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CAPITULO XI.

Insigne hazaña de Diego Hernandez Herrera, y proezas de otros caballeros de Xerez.

En 1339 Abemelic à quien el rey de Marruecos su padre habia hecho rey de Algeciras, y enviado á España para comenzar en ella una nueva conquista, de todo lo que tenian los cristianos, sabiendo que don Alonso el Onceno habia desocupado la tierra, comenzó á sacar su gente y hacer correrias por nuestras fronteras, poniendo la mira principalmente sobre Xerez, á quien cercó, y comenzó á combatir. Asentó su campo riberas de Guadalete en los llanos de Laina, y mandó poner su tienda en un

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cerro alto que desde entonces se llama CABEZA DEL REAL. Para que no pudiese ser socortida despachó escuadrones que corrieron los campos de Sanlúcar, de Rota y del Puerto, cautivando gente y robando ganados. Esteban de Garibay refiere que «siendo de esto avisada la ciudad de Sevilla, sacó su insigne «pendon en compañia de muchos señores à quienes se juntó el << maestre de Alcántara, y alcanzando á los moros les dieron una «mañana repentina batalla, en la cual no solo fueron vencidos, «<los moros, con no ser los cristianos mas de ochocientos de á ca<<ballo, mas fueles quitada toda la presa, y despojo del campo.»> Algunos historiadores dicen que á los de Sevilla juntóse despues de esta victoria Fernan Gonzalez de Aguilar, con la gente de Ecija y otras tropas, hallándose los señores de Sanlúcar y Marchena, y mucha nobleza: con la cual se atrevieron á pelear de poder á poder con]Abomelic, á quien fvencieron, y que, huyendo derrotado, fué muerto sin ser conocido. El pendon de Sevilla acaudillaba toda la tierra con el maestre don Gonzalo Martinez de Oviedo su capitan mayor. El citado Arcipreste de Leon Diego Gomez Salido, dice: «Vino el infante Abomelic tuerto con «poderoso ejército. Pùsose sobre Xerez, á la cual dió muchos y «recios asaltos, poniendo su real riberas de Guadalete, y su «<tienda en el cerro que por eso llaman LA CABEZA DEL «REAL. Era tanta la muchedumbre de gente que el infante <«<traia, y la matanza que en los asaltos facia en Xerez que los «caballeros de ella confusos y afligidos acudieron á Dios por re«medio, viendo que no se lo daba el rey, ni los lugares circun«vecinos, y que no podian acudir tan aprisa: por lo cual desau«ciados de socorro humano, determinaron, confesados y comul«gados, morir en el campo peleando, antes que de hambre en la «ciudad. Inspiró Dios en el corazon del esforzado caballero Die«go Fernandez de Herrera, hijo del poblador Diego Fernandez, «el cual dijo á todos que él sabia la lengua arábiga por haber es

«lado mucho tiempo, como todos lo sabian con los moros, en reahenes de su padre, cuando fué cautivo, y se ofreció, de su par«te de vestirse á la morisca, y ponerse junto á la tienda del infan«te, y que á tiempo que Xerez le diese el asalto, lo mataria: con «que, quedando sin capitan los moros, sin duda serian vencidos «por los pocos los muchos. Con esta determinacion se salieron «todos del consejo, y confesados y comulgados, acordaron se eje«cutase lo dicho. Aquella noche salió Diego Fernandez Herrera «<en trage de moro; y pasando el Salado por el lado que llaman «del Testudo cerca de la Cabeza del Real se puso cerca de la tien«da. Los caballeros y peones de Xerez á la media noche salieron «<con mucho silencio; y llegando cerca del real de la puente, cer<«<raron con el real de las tiendas, llevando gran voceria de trom«petas y atabales, á cuyo estruendo los moros descuidados se tur<<baron, y el infante alterado salió de la tienda pidiendo las ar«mas; y Diego Fernandez Herrera sin perder la ocasion, y en «<lugar del que llegaba á armarlo, le arrojó la lanza, y le atrave«só por los pechos; y viéndole caer, huyó. Salieron tras él mu«chos, y le dieron muchas heridas, mientras no llegó à su gente: «de las cuales murió en Xerez despues de quince dias. Salió de «este hecho por capitan de la gente de Xerez. Don Alvaro de «Viezma, obispo de Mondoñedo que estaba en ella, puesto por <«<frontero. El despojo de caballos, esclavos y riquezas que se «ganó, fué grandísimo. (1)

