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CAPÍTULO III

ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO CARLISTA

Primeros triunfos de Zumalacárregui.-Capitulación de Orbaiceta.---Acción de Huesa. Espartero en Vizcaya.-Estado y vicisitudes de las facciones.

No por haberse retirado Sarsfield á Pamplona juzgó el caudillo navarro deber dejar de precaverse contra las operaciones que pudieran emprender Lorenzo y Oraá, y preparándose á hacerles frente escogió la posición que más ventajosa juzgó al efecto, situando su fuerza en el valle de la Borunda, en las inmediaciones de Nazar y Asarta. Al frente de sus batallones y á efecto de inspirarles á la vez confianza en sí mismos inculcándoles todo el vigor de la disciplina, mandó dar lectura del siguiente bando: «Don Carlos V, por la gracia de Dios rey de las Españas, y en su nombre don Tomás Zumalacárregui, comandante general de Navarra y jefe de las tropas de Guipúzcoa y Vizcaya: Hago saber á todos y á cada uno de los individuos de este ejército, que deseando cortar los abusos que acostumbra á haber, llegado el caso de un combate, se dictan los artículos siguientes:

>>1. Todo voluntario, cabo ó sargento, que volviese la espalda al enemigo sin expresa orden recibida al efecto, será privado en el acto de la vida.

>>2. Todo voluntario, cabo ó sargento, que en el acto del combate profiera las cobardes y alarmantes voces: que nos cortan... que viene la caballería... que no tenemos municiones ú otras de esta especie, sufrirá irremisiblemente la pena de muerte.

>>3. Todo voluntario, sargento y oficial que cuando le mandase su jefe acometer á la bayoneta no obedezca, será pasado por las armas.

>>4. El oficial que teniendo orden de defender un puesto lo abandonase ó no hiciese la defensa posible, sufrirá irremisiblemente la pena de muerte.

>>5. Asimismo será juzgado en consejo de guerra, y se le aplicará la misma pena, á todo jefe que dejase impunes los delitos que expresan los dos primeros artículos.

>>El presente bando se publicará al frente de los batallones.-Cuartel general de Nazar, 28 de diciembre de 1833.

>>El comandante general, Zumalacárregui.»

Al despuntar el siguiente día 29, ordenaba el jefe carlista las disposiciones conducentes á recibir á pie firme al enemigo, y era tal el ánimo que el veterano caudillo logró inspirar á su gente, que al dar éstos vista á las columnas de la reina, lejos de flaquear mostraron su impaciencia de venir á las manos, y respondieron con gritos de entusiasmo á la viril alocución con que su denodado jefe quiso dar mayor impulso al denuedo de sus soldados. «Navarros,-les dijo,-ved ahí la horda revolucionaria que recorre nuestros hogares y los asola. Vuestros padres, hijos y hermanos, al sufrir tantas vejaciones, no les atormenta el dolor, porque vive en

su corazón la firme esperanza de que han de llevar el castigo de su maldad. Si hoy no los escarmentáis, la vergüenza debe cubrir vuestro rostro al presentaros delante de una amada esposa, de un querido padre ó de vuestros tiernos hijos. Navarros, hoy es preciso que reverdezcan los laureles que en tantas victorias habéis recogido. Sea el sepulcro de los impíos este suelo ya regado con su sangre. Vale más no existir, que existir llevando escrito en la frente el baldón de cobardía. Todos los navarros han preferido la muerte á la ignominia. ¿Seremos nosotros menos? Nuestra patria, madre de tantos valientes, espera la libertad de vuestras bayonetas. No merecéis ser navarros si hoy no se la dais. ¡Viva Carlos V!»

Cuando una guerra civil llega á tener jefes del temple de Zumalacárregui, acaba siempre por formar soldados merecedores de este nombre, los que una vez que llegan á verse organizados, las guerras civiles se prolongan y acaban como debía concluir en Vergara la de que nos ocupamos, por una transacción honrosa.

