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HISTORIA GENERAL

DE ESPAÑA

DESDE LOS TIEMPOS PRIMITIVOS HASTA LA MUERTE DE FERNANDO VII

POR

DON MODESTO LAFUENTE

CONTINUADA DESDE DICHA ÉPOCA HASTA NUESTROS DIAS POR

DON JUAN VALERA

CON LA COLABORACIÓN DE D. ANDRÉS BORREGO Y D. ANTONIO PIRALA

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MONTANER Y SIMON, EDITORES

CALLE DE ARAGON, NUMS. 309-311

1890

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INTRODUCCIÓN

Período histórico que abrió para España el advenimiento de la casa de Borbón.—Decadencia de las instituciones vigentes al entrar á reinar la casa de Austria.-Reformas efectuadas en los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III.- Influjo en España de la filosofía del siglo XVIII.-Influencia ejercida por la revolución de 1789.-La falta de inspiración indígena da errónea dirección al movimiento reformador.—Formación de los partidos políticos.-Progreso de la decadencia nacional de 1814 á 1820.--Segunda época del régimen constitucional.—Esterilidad de las reacciones autoritarias de 1814 y 1824.-Progreso de las ideas reformadoras.Del influjo en España de los cambios de sistema y de régimen en las naciones extranjeras.-Relación entre el espíritu liberal de 1820 y el de las épocas posteriores. — Analogía de intereses que el fallecimiento de Fernando VII creó entre su descendencia y la causa de las reformas. -Encontrado influjo de la diplomacia con relación á la lucha entre los partidarios de doňa Isabel y de don Carlos.-El doctrinarismo y los partidos reformadores.- Erróneos derroteros seguidos al inaugurarse la tercera época del régimen constitucional.

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El régimen político y las condiciones sociales de la nación española habían experimentado una profunda alteración, un cambio hasta cierto punto radical, cuando á principios del siglo XVIII se abrió la sucesión de Carlos II, causa de la guerra que condujo á asentar la corona de España sobre las sienes del nieto de Luis XIV, el duque de Anjou.

Grandes habían sido las transformaciones introducidas en el derecho patrio desde el reinado del emperador Carlos V. El alzamiento y derrota de las comunidades; la no menos decisiva que se atrajeron las germanías del antiguo reino de Valencia; el golpe de gracia dado por Felipe II á los fueros de Aragón, tenían tan menguado el poderío de nuestros antiguos municipios y tan en desuso las franquicias y privilegios de las clases en las que residían los derechos populares bajo la antigua monarquía, que poco tuvo que hacer Felipe V, vencedor de la minoría que había seguido las banderas del Pretendiente austriaco, para acabar con las escasas preeminencias que aun se conservaban, principalmente en los territorios de la antigua corona de Aragón, al advenimiento del primer monarca de la casa reinante.

Nada comprueba tan cumplidamente el decaimiento de las robustas instituciones de que en lo antiguo gozaron en España las entidades sociales del país, como la circunstancia de no haberse levantado en él una sola voz para protestar contra las cláusulas del testamento de Carlos II, no porque éste hubiese llamado á sucederle al descendiente de su tía la reina de Francia doña María Teresa, sino porque lo hubiese hecho sin contar con el asentimiento de la nación, sin haber convocado Cortes y curá

dose de que la representación nacional interviniese en el acto que disponía de la suerte de los españoles de ambos hemisferios.

No puede en efecto ser dudoso que de no haber caído en desuso la periódica reunión de las antiguas Cortes de los reinos de Castilla y de Aragón, de no haberse torcido desde el advenimiento al trono de Carlos V la inmemorial costumbre de juntar Cortes para legislar sobre la imposición de tributos, el otorgamiento de subsidios y para promulgar nuevas leyes, el hecho de que hubiesen sido llamados los representantes de los pueblos á asociarse ó á disentir de lo dispuesto por el testamento de Carlos II, habría quitado la razón como el pretexto para la guerra de sucesión, la que en ningún caso habría tomado el carácter que tuvo, y es también más que verosímil que se hubiese evitado el desmembramiento de la vasta monarquía que en cabeza de sus príncipes llegó á reunir la rama de los Habsburgos heredera de la corona de Carlos V.

Pero estaba reservado á España ofrecer al mundo la singular anomalía de que habiéndose hallado al despuntar el siglo XVI á la cabeza de las naciones civilizadas, pues excepto los Países Bajos, que también nos pertenecían, y algunas de las repúblicas de Italia, aventajaba España á las demás naciones en cultura intelectual, en industria y en instituciones tutelares del bienestar común, surgiera de aquella época de incontestable superioridad moral al mismo tiempo que material el punto de partida de nuestra decadencia.

Semejante singularidad la explican suficientemente las causas de un retroceso imputable á hechos de diversa índole entre los que ocupan principal lugar las crisis preparadas por el renacimiento científico del siglo XV y por la emancipación del espíritu religioso. En aquella crisis escogió España el papel de defensora, de adalid, de brazo derecho del principio de la resistencia á los conatos progresivos de la Edad moderna. En Holanda, en Bélgica, en Alemania, en Francia y en Italia resistió España, por su propia cuenta en los dominios de su pertenencia y en los extraños como aliada del Imperio y como campeón del Pontificado, combatiendo el nuevo ordenamiento que el espíritu de la Reforma invocaba y desarrollaba en Europa.

La reunión de las dos coronas de Castilla y Aragón; el espíritu militar que á nuestra nobleza y á los populares Concejos ó Municipios del siglo XV comunicó la larga lucha con los árabes vencidos y expulsos de su último refugio del reino de Granada; la sucursal que en Italia nos habían llevado á implantar las seculares conquistas de los reyes de Aragón en Sicilia y en Nápoles, hacían de la vida marcial de los españoles y de la condición de guerreadores y de adalides del principio religioso, avivado por el antagonismo contra los sectarios de Mahoma y los de Lutero, una nación dispuesta á dejarse arrastrar á la carrera de aventuras y de gloria á que la llevó la grandiosidad de las empresas exteriores que llenan los reinados de Carlos V y de su hijo el fundador del Escorial.

Difícil era en efecto que llamadas la influencia y las armas de España á intervenir en los negocios del mundo, despertada la noble ambición de sus naturales por las maravillosas adquisiciones á que en América y en Asia se abrieron para nuestros navegantes, dejase el país de asociarse al

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