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órden se valieron, evitado las horribles escenas de que, en los dias 17 y 18 de julio, fué testigo la capital.

Por avisos confidenciales, sabiase tiempo hacia ya en las oficinas de la superintendencia general de policía que los enemigos del órden trabajaban con empeño por exaltar los ánimos en contra del gobierno, con la mira, probable mente, de obligarle á echar mano de medidas violentas que, tachadas de arbitrarias, amenguasen su prestigio y comprometiesen su poder.

Esplotando tan hábil como despiadadamente la situacion en que tenian á Madrid los progresos de un mal, cuya existencia, palpable para todo el mundo, continuaba el gobierno negando obstinadamente, hicieron los enemigos del órden cundir la voz de que, en las plazas y en las fuentes públicas, se habia visto á personas, á quienes se designaba, y algunas de las cuales fueron victimas de esta infundada imputacion, envenenar el agua y los alimentos. En su deseo de dar á la cuestion un carácter todavía mas grave, rienda suelta á sus odios, y pretesto á sus venganzas, esparcieron por Madrid algunos de los mas exaltados de aquellos hombres la voz de que estos envenenamientos eran obra de los carlistas, é instigacion de los frailes, à quienes se suponia interesados en impedir, por cualquier medio que fuese, la reunion de las Cortes, para cuya apertura estaba señalado el dia 24. A esta noticia, aunque á primera vista absur— da, se conmovió la policía y se consternaron las clases acomodadas y naturalmente pacificas del vecindario de la capital, en tanto que, á reforzar á los fautores del desórden, acudian de los barrios bajos grupos de gentes, y entre ellos muchos urbanos que, ora de buena fé diesen crédito á 18

Томо І.

rumores maliciosamente propalados, ora se sintiesen estimulados por compromisos anteriores ó por secretas simpatías, recorrian armados las calles exhalando gritos de alarma, y tomaban una actitud que parecia amenazadora.

El general don José Martinez de San Martin que, al cargo de superintendente de policía, reunia en aquellos momentos el de capitan general de Castilla la Nueva, delegó á la autoridad administrativa el primero de estos cargos, y, echando mano del poder que le daba el segundo, adoptó, en la mañana del 17, algunas disposiciones militares dirigidas á establecer el órden, cuya súbita alteracion no podia menos de aumentar el espanto y el desconsuelo que reinaban en la capital. Encruelecióse, aquel dia y al dia siguiente, el riguroso azote que la afligia, y por centenares se contaban sus víctimas, sin que hubiese médicos ni clérigos que bastasen á dar los auxilios del arte y de la religion á los enfermos, ni carros para conducir, ni sepultureros para enterrar los cadáveres, que en número considerable se veian depositados en las puertas de las casas y aun en medio de las calles.

En el estado de exaltacion en que se hallaban los áni¬ mos de los unos, en el de abatimiento en que habian caido los de los otros, y en el de dislocacion á que, por una mal calculada é injustificable tolerancia, ó por una deplorable apatía, habian llegado las cosas, fueron impotentes todos los esfuerzos de las autoridades, asi civiles como militares, á impedir los desmanes de los revoltosos que se habian propuesto esplotar aquella critica situacion. Aprovechando la primera coyuntura que para ello se les presentó, asociáronse algunos de aquellos sublevados á los grupos de gente que, acalorada ya con la idea de los envenenamientos de

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