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sílabas; y todavía fue censurada esta innovacion por los clasiquistas, que no reconocian escepcion á la regla que habian establecido de emplear solo el romance octosílabo.

En breve, no obstante, cambiaron los usos, y ya en 1827 se calificaba de pusilánime lo que una docena de años antes se habia mirado como atrevido y aun temerario. Burgos mismo fué uno de los primeros en reconocer que era posible emplear en el diálogo cómico toda clase de metros, sin perjudicar á la soltura y á la sencillez, que debian en cualquier caso formar su carácter especial. Para probarlo hizo su comedia de El baile de máscaras, en la cual mostró ser compatibles las galas de la versificacion con la soltura del lenguaje, los primores de la elocucion con la sencillez del estilo de las conversaciones familiares, la complicacion de las peripecias con la verosimilitud de las situaciones, y aun, á favor de combinaciones particulares, el discreteo de la comedia antigua con los hábitos de la sociedad moderna. Burgos, á quienes graves ocupaciones públicas impedian dar importancia á estas agradables distracciones privadas, llevó la modestia hasta rehusar al ayuntamiento de Madrid, que en 1833 habia dispuesto representar con pompa, y ensayar con esmero aquella comedia, el permiso que para ello solicitó del autor, ya elevado al ministerio de Fomento. El motivo que para negarse á ello tuvo, ó á lo menos la causa que para hacerlo alegó, fué únicamente el temor de que se atribuyese á influencia ministerial el paso oficioso de aquella ilustre corporacion; y este esceso de delicadeza privó al público de un espectáculo, dispuesto ú preparado en términos de realzar el mérito de la composicion.

Poco antes de este suceso, Burgos, á quien su aficion á las empresas agrícolas y fabriles disgustaba de trabajos administrativos, que las circunstancias de la época no permitian siempre utilizar, resolvió trasladarse á Granada, para cuidar de sus vastos intereses, y promover la prosperidad de su pais natal. Ocupábase despues de año y medio de estas para él agradables ta

reas, cuando, algunos dias antes del fallecimiento del rey, se le llamó de su órden á Madrid. Acudió Burgos al llamamiento, y cuando, tres semanas despues, exhaló Fernando VII el último suspiro, quiso aquel regresar á su casa, donde esperaba poder acabar en paz sus dias. Impidióselo el ministro don Francisco de Zea Bermudez, anunciándole que la intencion del rey moribundo era elevarle al ministerio de Fomento, y que tal era asimismo el propósito de su augusta viuda. Aquel ministerio debia en efecto quedar vacante de un momento á otro, puesto que el conde de Ofalia, que le ocupaba, estaba nombrado secretario del consejo de gobierno, erigido por el testamento del rey. Dudóse, desde que fué conocido este designio, que Burgos aceptase un encargo, en cuyo desempeño tenia que trocar las dulzuras de su situacion por las incomodidades y compromisos que no podria menos de causar á todo ministro el estado en que por entonces se hallaba el pais.

Acababan, en efecto, de pronunciarse Bilbao y Vitoria en favor de don Carlos, y Vizcaya y Alava obedecian ya al impulso que les dieran sus capitales respectivas. Notábanse en Castilla la Vieja indicios de una próxima y general conflagracion; oíanse alaridos de guerra en las breñas del Maestrazgo, y saltaban á las montañas de Santander y á las vegas de Talavera chispas de un incendio que amenazaba estenderse á todos los puntos del reino. Habíase pensado contenerlo ó apagarlo por el anuncio que, á los seis dias del fallecimiento de Fernando VII, hizo la reina gobernadora, de que, durante la menor edad de la reina su hija, no se haria la menor innovacion en las instituciones. Pero estas seguridades, contenidas en el manifiesto de 4 de octubre, sin aquietar á los carlistas, habian indispuesto á los liberales, reunidos en Madrid á consecuencia de la reciente amnistía, y reforzados luego por la agregacion sucesiva de muchos que cada dia llegaban de las provincias. Habríanse por de pronto contentado unos y otros, ya con una promesa vaga ó ambigua de variar tarde ó tem

prano lo que, en la marcha política, pareciese de mas urgente reforma, ya acaso con el silencio sobre cuestiones que los mas creian prematuras ó estemporáneas. Pero cuando vieron desvanecidas por el manifiesto las esperanzas que abrigáran, de que se restableciese un dia el régimen político abolido en 1823, empezaron á manifestar disposiciones hostiles, que embarazaban la accion del gobierno, y le impedian emplear todos sus medios para sofocar el incoado movimiento carlista. Estos medios, por otra parte, eran escesivamente limitados, pues el tesoro carecia de recursos, y el ejército, notablemente disminuido por los licenciamientos del verano anterior, se hallaba reducido à 74,000 hombres, de los cuales solo se habian podido destinar 5 6 6,000 á combatir la insurreccion de las provincias del Norte.

No hubo sin embargo de arredrar á Burgos tan complicada situacion, que sin duda creia él poder simplificar con los beneficios que meditaba proporcionar al pais.

