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enormes delitos, sobre la medida que se iba á tomar para descubrir á los causantes, y sobre que si ejecutado el reconocimiento no parecían y ellos no los señalaban, la suerte decidiría los que habían de sufrir la última pena. ¿Sería, Excmo Sr., la ignorancia de los autores, cuando todo el batallón se abandonó al pillaje y sacrilegios en La Bastida, y cuando para marchar á Subijana y Ulibarri se disfrazaron, faltaron de las compañías, volvieron á deshora de la noche, y no pudieron dejar de hacer presentes los efectos robados? De ningún modo la ignorancia, ésta no era posible. Luego, ¿por qué no los designaron? Porque siendo todos criminales, todos tenían por qué callar. Esta íntima convicción y el indispensable, el preciso castigo que había prometido ejecutar, forzó mi natural clemencia á obrar en justicia, y la suerte fué hecha, según manifesté á V. E., el mismo día al darle parte del acontecimiento. En el acto de la ejecución fueron delatados los autores del robo de Ulibarri: dos de ellos se habían ausentado sin licencia, pasando á esta ciudad desde su acantonamiento en Nanclares, sin duda para ocultar más bien las alhajas robadas; mandé en su busca, llegaron cuando iban á desfilar las tropas, y se suspendió la marcha hasta que fueron ejecutados, pues me pareció justo sufriesen el castigo. ¿Y cómo no serlo en vista de tales atentados? Hasta los mismos sacerdotes, capellanes de los cuerpos, que los confesaron lo encontraron justo. ¡Tales serían los crímenes que les revelarían! Si alguna injusticia se ha cometido, Excmo. Sr., es sola la de no haber hecho más general el escarmiento, y que éste hubiese abrazado á las clases superiores, tan delincuentes como los demás individuos del cuerpo, acostumbrados antes de ahora á la ejecución de tales crímenes, como podrá observar V. E. por lo que hasta ahora arroja la causa, estando bien seguro por los disgustos que me ha dado en el poco tiempo que ha estado á mis órdenes, que su comportamiento habrá sido constantemente igual, y que en vez de haber sido útil. habrá, como llevo expuesto, fomentado la rebelión. Tres hechos que no constan en el sumario, y que me han sido referidos extrajudicialmente, aumentan si cabe el grado de odiosidad que se ha adquirido y merece dicho cuerpo. 1. En la villa de Haro, habiendo cometido un robo en una tienda, acudió un oficial del ejército á extraer lo robado al individuo chapelgorri que lo tenía, y estando el batallón en la plaza se amotinó mucha parte de él contra el oficial y milagrosamente escapó con vida.

2.° Habiéndoles faltado un día la ración, se amotinaron igualmente y fué necesario mucho trabajo para hacerles entrar en orden.

Y 3. Ha llegado su impiedad hasta el extremo, según me han informado personas respetables, de ensartar los crucifijos en las bayonetas y en una taberna servirles de vaso un copón y en seguida de orinal.

Creo no acabaría, Excmo. Sr., si se fuesen á inquirir y á averiguar sucesos de esta especie; pero en el caso de que V. E. halle oportuno y político se eche un velo sobre lo pasado, considero que ya, habiéndose hecho moción en el Estamento de señores procuradores reprobando el castigo y aventurando ligeramente ideas en favor de dicho cuerpo, hasta con la arrogancia de reservarse pedir la cabeza del culpable, aludiendo al que mandó el expresado castigo; considero, repito, conveniente al decoro de V. E. que halló justas razones para aprobarle, según la orden que también va en la

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causa, á mi reputación jamás desmentida, al honor del ejército y la conservación de su disciplina, que el mencionado batallón franco de voluntarios de Guipúzcoa quede disuelto y diseminada su fuerza, en términos que vigilada individualmente no vuelvan á reproducirse jamás tamaños atentados. V. E., sin embargo, resolverá lo que crea más conveniente. Dios guarde á V. E. muchos años. Vitoria 4 de enero de 1836. - Excmo. Sr. Baldomero Espartero.-Excmo. Sr. general en jefe de los ejércitos de operaciones del Norte y de reserva.

