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DOCUMENTO NÚM. I

CAPITULACIÓN DE ORBAICETA

Capitulación de la real fábrica de Orbaiceta, de la que es director el coronel don Manuel Bayona, acordada entre los señores oficiales don Miguel Gómez, coronel de infantería y jefe de E. M. del ejército de don Carlos V en Navarra, el primer ayudante general del mismo don Juan Antonio Zaratiegui, y los señores oficiales del ejército de doña Isabel II, don Esteban Díaz Aguado, coronel de infantería y capitán del real cuerpo de artillería, y el subteniente del mismo cuerpo don Matías Brayuelos.

Artículo primero.-La tropa existente en la fábrica dejará las armas, conservando los equipajes, y los señores jefes y oficiales conservarán los equipajes y armas.

Art. 2. Quedan inclusos en el artículo anterior todos los operarios y dependientes de la fábrica para conservar sus equipajes.

Art. 3. A todos los once jefes y oficiales y demás individuos de tropa y dependientes de la fábrica que quieran salir de ella, se les facilitará pasaporte para donde lo pidan.

Art. 4. Todos los operarios podrán quedarse continuando sus traba jos, y se quedarán también los once jefes del ramo de cuenta y razón que voluntariamente quieran, para seguir la del establecimiento.

Art. 5. Serán entregadas á un comisionado que se nombrará de las tropas de S. M. don Carlos V, las armas, cartuchería de fusil y granadas de mano (cargadas) que existen en la fábrica, entregando el competente recibo.

Art. 6. Todos los caudales que existan en la fábrica y los que puedan recibirse, tanto pertenecientes al material como al personal, serán inviolables.

Art. 7. Todos los once jefes y oficiales, tanto de tropa como del ramo político de artillería, que tengan que salir de la fábrica, lo podrán hacer en los días 28 y 29 del presente mes, y la tropa como más amovible en todo el día 28.

Art. 8. Un individuo que existe en la fábrica pasado del ejército de S. M. don Carlos V, queda incluso en los artículos que hablan de la guarnición.

Art. 9. Si algún artículo admitiese duda ó interpretación, será concebido á favor de la guarnición.

Real fábrica de Orbaiceta, 27 de enero de 1834.-Miguel Gómez. — Juan Antonio Zaratiegui.-Esteban Díaz Aguado.-Matías Brayuelos.— Apruebo la antecedente capitulación.-El comandante general, Zumalacárregui.

ΤΟΜΟ ΧΧ

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CAPÍTULO IV

GENERALATO DE DON GENARO QUESADA

Sus planes de campaña.-Sus negociaciones con Zumalacárregui.-Ruptura de éstas. -Las represalias.-Operaciones militares.-Acciones de Muez y de Galima.-Juicio sobre el mando de Quesada.

La guerra civil de los siete años, destinada á gastar el concepto militar de los generales que de más reputación gozaban, vino á poner á prueba la del honrado don Genaro Quesada, recientemente agraciado con el título de marqués del Moncayo, á quien se confió el mando del ejército de operaciones en reemplazo del dimisionario don Jerónimo Valdés. Habíase señalado Quesada por su celo ardiente en defensa del realismo puro durante los tres años que constituyeron el segundo período del régimen constitucional. En aquella época mandó las facciones que pelearon en las provincias del Norte, servicios que le valieron al general todo el favor de Fernando VII; pero sensato y generoso no participó Quesada de los furores de la implacable reacción que á tantos excesos condujo, y antes al contrario formó con los Córdovas, los Eroles y más tarde Llauder la parcialidad moderada del campo realista. Enalteció grandemente el carácter del marqués del Moncayo la noble conducta que abservó en 1831 con la brigada de marina sublevada en la isla de San Fernando y á la que rindió en los campos de Veger. En aquella ocasión no vaciló Quesada en contraer la envidiable responsabilidad de no dar cumplimiento á la orden del gobierno para que diezmase á los prisioneros. Tuvo la firmeza de mantener la palabra que les había dado de concederles la vida, y temeroso de no salir con su empeño respecto á los jefes y oficiales, les facilitó la huída y los medios de buscar un refugio en Tánger. Las opiniones políticas de Quesada habían progresado desde entonces; llegando á liberalizarse hasta el punto de no rechazar las doctrinas más populares con tal que no se le hablase de la Constitución de 1812 contra la que observaba invencible inquina.