Profundo conocedor de la ciencia administrativa, á que desde sus juveniles años se habia dedicado con fruto, juzgósele con sobrada razon el hombre mas apto para ponerse al frente de las reformas que ya se iban haciendo entre nosotros una imperiosa necesidad. Queríalas el poder lentas, y tal era tambien la voluntad de Burgos; pero, traspasando su imaginacion la valla de sus deseos, hubo dia en que, con asombrosa actividad, se le vió despachar y escribir de su puño ciento sesenta resoluciones, acertadas todas ellas, y capaces cada una de por de demostrar la estension de los conocimientos administrativos de aquel infatigable y celoso consejero de la Corona.

En el mismo dia 21, en que tomó posesion, presentó en efecto á la firma de la reina gobernadora un decreto, anulando el monopolio de la fábrica de San Ildefonso, propia del patrimonio real, y autorizando la libre fabricacion é introduccion de cristales, que, por favorecer aquel establecimiento (que à pesar de todo no prosperaba), estaban prohibidos en Madrid y en muchas leguas en contorno.

No tardó el nuevo ministro de Fomento en convencerse de la insuficiencia de sus colosales esfuerzos para dar cima á la obra cuya realizacion se proponia, á no tener en las provincias de España agentes suyos encargados de ejecutar sus órdenes, y capaces de coadyuvar al logro de sus patrióticos proyectos. Con este fin, despues de hecha la oportuna division territorial, puso al frente de las 49 provincias que de ella resultaban, á los hombres mas aptos que, sin distincion de color político, encontró para desempeñar tan importante encargo, y, deseoso de completar su obra de regeneracion, publicó su célebre Instruccion para los subdelegados de fomento, (1) glorioso monumento de nuestra historia administrativa. Bellísimamente está escrita aquella circular, á que algunos han dado el nombre de poema. Todo lo abraza en ella la poética imaginacion de Burgos. La industria, el comercio, la agricultura, los ayuntamientos, las minas, la policía, la instruccion pública, las sociedades económicas, los establecimientos de beneficencia y de correccion, las hermandades y cofradías, los caminos, puertos y canales, los teatros y espectáculos, las calamidades públicas, la caza, la pesca, la division territorial, la estadística y hasta los despoblados, recibian del ministro de Fomento el impulso que necesitaban unos, la proteccion de que carecian otros, sin descuidar su penetracion los abusos y defectos que merecian corregirse. ¡Grande hombre de revolucion era Burgos! Lleno de celo, dotado de una inteligencia superior, y de una energía sin límites, todo trataba de reformarlo, ó por mejor decir, todo queria hacerlo nuevo. Encontró un suelo estéril, lo fecundizó y lo sembró; y no fué ciertamente culpa suya si no recogió de sus esfuerzos los opimos frutos que de ellos era dado esperar.

El 23 se espidieron, pues, por su ministerio seis decretos para la creacion de gobiernos civiles, que en seguida se plantearon bajo la denominacion de subdelegaciones de Fomento, para la (1) Apéndice número 2.

publicacion de un diario de administracion, mejora de la planta de la direccion de correos, redaccion de una ley de libre comercio de granos, otra de acotamientos de heredades, y otra de refundicion de los vejatorios reglamentos de policía. Dos dias despues (el 25), se suprimieron los onerosos repartimientos, que, para devolver á los pósitos los grandes caudales aplicados du– rante la guerra de la independencia al socorro de premiosas necesidades, se repetian periódicamente despues de muchos años, y eran un manantial perenne de estafas, y el abismo en que se iba hundiendo la fortuna de muchos pueblos. Dispúsose al mismo tiempo reformar los reglamentos incoherentes y contradictorios del ramo de pósitos, y formar, sobre abastos y policía de los mercados, una ley, que hacian urgentísima los gravámenes que las recopiladas imponian á la produccion, y los estímulos que daban al monopolio, mientras que parecian dirigidas á impedirlo ó á coartarlo. Al dia siguiente (el 26) tres comisiones fueron encargadas de refundir en un sentido verdaderamente liberal los reglamentos vigentes de imprenta, de destruir las restricciones que imponian las leyes antiguas al ejercicio de la libertad individual, de la formacion de un sistema de igualacion de pesos y medidas, y de la sustitucion de las monedas efectivas á las imaginarias en las operaciones de cambios. Para el desempeño de estos encargos, no solo se nombraron las personas que mas reputacion gozaban de entender estas diferentes materias, sino que, en los decretos mismos de creacion de las comisiones, se fijaron. los principios que debian guiarlas en la redaccion de las leyes que se les encomendaban.

En el mismo dia 21, en que Burgos fué nombrado ministro de Fomento, representó alguno de sus colegas la necesidad de que en todos los ministerios se hiciese lo mismo que él se proponia hacer en el suyo, de modo que resultasen simultáneamente socorridas todas las necesidades del servicio público. Acogida á unanimidad esta indicacion, se acordó solemnizar la jura de la

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