También Lorenzo y Oraá quisieron arengar á sus batallones, y á su frente acometieron con empuje y valentía las posiciones que defendieron los carlistas hasta agotar sus últimas municiones, terminando la lucha por cargas á la bayoneta en las que la ventaja quedó por los cristinos, los que, aun á costa de pérdidas sensibles, se hicieron dueños de las posiciones que habían ocupado los carlistas. Pasaron éstos el rio Arquijas, retirándose á sus guaridas en dirección de Otero.

Aunque literalmente vencido Zumalacárregui, consideró, no sin falta de razón, que había obtenido un triunfo moral, no sólo en razón á las pérdidas que hizo sufrir á las tropas de la reina, sino principalmente á causa de haber adquirido la confianza de poder contar con combatientes disciplinados y obedientes á sus órdenes.

Interin Zumalacárregui daba descanso á sus tropas en las Amezcuas, Lorenzo y Oraá emprendieron un movimiento en dirección de Puente la Reina, cuyo punto trató el primero de fortificar á fin de cortar á los carlistas el libre paso del rio Arga.

Dirigiéronse éstos entonces al valle de Ayezcoa, penetrando en Roncesvalles, donde procuró hábilmente Zumalacárregui atraer á su partido los habitantes de aquellas comarcas, hasta entonces más inclinados á favor de la causa de la reina que á la de su competidor. Y no fueron por entonces insensibles aquellos montañeses á las artes del jefe carlista, pues le entregaron sin resistencia el armamento que poseían y que fué de gran precio para los navarros; docilidad que Zumalacárregui supo recompensar prescribiendo á sus soldados no molestar en manera alguna á los habitantes, é imponiendo severas penas á los que infringiesen esta orden.

Llenado que hubo el jefe carlista su objeto, tomó el camino de Lumbier, movimiento que habiendo hecho creer á Oraá que Aragón podía ser invadido, abandonó á Puente la Reina, los Arcos y Estella, no sin dejar estas poblaciones fortificadas al dirigirse en seguimiento del enemigo. Prevenido éste á tiempo, merced al excelente espionaje que tan cumpli damente servía la causa de don Carlos, supo deslizar á tiempo parte de sus fuerzas hacia Sangüesa, y el resto de ella, conducida por Zumalacárregui, marchó á Nagore; movimientos que indujeron á Oraá á dirigirse

en persecución de las fuerzas que conducía Iturralde y á Lorenzo á marchar en persecución de Zubiri, de cuyas resultas, y viéndose Zumalacárregui sin enemigos al frente, concibió el audaz proyecto de apoderarse de la fábrica real de Orbaiceta, guarnecida por doscientos hombres al mando del coronel Bayona. Llegado que hubo al frente de la población, intimó al jefe que la custodiaba la inmediata rendición de aquel punto, acompañada de la obligada amenaza de, en caso negativo, pasar la guarnición á cuchillo. No creyendo el coronel Bayona poder defender con éxito la posición, dió oídos á la propuesta capitulación, la que en efecto se llevó á cabo el día 27 de enero de 1831, á despecho de la oposición de varios oficiales de la guarnición que, movidos por el legítimo sentimiento de la honra militar, creían que la rendición debía ser precedida por hechos de armas cuyo resultado la hiciesen indispensable.

En un documento anexo al final del presente capítulo se halla el texto de aquella capitulación (1) que valió á los carlistas un punto fortificado, un cañón de bronce, gran repuesto de fusiles, cincuenta mil cartuchos y valiosos efectos de guerra, haciendo además doscientos prisioneros. La toma de la fábrica de Orbaiceta fué el preludio de las ulteriores conquistas de puntos fortificados por medio de los cuales debían adquirir los carlistas la excelente base de operaciones de que tanto partido supieron sacar. La noticia de la rendición de Orbaiceta estimuló el celo del general en jefe don Jerónimo Valdés, decidiéndolo á ponerse al frente de una columna de seis mil hombres con los que marchó en busca del temible enemigo cuya pericia y fama eclipsaba ya la de los generales de la reina. Ocupaba Zumalacárregui á Lumbier al frente de mil quinientos hombres, y sabedor por sus confidentes de la dirección que tomaba el enemigo, cambió de posición abandonando á Dometio, marchando en dirección de Navascués, desde donde se dirigió el 3 de febrero á ocupar una altura que juzgó ventajosa y que daba frente al pueblo de Huesa. De corto tiempo había dispuesto Zumalacárregui para ordenar su hueste en dicha posición, no obstante lo cual recibió el ataque de Valdés á pie firme, y aun disputándole con obstinación el terreno hubo de ceder á la superioridad del número y á la falta de municiones. Con la humanidad que le era característica, el general de las tropas de la reina recogió los heridos que el enemigo había dejado sobre el campo de batalla, recomendándolos al párroco de Huesa y prodigándoles todos los auxilios que su situación reclamaba.

