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dispuestos, como dice Pobeda, á recibir el santo Evangelio; y si lo hubiesen estado, seria en grande elogio de los jesuitas, que tal triunfo habrian logrado de aquellos bárbaros é indómitos araucanos. Esclarezcamos lo que dice de los dos sacerdotes seculares, que se supone haber él enviado á las misiones.

8. No los habia enviado Pobeda. Al arribo de este á Chile hacia ya algun tiempo que ellos se habian internado en la tierra por su propia voluntad; y aunque el espíritu apostólico que allá los llevó sea un don que el cielo comunica á quien y como á él le place, podemos todavía creer que no lo habia negado á los hijos de esta misma Compañía, de quienes se sirvió como de conductos para comunicárselo à aquellos. Contextes estan todos los historiadores en asegurar que Moncada se habia convertido de cura de Chillan en misionero de los araucanos, por la predicacion y trato espiritual del P. Juan de Velazco; y habiendo sido superior de la mision de Buena-Esperanza el presbítero José Diaz, mientras pertenecia á la Compañía de Jesús, en esta se habia embebido tan abundantemente del espíritu apostólico, que lo conservó aun despues de su expulsion. Además, teniendo à su disposicion fondos suficientes, fuéronse á sus misiones bien provistos de añil, chaquiras y otras bujerías muy del gusto de los indios; y tambien de algunos barriles de vino. Con uno de estos y buena provision de aquellos en la puerta de la iglesia, llamaban á los indios; quienes á tales alicientes precisamente habian de correr presurosos: y así lograron que los indios aprendieran á rezar. No reprobamos las santas industrias enderezadas á atraerlos y ganarles la voluntad. De muchas se valian los jesuitas; los cuales invertian en esto parte de su sínodo, y una cantidad anual, que consiguieron del Gobernador con este objeto ; y en tres ó cuatro festividades principales obsequiaban con las mismas á los concurrentes; pero sin darles jamás licor (+), por ser cosa tan peligrosa entre aquellos bárbaros, y muy propensa á peleas y otros desórdenes. Es de suponer que estos dos nuevos misioneros sabrian repartirselo de modo, que no se verificasen estos abusos. Por bien, en fin, que aprendieran á rezar sus indios, y por muchos que concurriesen á la santa misa y doctrina, no se puede decir que convirtiesen mayor número que los jesuitas.

9. Estos tambien enseñaban á rezar á los de sus reducciones; y en las festividades en que se repartian los agasajos, tenian llenas de indios las capillas, por grandes que fuesen ; pero el concurso de aquellos dias no probaba gran piedad en el sentir de los jesuitas. Por mucho que trabajaran los dichos señores, no lograron bautizar á los adultos mientras gozaban de salud, ni que fuesen á confesarse los que habian sido bautizados cuando niños ó cuando enfermos, ni que dejasen la poligamia, borracheras y demás admapus, ó sea, costumbres de la tierra. A lo menos el P. Olivares (1), que pasó por Repocura pocos años despues, no vió ni oyó contar ninguno de estos efectos; ni los vieron tampoco los otros PP. que les sucedieron á dichos señores en las misiones

(+) Como nota el P. Olivares.-(1) En la Historia de la Compañía, cap. xvi, § 3. 2

TOMO II

por ellos inauguradas. No decimos esto con ánimo de rebajar el mérito de tan celosos sacerdotes seculares; sino para demostrar que sus trabajos apostólicos no tuvieron mayor eficacia, como suponia Pobeda, que los trabajos apostólicos de los jesuitas. Nosotros apreciamos sus fatigas y sudores tanto como las apreciaron nuestros antiguos Padres sus contemporáneos, que siempre los tuvieron por amigos, y los respetaron como dignísimos cooperadores en la salvacion de las almas; y en cuanto al Sr. Moncada, tan cierto es que correspondia con igual afecto y buena voluntad á los de la Compañia, que al retirarse de las misiones que habia planteado, las entregó al cuidado de ellos, esperando que llevarian adelante lo que él, con bastante feliz éxito, habia comenzado.

