos son mis deseos y única ambición. Quiero también llegar á tan dichoso término con una paz inalterable y sin que mi real ánimo, pacífico de suyo, se vea violentado á castigar sin disimulo á los que, desobedientes á mis paternales avisos, continúen obcecados y seducidos oponiendo resistencia á la legitimidad de mis derechos. No permita el Señor ponerme en tan apurado caso. Le pido, por el contrario, os inspire y llame á la conservación del honor adquirido juntamente con la lealtad y valor inseparables del carácter nacional uniéndoos á vuestro rey en la frontera de España, ó á las divisiones ó partidas que en muchas y diversas partes se han pronunciado en mi favor, á cuyos jefes, oficiales y sargentos concedo el ascenso inmediato y el correspondiente sueldo á las mujeres é hijos de los que perecieren en tan justa lucha, y un grado á los que de vosotros se presentasen en el término de un mes que señalo contado desde esta fecha, sin perjuicio de los demás á que vuestros esfuerzos y sacrificios os hagan acreedores en lo sucesivo; y á mis soldados las distinciones y minoraciones de sus empeños en el servicio que acordaré tan luego como la paz y circunstancias lo permitan.

>>Castello-Branco, 4 de noviembre de 1833. YO EL REY.>>

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