Imágenes de páginas
PDF
EPUB

sintió el caudillo navarro, y grande la efusion con que, do blando la rodilla, besó la mano del príncipe, á quien ya, en las provincias del Norte, proclamaban rey de España muchos miles de soldados.

Pero, no creyéndose en seguridad en Elizondo, punto que su importancia misma hacia en estremo peligroso, trasladáronse don Cárlos y su gefe de estado mayor á Irurita, y, por el valle de Bastan, salvando el puerto de Belate y cruzando el valle de Ulzama, llegaron á Beunza; desde donde, tomando inmediatamente el camino que conduce al valle de Araquil y á la Borunda, se dirigieron despues á las Amezcoas. Alli, impaciente Zumalacárregui de dar principio á las operaciones de la guerra, se despidió de don Cárlos, confiando su custodia á don Francisco Benito Eraso, comandante en segundo lugar de la division carlista de Na

varra.

En efecto, con la llegada de Rodil á las provincias del Norte; con la publicacion de su enérgica proclama á las tropas carlistas, amenazando con todo el rigor de las leyes á cuantos, acto contínuo, no depusiesen las armas, y de su bando prohibiendo bajo penas severas la introduccion y circulacion de vino, aguardiente, aceite, granos, y toda clase de líquidos, comestibles y drogas en el territorio ocupado por los rebeldes; con la adopcion, en fin, de aquellas medidas que mas conducentes parecian para acabar con ellos, coincidió la aparicion en Navarra del Pretendiente á la corona de España, que, burlando la vigilancia de los agentes del gobierno ingles y de la embajada de España en Londres, de la polícia francesa, y de las autoridades españolas de la frontera, logró fugarse de su residencia de Kensington Gar

deus y, atravesando de punta á punta el territorio frances, salvar el Pirineo y encontrarse al frente de su ejército, antes de que ni en París, ni en Madrid, ni en Londres (como no fuese en casa del marques de Miraflores, donde hacia poco que se habia recibido) tuviese nadie la primera noticia, ni aun la mas remota sospecha de su salida de Inglaterra. Acompañóle en este viage un francés llamado Auguet dé Saint Silvain, á quien, á su llegada á España, condecoró el principe con el título de baron de los Valles y con el grado de brigadier. Mucho tiempo estuvieron el general Rodil, el marqués de Miraflores, y el gobierno de Madrid, sin volver de la sorpresa que, al oirla por primera vez, les causara la noticia de un hecho que hasta por inverosímil tenian. Cediendo, empero, por fin, á la evidencia, fuerza les fué, ya que era tarde para conjurar el mal, combinar á lo menos todos sus esfuerzos para ver de remediarlo, Rodil emprendiendo enérgica é inmediatamente la persecucion de don Carlos; Miraflores solicitando de los gobiernos de Francia é Inglaterra la ampliacion de las cláusulas tercera y cuarta del tratado de 21 de abril, consignada en un proyecto de artículos adicionales, que presentó, y logró hacer aceptar á las potencias firmantes de aquel tratado; el gobierno de Madrid, en fin, adoptando cuantas medidas creyó conducentes à neutralizar el mal efecto que en el público no podia menos de producir la confirmacion de aquel inesperado contratiempo.

Contratiempo sí, de mucha mas trascendencia que la que en general se le supuso al principio, era, en efecto, la presencia de don Carlos en las provincias del Norte. Reani mando ella desde luego el valor de sus habitantes, di

sipó en breve la vivísima inquietud en que, por un instante, los tuvo la noticia de la llegada de Rodil al frente de un nuevo ejército, de que se complacía la voz pública en exagerar hasta la estravagancia el número de soldados. Como quiera que sea, la incorporacion de estas tropas al ejército destinado á combatir contra los partidarios del príncipe á quien acababan ellas de lanzar del reino vecino, hubiera podido en otras circunstancias contribuir poderosamente á la destruccion definitiva de las huestes vasco-navarras, cuya audacia habia castigado en aquellos últimos dias el general Espartero.

