Imágenes de páginas
PDF
EPUB

vantarle Ꭹ los lanzaron de España, persiguiéndolos hasta las costas de Tánger.

Otras guerras mas terribles turbaron la filosófica tranquilidad de Marco Aurelio. Las fronteras del imperio comenzaron á ser asaltadas por los pueblos bárbaros del Norte, como si fuesen la vanguardia de los que, tiempo andando, habian de concluir por derrocarle. En todas partes los arrolló, rechazándolos mas allá del Danubio, que ya habian franqueado. Por consecuencia de aquellas victorias que le valieron el título de Germánico, devolvieron los bárbaros á Roma cien mil prisioneros; prueba grande de cuánto era ya su poderío. Aconteció en el curso de aquellas guerras un suceso que hizo gran ruido en el mundo. Hallábase Marco Aurelio allende el Danubio cercado por los marcomanos. La falta de agua tenia á sus tropas, devoradas por la sed, en un estado de desesperacion (174). De repente se oscurece el cielo, y á poco rato comienza á caer á torrentes la lluvia, que los soldados reciben con ansia poniendo sus cascos para recogerla. Cuando estaban entretenidos en esta ocupacion consoladora, caen de improviso los bárbaros sobre ellos y ejecutan horrible matanza. Mas luego aquella misma nube descarga sobre los enemigos un diluvio de granizo, acompañado de truenos, que los llena de terror, y alentados á su vez los romanos, los vencen, los arrollan y los ahuyentan. Gentiles y cristianos, todos tuvieron aquel suceso por milagroso. Lo

que hace mas á nuestro intento fué que el emperador lo creyó asi, y escribió al senado indicando, aunque muy circunspectamente, que debia aquella victoria á los cristianos, y es lo cierto que ordenó fuesen castigados los que profiriesen calumnias contra ellos (1). Citámoslo como prueba de lo que ya entonces habian cundido las doctrinas del cristianismo.

Volvieron no obstante á mover despues nuevas guerras las hordas salvages del Norte, y Marco Aurerelio murió antes de acabar de sujetar á los bárbaros (180). Con él perdió Roma el príncipe mas cumplido y cabal que se habia sentado en el trono de los Césares, y España lloró la pérdida de quien le habia dado otros diez y nueve años de paz y de ventura. Llegó el imperio romano con Marco Aurelio al punto culminante, de que no hará ya sino descender.

(4) El hecho le atestiguan casi de Marco Aurelio como de una cosa todos los historiadores, y Tertulia- conocida. no en su Apología habla de la carta

CAPITULO III.

DESDE MARCO AURELIO HASTA CONSTANTINO.

De 180 306 de J. C.

Comienza á sentirse la decadencia del imperio.-Cómodo.—Su depravacion é iniquidades.-Abyeccion del senado.-Reinados de Pertinaz, Didio Juliano, Septimo Severo, etc.-Monstruosidades de Eliogábalo. Alejandro Severo sostiene por algun tiempo con dignidad el decadente imperio.-Otros emperadores ú oscuros ó malvados. Guerras civiles.-Decio.-Primeras irrupciones de los bárbaros. Godos, francos, escitas.-Trágica y afrentosa muerte de Valeriano.Los treinta tiranos.-Frecuentes asesinatos de emperadores.-Interregno de ocho meses.-Tácito y Probo. Sus virtudes.-Diocleciano.-Division del imperio.-Cruda persecucion contra los cristianos. -Constancio y Galerio.-Daciano. Martirios en España.-Maximiano.-Constantino.

Hemos recorrido esta galería de ilustres príncipes, los Flavios y los Antoninos, que dieron á España, al imperio y al mundo cerca de un siglo de paz y de ventura, no interrumpida sino por el reinado de Domiciano, que fué como una mancha que cayó en medio de aquellas púrpuras imperiales. La firmeza de Vespasiano, la dulzura de Tito, la generosidad de Nerva, la grandeza de Trajano, la ilustracion de Adriano, la piedad de Antonino, y la filosofía de Marco Aurelio,

hicieron de aquellos insignes varones otros tantos astros benéficos que resplandecieron y alumbraron al mundo romano, y bajo su influjo España dió grandes pasos en la carrera de las artes, de la política y de la civilizacion. Solo faltaron á estos buenos príncipes dos grandes pensamientos para acabar de ser buenos; el de haber abrazado la nueva religion, y el de restituir al pueblo los derechos que sus antecesores le habian quitado.

Tócanos ahora repasar con disgusto otro catálogo de emperadores, que como aquellos para dicha, estos para azote de la humanidad parece haber sido permitidos, por no atrevernos á decir enviados por la Providencia. Lo haremos rápidamente, ya porque no nos proponemos escribir la historia de los emperadores romanos sino en la parte que de ella pudo tocar á España, ya porque no es grato ni esponer ni contemplar un negro cuadro de horribles vicios, y ya porque por fortuna la España, colocada á alguna distancia de Roma, participaba menos que la capital del imperio del siniestro influjo de aquellos corrompidos seres que para afrenta de la humanidad conservaron el título de emperadores.

Imposible parece que un padre tan virtuoso como Marco Aurelio engendrára un mónstruo como su hijo Cómodo; y no estrañamos que por respeto á las virtudes del padre supongan algunos historiadores que Cómodo no fué hijo del emperador filósofo, sino de la

disoluta Faustina y de un gladiador, que, entre otros de la hez del pueblo, obtuvo sus favores. Los hombres no pueden imaginar vicio, ni crímen, ni torpeza, ni crueldad, ni corrupcion de ningun género que no se hallase reunido en Cómodo. Sus acciones, sus gustos, menos eran ya de hombre corrompido que de bestia salvage. Tiberio, Neron, Calígula, Vitelio y Domiciano, habian sido templadamente desenfrenados en comparacion de Cómodo. «El cielo, dice un escritor ilustre, añadió la locura á sus crímenes á fin de no espantar demasiado á la tierra.» En efecto, el vender todos los cargos públicos, el quitar la vida á muchos senadores, patricios y familias consulares, el tener un serrallo de trescientas concubinas y otros tantos mancebos, podia atribuirse á avaricia, á tiranía y á voluptuosidad. Pero el dividir en dos pedazos á un hombre grueso por el bárbaro placer de ver derramarse por la tierra sus entrañas (1); el mandar asesinar una noche en el teatro á todos' los que á él habian asistido; el sacar los ojos ó cortar los pies á los que tenian una fisonomia que le desagradára..... esto ya no cabe en las medidas de la maldad y de la corrupcion, sin recurrir á un estravío de la razon, á una verdadera locura. Sin embargo el pueblo consentia que se llamára á sí mismo el Hércules Romano; que Roma se titulára Colonia Comodiana, y hasta el se

(1) Hist. August. p. 128.

« AnteriorContinuar »