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rado hasta las heces el cáliz amargo de la expatriación, merced á las inicuas maquináciones de los que siempre se declararon enemigos de Dios y de los tronos! Vengo á cumplir con las leyes de la gratitud, animado de los más vehementes deseos de hacer el bien de mis amados vasallos. Mi tierna y constante solicitud se cifrará en procuraros los beneficios de la paz y las ventajas de un gobierno enérgico pero paternal, tan pronto como con el auxilio del cielo, el valor de mis leales soldados y el apoyo de los augustos monarcas que simpatizan con mis desgracias y me brindan con su cooperación, logre dar cabo á una lucha desastrosa que angustia mi corazón y le llena de desconsuelo. Españoles: resuelto á conquistar con la espada lo que de derecho me pertenece, quiero antes agotar todos los recursos de mi soberana clemencia: con la misma satisfacción con que premiaré el mérito y la fidelidad sabré olvidar pasados extravíos, si un arrepentimiento sincero acompañado de una prueba positiva de adhesión á mi real persona me aseguran de toda ulterior conducta. Mi natural benignidad y la firmeza de mi carácter son las garantías que ofrezco para el religioso cumplimiento de mi augusta palabra. Españoles: mostraos dóciles á la voz de la razón y de la justicia: economicemos la sangre española; y con la oliva en la mano en lugar del cruento laurel, corramos presurosos al fin de males que lloro y al goce de la felicidad que os prometo.-Palacio Real de Elizondo á 12 de julio de 1834.-CARLOS.

DOCUMENTO NÚM. IV

PROCLAMA DE DON CARLOS AL EJÉRCITO

Soldados: se han cumplido mis deseos; estoy entre vosotros: tiempo há que ansiaba este momento: conocéis mis constantes esfuerzos para conseguirlo. Mi paternal corazón rebosa en la más dulce satisfacción al contemplar vuestros gloriosos hechos que serán transmitidos á la más remota posteridad.

Voluntarios y soldados, vuestros sufrimientos, vuestras fatigas, vuestra constancia, vuestro amor y vuestra adhesión legítima á mi real persona, son la admiración de todas las naciones que no saben cómo elogiar vuestra heroica conducta. Marchemos todos, y yo á vuestro frente, á la victoria: ella si siempre me es dolorosa por ser sangre española la que se derrama, quiero conservarla y por lo mismo acojo desde luego bajo mi regio manto á los seducidos y engañados que dóciles á mi voz depusieren las armas; mas si, lo que no espero, hubiese alguno que insista en su ceguedad, será tratado como rebelde á mi real persona. Tan compasivo con los arrepentidos, seré inexorable con los contumaces.

Y vosotros, fieles y valientes guerreros, reuníos todos en derredor de vuestro caudillo, vuestro padre. Reine entre vosotros la disciplina más severa: la más ciega obediencia á vuestros jefes; en ella está la fuerza y en la fuerza la victoria que Dios prepara á la justicia.

Generales, jefes y oficiales: voluntarios y soldados; estoy agradecido á vuestros servicios relevantes y no dudéis que sabrá premiaros vuestro rey, CARLOS.

DOCUMENTO NÚM. V

PRIMER DECRETO DE DON CARLOS FECHADO EN ELIZONDO

Por real orden de 12 del corriente mes se ha dignado el Rey N. S. resolver que se imprima y publique nuevamente el real decreto que sigue:

El Rey N. S. se ha servido dirigirme el real decreto siguiente.-Privado de la pacífica posesión del trono español por la usurpación, estoy muy lejos en estos momentos de que mi silencio pueda dar la más mínima sombra de valor á sus actos. Declaro nulos y de ningún efecto sus empréstitos, así como los demás actos: y sólo Yo sentado pacíficamente sobre mi solio, sabré pesar aquellos que hayan sido puramente necesarios para la conservación de la sociedad. Tendréislo entendido así y dispondréis su publicación. Está señalado de la real mano en Évora (ciudad), á 29 de mayo de 1834.-Joaquín, obispo de León, secretario de Estado y del despacho universal.

Lo traslado á V. para que por su parte le dé la publicidad conveniente á fin de que llegue á noticia de todos los españoles la expresa voluntad de S. M.

Dios guarde á V. muchos años.-Elizondo 12 de julio de 1834.—El Conde de Villemur.

DOCUMENTO NÚM. VI

INDULTO EXPEDIDO POR DON CARLOS

Restituído felizmente á los brazos de mis fieles españoles y bien enterado mi real ánimo de las tristes y desastrosas ocurrencias á que ha dado margen el empeño de algunos en sostener el pretendido derecho de mi amada sobrina doña Isabel de Borbón al trono á que soy llamado por la ley fundamental del Estado; deseoso asimismo de poner término á una guerra tan funesta á los intereses públicos como á las fortunas privadas de mis caros vasallos, y compadecido mi paternal corazón de los que por seducción, por debilidad ó por ignorancia han tomado las armas contra los valientes defensores de mis legítimos derechos, condescendiendo con los sentimientos de que abunda mi corazón, he venido en decretar los artículos siguientes.