10. Lo que asegura Pobeda que si se asistiera á los indios con número suficiente de eclesiásticos, se seguiria una fertilísima conversion, era algo equívoco. Si queria decir que más pronto se convertirian, recuerden nuestros lectores que esta era la opinion y el plan de los jesuitas desde el tiempo del Padre Valdivia; quien prometió al católico Monarca reducir á todos los indios, con tal que le fuese enviado suficiente número de misioneros, y le suministrase con que mantenerlos.

11. El reparo que hizo Pobeda sobre el sínodo que se pagaba á los misioneros de la Compañía, equivalia á un cargo del todo infundado é injusto (1). Ellos cobraban lo que su real Majestad, por sí ó por sus ministros, les habia asignado libre y espontáneamente en la fundacion de las misiones; y desde luego no se les podia quitar ni disminuir sin injusticia. El Rey, por otra parte, se lo asignó con razon; porque no merecia menos de la patria un misionero que un capitan de caballería; y sabido es que estos cobraban los setecientos treinta y un pesos y cuatro reales anuales. Costumbre ha sido en España asignar al capellan de ejército la renta de un capitan: no era, pues, de extrañar que asignara el Rey la renta de un capellan de ejército á un misionero, que, dejando su tierra ó las conveniencias de su colegio, se resignaba á vivir entre bárbaros semisalvajes. Y por cierto que las privaciones que se imponia, y los peligros de la vida á que se exponia eran superiores á toda recompensa material. ¿Quién se atreverá, por consiguiente, à decir que habia exceso en la muy moderada que les asignó su real Majestad? Porque, si bien es verdad que no era preciso tanto para el simple sustento de un hombre, pero, por un cabo, la bondad del católico Monarca no le permitia ver á los ministros de la Iglesia tratados como infelices peones, antes bien queria que se trataran con decoro, por el respeto debido á la religion y á su corona; y por otro cabo, sabia que el misionero tenia que mantener sacristan, sirviente y caballos, es decir, tenia que mantener su casa, proveer al culto de Dios en su capilla, y tener algun sobrante para acudir á las frecuentes necesidades de los indios.

12. Si se dice que otro tanto tenian que hacer los misioneros franciscanos, y que, sin embargo, se contentaban con doscientos cincuenta pesos cada uno de los establecidos en Tucapel, contestaremos que el P. franciscano ad

(1) P. Olivares, cap. xvì, § 3.

mitia estipendio por las misas, con que podia muy bien juntar trescientos pesos al año; lo que no podia hacer el jesuita, en razon de prohibírselo su instituto. El religioso franciscano está acostumbrado, además, segun sus reglas, á pedir limosna, y de ordinario tiene gracia especial para ello; no así el jesuita. Los franciscanos, por fin, no recorrian su jurisdiccion, ó la tenian sumamente reducida; los jesuitas sí; y la tenian de ordinario asaz dilatada. Bien pronto nos suministrará esta Historia un argumento ineluctable à favor de lo que decimos, cuya fuerza nadie podrá desconocer; á saber, la conducta distinta de estos y aquellos religiosos durante la guerra de sucesion (1); en cuyo largo período poco ó nada se pagó á los misioneros. Los jesuitas, que tendrian algun repuesto, ó á lo menos crédito para pagar despues lo que se les adelantase, se mantuvieron en sus misiones; y los franciscanos se vieron precisados, por no perecer de hambre, á dejar las dos únicas que tenian á su cargo. Ventajas son estas que no hay que olvidar al hablar del sínodo señalado á los misioneros de la Compañía; así como tampoco hay que olvidar que en Chile jamás se pudo tachar á nuestros misioneros de traficantes: exceso á que no es difícil venga á caer quien no tiene de algun modo asegurada una entrada suficiente, para mantenerse conforme corresponde á su estado.