DOCUMENTO NÚM. II

ADICIÓN Á LA ORDEN GENERAL DEL 16 DE DICIEMBRE DE 1835
DADA EN LOGROÑO

El mariscal de campo don Baldomero Espartero, comandante general de las Provincias Vascongadas, en cumplimiento de lo prevenido en las Reales Ordenanzas y en las disposiciones consignadas en la orden general del ejército y con arreglo á ellas, ha hecho pasar por las armas á diez individuos del batallón de voluntarios de Guipúzcoa, por haber robado vasos sagrados y otros efectos de particulares, haber herido á los curas de Ulibarri y Subijana y cometido otros excesos. Por doloroso que sea este acontecimiento al Excmo. Sr. general en jefe, para quien es tan preciosa la vida de los soldados de este ejército, tantas veces expuesta en obsequio de sus deberes militares, del trono de su reina, de la libertad y gloria de su patria, el acto de justicia que en obsequio de la disciplina ha ordenado la firmeza del general Espartero, no sólo ha merecido su superior aprobación, sino que ha resuelto se haga pública en la orden general del ejército, buen testigo del valor brillante de este general no menos que de su amor al soldado. No necesita S. E. encarecer á los demás generales y jefes la obligación, la conveniencia de reprimir con castigos ejemplares, fundados en el rigor de las leyes militares, los desórdenes de la disciplina, que si se multiplicasen harían vanos, inútiles, los esfuerzos del valor en medio de los combates y mancillarían esa bella reputación de virtud de que gozan los soldados de este ejército y que han sabido granjear á costa de tantas penalidades y peligros. No; el Excino. Sr. general en jefe, á quien tantas veces han enajenado de placer y arrebatado aplausos que han podido oir los enemigos en el campo de batalla, el valor ardiente, el desprecio de los riesgos de los soldados de Isabel II y de la libertad, así como está resuelto firmemente á no tolerar crimen ni defecto alguno contrario á la disciplina y no disimular nada en esta parte á los oficiales y jefes, cuyo ejemplo y autoridad debe bastar á reprimirlos, así también se lisonjea de que no necesitará acudir á los medios que su alto deber le impone. El valiente es noble, es generoso, los defensores de la causa más pura y más gloriosa no pudieran empañar su brillo con la más fea mancha, ni un cortísimo nú mero menoscabar con su irregular conducta el mérito eminente de la inmensa mayoría de los soldados virtuosos que componen el ejército y que son el ornamento y orgullo de su patria. El general jefe de la P. M. G., Marcelino Oraá.-Es copia.-Isidro Alair.

CAPÍTULO VII

EXPEDICIÓN Á CATALUÑA DE UNA DIVISIÓN DEL EJÉRCITO CARLISTA DEL NORTE

La operación militar cuya recomendación fué objeto ostensible del viaje de Cabrera al real de don Carlos, si bien no acogida en los momentos que aquél la inició, fué idea que trabajó la mente de los consejeros del Pretendiente, por los que en los primeros días de agosto se dispuso la salida para Cataluña de una fuerte columna cuyo mando fué confiado al brigadier Guergué, realista de larga tradición, pues ya había militado en las facciones alzadas contra el régimen constitucional de 1822 y 23, en cuya época sirvió á las órdenes de Eguía (Coletilla) y de Quesada, siendo por consiguiente Guergué hombre de cuya larga carrera en la milicia y de cuyos servicios esperaba mucho la causa de don Carlos.

Púsose dicho jefe en marcha el 8 de agosto al frente de 2,433 infantes y 150 caballos.

Habíanse hecho bastante notorios los preparativos de la proyectada. expedición para que no se tuviese anticipada noticia de ella en el cuartel general del ejército de la reina, en cuya atención dispuso Córdova que el brigadier Gurrea saliese al encuentro de Guergué. Mas logró éste evitar la acometida, y pasando por Zubiri, Nagorin y Oscoide, penetraba en Aragón el día 13.