Artículo 1. Quedan indultados, salvo el derecho de tercero, todos los generales, jefes, oficiales y soldados que en el término de quince días contados desde la fecha de este mi real decreto para Navarra y Provincias Vascongadas, y en el de un mes para las restantes de la Península, depusieren las armas y reconociendo mis legítimos derechos se presentaren á mí ó á cualquiera de los generales y jefes que con gloria de su patria defienden mi justicia.

Art. 2. A los generales, jefes y oficiales que se acogieren al artículo precedente conservaré los empleos y grados y condecoraciones que hu

biesen obtenido antes de la muerte de mi augusto hermano el Rey don Fernando VII (q. e. g. e.).

Art. 3. Los individuos de la clase de tropa que igualmente se acogieren al artículo 1.o, obtendrán sus licencias absolutas con sujeción á los nuevos reemplazos del ejército para el tiempo que les faltare de su empeño si no quisieren continuar en mi servicio durante la presente guerra, pero los que continuaren la obtendrán luego de finalizada como cumplidos.

Art. 4. Los sargentos y cabos comprendidos en el artículo anterior, que terminada la guerra actual continuasen en mi real servicio, obtendrán el empleo inmediato, y los soldados cuatro años de abono para los premios y retiros.

Art. 5.o Hago extensivo el artículo 1.° á todos los jefes, oficiales y tropa de los cuerpos y compañías que con los dictados de tiradores de Isabel II, cazadores de montaña, urbanos, peseteros y otros se crearon para sostener armados la usurpación de mis derechos.

Art. 6. El pasar á mi ejército un jefe ú oficial, sea de la graduación que fuese, con todo ó parte de la fuerza que mandase, será un mérito extraordinario que premiaré con nuevas gracias. Dado en Elizondo á 12 de julio de 1834.-YO EL REY.

CAPÍTULO VI

EL COLERA MORBO ASIÁTICO

Matanza de los frailes. -Sucesos de Madrid.-Conspiración liberal.-Los Estamentos. -Situación que para el porvenir de la Hacienda de España crea la gestión del conde de Toreno.

Por no interrumpir el relato de la estéril campaña del general Rodil, hemos diferido dar cuenta de los graves acontecimientos de que en el mes de julio fué teatro la capital del reino.

En atención á lo imperfectas que eran todavía las comunicaciones en el interior de la Península, no se tuvo noticia en Madrid hasta mediados de julio de la presencia de don Carlos en territorio español. Las esperanzas fundadas en la pericia de Rodil, y en el número y calidad de las tropas que reunió en las provincias del Norte, vinieron grandemente á entibiarse despertando preocupaciones más serias con motivo de la súbita aparición del terrible azote, que procedente de las orillas del Ganges, había transitado siguiendo el curso de las grandes vías fluviales hasta San Petersburgo, y desde Rusia invadido las orillas del Báltico, Inglaterra y Francia, y ahora descargaba embravecido sobre la atribulada España. La invasión de la epidemia en Madrid fué la señal de sucesos que hondamente afectaron el orden público y la seguridad personal del vecindario. El fanático populacho, que á tan repugnantes escenas de servilismo se había entregado en 1824 y 25 contra el vencido é indefenso partido liberal, tomó una dirección del todo opuesta al declararse el contagio. Parte á impulso de la credulidad del vulgo, siempre dispuesto á prestar oído á lo extraordinario y á lo absurdo, y mayormente quizá por efecto

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de la prevención que contra los frailes abrigaban los infinitos agraviados por los desmanes y excesos del exagerado realismo de los tres últimos años, halló pronta acogida lo inverosímil, lo absurdo entre la gente sencilla y menesterosa, atribulada por los estragos de la epidemia, cuyas víctimas sucumbían en excesivo número en los primeros días de la invasión de la enfermedad.

El rumor de que agentes de los jesuítas envenenaban las fuentes, especie que vino á dar consistencia á las provocaciones cambiadas entre un ex sargento de los licenciados voluntarios realistas y algunos de los individuos de la milicia urbana, enardecieron los ánimos ya soliviantados, hasta el punto de llevar á una turba guiada por aquellos provocadores de mal agüero, que nunca faltan en las grandes agitaciones populares, á penetrar en los claustros de San Isidro y á saciar su furor dando muerte á no pocos inofensivos individuos de la Compañía de Jesús.

