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bradas á guerrear sin provisiones, sin tiendas y sin embarazos. Conocedor de todos los pasos y senderos, tanto como el mas práctico cazador del pais, sabía atraer al enemigo con sus tropas ligeras alli donde las pesadas legiones romanas no podian maniobrar libremente, ó donde conocia que habia de faltarles el agua ó los víveres. Entonces caia de repente sobre ellas con sus españoles. Asi fatigó al anciano Metelo, que no pudo resistir los efectos de tan sabia táctica. Puso Metelo sitio á Lacobriga, y cortó las aguas á los sitiados. Sertorio tuvo astucia para introducir en la ciudad hasta dos mil cueros llenos de agua, con otros bastimentos. Obligóle á levantar el sitio, y le derrotó en la retirada. No pudo Metelo hacer que progresára en España la causa del dictador.

La parte militar no era solo de lo que cuidaba Sertorio. Tan político como guerrero, quiso hacer de España una segunda Roma. Dividióla al efecto en dos grandes provincias ó distritos; Evora, donde él tenia habitualmente su residencia, era la capital de la Lusitania: á Osca (hoy Huesca) hizo capital de la Celtiberia. En Evora estableció un senado, compuesto de trescientos senadores, en general romanos emigra dos (1) este senado ejercia la potestad suprema sobre

:

(1) «Ordenó, dice Mariana, un senado de los españoles principales.» Lib. III, cap. 12. En casi todos los escritores hemos hallado que aquel senado se compuso de romanos exclusivamente, y aun

añaden que esto fué causa de que los españoles empezaran á disgustarse de Sertorio. Todo induce á creer que si algun español pudo ser admitido en aquella asamblea, la gran mayoría por lo menos de

ambas provincias, y tenia bajo su dependencia pretores, cuestores, tribunos, ediles y demas magistrados á estilo de Roma. Lo único que no tomó de su ciudad natal fué un título para sí: modestia, ó política, es lo cierto que no quiso intitularse ni emperador, ni dictador, ni aceptar otro dictado que significase suprema magistratura. En Osca, ó Huesca, creó una escuela superior, especie de universidad, donde se enseñaba la literatura griega y latina á los jóvenes de las principales familias españolas. Esta educacion, que equivalia á un privilegio aristocrático, daba el nombre y derechos de ciudadanos romanos, y abria el camino á las magistraturas y á los cargos públicos. El mismo Sertorio solia asistir á los exámenes de esta escuela, y distribuir por sí mismo los premios de aplicacion. Este instituto, al mismo tiempo que servia para ir civilizando á los españoles, servíale tambien para tener alli reunida y como en rehenes la juventud mas distinguida de España. Sin embargo, ¿qué mas hubiera podido hacer ningun español? ¿Y cómo no habian de amarle los españoles, sin mirar que fuese romano?

Vínole á Sertorio un refuerzo de donde menos lo podia esperar. Otro romano proscripto por Sila, Perpenna, que habia vivido retirado en Cerdeña, encontróse la muerte de Lépido al frente de veinte mil

por

bió ser de romanos, asi por su mayor ilustracion, como por ser sabido que Sertorio en el fondo de su corazon se conservó siempre

romano, y que su defecto para España fué no haber querido renunciar nunca á ser ciudadano del Tiber.

hombres. Seducido por los brillantes progresos que en España habia alcanzado otro proscripto como él, vino tambien á la Península con la esperanza de atraerse un partido. Pero arrastrados sus soldados por la fama y el prestigio que gozaba Sertorio, pidieron á una voz reunirse á él. Perpenna tomó el único partido que le quedaba ceder, y someterse mal de su grado á ser el segundo de Sertorio.

La muerte de Sila (79) libertó á Roma de su dura tiranía, y parecia deber esperarse que hubiera dejado tambien respirar á España. Pero entonces fué cuando el senado, identificado con la causa de aquel dictador, opuso á Sertorio un adversario formidable, el jóven Pompeyo, «triunfador, dice Plutarco, antes de tener pelo de barba,» y á quien Sila, que conocia bien su mérito, habia decorado con el título de Grande.