13. Con mayor injusticia atribuye Pobeda la escasez de clérigos y religiosos, que puedan ir á las misiones, á haber los jesuitas dejado de leer en Santiago la cátedra de idioma araucano. Esto supone que ellos la tuvieron alguna vez; y aun tenemos entendido que realmente fué así: lo cual recomienda en gran manera su celo. Pero, no habiendo esta clase sido abierta por fundacion, nadie podia quejarse de que la hubiesen cerrado; aun dado caso que lo hubiesen hecho arbitrariamente: lo que no fué así. Tiempo hacia que ninguno de fuera asistia á ella; tal vez por no esperar los externos ningun emolumento (2) de aquel estudio. Por lo cual, los PP. se contentaron al fin con tenerla privadamente en el noviciado y en el colegio máximo; lo que era suficiente para que á su tiempo se perfeccionasen fácilmente en el uso de este idioma aquellos de los nuestros que fuesen destinados á las misiones. Y que el estudio de la lengua araucana no se descuidó jamás entre los jesuitas lo prueba evidentemente el hecho de que la sínodo diocesana del año 1688 á los Padres de la Compañía, y no á otros, nombró por examinadores de este ramo.

14. Felizmente no tardó Pobeda en reconocer su yerro en esta parte. Tan pronto como recorrió el país, observó la ejemplar conducta y apostólico celo de los jesuitas, y presenció el modo con que trabajaban en sus misiones, y los resultados de ellas. Sintió mucho entonces la precipitacion con que, sorprendido por los malévolos, habia informado al Rey en contra de sujetos tan beneméritos. Honrado como era, no titubeó en retractarse; y quiso hacerlo con las obras, lenguaje más elocuente que el de las palabras, fundando cinco misiones á cargo de la Compañía; todas entre los indios de guerra, à saber, los de la Imperial, Boroa, Repocura, Sto. Tomás de Colhué, y la de los pehuen

(1) P. Olivares, cap. xvII, § 3.-(2) P. Olivares, cap. xvII, § 3.

ches en Culé; asignando mil pesos á cada una de ellas, es decir, quinientos para cada uno de los misioneros. En este último punto obró sin aguardar la contestacion de su Majestad, contra la costumbre y las reales instrucciones para el caso, rebajando doscientos treinta y un pesos y dos reales á cada misionero. No por esto las rehusaron los PP.; como que buscaban el bien de los indios y no su mayor comodidad; y marcharon á ellas puntuales y gustosos, como si fueran á lugares de regocijo, sin llevar escolta, ni reclamar más garantías que las que encontraban en su confianza en Dios. Mas antes de narrar los pormenores de estas fundaciones, bueno será hablar de la causa próxima de ellas.

15. Al oir Pobeda que los mensajeros de los araucanos, venidos à Penco para felicitarlo por su ascenso al gobierno de Chile, le pedian á nombre de su nacion un nuevo parlamento en que ratificar las paces, se alegró en gran manera; y cediendo á sus ruegos, designó para él el lugar de Toquechoque, en la campiña de Yumbel (1). ¡Cosa singular! Garro escogió para la asamblea general de entrambas naciones la Imperial, que está en el corazon de la tierra araucana; y Pobeda designó á Toquechoque, situado al norte del Biobio, casi á igual distancia de la mar y de la falda de la cordillera; y por lo tanto, en territorio puramente español. Los demás Gobernadores habian preferido los lugares de la frontera al sur del Biobio, más ó menos internados en la Araucania. A principios del año siguiente de 1693 vinieron á dicho lugar los cuatro butalmapus, representados por sus toquís, ulmenes y archi-ulmenes, muchos conas y gran número de indios de menor cuenta; por no haberse excusado ninguna parcialidad de las comprendidas entre el Biobio y el golfo de Chiloé. Por parte de España concurrió asimismo tanta gente, que ninguna otra reunion de indios y españoles habia sido tan numerosa. Las ratificaciones de perpétua paz se hicieron por aclamacion espontánea, y sin prévios discursos ni deliberaciones; mostrándose los naturales cordialmente afectos á sus antiguos conquistadores, y estos recíprocamente á sus conquistados, sin que tan odiosos nombres se escaparan de boca alguna.