Destruidas estas, nada habria sido en seguida mas fácil que aniquilar las castellanas de Merino, Cuevillas, Basilio García etc. á quienes el general Córdova, recien llegado de la espedicion de Portugal, y los coroneles Albuin, Obregon y Cistué obligaron pocos dias antes á guarecerse en los pinares de la sierra de Soria y à repasar el Ebro, dejando por consiguiente libre de enemigos la orilla derecha de este rio.

á

Del 15 al 16 de julio, empezó á cundir por Madrid la noticia de la entrada de don Carlos en España y de la aparicion al frente de su ejército en las provincias del Norte; hecho que el gobierno, con mas o menos buena fe, recataba y hasta se esforzaba por desmentir. Con la llegada á Madrid de esta noticia, cuyo simple y primer anuncio habia causado en los ánimos una impresion indecible de sorpresa y de ansiedad, coincidió la divulgacion de otra calamidad, todavía mas grave, ocurrida en el seno mismo de la capital, y de cuya existencia, á pesar de las declaraciones y seguri dades del gobierno, daban tristisimo é irrecusable testimo

nio los montones de cadáveres hacinados en los hospitales y conducidos á granel en carros, por no ser posible otra cosa, á su última morada.

El cólera morbo, ese terrible azote que, desde las playas indicas venía señalando su caprichoso rumbo con largo rastro de luto y horfandad, desplegaba por aquellos dias sus negras alas sobre la capital de la monarquía española, y arrebataba víctimas sin cuento á todas las clases de su consternada poblacion. Obstinado en su propósito, que sería dificil dejar de calificar de absurdo y de antipolítico, afanábase el gobierno por recatar lo que todos desgraciadamente veian y lamentaban, y, oficial y extra-oficialmente, negaba imperturbable la horrorosa evidencia de los hechos. ¿Cómo era posible que, en medio de la indecision y el espanto, de la sorpresa y la congoja, del disgusto y la agitacion que, por distintos conceptos ocasionaba en Madrid la importancia de los acontecimientos unida á la injustificable conducta del gobierno, cómo era posible digo, que en tales circunstancias no se echase á la calle en busca de desórden y botin, esa hez del género humano que en su seno encierran siempre las grandes poblaciones, esa turba de perdidos que, no conociendo mas oficio ni ejerciendo otra profesion que la de hacer la guerra á la sociedad, son enemigos natos del gobierno, encargado de velar sobre los intereses de todas aquellas clases, que tienen alguno que defender? El gobierno, publicando lo que, con res– pecto á la intensidad y á los estragos del cólera, sabia él y no ignoraba nadie, habria, en vez de alarmado la poblacion, como infundadamente lo temia, tranquilizado los ánimos, y tal vez, quitando á los díscolos el pretesto de que para turbar el

DONA MARÍA CRISTINA DE BORBON.

Nació en Palermo el 27 de abril de 1807, siendo sus padres Francisco I, rey de las dos Sicilias, y doña María Isabel, bija de Cárlos IV, rey de España. Desde Juego manifestó un entendimiento claro y una aficion sin límites al estudio, de cuyas cualidades procuraron sacar partido sus maestros, haciendo de la augusta princesa, segun la espresion de un biógrafo, no lo que se llama una muger sabia, pero si una muger instruida.-Habiendo muerto en 1829 la tercera esposa de Fernando VII, doña Maria Amalia de Sajonia, determinó éste contraer cuartas nupcias, y recayó la eleccion en la princesa de Nápoles que nos ocupa, quien vino á España acompañada de sus padres, verificándose los desposorios en Aranjuez el dia 9 de diciembre, y el 14 hizo su entrada pública en Madrid. Desde entonces doña María Cristina ha ejercido siempre una gran influencia en todos los sucesos políticos de nuestro pais; madre de Isabel II, gobernó el reino durante la minoría de su hija, y apoyada en el partido liberal, hizo frente à las dificultades de la guerra civil suscitada por el infante don Carlos, que disputaba el trono á la reina Isabel.

« AnteriorContinuar »