Lejos de abatirse por aquel revés el hombre de hierro que capitaneaba las facciones, dió á luz su terrible circular, fecha 9 de febrero, por la cual prodigaba la pena de muerte á las autoridades que obedeciesen las órdenes del gobierno de la reina ó dejasen de obedecer á las dictadas en nombre de don Carlos, circular que la historia verá con horror, pero á la que no podrá negarse que su objetivo conducía á un fin altamente provechoso á la causa del pretendiente, atendida la situación respectiva en que se hallaban los beligerantes y al espíritu que animaba al país.

Otro hecho de armas igualmente honroso para Valdés siguió al dispu tado triunfo que había logrado en Huesa. Sabedor del peligro en que se

(1) Véase el documento núm. I.

hallaba la corta guarnición de Elizondo, sitiada por Sagastibelza al frente de seiscientos hombres, dirigióse á marchas forzadas en auxilio de los sitiados, á los que logró libertar de la suerte que había cabido á la guarnición de Orbaiceta.

Después de esta corta correría, Valdés se dirigió á Vitoria pasando por Pamplona, llevando consigo todas las fuerzas que halló disponibles, no sin haber al mismo tiempo reforzado á Lorenzo, encargado de seguir las operaciones de Navarra. Al llegar á Irurzún supo Valdés que quinientos. guipuzcoanos, á las órdenes de Alzá, habían penetrado en la Borunda, y se hallaban en Echarri-Aranaz. En su persecución destacó la fuerza de caballería que lo acompañaba, y siguió á Vitoria, donde llegado que fué, y descorazonado al ver la inutilidad de sus esfuerzos contra enemigos que siempre sabían eludir las combinaciones contra ellos dirigidas, y en posesión de un país que moralmente dominaban; resentido además de la conducta que achacaba al general Quesada, cuyas providencias y movi mientos de tropas consideraba como ingerencias contrarias á las atribuciones del general en jefe, y enfermo de cuerpo y de espíritu, dimitió Valdés un mando del que no esperaba sacar gloria, y en el que, por el contrario, veía una ocasión de desprestigio, y el menoscabo para su bien adquirida reputación militar. Antes de que Valdés llegase á ser reempla zado, tuvo lugar un pequeño combate en Agurdín, combate de resultados insignificantes, pero que ofreció un nuevo indicio de la buena organización que los carlistas iban adquiriendo.

Algo más serio acontecía por aquellos días entre Espartero, comandante general de Vizcaya, y los rebeldes La Torre, Zabala y Luqui, quienes se presentaron al frente de Guernica intimando la rendición del des tacamento que la guarnecía. Salió Espartero de Bilbao en auxilio de los sitiados al frente de mil trescientos hombres, que componían todas las fuerzas que le fué posible reunir. Aunque halló á los sitiadores en número muy superior, llevado del noble arrojo que siempre caracterizó á tan popular caudillo, arrolló las fuerzas enemigas y penetró en la población. Pero aquel acto de insigne valor no lo fué á igual grado de prudencia, pues al siguiente día los carlistas acudieron con considerables refuerzos y vióse Espartero tan apurado que no pudo menos de informar al general en jefe de la crítica situación en que se hallaba. Salió en su consecuencia Valdés de Vitoria en socorro de los sitiados el mismo día en que Espartero había tomado por asalto á Guernica, detúvose en Salvatierra y en San Vicente de Arana á dictar providencias conducentes á contrarrestar el rápido desarrollo que tomaban las facciones, y sabedor en dicho punto del inminente peligro en que Espartero se hallaba, agravado en gran manera por las frecuentes deserciones al enemigo de individuos de los cuerpos de la guardia real, dispuso Valdés que inmediatamente marchase el brigadier Benedicto con todas las fuerzas disponibles en socorro de Guernica. Pero antes que pudiese llegarle el requerido auxilio, el bizarro Espartero, después de haber sostenido cinco días de sangrienta lucha contra los sitiadores, aprovechó sagazmente la noche del 23 de febrero para abandonar el pueblo, burlando la vigilancia del enemigo y llevándose consigo los enfermos y el material de la guarnición.