De este modo se encontraban á un tiempo en España cuatro célebres generales romanos, dos de un bando, y dos de otro. Metelo y Perpenna eran capitanes experimentados, pero viejos: Sertorio y Pompeyo jóvenes fogosos y ardientes. Metelo y Pompeyo que defendian una misma causa, reunian sesenta mil hombres; Sertorio y Perpenna sobre setenta mil, comprendiendo ocho mil ginetes españoles, organizados á la romana por Sertorio, y en brillante estado.

Era Pompeyo arrogante y presuntuoso; habia ofrecido que en pocos meses daria buena cuenta de los restos de la faccion de Mario, que asi llamaba por

desprecio al ejército de Sertorio. Tenian éste y Perpenna cercada á Laurona (Liria en la provincia de Valencia). Acudió Pompeyo y envió á decir con jactancia á los lauronenses, «que no tardarian en ver sitiados á sus sitiadores.» Súpolo Sertorio, y respondió: «yo enseñaré á ese aprendiz de Sila que un buen general mira mas detrás de sí que hácia adelante.» Y en efecto, cuando Pompeyo pensaba cercar al enemigo, encontróse él cercado por todas partes. La pérdida de diez mil hombres fué la primera leccion que recibió la vanidad de Pompeyo, y la ciudad fué tomada é incendiada á su vista (76). Aun pudieron calentarle sus llamas. Metelo y Pompeyo se retiraron á las faldas de los Pirineos; Sertorio y Perpenna volvieron á la Lusitania (77).

Al año siguiente un cuerpo del ejército sertoriano mandado por Hirtuleyo, fué derrotado por Metelo en Itálica, muriendo el mismo Hirtuleyo con diez y ocho mil de los suyos, que fué horrorosa mortandad si los historiadores no la exageran. Entretanto Sertorio tomaba á Contrebia, una de las mas fuertes plazas romanas, en cuyo sitio se habla de haberse empleado el combustible aplicado á las minas para volar las murallas, cuyos efectos asustaron á los sitiados y los movieron á rendirse (").

Muchos fueron los encuentros, combates y batallas que se dieron entre los cuatro ejércitos, ya reu

(1) Fragmento de Tito Livio, y citado por Romey. publicado por Giovenazzi y Brunks,

TOMO II.

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nidos, ya separados, ora regidos por los principales generales, ora por sus lugartenientes, de que fuera enojoso é inútil contar todos los lances y pormenores. En una ocasion (75), en los momentos de ir á empeñarse una accion entre Sertorio y Pompeyo llególe á aquel un mensagero con la nueva de haber sufrido dos derrotas su aliado Perpenna. Conocia el mal efecto que en ocasion tan crítica habria de hacer aquella noticia en sus tropas, y para que nadie pudiera saberla mas que él atravesó con su propia espada al desgraciado mensagero de aquella nueva fatal. Y como en medio de la lucha viera desordenarse y cejar su ala izquierda; «¿dónde están mis españoles? gritó; «¿dónde están esos españoles que han jurado defen«<derme hasta la muerte? Id, id á vuestras casas, que «<para buscar la muerte basto yo solo.»> Y picando los hijares á su caballo se precipitó temerariamente sobre las primeras filas enemigas. Realentaron aquellas palabras el valor de los fugitivos, y volviendo denodadamente á la pelea, se declaró el triunfo por los españoles, á tal punto que hubieran aniquilado el ejér– cito enemigo, sin la casualidad feliz para Pompeyo de haberse aparecido Metelo y llevádole oportuno socorro. Entonces fué cuando Sertorio pronunció aquellas célebres, incisivas y arrogantes palabras: «sin la ve«nida de esa vieja (por Metelo), ya hubiera yo en«viado á Roma á ese muchachuelo (por Pompeyo) muy «<bien azotado.>>

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