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con que la Real Corporación la desautoriza, sentando que tal color proviene del atribuido comunmente al pendón de Castilla.

Cuál sea el fundamento de la aceptación vulgar; qué pendóu era ése; en qué tiempo y ocasión tremoló guiando la hueste castellana; á qué triunfos sirvió de testimonio, son problemas que despiertan el discurso del hombre reflexivo, si por encima de la curiosidad histórica se fija en la significación del simbolismo. No es investigación pueril la que conduzca al esclarecimiento del origen y razón de lo que en suma «forma el caudal de ideas y afectos con que se constituyen y mantienen reunidas las grandes familias humanas que se intitulan naciones>> ; no es ocioso, no, descubrir cómo la de España se compuso asimilando las más pequeñas en la reconquista prolongada y sangrienta, sustituyendo blasones de parcialidad y combinando el que por representación querida de la unión diera á todos aliento en el combate, consuelo en la adversidad, memoria en las lejanías de amor tan puro y grande cual es el amor patrio.

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El concepto, si erróneo bien intencionado, me llevó más de una vez 1 á buscar entre los materiales dispersos de nuestra historia cuanto se refiere á la forma, color y significado de las enseñas, como al prestigio de que se rodearon, incitándome ahora á reunir en cuerpo las noticias, clasificándolas y ordenándolas con el caudal de las adquiridas nuevamente.

1 En el Museo Español de Antigüedades, t. iv, y en las Disquisiciones náuticas, t. I, III y VI.

II.

Antigüedad de los distintivos. -Adopción de reglas.— Leyes de Partida. — Estandarte. – Pendón. — Bandera.

Si se hubiera de dar crédito á los autores de La Ciencia heroica ó del blasón, el nso de insignias ó signos convencionales usados por los hombres para distinguirse en sus eternas luchas, es tan antiguo como el hombre mismo. Fernando Mejía opina que las armerías, que así llaman los heraldos á lo que vulgarmente se dice armas, y se han tenido y tienen por señales de nobleza, son anteriores al hombre, pues San Miguel y los demás ángeles que le siguieron contra Lucifer las llevaron en los escudos. Por lo común no van tan lejos los demás escritores, contentándose con referir que los hijos de Seth, para distinguirse de los de Caín, tomaran por armas diversas cosas naturales, y los de Caín las figuras de las artes mecánicas que profesaban.

Entre los que buscan fundamento á sus opiniones, citan unos la autoridad de Diodoro de Sicilia para atribuir la invención de las armerías á los egipcios, que se valían como símbolos de figuras de animales, y principalmente de la del buey. De Homero, Virgilio y Plinio se han sacado argumentos en favor de los griegos, cuando fueron al sitio de Troya, ó de los compañeros de Jasón en la conquista del Vellocino, y con mayor razón del Libro de los Números, por especificar cómo el pueblo de

Israel, al salir de Egipto, acampaba por tribus y familias, distinguidas por insignias y banderas, costumbre que se discurre tomarían de sus opresores.

Todos estos autores están conformes, sin embargo, en que, sea cualquiera el origen incierto de esos signos que distinguían á los pueblos de la antigüedad, citando la ballena de los asirios, la paloma de los babilonios, el Apis de los egipcios, la letra Tau de los hebreos, la cimitarra de los partos, las tres coronas de los medos, etc., es remotísimo y no se sujetó á reglas determinadas hasta una época relativamente moderna.

Existe testimonio de escribano público narrando que en el año de 1472, en que Juan de Ulloa y Lope de Avendaño, alcaide de Castronuño, robadores y salteadores, tenían divididas en bandos las tierras de Toro, Zamora, Valladolid y Medina del Campo, «acordaron un día echar á los zamoranos de tierra de Coreses, y éstos, encomendándose á Dios y al apóstol Santiago y á San Ildefonso, fueron allá, y los toresanos tomaron por divisas parras, y los zamoranos tomaron cardos, y puestos en las cabezas para ser conocidos unos y otros, viniéronse á juntar y romper en un recuesto que se llama Val de la Gallina,>>

Los de Toro llevaron la peor parte, con lo cual en lo sucesivo cantaban los zamoranos:

Juan de Ulloa, el tresquilado,
Vate al Val de la Gallina,

Verás cómo pica el cardo.

No es otro, al parecer, el motivo de todos los símbolos guerreros adoptados por familias, tribus, pueblos y

naciones, así como de los colores, motes y sentencias con que se han adornado sucesivamente los primeros: la camisa de Nemrod, que sirvió de bandera en la guerra contra sus hermanos, dado que Nemrod tuviera camisa; el manojo de mies que con nombre de manipulo llevaron por seña los romanos en tiempo de Rómulo; la cabeza de caballo puesta en una pica por los cartagineses; la cola que sirvió á los turcos, ó el gallo de los galos. Sin imitación ni precedencia, por espontánea y natural iniciativa en la necesidad, que aun puede observarse en las tribus incivilizadas de Africa y América, nació, sin duda, primeramente el distintivo individual del guerrero, y después el que había de servir de signo de unión á la colectividad, tomado al acaso.

No menos se disputa, sin embargo, el principio y significación de los colores, que es paso de adelanto en la heráldica, como indica serlo en la industria del hombre. Petra Santa, que inventó los signos convencionales de que se sirven los heraldos y reyes de armas, trató largamente de la materia, á su modo, pero no hay para qué seguirle; descartando toda opinión arbitraria, cual las del bueno Fernand Mexía, se da por averiguado que el uso de las armerías se regularizó en los tiempos de las Cruzadas contra los infieles de Tierra Santa con motivo de reunirse y compararse los distintivos de tantos príncipes y caballeros cristianos, empezando entonces á considerarse los blasones «como señales de honor y de virtud, compuestos de figuras y de colores fijos y determinados, que sirven para marcar la nobleza y distinguir las familias y dignidades que tienen derecho á traerlas,

como las usan los soberanos en sus banderas y estandartes para diferenciarlas de las auxiliares y enemigas, representando también en ellas sus dominios, sus pretensiones, las armas que le son propias, y las de la nación» '.

El conjunto de esas reglas que limitaba la costumbre arbitraria de pintar en el escudo, adarga, broquel, tarja ó rodela los símbolos individuales del caballero, como sitio más visible en combates y torneos, constituyó la heráldica ó ciencia del blasón, que abraza asimismo á todo linaje de distintivos ó insignias, y por tanto, á las banderas, pues en colores y figuras no son otra cosa que la repetición de los escudos en forma más visible para amigos y enemigos, y á las libreas, vestiduras ó trajes uniformes de servidores y soldados. Como la costumbre hace ley, trajeron á Europa los cruzados el respeto al convenio hecho ante el Santo Sepulcro, inculcándolo en las naciones de que procedían, de modo que viniese á ser ley universal. España no fué excepción, ni podía serlo como nación guerrera en cruzada permanente contra los sectarios de Mahoma, alentada por el espíritu caballeresco, y las reglas pasaron á la ley escrita; pero antes de llegar á ésta, bueno es considerar sucintamente los precedentes.

Piensa D. Joaquín Marín y Mendoza, autor de un estudio de la milicia española, que hay motivos para creer que los primitivos españoles tenían insignias á manera de banderas ó estandartes con que se acaudillaban, pues hace mención expresa de ellas Tito Livio en diversos

El Marqués de Avilés.

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