Aunque Gurrea fué destacado en su seguimiento, habíase quedado atrás en su marcha y no pudo impedir que la expedición entrase en Huesca el 16. Halló el jefe carlista la ciudad sin defensores por haberla abandonado el depósito de quintos. Hizo su ostentación de celo religioso y de táctica política, asistiendo á un solemne Te-Deum y entregando al obispo de Barbastro la plata de las iglesias que había mandado recoger el gobierno. Indultó á los nacionales que se presentasen haciendo entrega de sus armas en el término de 48 horas; llamó al servicio activo á todos los ex oficiales de la milicia realista y dirigió á los habitantes del alto Aragón una exhortación en la que aludiendo á los desórdenes de Zaragoza, de Barcelona y otros puntos, decía:

«¿Será posible que en medio de tantos males, como tan de cerca os amenazan, permanezcáis por más tiempo en un criminal silencio? No cabe tal pusilanimidad en pechos aragoneses; la nación entera espera salvarse por vuestros esfuerzos; dejad vuestras faenas y corred presurosos á inscribiros en las banderas de vuestro legítimo soberano, bajo las cuales hallaréis á los heroicos navarros y castellanos, que no dejando ya enemigos que combatir en aquel país, vienen á abrazaros como amigos y ayudaros como vecinos; en sus filas brilla la virtud, la subordinación militar y el honor, prendas que también os son inherentes, con las cuales quedan en todas partes desvanecidas las diatribas con que nuestros enemigos han tratado de denigrarnos; abrazad esta resolución con la lealtad que os es característica, y en breve acabaremos de allanar el camino del trono del mejor de los Reyes. -Vuestro comandante general y compañero, Juan Antonio GuerguéHuesca 16 de agosto de 1835 »

Completó el jefe expedicionario las medidas adoptadas en aquella primera etapa de su marcha, con la formación de un batallón compuesto de los voluntarios que se unieron á sus filas

Además de la columna de Gurrea, el general Montes, jefe militar de Aragón, se había puesto en seguimiento de Guergué, pero éste eludió el encuentro pasando el río Cinca, habiendo tenido además la suerte de encontrar en su marcha y de hacer prisioneros á los urbanos de Tamarite y de Alcamper que iban á reunirse á Montes. Continuando su marcha llegaron los expedicionarios á Tremp, cuya guarnición había evacuado aquel punto, en el que se engrosó la expedición con 500 hombres que la trajo el partidario Borges.

En los siguientes días presentóse el coronel de voluntarios realistas don Jacinto Ortéu con un refuerzo de 3.500 reclutas, y el 26 del mismo mes dos oficiales del regimiento de Zamora de destacamento en Orgañá, desarmaron á los urbanos de dicho pueblo y se pasaron á los carlistas con los treinta soldados que mandaban,

En los últimos días de agosto ocupó Guergué el pueblo fortificado de Oliana, cuya guarnición lo había abandonado; pero los liberales de la comarca tocaron á somatén, y su estrépito, oyéndose en dirección de la comarca que habia de atravesar Guergué, le impuso y detuvo algún tanto su marcha. No encontraba la expedición recursos, la tropa iba despeada y descalza y empezaron las murmuraciones oyéndose voces de volver á las provincias.

Quebrantada la confianza del jefe carlista, pensó éste en regresar á Navarra y al efecto dividió su gente en dos columnas, confiando una al coronel don Juan O'Donnell y conservando la otra bajo sus inmediatas órdenes. Sabedor de que Montes ocupaba á Barbastro, y no pudiendo vadear el Cinca, crecido por las avenidas, retrocedió Guergué á Graus donde se reunió con don Juan O'Donnell con intento de atravesar el río en las barcas, de las que no pudo al cabo hacer uso, por haberlas retirado Montes río arriba. Al mismo tiempo vióse Guergué contrariado por otra novedad. Recibido que hubo la noticia de que la legión francesa ocupaba á Tremp, era su situación de tanto mayor apuro cuanto que Pastors se hallaba en Gerri. Encontrándose cercado y sin salida deliberaba Guergué con los jefes de su columna, entre si tendría que capitular ó buscar refugio en el territorio francés, cuando vinieron á sacarlo de aquel conflicto las falsas confidencias que dejaron ignorar á Pastors la situación del enemigo, por lo que evacuando aquél prematuramente á Gerri dejó abierto el único paso por donde los carlistas podían escapar. Tomaron éstos entonces la dirección de la alta Cataluña y encontráronse el 14 de setiembre entre Orgañá y la Seo de Urgel con la gente descalza y hambrienta, teniendo á Gurrea á retaguardia, á Pastors á la izquierda, otras fuerzas liberales á la derecha y delante el río Segre. La indisciplina había hecho progresos entre los expedicionarios y para aquietarlos recurrió Guergué al expediente de repartirles el dinero de que pudo disponer, medida que permitiendo á su gente comprar vituallas, apaciguó su descontento, logrando por último la columna pasar el Segre y entrar en Oliana, donde tuvieron un descanso de tres días y pudieron proveerse de calzado.