En su marcha hacia Bilbao halló Espartero ocupado á Bermeo por un batallón carlista, al que sin vacilar atacó, causándole setenta muertos y haciéndole treinta y dos prisioneros, con cuyo trofeo entró en Bilbao por la noche del día 24.

Otro mayor descalabro, pero sin compensación, debían sufrir por aquellos días las tropas de la reina en Zubiri y Urdaniz. Después de haber dado algunos días de descanso á sus huestes en Navascués, dirigióse Zumalacárregui á Olague, y avisado dos leguas antes de llegar á este punto por un espía doble (que siéndolo á la vez de los cristinos los vendía para mejor servir la causa de don Carlos) de cuáles eran las posiciones que ocupaban Oraá en Zubiri y de la venta donde se hallaba su caballería, improvisó sobre la marcha uno de aquellos atrevidos golpes de mano que tan frecuentes son en los hombres de guerra. Mandó Zumalacárregui hacer alto á su división, y escogió cuatro compañías y la de guías ocultándose con ella en un cercano monte. A las doce de la noche y á la luz de una hoguera alimentada por trozos de roble que hizo abatir, dictó las órdenes siguientes: Que tres de las cinco compañías entrasen rompiendo un vivo fuego en el pueblo de Urdaniz, donde se alojaban quinientos cristinos; que otra compañía atacase á Zubiri, desde donde descansaba Oraá, ínterin la restante fuerza embestiría á la venta. Explicado por Zumalacárregui su plan á los que debían ejecutarle, y habiendo destinado para el mando de cada destacamento á los oficiales que más aptos le parecieron, marcharon éstos á ejecutar las órdenes de su jefe, y á las dos de la madrugada se rompió simultáneamente el fuego contra Zubiri y contra Urdaniz. Sorprendidos los cristinos trataron de hacerse fuertes en el primero de dichos pueblos, contestando vigorosamente al fuego desde las ventanas de sus alojamientos. En Urdaniz fué todavía la lid más sangrienta. Los sorprendidos en este pueblo, al ver penetrar en las casas á los carlistas, los recibieron con arma blanca, y usando de las mismas los contrarios, las escaleras y los zaguanes se convirtieron en un matadero de víctimas humanas.

Los carlistas que atacaron la venta se hicieron dueños de todos los caballos de la columna, dando muerte á los que no pudieron llevarse, siendo para ellos el fruto de aquella memorable sorpresa un rico botín de prisioneros y de caballos.

Repuesto Oraá del inesperado golpe, púsose en marcha en persecución del enemigo, pero hallando á Zumalacárregui á corta distancia ocupando fuertes posiciones, tuvo el buen acuerdo de detenerse para no empeorar la jornada.

Durante los mandos de Valdés y de Quesada, la defensa del territorio de la provincia de Vizcaya se halló confiada al denuedo y vigilancia del general Espartero. Hallábase en Durango el 22 de abril, cuando recibió el parte de que Cástor Andechaga al frente de mil de los suyos amenazaba á Portugalete, y con la serenidad y decisión que siempre caracterizaron los movimientos del patriota general, no se detuvo en Bilbao y siguió apresuradamente en busca del enemigo, el que en vano trató de oponerle empeñada resistencia en el puente de Burceña, que forzó Espartero, pasando sobre los cadáveres de sus enemigos, libertando á la población á precio

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