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nes del ministro, de la solicitud de los gefes de division de los movimientos de las tropas.

y

Mientras que todas las ciudades de España enviaban á porfia á la Reina Gobernadora los mas esplicitos testimonios de adhesion à la causa de su hija, de satisfaccion por la marcha de los negocios y de gratitud por los beneficios que al pais se estaban dispensando, no faltaban hombres que, ya por resentimientos personales, ya por empeños anteriormente contraidos, ya por una ilusa ó fanática buena fe, ya por deseo de medrar, ya por espíritu de vandalismo, ya, en fin, por causas diversas, conspiraban secretamente contra la reina, ó salian á la palestra tremolando la bandera de Cárlos V. Un Felix García y un Ramirez, vigorosamente perseguidos, y batidos á la postre en los montes de Toledo, un Ramon Monferrer, aprehendido y fusilado en Alcora; las bandas de Carnicer y Montañés, batidas y dispersadas en el alto Aragon; el catalan Francisco Paré, cogido en Horta y fusilado con cinco de sus secuaces; las tropelías de las bandas de Bronchú Vallés, Gregorio Muñoz y otros, vengadas con la muerte de muchos de sus individuos, y con el suplicio de sus cabecillas; una persecucion constante de parte de las tropas; una actitud todo lo hostil que podia serlo de parte de las clases acomodadas, naturalmente pacíficas; una proteccion sin límites dada á los intereses materiales del pais por celosas y entendidas autoridades administrativas, todo debia contribuir á atajar el mal cuyos progresos con harta razon se temian.

Desgraciadamente, y por motivos que no existian en las demas provincias del reino, prolongábase en las Vascongadas la guerra civil sin que, á pesar de los encuentros

diarios, en que casi siempre quedaban victoriosas las tropas de la reina, pudiesen estas limpiar completamente aquel pais de las bandas que lo recorrian. Ya parecia, sin embargo, aproximarse el momento de su total desaparicion, cuando una circunstancia inesperada vino á reanimar su aliento y á dar unidad y convergencia á las dislocadas operaciones de un sin fin de gavillas que, disueltas y dispersadas se refugiaban en las asperezas de los montes, ó, salvando la frontera, penetraban en territorio estrangero para no caer en poder de las tropas de la reina. Esta circunstancia fué la aparicion de dos ó tres batallones de navarros mandados por don Tomás Zumalacárregui, coronel de un regimiento de línea en tiempos de Fernando VII, buen táctico, escelente organizador, é intrépido soldado.

De Pamplona, donde vivia retirado, salió Zumalacárregui á fines de octubre de 1833, para incorporarse en Piedramillera con la faccion, cuyo mando superior le confirió ella á los pocos dias, á pesar de los esfuerzos que, para conservarlo hizo su antiguo gefe don Francisco Iturralde. A la noticia de este suceso, vino á alistarse bajo sus banderas un gran número de mozos del pais, en el cual, por ser hijo de él y por haber hecho en otros tiempos la guerra al lado de Quesada, y distinguídose en muchos encuentros habidos en aquellas montañas con los ejércitos constitucionales, disfrutaba Zumalacárregui de mucho prestigio é inspiraba gran confianza. No tardó, pues, este gefe en verse á la cabeza de algunos batallones que, protegidos por el pais al cual pertenecian casi todos sus individuos, recorrian el montuoso territorio que, desde las orillas del Ebro, se estiende por aquella parte à las crestas del Pirineo.

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Evitando combates, pero fatigando en marchas y contramarchas á las tropas de la reina, hacia Zumalacárregui inútiles los esfuerzos de los soldados y las combinaciones de los mas entendidos generales, y reducido por entonces á una bien calculada defensiva, organizaba en batallones los mozos que se le agregaban. Los generales don Gerónimo Valdés, general en gefe del ejército del Norte, el conde Armildez de Toledo, virey de Navarra, y dón Manuel Loren+ zo, gefe de la division de operaciones en la ribera del Ebro, maniobraban de concierto para limpiar de facciosos, ora este territorio, ora aquel; pero estaban ya lejos de tener en las tropas de su mando ni el prestigio que ejercián en aquellas comarcas los medios materiales ni morales suficientes para conseguir este objeto.