Comenzada la hecatombe por aquellos asesinatos, cobró carácter á la vez municipal y político la matanza de los frailes, por demás considerados como tácitos aliados de los carlistas en armas, atribuyéndoles el designio de impedir la reunión de las Cortes que debía verificarse el día 24. El desbordamiento de la muchedumbre irritada no conoció límites desde aquel momento. El general Martínez de San Martín, que á la vez desempeñaba los cargos de superintendente general de policía y de capitán general, ó mal informado ignoraba los designios de los descontentos dispuestos á turbar el sosiego público, ó poco cuidadoso en adoptar las medidas que requería la urgencia de atajar el desorden no se halló apercibido, ó no supo distribuir las fuerzas de que disponía en términos capaces de haber contenido el mal. Informado de lo sucedido en San Isidro, acudió San Martín á tiempo de salvar la vida de algunos religiosos; pero interin con su presencia en la calle de Toledo contenía el desorden, los amotinados se habían dividido, y reforzados por las turbas que corrían por las calles, imbuídas en la fábula del envenenamiento de las fuentes, penetraron en Santo Tomás, San Francisco y en la Merced, donde renovaron los mismos y aun mayores excesos que los perpetrados en el colegio de los jesuítas, pues en las referidas casas religiosas no sólo dieron cruenta muerte á todos los frailes que pudieron haber á las manos, sino que se entregaron al saqueo de cuantos efectos lograron apoderarse.

Las tropas del ejército y de la milicia urbana que envió San Martín á los conventos invadidos llegaron siempre tarde para impedir la multiplicada matanza de indefensos sacerdotes, y cuando apercibida dicha autoridad de la insuficiencia de sus parciales medidas de represión contra un mal que se había desarrollado con vertiginosa rapidez acudió á poner sobre las armas la guarnición y á requerir la asistencia de la artillería, los amotinados habían tenido tiempo para tomar la fuga y desaparecer, no habiéndose logrado aprehender sino á muy pocos y no de los más comprometidos.

Viéronse también amenazados los conventos de San Gil, los Basilios, el Carmen y San Cayetano, pero pudieron ser protegidos á tiempo. Al anochecer de aquella fatal jornada (17 de julio) hallábase, aparentemente al menos, restablecido el sosiego, cuando aprovechando los revoltosos la

oscuridad de la noche, atacaron el convento de Atocha, á cuya defensa acudió un destacamento de provinciales de la guardia, un batallón de urbanos mandados por don Juan Muguiro, y la caballería del mismo cuerpo, á las órdenes del marqués de Espinardo. Pero ínterin aquellas fuerzas estacionaban en Atocha, los promovedores del conflicto espiaban la diseminación de las tropas para continuar alarmando al vecindario, amagando invadir los conventos de Santa Bárbara, del Rosario y el Seminario de Nobles, establecimiento que corría á cargo de los jesuítas.

Al siguiente día 18 quedaba del todo restablecido el orden material, pero no podía estarlo del mismo modo el sosiego de los ánimos, antes al contrario, hízose tan intenso el terror inspirado por el cólera y por el sangriento motín que acababa de enlutar á la población, que á bandadas la abandonaban infinitas familias sin saber las más de ellas dónde irían á buscar refugio, pero llevando no pocas inoculado en sus personas el germen de la epidemia, sucumbiendo á sus estragos, frecuentemente privadas de los auxilios que habrían hallado no abandonando su domicilio. Aquella pavorosa emigración no conoció otros límites que los que le impuso la escasez de medios de transporte y la falta de recursos en la mayoría de los atribulados. Pero considerable número de familias acomodadas se dirigieron al extranjero, donde continuaron residiendo por largos años.

Difícil, pues, á todas luces se presentaba la situación en que se hallaba el ministerio en los días que siguieron á las tristes escenas de que fué teatro Madrid el 17 de julio. La autoridad superior política y militar á cuyo cargo estaba la seguridad de la capital, el general San Martín, á quien no era posible dudar animaba el mejor celo, había no obstante perdido la fuerza moral, consecuencia inevitable de no haber logrado ni atajar el desorden ni aprehender á sus fautores. Así lo conoció el mismo general en una comunicación que dirigió al consejo de ministros en la que decía: que previa una investigación clara y precisa de los hechos, se declarase solemne y auténticamente que el capitán general de Madrid había cumplido con su deber. No bastó esta tácita confesión del poco afortunado general, de que había en su conducta algo que pidiese aclaración. Vióse compelido á dimitir y fué reemplazado en la capitanía general por el duque de Castroterreño.

Los dos Estamentos que creaba el Estatuto Real debían reunirse el 24 de julio, y aunque siguiendo el orden cronológico habría correspondido haber antes hablado de actos de gobierno de suma importancia, especialmente en materias de Hacienda, pues el crédito de España principalmente en el extranjero pasaba por una crisis sobre la que es deber de la historia no guardar silencio, la clara y metódica exposición del asunto requiere no entrar en el fondo de tan grave cuestión hasta llegado que sea el momento en que las Cortes la resolvieron, y pueda quedar expuesta con perfecta claridad.

A este propósito conduce el dejar consignado que el conde de Toreno, quien vuelto á España de la emigración había sido elegido miembro del Estamento de procuradores por la provincia de Asturias, entró á ocupar el ministerio de Hacienda en reemplazo de don José de Imaz, un mes antes de la reunión de las Cortes.

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