(1) Fr. Esteban Rallon en la historia de la ciudad de Xerez M. S. al referir la muerte de Abomelic, dice:-Yo me gobierno por originales «antiguos que han llegado á mis manos, y por papeles auténticos del ca«bildo de nuestra ciudad: en los cuales se halla un acuerdo de ella, en «que ordena y manda que esta batalla y suceso se pinte en la plaza del «Arenal, en las casas del corregidor de cuerpos grandes, y que se renue«ve siempre que la necesidad lo pida para que no se pierda la memeria de ello: la cual alcanzò y llegò hasta los tiempos de mis padres en aquel mismo sitio hasta que se gastó con el tiempo, y por no baber tenido cui"dado de renovarla se ha perdido. Oi yo á los mios que referian que en

Los moros de la villa de Ximena con los de otros lugares vecinos juntaron cuatrocientos de à caballo con gran número de peones para hacer entrada en tierra de Xerez, donde apresaron gran número de cristianos y de ganados. Alegres con la presa recogida tan á su salvo, dieron la vuelta á sus lugares sin detenerse recelosos no saliesen los cristianos à la demanda. Reposaron cerca de Ximena en un lugar que llaman Vallhermoso, donde se tenian por bien seguros. Tuvieron aviso los de Xerez por algunos que habian escapado del robo, y salieron al punto con su pendon, llevando por guias los mensageros; mas la priesa y distancia no dieron lugar á que se juntasen mas que ciento y cinco caballeros que se hallaron con mejores caballos para el viage. Dieron estos sobre los moros, que estaban muy de reposo comiendo. El ardor de los nuestros y el hielo de los enemigos con tan repentino sobresalto, abrieron camino á su rompimiento: de manera que muertos de ellos mas de cuatrocientos y presos mas de seiscientos, los demas escaparon huyendo. Los cristianos recobraron la presa, y la doblaron con las armas y caballos que dejaron los moros.

Aunque en Xerez habia mil caballeros de la mesnada (1) del rey don Alfonso, no tenian frontero que los acaudillase en caso de que los moros hiciesen alguna entrada. Estos valiéndose de la ocasion, se derramaron por nuestros campos talando la tierra. Llegaron á noticia de la ciudad los desmanes que cometia la morisma, y habiendo de salir á la demanda, juntamente con los forasteros, hizo que todos jurasen solemnemente guardar y defen

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wella se veia a Diego Fernandez de Herrera hiriendo al Infante con la lanza por una parte, y por otra los moros que lo seguian, y al obispo de Mondoñedo, que por otra acometia á los reales, y ponia á los moios en «huid. Esta verdad consta de la mesma ejecutoria de don Juan de Her«rera, vein!eiquatro, su descendiente, litigada en posesion y propiedad y «notoriedad: en la cual lo deponen de este modo los testigos.»

(1) Guardia real.

der su pendon. Sacáronlo en público, y luego hicieron pleitohomenage de volverlo á Xerez ó perder la vida. Era cosa nueva el que saliese debajo de la conducta de gente estraña, y no se atrevieron á fiarlo de ella con menos prendas. Ellos prometieron defenderlo como à la persona del rey, de cuya mesnada eran, Juntos con el concejo de la ciudad salieron, y mandaron que el que llevase el pendon, caminase cuanto pudiese, y con la misma prisa lo siguieran todos. En medio del camino se encontraron con Lorenzo Fernandez, alcaide de Medina. Venia con la gente de aquella villa. Tambien encontraron con los de Arcos, y todos juntos fueron siguiendo la huella de los moros. Habiendo estos sabido que en Xerez habia guarnicion de la mesnada del rey, se daban prisa á salir de sus términos, temerosos de caer en sus manos y de que les quitasen la presa. Algunos de los xerezanos que iban delante de los de Arcos, se apartaron un poco del resto de la gente, los cuales viendo que los moros se habian parado á descansar en un valle, y que los cristianos no llegaban, recelosos de que hubiesen perdido el camino, y de malograr la ocasion de cargar á sus enemigos, se subieron en lo alto de un cerro, y desde él divisaron de lejos el pendon de Xerez, y reconocieron que llevaba mala derrota. Despacharon dos hombres que les avisasen y guiasen à aquel puesto; y porque los moros no se le fuesen, determinaron, aunque pocos, á comenzar la batalla, como lo hicieron, diciendo á grandes voces: ¡ARCOS! ¡ARCOS! Los moros cuando vieron que eran pocos, y que no se apellidaban con el nombre de Xerez, creyeron que era alguna gente de Arcos, y tuvieron por escarnio que tan pocos los acometiesen. No quisieron ponerse en forma de batalla, hasta que vieron asomar por un cerro á los de Xerez, que llegaron á buen tiempo.

Los que llevaban el pendon, luego que descubrieron á los moros, embistieron de carrera á ellos antes que se juntasen. No

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