La retirada de la brigada de Gurrea llamado por órdenes superiores á reincorporarse al grueso del ejército de operaciones y el hallarse de nuevo Guergué en territorio catalán, colocó á Pastors en situación muy crítica, toda vez que tenía delante y á los costados todas las facciones del país que se habían reunido á Guergué.

Corta y abigarrada fué la campaña que en las comarcas fronterizas de Aragón y Cataluña se afanó por mantener Guergué al terminar el año 1835. Al grueso de las facciones vinieron á reunirse por aquellos días los batallones primero de Vich y primero del Ampurdán, fuertes de setecientos hombres cada uno, fuerzas que levantadas por don Jaime Guitart conducía éste en auxilio de Guergué. En marcha para Castellfollit la vanguardia carlista, encontróse con dos compañías del regimiento de América, las que retrocedieron y ocuparon un caserío vecino en el que se hicieron fuertes, resistiendo por espacio de 24 horas, al cabo de las cuales tuvieron que rendirse. Tres oficiales y 130 soldados tomaron partido con los carlistas, los que cumpliendo lo estipulado con los que tan bizarramente se habían defendido, dejaron fuesen á incorporarse libremente á sus banderas á dos oficiales y 23 soldados.

Llegados los carlistas al pueblo de Lledó, intimaron á su guarnición que les franquease la entrada, propuesta que fué valerosamente resistida por los urbanos, á quienes cupo la buena suerte de que Guergué, que sin duda daba superior importancia al movimiento que había emprendido, no quisiese detenerse á un asedio formal.

Pero los defensores de Lledó, en la persuasión de no tener ya carlistas delante, salieron al campo, y hallábanse por él diseminados, cuando vinieron á caer en manos de un batallón de los expedicionarios que habiendo quedado algo rezagado seguía á incorporarse con la división.

Como las fuerzas liberales que operaban en Cataluña eran muy inferiores en número á las facciones, Guergué pudo recorrer impunemente el rico Ampurdán, haciendo abundante acopio de armamento, de caballos y de dinero.

El 5 de octubre hallábanse concentradas las facciones de Valls, Tristany, Masgoret, Grau y otros cabecillas en fuerza de 5,000 hombres y quiso aprovechar Guergué la circunstancia de hallarse en fuerza para sitiar á Olot, punto que tampoco se rindió y del que se alejaron los carlistas, más aficionados á merodear que á combatir. Quedó O'Donnell encargado de vigilar la comarca, ínterin Guergué se dirigía hacia la frontera francesa con ánimo de proteger la entrada del conde de España, que no llegó á efectuarse por haber sido dicho general detenido por la policía del vecino reino.

Con motivo de este suceso corrió válida la especie de que el de España había dado él mismo aviso á la autoridad francesa para que su arresto le sirviese de pretexto para sustraerse al compromiso de entrar en Cataluña, donde no era por lo demás querido ni deseado por los cabecillas, temerosos de la conocida rigidez del antiguo capitán general del Principado.

Al internarse Guergué en el corazón de las provincias catalanas, la junta que se titulaba gubernativa y que componían don Roque Carral, don José Montaner, don Juan Pedro Sanz, don Narciso Ferrer, don Sebastián Mun

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