Asi, mientras que en Navarra (29 de diciembre) el coronel Oráa á las órdenes del general Lorenzo, desalojaba de las formidables posiciones de Nazar y Asarta á tres ó cuatro mil carlistas mandados por Zumalacárregui, en Vizcaya y en Guipúzcoa, otros tantos mandados por Villareal, Simon Torre, Zavala, Sopelana, Castor, y algun otro gefe de prestigio daban que hacer á Amor, á Iriarte, y al mismo Quesada, capitan general de Castilla la Vieja, que desde el territorio de su mando hacia una escursion en Maestu; y cuando Valdés, reforzado por la columna del brigadier Jáuregui, que acababa de apoderarse de Vergara, se disponia á atacar al enemigo con fuerzas superiores; este, conociendo el peligro que le amenazaba, dividia su gente, abandonaba momentáneamente sus posiciones, y entretenia al brigadier Espartero durante algunos dias en las inmediaciones de Oñate.

De las tropas desalojadas por Lorenzo y Oráa de las posiciones de Nazar y Asarta, una parte, mandada por Zumalacárregui, pasó el puente de Arguijas, y por Oteo se dirigió al valle de Amezcoa, en cuyos quebrados senos pudo dejar con seguridad á sus enfermos y heridos, al amparo y cuidado de gentes del mismo pais. Desde alli se mar-, chó á los pocos dias con sus tres batallones navarros á acantonarse en el valle de Guesalaz, al Norte de Estella, en tanto que Lorenzo y Oráa, desde los Arcos, á donde se dirigieron despues del combate de Asarta, salian para Puente la Reina. Otra parte de las tropas carlistas que asistieron á este combate, penetraba el 21 de enero en Sangüesa, llevando por gefe á Guibelalde, y el 23 en Lumbier, no sin haber sufrido en su marcha una terrible persecucion y algunos ataques del conde Armildez de Toledo, del gobernador de las Cinco Villas y del brigadier Linares. Otras bandas, en fin, activa pero infructuosamente perseguidas poco después por Lorenzo y Oráa, aparecian de repente en Elizondo, en Estella, en Puente la Reina, en las inmediaciones de Salvatierra, y hasta en las puertas de Logroño; ó bien, desde la Borunda, saltando á la sierra de Andia, corrian á refugiarse al Bastan, llegaban hasta los Alduides, ó se iban á descansar de sus fatigas á los valles de Erro, de Salazar, de Roncal, y de ambas Amezcoas. A este último parage marchó á los pocos dias Zumalacárregui á recoger, como lo verificó sin mucha resistencia, las armas que, en manos - de aquellos sencillos habitantes, pusieran para la defensa de aquel territorio las mal inspiradas autoridades de Pamplona.

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Con estas armas y con unos trescientos ó cuatrocientos

fusiles de que, ademas de muchos miles de cartuchos y proyectiles y de un cañon de á cuatro se apoderó en la fábri– ca de Orbaceita, armó Zumalacárregui otros tantos hombres; y con ellos, y los que llevaba, se encaminó el 23 á Lumbier donde al próximo dia se le incorporó Iturralde con el resto de la faccion navarra.

Aturdido, desconcertado por la rapidez y la simultaneidad de los movimientos de los carlistas, Valdés, que salido de Vitoria el 15 de enero con una columna de 1,200 hombres, se habia incorporado en Balmaseda con el tercer regimiento de línea, mandado por el brigadier Benedicto, dió las órdenes oportunas para la fortificacion de este punto, y dejando en él una guarnicion de 200 hombres, marchó el 24 sobre Lumbier en busca de Zumalacárregui. Abandonó el gefe carlista esta posicion al primer aviso que tuvo de la aparicion de las tropas de la reina; pero volvió á ocuparla al dia siguiente, al saber que, rendidas y descalzas, tuvieron ellas que regresar á Vitoria á proveerse de zapatos.

Dando un dia de descanso á las tropas que consigo llevaba, y tomando algunas de refuerzo, salió de nuevo Valdés para Lumbier, en donde se hallaban el 1.° y el 2.° de los batallones de Zumalacárregui con la junta de Navarra y dos compañías de preferencia. A la noticia del inesperado regreso del general en gefe, pusiéronse de nuevo en movimiento estas fuerzas; y, dirigiéndose por Navascues al valle de Salazar, llegaron el 2 á Huesa, de donde los desalojó el general Lorenzo, no sin tener para ello que empeñar y sostener un vivo combate en que perdió alguna gente. Desde alli, sabedor Valdés de que el gefe carlista Sagastibelza, con 600 hombres, tenia sitiado en la casa-fuerte de

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