Dejamos anteriormente hecha referencia de las desavenencias que surgieron inmediatamente después de la muerte del rey entre Quesada y el gabinete Cea Bermúdez, y de cuyas resultas fué aquél separado del mando de la guardia real y destinado á la capitanía general de Andalucía, puesto que no quiso aceptar, pero dificultad que allanó su nombramiento para la de Castilla la Vieja. En este puesto desplegó grande energía é inteligencia contra la facción de Merino y otros cabecillas, á los que arrojó al territorio portugués, habiendo mostrado igual actividad y celo para secundar las operaciones contra los carlistas de Aragón y de Navarra. El nombramiento de Quesada para general en jefe del ejército del Norte fué, en consecuencia, muy bien recibido por la opinión, infundiendo esperanza de que bajo su dirección la guerra variaría de condiciones. A esto se dirigieron en efecto los primeros planes del nuevo general en jefe. Vese, por lo que va relacionado, cuánto habían mejorado las facciones del Norte en disciplina. y en cualidades militares en los pocos meses de mando que llevaba Zuma

lacárregui. Enteramente dueños del país los carlistas por las simpatías de la inmensa mayoría de los habitantes, no necesitaban mermar sus columnas con guarniciones ni se les importaba abandonar puntos de los que estaban seguros de posesionarse en breve. El aspecto de la guerra había variado; el enemigo que antes corría á la proximidad de las tropas de la reina, ahora las esperaba á pie firme, y cuando no lograba vencerlas economizaba la propia sangre para emplearla con mayor fruto.

El historiador que aspire á hacer justicia á los hombres de la época cuyas vicisitudes bosquejamos, no podrá menos de reconocer haber sido Quesada el precursor del sistema de guerra que más tarde ilustró al general don Luis Fernández de Córdova, y cuyo lauro tenía la fortuna guardado en reserva para que don Baldomero Espartero lo cogiese en los campos de Vergara. En efecto, Quesada tuvo el primer pensamiento de terminar la guerra civil por medio de negociaciones que, sin desdoro para el gobierno ni sacrificio de los principios que la causa de la reina representaba, hicieran caer las armas de las manos de hermanos obcecados que inhumanamente se degollaban.

A este fin entró en relaciones con don Tomás Zumalacárregui, que había servido á sus órdenes, y á quien acababa de rendir espontáneamente el servicio de poner en libertad á su esposa presa en Puente la Reina.

Para el mejor éxito de su generosa aspiración buscó Quesada la cooperación de don Miguel de Zumalacárregui, hermano del general carlista, antiguo diputado á las Constituyentes de Cádiz y consecuente liberal. El objetivo de Quesada no iba más allá de tranquilizar á los vascongados sobre el mantenimiento de sus fueros y de garantizar á los jefes y oficiales que habían alzado bandera de rebelión, la conservación de sus grados, empleos y honores, abriéndoles la puerta para mayores adelantos.

A mucho más visaba el levantado espíritu del caudillo carlista. Habíase propuesto fundar su gloria en el triunfo de una causa que por ser popular en las provincias de su mando creía poder imponer al resto de las de España; esperanza que, si bien exagerada, no era del todo absurda, cuando una gran parte de la nación aclamaba á aquella bandera á la que la temprana muerte del caudillo navarro privó en gran parte de las pro- babilidades de triunfo con que éste se lisonjeaba.

No es necesario decir más para que desde luego se comprenda que las negociaciones abiertas por Quesada no podían realizar el generoso propósito del patricio honrado que las inició. Llevado del pensamiento que acaba de ser indicado, dirigió el general su primera carta á Zumalacárregui, á la que éste contestó en términos evasivos y con la evidente intención de ganar tiempo. Volvió á estrecharle Quesada con palabras amistosas, proponiéndole una entrevista á la que tampoco accedió el jefe carlista alegando frívolos pretextos. La correspondencia entablada fué agriándose por grados hasta el extremo de que por parte de Zumalacárregui no quedase duda de que no quería tratar, produciendo este resultado sobre el franco y levantado espíritu de Quesada una irritación que agotó su paciencia y lo condujo á apelar á las armas con la energía que le era habitual.

La astucia y sagacidad, cualidades dominantes en un jefe de partido,

no abandonaron á Zumalacárregui en el importante paso de sus negociaciones con Quesada. Quiso cubrir con la opinión del ejército de su mando el desenlace que se había propuesto dar al asunto, y reuniendo á sus principales jefes, leyóles las cartas de Quesada y sus contestaciones, pidiendo el consejo y parecer de sus compañeros para la resolución de negocio de tanto empeño. No era dudoso que la mayoría de la oficialidad carlista, entusiasmada por las parciales ventajas que habían comenzado á obtener, y ebrios de esperanza de futuros triunfos, propendía á la continuación de la guerra; pero tampoco es dudoso que el ascendiente de Zumalacárregui habría sido más que suficiente para inclinar la deliberación en el sentido de la paz. Mas como el caudillo navarro tenía ya decidido lo que quería hacer, puso en boca del hombre de su mayor confianza, el general Zaratiegui, los argumentos de empuje y de pasión más propios para enardecer los ánimos, y tomando pie de un discurso que él había inspirado, afectó la modestia de no haber querido adoptar la resolución que ya tenía, de romper las negociaciones, sin conocer antes la opinión de sus compañeros de armas.

Al siguiente día de la reunión en la que por unanimidad se decidió continuar la lucha sin descanso, formó Zumalacárregui sus batallones, á cuyo frente hizo leer el manifiesto en el que se daba cuenta de las negociaciones seguidas con Quesada, documento en el que se disimulaba el lado favorable de las condiciones propuestas por el general de la reina, y se hablaba á la pasión de guerra que animaba á los vascongados y

navarros.