16. Uno de los puntos principales que ocuparon á la asamblea, fué la conversion de los infieles, que era el ansia del Gobernador y de su pueblo, y á la que no mostraron repugnancia los caciques ni los suyos; antes bien se prestaron gustosos á admitir á los misioneros en sus tierras, oir sus doctrinas y acatar la religion que les predicasen (2). Y para que su conversion fuese más sólida y radical, se trató de plantear un colegio, donde se educasen por los Padres de la Compañía de Jesús los hijos de los caciques.

17. Así fué que al cargo de esta se fundó la mision de la Imperial, por acuerdo de la real junta de hacienda, celebrada el 23 de Febrero de 1693, bajo los auspicios de aquel mismo Gobernador. Los misioneros quisieron situarla sobre las ruinas de la antigua ciudad; pero los indios no lo permitieron, porque, recelosos de lo porvenir, no han permitido jamás que ni indio, ni espa

(1) Carvallo.-(2) Carvallo.

ñol se ponga á vivir en ella (1). Por lo cual la situaron á una legua de allí, sobre una hermosa meseta, en la confluencia de los rios Cauten y de las Damas, que forman el de la Imperial; navegable por buques menores hasta allá, á pesar de hallarse á unas nueve leguas de su embocadura, y por lanchas hasta más arriba. Era principal cacique de esta comarca D. Alonso Nahuelgala, llamado Bello por su madre, cautivada cuando la ruina de las ciudades; el cual se convirtió tan de veras, que, casándose por la Iglesia, vivió cristianamente con su legítima esposa, sin dar el menor escándalo, confesándose cada año y frecuentando diversos actos religiosos. Otros muchos siguieron su ejemplo en cuanto á bautizarse, y algunos hasta en casarse. ¡Ojalá que lo hubiesen imitado todos en su conducta cristiana é intachable! Uno de los que lo hicieron así fué Felipe Iñalican, igualmente mestizo, cacique de la baja Imperial; à donde bajaban anualmente aquellos misioneros, recorriendo las tierras situadas en ambos lados del rio, hasta llegar á la mar por el poniente, y á la jurisdiccion de Boroa por el naciente.

18. En esta fundaron el año siguiente, por acuerdo tambien de la junta de la real hacienda, habido el 22 de Enero de 1694, una nueva mision; pero no sobre el antiguo fuerte, sino en la orilla austral del mismo rio Quepe. Confinaba esta mision con los indios de la Imperial, Repocura, Maquehua y Tolten el alto (2). En su jurisdiccion vivian muchos caciques descendientes de los cautivos españoles; y entonces se conservaban los apellidos de Ponce de Leon, Riquelme, Santander, Cisternas y otros; y las bellas fisonomías de sus naturales aún dan testimonio de la sangre española que corre por sus venas.

19. El feliz resultado con que se habían planteado estas misiones, la docilidad con que los indígenas escuchaban á sus misioneros, y la buena voluntad con que acataban sus disposiciones, alentaron al Gobernador para ordenar se diese un paso demasiado avanzado en órden á la civilizacion de aquellos bárbaros. En efecto; mandó que los indios de Maquehua saliesen de los montes y quebradas, en que vivian como encastillados, para establecerse en un lugar llano, despejado y apacible; y que en su nueva morada no se permitiera machí alguno (3). Negáronse abiertamente los indios, diciendo que, «contentos en sus tierras nativas, no apetecian las extrañas; y que así como los españoles tenian sus médicos, ellos tenian sus machis para curarse, y averiguar las cosas secretas; y que estaban dispuestos á defender su libertad y sus costumbres nacionales.» Negativa tan resuelta ofendió á Pobeda; quien dispuso hacerse obedecer á la fuerza, encargando la ejecucion de sus órdenes al comisario de naciones Antonio Pedreros, hombre intrépido, al par que desatinado. 20. Al punto Nunguepangui, cacique de Virgüenco, lugar de la frontera, protestó en defensa de los derechos de sus connaturales; mas, no hallando justicia, mató al capitan de amigos Miguel de Quiroga; y con sus manos y cabeza corrió la flecha (4). Millapal, nombrado acto contínuo toquí general del

(1) P. Olivares, cap. xvII, § 5.—(2) P. Olivares, cap. xvi, § 5.—(3) Perez García.—(4) Padre Olivares, cap. xv, § 3.

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