Siguió á estos incidentes la inmediata ruptura de las hostilidades, á los que sirvió de preludio por parte del general Quesada la publicación de un bando, fecha 11 de marzo, cuyo tenor ofrece el más vivo testimonio del encarnizamiento que tan duro contraste debía ofrecer con las medidas conciliadoras á que nos hemos antes referido.

Pocos días antes que la correspondencia entre los dos generales hubiese tomado las proporciones que acaban de ser relatadas, pero cuando ya había cesado la especie de tácito armisticio que por algunos días suspendió las operaciones, intentó Zumalacárregui apoderarse de la ciudad de Vitoria, siendo rechazado y teniendo que retirarse hacia Salvatierra noticioso de la aproximación de Espartero que acudía de Vizcaya en busca del enemigo. Al abandonar los carlistas el asedio, el comandante general de Álava, Osma, mandó fusilar tres paisanos acusados de espionaje, hecho que adquirió funesta importancia en concepto de Zumalacárregui, por atribuirse á los ajusticiados el carácter de oficiales de la facción.

Grandemente irritado el campeón navarro al saber el sacrificio de sus adictos, llevó el frenesí de la venganza hasta el extremo de poner en capilla y pasar por las armas ciento veinte tiradores alaveses que sorprendió é hizo prisioneros en la mañana en que tuvo lugar el antedicho encuentro. Dos únicamente de aquellos desgraciados debieron la conservación de su vida á la generosa intervención de Villareal.

Entre las operaciones emprendidas por los carlistas durante el mes de marzo, no debe ser pasada en silencio la atrevida tentativa de hacerse dueños de Portugalete, intento que con gallardía y arrojo frustró el briga

dier Espartero, quien en aquel día conquistó su faja de general. La acción fué muy reñida y dejó el campo literalmente cubierto de cadáveres.

Promulgada que fué la especie de reiteración de declaración de guerra que por algunos días tuvo suspenso el curso de las antedichas negociaciones, y á que puso término la publicación del bando de Quesada, movió éste su cuartel general el 23 de marzo, dirigiéndose á Lumbier, en cuyas inmediaciones creyó poder encontrar á su adversario. Apercibido éste de lo cercano que se hallaba el momento de medir sus fuerzas con el irritado general, cuyas amistosas proposiciones había despreciado, dividió su hueste en dos cuerpos, confiando el mando de uno de ellos á Eraso y conservando el otro bajo sus inmediatas órdenes. Igual distribución de su fuerza había hecho Quesada, disponiendo que las que confió al mando del barón de Meer marchasen por Domeño á Izo, siguiendo la línea del río Salazar, ínterin él se dirigía en persona con el resto de sus tropas en dirección de Areta.

Informado en su marcha de que Zumalacárregui había pasado aquel puerto, y calculando que habría tomado la dirección de Aoiz, se dirigió á este punto, donde pudo cerciorarse de que se había equivocado respecto á la dirección que llevaba el enemigo, mas habiéndola éste variado de nuevo en cuanto tuvo noticia de la aproximación de las tropas de la reina, salvaron los carlistas la áspera sierra que los separaba del río Irate y vadeándolo tomaron el camino de Itoiri y Zulzarren.

En el entretanto, el general Lorenzo, que desde los Arcos observaba los movimientos de Eraso, suponiendo que iba á reunirse con Zumalacárregui, se corrió hacia Estella para mejor seguir los pasos del primero y hacer frente al segundo si penetraba en el territorio de su mando. Realizóse esta previsión, no habiendo tardado en invadirlo los batallones navarros, conducidos por Zumalacárregui, el que bajando por Tafalla y aproximándose á Estella, sostuvo con Lorenzo el 21 de marzo el rudo combate de Muro, acción reñidísima en la que fueron recíprocamente tomadas y vueltas á perder posiciones por ambos bandos, quedando sin embargo el campo por los carlistas, toda vez que Lorenzo tuvo que retirarse á Estella.

Pocos días después, ínterin Quesada maniobraba contra Eraso por la parte de Lumbier, franqueaba Zumalacárregui el Ebro, y á la cabeza de 2,800 infantes y 200 caballos entraba en Calahorra, que tuvo sin embargo que abandonar apenas la hubo ocupado, dirigiéndose á Lerín.

La siguiente operación que emprendió el jefe carlista, fué la de salir al encuentro del general Quesada, que de Vitoria se dirigía á Navarra custodiando un convoy con una fuerte suma de dinero para el ejército. Era el plan de Zumalacárregui defender el paso de los puertos de Ciordia y Olazagoitia, lo que adivinado por su veterano adversario dispuso éste que el convoy y la artillería tomasen la dirección de la izquierda para pasar el río cerca de la venta de Alsasua, con lo que quedó desembarazado para el combate que tuvo que sostener hasta llegar á Segura con el convoy, resultado que costó sensibles bajas á los cristinos y algunas también de importancia á los carlistas, cuyos jefes, Villareal y Goñi, salieron heridos.

Irritado Quesada de tanta audacia de parte del enemigo, y en combi

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